A la deriva (Caught by the Tides, 2024) es el nuevo largometraje de Jia Zhangke, una de las voces más influyentes del cine chino y referente indiscutible del cine contemplativo en el panorama del cine asiático contemporáneo. Presentada en Cannes, la película condensa más de veinte años de rodajes y archivos personales en un relato donde el tiempo, la memoria y el silencio se convierten en protagonistas.
La película acaba de estrenarse en Filmin.
Jia Zhangke: un cineasta de la mutación y la memoria.
Nacido en 1970 en Fenyang, provincia de Shanxi, Jia Zhangke pertenece a la llamada sexta generación del cine chino, aquella que emergió en los años noventa al margen de los estudios estatales, con presupuestos mínimos y una voluntad de retratar la vida cotidiana sin ornamentos. Su cine se ha convertido en una cartografía de las transformaciones sociales y emocionales de China en las últimas tres décadas: la migración del campo a la ciudad, la desaparición de los oficios tradicionales, la irrupción de la globalización, la fractura entre generaciones.
Su primera película, Xiao Wu (1997), retrataba a un carterista en una pequeña ciudad de Shanxi, filmado con una cámara digital rudimentaria y un estilo casi documental. Desde entonces, Jia ha mantenido una ética de observación paciente, donde los personajes son testigos y víctimas de un país que cambia demasiado rápido. En Platform (2000), siguió a una troupe de teatro amateur durante los años ochenta, mostrando cómo la apertura económica transformaba no solo la cultura, sino también los cuerpos y los vínculos.
En Naturaleza muerta (2006), León de Oro en Venecia, filmó la demolición de Fengjie por la presa de las Tres Gargantas, entrelazando historias mínimas con un paisaje condenado a desaparecer. En Un toque de violencia (2013), se atrevió a abordar la violencia social y política con una crudeza inusual en su filmografía. En Más allá de las montañas (2015), desplegó una narración que abarcaba varias décadas, con Zhao Tao bailando sola al ritmo de los Pet Shop Boys como imagen inolvidable de la soledad contemporánea.
En entrevistas, Jia ha insistido en que su cine no busca explicar, sino registrar el paso del tiempo:
“El archivo no es nostalgia: es resistencia. Filmar es salvar del olvido aquello que la modernización arrasa sin mirar atrás”
—Jia Zhangke, Festival de Pingyao, 2019).
Su cine es inseparable de Zhao Tao, actriz y compañera de vida, con quien ha trabajado desde Platform. Ella encarna la continuidad de su obra: un cuerpo que envejece en pantalla, que atraviesa décadas y geografías, que se convierte en archivo viviente de la transformación china.
Jia Zhangke y A la deriva: el tiempo como marea, la imagen como archivo emocional
En A la deriva (Caught by the Tides, 2024), Jia lleva su poética a un extremo radical: construye la película con material filmado a lo largo de 22 años, entre 2001 y 2022, mezclando escenas descartadas de proyectos anteriores, grabaciones espontáneas y planos nuevos. El resultado no es un relato lineal, sino una deriva temporal y emocional, donde la ficción y el documental se confunden, y donde el paso del tiempo se inscribe en los rostros, en los paisajes, en la textura misma de la imagen.
La protagonista es Qiaoqiao (Zhao Tao), que busca a su pareja Bin (Li Zhubin) a lo largo de dos décadas. Pero la trama es apenas un pretexto: lo que importa es el tránsito, la acumulación de gestos, la erosión del tiempo. Como en Sirât, la desaparición no es un misterio a resolver, sino una grieta que abre preguntas sobre la pertenencia, la fe y la fragilidad de los vínculos.
La película está dividida en tres segmentos:
- Datong, 2001: una ciudad minera en declive, donde Qiaoqiao canta en karaokes y busca un futuro incierto.
- Fengjie, 2006: la ciudad a punto de ser sumergida por la presa de las Tres Gargantas, metáfora de la modernización destructiva.
- Zhuhai, 2022: una China pospandémica, marcada por el aislamiento, las mascarillas y la incomunicación.
Cada bloque está introducido por un proverbio chino, que funciona como clave lírica y política.
Sinopsis mínima
Qiaoqiao busca a Bin. Lo espera, lo pierde, lo reencuentra. Entre tanto, el país cambia: fábricas que cierran, ciudades que desaparecen, trenes que avanzan lentamente, karaokes que se vacían. La película no cuenta una historia: la habita. El espectador no sigue una trama, sino que se deja arrastrar por la corriente del tiempo, como los personajes.
Archivo y memoria — filmar con el pasado
A la deriva es, ante todo, una película construida con el archivo. Jia no parte de un guion, sino de un cúmulo de imágenes filmadas durante dos décadas. Algunas proceden de proyectos anteriores, otras son descartes, otras fueron rodadas sin destino claro. El montaje las reúne y las resignifica.
La película alterna entre vídeo digital y celuloide, según el año de rodaje. Lo granuloso de los primeros 2000 contrasta con la limpieza impoluta de las secuencias recientes. El soporte no es neutro: es respiración. La pantalla se expande y se contrae al ritmo de los personajes, como si el propio tiempo se volviera visible en la textura de la imagen.
“Cuando empecé a revisar mis viejas cintas digitales, me di cuenta de que allí estaba mi país, mi gente, mi propia vida. No quería hacer una película sobre el pasado, sino con el pasado”
—Jia Zhangke, entrevista en Le Monde, 2024.
El archivo no es aquí un gesto nostálgico, sino una forma de resistencia: rescatar lo que la modernización arrasa, dar continuidad a lo que parecía fragmentado. Zhao Tao, que aparece en imágenes de 2001 y en planos de 2022, encarna esa continuidad: su cuerpo es el hilo que cose el tiempo.
El espectador percibe el envejecimiento real de los actores, la mutación de los paisajes, la obsolescencia de los objetos (teléfonos, televisores, trenes). El tiempo no se representa: se inscribe en la imagen.
El tiempo como protagonista
La imagen de Zhao Tao en una embarcación fluvial, rodeada por montañas, condensa la idea de tránsito físico y emocional que vertebra la película. El paisaje se convierte en espejo del tiempo interior.
En el cine de Jia Zhangke, el tiempo no es un telón de fondo: es el verdadero protagonista. A la deriva lo confirma con radicalidad. La película se construye a partir de imágenes filmadas entre 2001 y 2022, y esa acumulación convierte al tiempo en materia visible. Los rostros envejecen, los paisajes se transforman, los objetos se vuelven obsoletos. El espectador no “ve” el paso del tiempo: lo experimenta en la textura misma de la imagen.
Como ha dicho Jia Zhangke, su intención no era construir una cronología, sino una deriva::
“No sabía cuándo terminaría este proceso de recopilación porque quería que fuera a gran escala, no lineal, impresionista.”
—Jia Zhangke, entrevista en Film Comment, 2024
Ese interés por el tiempo como erosión de los vínculos ya estaba en Más allá de las montañas, donde Zhao Tao bailaba sola al ritmo de Go West. En A la deriva, la soledad se intensifica: Qiaoqiao busca a Bin durante dos décadas, pero lo que encuentra no es tanto a un hombre como a un país que ha cambiado irreversiblemente.
El tiempo aquí no es lineal, sino fragmentario. Como una marea, avanza y retrocede, arrastra y devuelve. El montaje no busca continuidad, sino resonancia: un gesto de 2001 dialoga con otro de 2022, un paisaje demolido resuena con otro en construcción.
Silencio y deriva: cuerpos en tránsito
Si en Sirât el contraste era entre el ruido de la rave y el silencio del desierto, en A la deriva la oscilación se da entre el bullicio urbano y los vacíos de la espera. Los karaokes, los trenes abarrotados, los mercados ruidosos contrastan con los planos donde Qiaoqiao camina sola, donde el sonido se reduce a pasos, viento, respiración.
En uno de los planos más elocuentes, Bin aparece herido en un callejón saturado de neones, sostenido por una figura silenciosa. La ciudad no se detiene, pero el cuerpo sí. Ese instante condensa la deriva física y emocional que recorre toda la película.
En una conversación, Jia decía:
“El silencio es una manera de expresar lo rico del interior de la gente. El pueblo chino no se acostumbra a expresarse mucho, entonces, para mí, a veces el silencio es muy fuerte”
Ese silencio no es ausencia, sino revelación. En A la deriva, los momentos más intensos no son los diálogos, sino las pausas: Zhao Tao mirando a cámara, un gesto suspendido, un plano fijo donde nada ocurre y, sin embargo, todo se condensa.
Jia lo expresa con una delicadeza que condensa toda la poética del personaje de Zhao Tao:
“No es que no tengan nada que decir, sino que tienen tanto que decir que no saben por dónde empezar.”
—Jia Zhangke, Film Comment, 2024
En un momento inesperado, Jia interrumpe la narración con intertítulos al estilo del cine mudo: frases mínimas, casi telegramas emocionales, que condensan lo indecible de la relación entre Qiaoqiao y Bin. La palabra escrita sustituye a la voz, y lo íntimo se vuelve declaración pública. Es un gesto de otra época que, sin embargo, condensa la imposibilidad de decir en el presente: la deriva sentimental se escribe en fragmentos, como confesiones suspendidas en el tiempo.
La deriva no es solo geográfica, sino emocional. Qiaoqiao no avanza hacia un destino, sino que flota entre estados: del amor a la pérdida, de la espera a la resignación, de la soledad a la compañía efímera. El espectador comparte esa deriva, arrastrado por un relato que no promete resolución.
Los planos fijos y contemplativos refuerzan esta deriva: encuadres que dejan respirar el espacio, donde el personaje apenas se mueve y es el paisaje el que toma la palabra. En otras ocasiones, la cámara se desplaza con lentitud, como si dudara de su propio rumbo, acompañando la incertidumbre de Qiaoqiao.
La fotografía alterna entre lo granuloso del digital temprano y la nitidez del celuloide y el digital contemporáneo. Esa variación no es un accidente técnico: es la huella del tiempo. El soporte se convierte en respiración, en textura visible del paso de los años.
El montaje como escritura fragmentaria
A la deriva es, en esencia, una película de montaje. Jia toma fragmentos de distintas épocas y los ensambla en un relato que no busca continuidad, sino resonancia. El montaje se convierte en escritura: cada corte es una decisión ética y poética.
En palabras del propio director:
“Dedico mucho tiempo a meditar, a pensar el guion. Pero la modificación siempre ocurre en el lugar de rodaje, y luego en el montaje. Allí es donde la película encuentra su forma definitiva”
El autobús, cargado de objetos y recuerdos, funciona como cápsula de tiempo. La conversación entre los protagonistas se inscribe en un espacio suspendido entre pasado y presente.
El montaje de A la deriva no oculta las discontinuidades: las enfatiza. Un plano digital de baja resolución convive con otro en alta definición; un gesto juvenil de Zhao Tao se yuxtapone con su rostro maduro. Esa discontinuidad no es un error, sino el corazón de la película: el tiempo no es homogéneo, es fragmentario, y el cine puede mostrarlo.
El resultado es un relato que se abre como un delta: múltiples brazos, múltiples corrientes, múltiples memorias. El espectador no sigue una línea, sino que se deja arrastrar por la marea.
La música aparece en tres registros:
- El bullicio de los karaokes y plazas públicas de los 2000, donde la gente canta y baila con una energía inédita.
- La partitura original de Lim Giong, que aporta un contrapunto íntimo.
- Canciones de rock y pop que funcionan como comentario subjetivo: desde ¿Quién mató a la persona de Shijiazhuang? de Omnipotent Youth Society, hasta Go On de Cui Jian, escrita en tiempos de Covid, que habla de vivir de pie, con dignidad.
Los cuerpos del tiempo
Zhao Tao es el centro emocional de la película. Su cuerpo envejece, cambia, se adapta: no hay artificio, el tiempo es real. Su personaje, Qiaoqiao, pasa de la dependencia amorosa a la autonomía, reflejando también la evolución de la actriz como colaboradora creativa.
“Comencé a darme cuenta de que Zhao Tao se había transformado en alguien que ahora era una colaboradora creativa, en lugar de solo alguien a quien elegí porque es perfecta para el papel.”
—Jia Zhangke, Letterboxd Journal, 2024
Li Zhubin, como Bin, aparece y desaparece como un fantasma, un eco intermitente del pasado. Su intermitencia refuerza la sensación de deriva: la vida no ofrece presencias estables, solo retornos inesperados.
La deriva documental
En varios momentos, A la deriva se abre a lo puramente documental: la cámara se desliza entre el bullicio de la calle, sin diálogos, acompañada por una canción de Omnipotent Youth Society, grupo de culto en la China contemporánea. Lo que podría ser simple registro se convierte en respiración del tiempo: rostros anónimos, gestos cotidianos, fragmentos de ciudad que laten como archivo vivo.
En uno de los fragmentos más puramente documentales, la cámara se desliza entre el bullicio de la calle mientras suena una canción de Omnipotent Youth Society, grupo de culto en la China contemporánea. No hay diálogos, solo cuerpos en movimiento y una melodía que condensa el desencanto y la vitalidad de toda una generación.
Algo similar ocurre en La luz que imaginamos de Payal Kapadia: la música se integra en la textura documental de Bombay, filtrándose desde radios, cafés o transportes públicos. No es un subrayado dramático, sino un registro de lo real que se cuela en la ficción. En ambos casos, la música funciona como memoria colectiva, como huella de época, y convierte la observación en experiencia poética.
Como en La luz que imaginamos de Payal Kapadia, lo documental no funciona como apéndice, sino como núcleo poético: la memoria colectiva se filtra en la narración, y lo que vemos no es solo la historia de Qiaoqiao y Bin, sino la de un país en transformación. La deriva no es únicamente emocional o geográfica, también es histórica: el tránsito de una sociedad que se reinventa entre ruinas, neones y canciones que marcan a una generación.
Cartografía de influencias
El cine de Jia Zhangke no surge en el vacío: se alimenta de múltiples tradiciones que, al filtrarse por su sensibilidad, se transforman en algo propio. A la deriva es un collage de tiempos y memorias, pero también un cruce de miradas heredadas.
Tarkovski: el tiempo como revelación
De Andréi Tarkovski hereda la espiritualidad y el tiempo dilatado. Como en Stalker o Nostalghia, los planos de Jia se prolongan hasta que el espectador deja de esperar “lo que pasa” y empieza a habitar “lo que es”. En A la deriva, esa herencia se percibe en la forma en que los paisajes industriales y los ríos contaminados se convierten en espacios mentales, donde cada gesto resuena en un tiempo distinto al del mundo exterior.
Hou Hsiao-hsien: la duración y el espacio
De Hou Hsiao-hsien toma la paciencia y la observación de los desplazamientos mínimos. Los trenes lentos, los viajes en barco, los trayectos en moto son más que traslados: son espacios de pensamiento. Como en Millennium Mambo o Ciudad de tristeza, el tiempo se dilata hasta que el movimiento cotidiano se convierte en materia dramática.
Ozu: gestos mínimos, silencios elocuentes
De Yasujirō Ozu hereda la fe en lo esencial. Los personajes de Jia no se explican: se muestran en acciones concretas, y es el espectador quien debe encontrar el sentido. En A la deriva, un simple gesto de Zhao Tao al encender un cigarrillo, o la manera en que se sienta en un banco vacío, adquiere un peso casi sacramental.
Apichatpong Weerasethakul: lo invisible en lo cotidiano
De Apichatpong toma la convivencia de lo visible y lo invisible. En A la deriva, lo sobrenatural no irrumpe con estrépito, sino que se insinúa como una capa más de lo real: un cambio de luz, un sonido lejano, una figura que aparece y desaparece en el horizonte. Como en Cemetery of Splendour, lo místico se filtra en lo cotidiano.
Godard y Marker: el montaje como relectura
De Jean-Luc Godard y Chris Marker hereda la conciencia del montaje como escritura. A la deriva se construye con fragmentos de películas anteriores, descartes, material documental. Como en Sans Soleil, las imágenes se resignifican al ser reordenadas. El espectador percibe el artificio, pero también la verdad que emerge de esa recomposición.
Ecos internos: su propio archivo
Y, por supuesto, Jia dialoga consigo mismo. A la deriva recicla imágenes de Naturaleza muerta, Placeres desconocidos, La ceniza es el blanco más puro. Ver a Zhao Tao en distintos tiempos y papeles, dentro de una misma película, es un recordatorio de que el cine es archivo, pero también metamorfosis.
Como escribió un crítico:
“Zhangke es el mejor cronista de la China contemporánea, pero también un estilista originalísimo. Sus gestos parecen novísimos, aunque en realidad son herencias transformadas”.
Último paso sobre la marea
En A la deriva, Jia Zhangke lleva su cine hasta un límite donde la forma y la experiencia se confunden. La parábola que propone no busca moralejas, sino atravesar al espectador: hacerlo flotar en una corriente de imágenes, sentir el vértigo del tiempo y la posibilidad de la pérdida.
Ese río no es solo geográfico: es también universal. En la mitología griega, el alma debía cruzar el Estigia; en el budismo, el sendero hacia la iluminación es estrecho y frágil; en la literatura mística cristiana, el paso hacia Dios se describe como un filo que separa la vida de la muerte. Jia condensa todas esas resonancias en un gesto cinematográfico: filmar el avance de un cuerpo en un espacio que parece no tener fin, donde cada plano es una afirmación de voluntad.
La escena en el supermercado, con Zhao Tao aislada entre la multitud, subraya la tensión entre presencia y anonimato. El gesto de levantar la prenda puede leerse como resistencia silenciosa.
La película no concluye con una respuesta definitiva, sino que invita a la reflexión. Al salir de la sala, el espectador lleva consigo la sensación de haber habitado un umbral, experimentando en su propio ser la tensión entre la memoria y el olvido, entre la soledad y la compañía, entre el polvo y la luz.
El último plano —sin revelar su contenido— condensa esa apuesta: no es un cierre, sino un instante suspendido que podría durar para siempre o desvanecerse en el siguiente parpadeo. Jia nos deja ahí, en esa deriva, recordándonos que el cine, como la vida, no se mide por la llegada, sino por la intensidad del tránsito.
“En lugar de centrarse en este concepto o sentimiento llamado nostalgia, creo que Caught by the Tides es una película más sobre decir adiós a esa época a medida que entramos en una nueva forma de vida. (…) Todavía necesitamos vivir. Y luego, al vivir, con suerte tendremos la oportunidad de tener una especie de renacimiento.”
—Jia Zhangke, Letterboxd Journal, 2024
El cuerpo entre escombros es testigo y superviviente de una modernidad que arrasa. La figura solitaria, en medio del colapso arquitectónico, encarna la fragilidad humana frente al progreso que devora. No hay épica en la ruina, solo una presencia que resiste.
Fragmentos de entrevistas reproducidos con fines culturales y de acompañamiento editorial. Propiedad de: Festival de Pingyao, Le Monde, Film Comment y Letterboxd Journal. Gracias a todos los medios por su generosidad informativa.
Imágenes y clips de vídeo utilizados como parte del contexto cultural del artículo. Propiedad de: Xstream Pictures y Atalante. Gracias a la productora y distribuidora por su aportación visual.
Hasta aquí esta mirada a A la deriva, de Jia Zhangke.
Una película que convierte el archivo en memoria, y la deriva en forma de resistencia.
Si te interesa el cine contemplativo y asiático, puedes explorar otras cuatro obras
que dialogan con la poética de Jia Zhangke —distintas en estilo, pero afines en sensibilidad:
▶️ En lo alto, de Hong Sang-soo: minimalismo, azar y epifanías cotidianas
▶️ Ryūsuke Hamaguchi: escucha, duración y el arte de la conversación
▶️ Here, de Bas Devos: naturaleza urbana y gestos mínimos
▶️ La luz que imaginamos, de Payal Kapadia: archivo, sueño y resistencia
*Cuatro películas que, como la de Jia Zhangke, convierten el tiempo en materia, el silencio en lenguaje y el tránsito en forma de vida.*









