En 2014, el escritor y traductor argentino César Aira publicó “Continuación de ideas diversas”, y el pasado 2024, “Ideas diversas”. Curiosamente, por sus títulos, parecería que el orden debería haber sido el inverso: “Ideas diversas” como el primer libro y “Continuación de ideas diversas” como su secuela. Más allá de esa curiosidad, ambos libros ofrecen justamente lo que prometen sus nombres: una amalgama de reflexiones que bien podrían leerse como anotaciones dispersas, casi de diario, sobre temas variados que invitan a la divagación.
El libro de Aira se inicia con su etapa escolar en su perspectiva como lector y, en cierto modo, como futuro escritor. Desde una edad temprana, alrededor de once o doce años, ya había explorado obras como La Ilíada y La Odisea, así como novelas de autores como Salgari y Julio Verne. Durante ese tiempo, a través de las interacciones de sus compañeros con la maestra, comenzó a captar elementos significativos de la escritura, como la distinción entre el punto y seguido, el punto y aparte y la diferencia entre frases sueltas, párrafo y discurso en un texto.
Una de las reflexiones más notables que surgen de su experiencia es la complejidad de redactar textos breves de calidad, como la faja de un libro, en comparación con la elaboración de una obra completa.
El ámbito de la pintura es una constante en sus reflexiones. Artistas como Marcel Duchamp, Monet, Miró o Picasso son mencionados, siendo este último objeto de sorpresa por las revelaciones de William Rubin, director del MoMA y amigo del artista. Se destaca que Picasso necesitaba realizar múltiples intentos al dibujar para alcanzar el resultado deseado: “Curioso dato, tratándose de un artista de legendaria seguridad en la improvisación”.
Critica el derroche de esfuerzo intelectual que ha caracterizado al marxismo, especialmente en el contexto de dictaduras violentas, sugiriendo que esos recursos podrían haberse destinado a la creación artística o al avance científico.
Es comprensible que sus reflexiones se centren en autores literarios, a quienes examina por sus rasgos distintivos. Entre ellos se destaca Pessoa, con su ingeniosa idea de los heterónimos, y Pizarnik, cuya actitud final simboliza el agotamiento de su propia trayectoria poética:
“Alejandra Pizarnik anota en las últimas páginas de su diario que una de las razones para no suicidarse es que “tengo buena letra”. Esta expresión suele usarse metafóricamente para la buena conducta, “hacer buena letra”, portarse bien. Pero ella la usa literalmente. Su escritura manuscrita era ejemplar de claridad y elegancia. Que lo mencione como un buen motivo para seguir viviendo creo que puede explicarse porque su poesía se había agotado, la combinatoria de elementos poéticos con los que había trabajado había dado todo lo que podía dar, y ya no quedaba nada por ese lado”.
También ha leído con fervor a Lautréamont, Shakespeare, Goethe, Baudelaire, Rimbaud, Proust y Borges. Además, resalta la influencia de Raymond Roussel en su estilo de escritura, aunque posteriormente aclara que existen diferencias significativas entre ambos:
“Me descubro releyendo La doublure. No tiene nada de raro ya que me he pasado la vida leyendo a Roussel. La novedad es que descubro (quiero decir, lo siento como un descubrimiento) que es el modelo de lo que yo escribo y quiero escribir, esos relatos asimétricos, elegantemente deformes… Salvo que no es ninguna novedad porque siempre sentí así, en relación conmigo, todo lo que escribió Roussel. Lo que ahora estoy descubriendo, entonces, es que no es nuevo, que siempre estuvo ahí, o si no siempre desde hace mucho, creo que desde mis primeros libros.
Ahí está. El autor de mi vida. Es raro, porque después de todo, si tomé algo de él fue muy poco, quizás nada, los parecidos son vagos, nadie los habría visto si yo no los divulgara con tanta insistencia. De hecho, hay bastante de opuesto entre nosotros: él trabajaba con la necesidad de la rima para no tener que practicar la invención, mientras que yo no hago otra cosa que inventar. Él no utilizó material autobiográfico, se vedó programáticamente su uso, mientras que yo no tengo otra cosa con que alimentar mis ficciones”.
La escritura, como mencioné anteriormente, forma parte de las anotaciones del autor, y es importante reflexionar que al intentar concebir algo que se considere novedoso, el creador debe abordarlo con una actitud de humildad: “Al escribir, uno evita repetir algo que ya dijeron otros. Al vivir, es inevitable repetir hechos que otros han vivido. Pero al escribir lo que se ha vivido, sobre todo si se lo va a presentar como algo nuevo y nunca visto, habría que tomar precauciones”.
El autor critica la sobreabundancia presente en la sociedad de consumo, utilizando la fotografía como un ejemplo pertinente. En la actualidad, las imágenes se capturan constantemente, lo que lleva a una paradoja: “En la era de la imagen nada más devaluado que la imagen. La abundancia devalúa. Y en la sociedad de consumo todo parece abundar”.
Aira contrapone la verdad a favor de la idea, pero no porque la idea sea una nueva verdad, sino precisamente porque no pretende serlo. Para él, la literatura no debe aspirar a transmitir verdades, sino a jugar con ideas, abrir caminos, explorar sin necesidad de conclusiones cerradas.
Ve la verdad como algo que impone orden, control y rigidez. Es una estructura que fija sentidos y, en ese proceso, empobrece la riqueza del pensamiento libre. La verdad, para él, está relacionada con lo policial, lo judicial, con aparatos que exigen confesiones o pruebas absolutas. Por eso, la considera una forma de violencia simbólica que limita la creatividad y el flujo espontáneo del lenguaje.
Frente a eso, propone la idea como algo más libre, espontáneo y vivo. Las ideas, en su visión, no están sujetas a una lógica de verdad o falsedad: simplemente aparecen, cambian, se superponen o se abandonan. No buscan demostrar nada, sino abrir posibilidades.
El autor incorpora humor e ironía en numerosas anotaciones a lo largo del libro, lo que añade una dimensión lúdica a su estilo ensayístico. Estas pinceladas de ingenio, que a veces rozan lo absurdo o lo satírico, sirven no solo para aliviar la densidad de ciertas reflexiones, sino también para ofrecer una mirada más aguda y desprejuiciada sobre los temas que aborda. Un buen ejemplo de esta estrategia se puede observar en la siguiente observación:
“En el café.” Un parroquiano dejó estacionado su auto en la calle. Otro dejó la moto. Un tercero la bicicleta, atada a un poste. Otro más hizo lo propio con un perro. ¿Qué más se puede dejar afuera para entrar a tomar un café y leer el diario?
El escritor presenta una crítica hacia la modernidad, señalando problemas como el aumento de la población, el acelerado ritmo de vida y la intensa competitividad que predominan en nuestra sociedad contemporánea. Aira sostiene que la clave para enfrentar estos desafíos radica en el individuo, destacando la importancia del surgimiento de un individuo autónomo que pueda navegar en este complejo entorno:
“Casi toda la nostalgia urbana (y yo diría que la rural también) se basa en un hecho tan simple como patente: antes había menos gente. Eso explica los beneficios del pasado: una vida más tranquila, con menos tránsito, los chicos jugaban en la calle, la burocracia era menos engorrosa, la policía tenía menos trabajo, había menos apuro en los comercios y en los restaurantes y en todas partes. Esa desagradable precipitación del tiempo en la que se resume todo lo peor de la vida moderna es producto de la cantidad de gente compitiendo por el espacio y el tiempo disponibles.
La solución, a mi juicio, está en el individuo, en el advenimiento del individuo autónomo, ya no un agregado más de la multitud sino un agente de todas las necesidades de sí mismo. Así no habría que hacer colas, ni esperar a que lo atiendan. Cada uno se bastaría a sí mismo y tendría todo su tiempo para crear, disfrutar, vivir. Difícil, utópico, pero preferible a plagas, catástrofes o genocidios, que constituyen la única alternativa”.
Aira examina la controversia entre la lectura en formato físico y en digital, argumentando que la experiencia con los libros de papel tiene una mayor permanencia: “El libro de papel tiene lugares: tapa, lomo, página par, página impar, ángulo superior derecho o inferior izquierdo… La pantalla del e-reader es un sólo lugar siempre igual, la memoria no tiene puntos de referencia a los que aferrarse”. Sin embargo, Aira también observa que los libros leídos en un e-reader durante sus viajes se quedan grabados en su memoria, sugiriendo que los diversos entornos de viaje contribuyen a esta retención: “Pero también noté que algunos libros que había leído en el e-reader los recordaba bien. Eran los que había leído en un viaje. Los cambiantes lugares del viaje habían hecho el truco de la memoria. Y como al e-reader se lo recomienda especialmente para los viajes (¡cien libros en cien gramos de peso!) la desventaja se compensa”.
Ideas diversas de César Aira es una obra que nos muestra cómo el pensamiento puede ser un ejercicio libre, espontáneo y hasta lúdico. A través de breves ensayos y reflexiones, Aira presenta observaciones sobre el arte, la literatura, la vida cotidiana y la cultura, siempre desde un ángulo inesperado. En cada texto se refleja claramente su manera de pensar: abierta, creativa y poco apegada a las normas tradicionales del pensamiento académico. No se trata de una colección de teorías cerradas ni de tesis concluyentes, sino de un fluir constante de ideas que se arman y desarman al ritmo de la imaginación.
Aira no busca imponer verdades, sino explorar posibilidades, muchas veces mezclando lo serio con lo absurdo, lo intelectual con lo anecdótico. Su escritura tiene algo de juego, de experimento, de provocación casi involuntaria, como si pensara en voz alta mientras escribe. Esta actitud se transmite al lector, que se ve impulsado a cuestionar sus propias ideas y a ver lo común desde otra perspectiva, más libre y menos condicionada por los marcos rígidos del saber formal.
En definitiva, Ideas diversas no solo expone pensamientos originales, sino que es un ejemplo vivo de cómo el pensamiento puede ser un acto de libertad, una práctica que no necesita justificarse más allá de su propia vitalidad. Leer a Aira en este libro es entrar en un espacio donde las ideas no se encasillan, sino que respiran, cambian y se multiplican, invitando a quien lee a hacer lo mismo.
“Ideas Diversas” César Aira