Para poder hablar en torno al libro, es preciso considerar los antecedentes que lo determinan.
En 1995, Cristina, se doctora en la Universidad de Houston con la tesis: «The Masters of the Streets. Bodies, Power and Modernity in Mexico, 1867-1930».
México, desde fines del siglo XIX con el Porfiriato se plantea modernizar el país. Las luchas de clases culminan con la Revolución de 1910. Pero modernizar el país exigía un «lavado de cara» en las calles. Había que «limpiar» las calles de prostitutas y dementes. Para ello se inaugurarán Hospitales, para controlar las enfermedades venéreas e Instituciones Psiquiátricas como el manicomio de La Castañeda, inaugurado por Porfirio Díaz en 1910.
La autora, tomando nuevamente la tesis como punto de partida, elabora el libro en cuestión, «Nadie me Verá Llorar» (1999) y el libro de ensayo, «La
Castañeda. Narrativas dolientes desde el Manicomio General. México,
1910-1930» (2010).
La escritora se centra en el personaje de Matilda Burgos, que se corresponde con el personaje real de Modesta Burgos, paciente del Centro Psiquiátrico de La Castañeda.
Cristina propone incluir hechos reales y ficción. Basándose en los estudios médicos y aproximaciones científicas en cuanto al tratamiento de la persona real, trata de completar las posibles lagunas existentes en una supuesta vida cuyos antecedentes, la autora o pongamos en este caso, el narrador heterodiegético y omnisciente nos relatará.
Si Matilda, toma como modelo un personaje real; los otros dos personajes principales de la obra, el fotógrafo Joaquín Buitrago y el joven Psiquiatra de La Castañeda, Eduardo Oligochea; son ficcionales. Lo cual no es obstáculo para que independientemente de las relaciones que entre los tres personajes se establecen en el libro; no existieran en la realidad dichas figuras. Las Instituciones Psiquiátricas contaban con un medico Psiquiatra y con un fotógrafo, que se ocupaba de tomar instantáneas de los pacientes para adjuntar a las fichas médicas. Remarcar, en este sentido la importancia que la fotografía adquiere en la obra, sirviendo sus imágenes como complementación de archivo y memoria.
Cristina, por medio del fotógrafo, nos facilita el acercamiento a la enigmática Matilda. Pero la autora no crea un simple personaje. Lo dota de entidad suficiente, de modo que su figura alberga una acentuada complejidad. La fascinación que siente sobre Matilda lo lleva en la búsqueda de todas las pistas posibles sobre su persona. La indagación y conocimiento de Matilda redundará a su vez en un mayor entendimiento de sí mismo.
El libro comienza con un interrogante recurrente, «¿Cómo se convierte uno en fotógrafo de locos?», que el personaje de Matilda vierte sobre Joaquín cuando se dispone a fotografiarla en el Centro Psiquiátrico:
«—¿Cómo se convierte uno en fotógrafo de locos? —le había preguntado. Joaquín, desacostumbrado a oír la voz de los sujetos que fotografiaba, pensó que se trataba del murmullo de su propia conciencia. Ahí, frente a él, sentada sobre el banquillo de los locos, vistiendo un uniforme azul, la mujer que debería de haber estado inmóvil y asustada, con los ojos perdidos y una hilerilla de baba cayendo por la comisura de los labios, se comportaba en cambio con la socarronería y altivez de una señorita de alcurnia posando para su primera tarjeta de visita. Él había hecho tantas después de todo, cientos de ellas. Antes de llegar a las cárceles y, después, al manicomio, ya era un profesional de la fotografía».
Joaquín es en la actualidad un ser solitario, dependiente de la morfina. La interpelación despierta en el fotógrafo, ecos de un pasado junto a una mujer, en Roma:
«El fotógrafo pudo haberle respondido lo que siempre se decía a sí mismo: la maldita morfina. O lo que nunca se decía a sí mismo pero que hoy, este 26 de julio a las tres treinta de la tarde, le llegó de repente a su cabeza: Roma, la imposibilidad de la luz romana. Por algunos instantes, todavía incapaz de creer que una loca le preguntara aquello, estuvo tentado a contarle el milagro de sus tres años en Italia. 1897. El ejercicio voraz de la fotografía. Roma fija para siempre en papeles albuminados, placas de plata sobre gelatina. Roma, hiriendo sus retinas de veintiséis años. Tres veranos muy largos. Un paisaje de lomas, nubes, ríos. Una mujer: Alberta. Roma que había partido su vida en dos: antes y después. Antes Alberta, y después la morfina».
Recordará también como en el pasado coincidió con la paciente, cuando fotografiaba a las pupilas de una casa de citas:
«—¿Cómo se llega a ser fotógrafo de putas?. Pensó en Alberta, no tuvo alternativa, pero conservó la calma. Su desconcierto sólo fue evidente en el ligero temblor de sus dedos al manipular la retina del Gaumont. ¿Te atreverás a responder esta vez, Joaquín? Ésa era la pregunta que nunca quiso contestarle a nadie y mucho menos a sí mismo».
Sin saberlo ellos dos, Joaquín y Matilda; tuvieron tiempo atrás un enlace común en la persona de Diamantina Vicario, mujer que trata de vivir plenamente como mujer emancipada. El narrador nos relata la impresión causada por dicha mujer, en Joaquín:
«Su presencia lo conmovía. La ligereza de sus modales perfectos. Sus gafas de aro volado tras los cuales sus ojos cafés estaban alertas. La manera en que arqueaba las cejas en un pasaje especialmente difícil de ejecutar. Su concentración en sí misma. Su convicción. Joaquín no la esperaba. Apareció sin aviso y de igual manera desapareció. Las noches de verano y luego las de invierno se llenaron de su ausencia. Dentro, en una selva antes desconocida y todavía sin explorar, creció la nostalgia».
Matilda se cruzará con Diamantina, dejando en ella también, una marca indeleble.
Joaquín desea toda posible información en torno a Matilda, quiere conseguir su expediente, no dudando entablar una relación cordial con el doctor del Centro. Ello supone pagar un precio, que supondrá sincerarse y descubrir su pasado y sus confidencias al doctor. Aún así, su amistad con Eduardo, a pesar de un interés manifiesto, va manifestando una cercanía entre ambos personajes, con charlas que a ambos parecen beneficiar. El doctor mismo, necesita esas charlas como vía de escape en su arduo trabajo en el Centro.
Cristina apunta las dificultades de la época de la obra, en cuanto al tratamiento de las personas con problemas mentales y el error evidente en su tratamiento. Es una época en la que los profesionales no estaban preparados. En relación al doctor Eduardo Oligochea, el narrador puntualiza los obstáculos que se plantean en su trabajo, estableciendo una sutil diferencia entre el «lenguaje» teórico de la Carrera y escuchar en la práctica diaria, el «lenguaje» diferente de los propios enfermos:
«Eduardo puede pasar horas enteras cotejando datos sin cansarse. Abre libros y cuadernos llenos de notas tomadas en clase y, después, repasa las descripciones de los expedientes. Todo es lenguaje. Los maestros con los que empezó a explorar el laberinto de la mente hablan un idioma, y los enfermos recluidos dentro de los muros de La Castañeda, otro diferente. Su tarea es traducirlos, para encontrar los puentes invisibles que van de uno a otro, y cruzarlos. El proceso además de lento es también peligroso. Hay zonas empantanadas donde se puede hundir sin notarlo apenas, áreas resbaladizas sobre las que puede trastabillar y romperse la cabeza. Para poder vivir dentro hora tras hora, cinco días a la semana, Eduardo Oligochea tiene que aprender a evadir el remolino de las palabras, su temblor, sus saltos de grillo sobre las hojas de la realidad. Una mano es una mano. Una jeringa es una jeringa. La tautología es la reina de su corazón, la única».
El tío de Matilda, representa el espíritu afín al Porfiriato, que quiere convertir a los ciudadanos en personas saludables y útiles al Estado. Para Marcos Burgos, todas las patologías tienen su causa en la falta de higiene. Sus principios los aplicará en su sobrina, tratándola más como «conejillo de indias» que como un ser humano:
«En el hospital atendió a toda clase de enfermos. Su práctica médica entre los pobres de la ciudad confirmó sus teorías: todas las patologías estaban directamente relacionadas con la falta de higiene tanto física como mental del populacho. Si el régimen en verdad creía en el orden y el progreso, sostenía, tendría que empezar por hacer de la higiene no un derecho sino un deber ciudadano».
Entre la narración, la autora va plasmando, tomados del archivo, fragmentos de fichas de personas reales del Centro Psiquiátrico, muy interesantes en contraste con la narración. Tomemos un ejemplo. El narrador relata momentos del Psiquiátrico, en este caso, sobre la paciente, Imelda Salazar, como ficción misma, en la obra:
«Cuando todo se termina ya es de noche. Imelda yace sobre un charco de orines y de lágrimas. Lo único que puede tocar sin verse contaminada de la impureza de la sociedad es la piel sarnosa del perro que, mientras le lame los rasguños de manos, le devuelve la paz».
Para, a continuación insertar la autora, su historia clínica real, en letra más pequeña, como modo distintivo:
«No. 6140
Imelda Salazar. Tlaltenango, Zacatecas, 1896. Soltera. Maestra. Católica. Constitución débil. Desarrollo rápido y precoz en la infancia, incompleto en la pubertad. El padre fue alcohólico, del resto de la familia no se tiene noticias. Hace seis meses llegó de Zacatecas al Colegio del Santísimo Sacramento con el propósito de profesar. Permaneció allí diez días, se le envió después a San Luis de la Paz, a una sucursal de aquél, en donde permaneció cinco meses. Debido a sus padecimientos no se le admitió y se le mandó de regreso a Zacatecas. En la siguiente población bajó del tren y regresó a San Luis y entonces se le envió a México, ya con un número de extravagancias. Aquí varios médicos la examinaron y la encontraron enajenada. Tiene actitudes prolongadas y se entrega a rezar desordenadamente…».
La historia clínica del personaje principal, Matilda queda también reflejada:
«No. 6353
Matilda Burgos L. Papantla, Veracruz, 1885. Sin profesión. Soltera. Católica. Constitución regular. Desarrollo precoz durante la niñez. Padre alcohólico y madre asesinada. Chancros sifilíticos. Bubas. Placas en el labio inferior. Eterismo. Prueba de Wasserman negativa.
La interna es sarcástica y grosera. Habla demasiado. Hace discursos incoherentes e interminables acerca de su pasado. Se describe a sí misma como a una mujer hermosa y educada, la reina de ciertos congales y numerosas orgías. Dice que trabajaba como artista en la compañía del Teatro Fábregas y en la ópera de Bonesi. Sufre de una imaginación excéntrica y tiene una tendencia clara a inventar historias que nunca se cansa de contar. Pasa de un asunto a otro sin parar. Proclividad a usar términos rebuscados a los cuales pretende dar otro significado. Explica su encierro como consecuencia de la venganza de un grupo de soldados que pidieron sus favores sexuales en la calle. Debido al odio que siente por los soldados se negó y así fue como la mandaron a la cárcel. Logorrea. Muestra exceso de movilidad. Sentido afectivo disminuido. Anomalía de su sentido moral».
Joaquín, consigue el acceso a la historia clínica de Matilda, pero una vez conocida, necesita comprender de su propia voz los hechos y circunstancias con los que ha vivido; en definitiva, necesita sustentarse de su memoria. Joaquín y la autora del libro confirman que la propia ficha de archivo presenta carencias; pero sí son útiles, para rellenar lagunas, se necesita la aplicación memorística. El acercamiento entre Joaquín y Matilda, ofrece pasajes de singular belleza poética:
«El fotógrafo desea que esa luz ilumine la historia de la mujer, cada ángulo de su rostro, cada marca que el tiempo haya dejado en las rodillas, en los ojos. Más que tenerla dentro de sí y a oscuras, Joaquín necesita tenerla alrededor, luminosa. Como siempre, Joaquín necesita un contexto para aproximarse a una mujer. A los cuarenta y nueve años, todavía es un hombre que se enamora como si tuviera todo el tiempo por delante, y nada más que hacer».
Joaquín necesita a Matilda, pero Matilda también necesita del cariño y entendimiento de Joaquín; lo que evidencia que ambos parecen sustentarse para logar una mayor comprensión de sí mismos.
Cristina, plantea un encuentro y complementación entre ficción y archivo, en su, podríamos afirmar, ejemplar «narrativa documental». Por medio de la voz de Matilda, a través de un sutil trabajo del narrador principal; se da voz a los marginados que el momento histórico de la obra retrata, el Porfiriato; lo único que se pretendía en torno a ellos era controlarlos y excluirlos, considerándolos un peligro social; suponen un obstáculo para la consecución de una «pretendida modernización». Cristina evidencia su fracaso, consecuencia de una deshumanización evidente. Para Rivera Garza, la memoria significa la posibilidad de desentrañar un pasado que dé sentido al presente. Destacar por último, la diferente adecuación del lenguaje empleado en el libro. El lenguaje oficial de tipo administrativo y médico de los Expedientes Clínicos reales, contrasta con el lenguaje poético que la autora aplica en numerosos pasajes de la ficción.
En el libro se hace referencia a la música de Liszt, interpretada al piano:
«Hay música de Liszt en el piano, ruido de copas que chocan y discretos cuchicheos cuando Joaquín se acerca a la pianista sin ver a nadie más».
En el vídeo, interpreta la «Sonata in B minor» de Liszt, la pianista de Georgia, Mariam Batsashvili:
Editorial: Tusquets, Edición 2003
Colección: Andanzas
Imagen de Cristina Rivera Garza: taken at Tec de Monterrey, Campus Ciudad de Mexico. De Thelmadatter, Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=61411719