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Constanza Michelson “Nostalgia del desastre” Seix Barral, 2024

Constanza Michelson es una psicóloga, psicoanalista y autora chilena que ha publicado una variedad de ensayos. Su obra “Hacer la noche”, editada en 2022, abordaba temas relacionados con la noche, enfocándose en el insomnio y su conexión con la salud mental. Ambas cuestiones figuran de nuevo junto a un amplio espectro de temas en un su más reciente libro, “Nostalgia del desastre”, publicado por Seix Barral en 2024. La autora parte de un evento traumático y un periodo difícil marcado por la dictadura en Chile, indagando en emociones como el odio, el aburrimiento y la ternura.

Michelson Constanza

El libro comienza de forma impactante con un intento de feminicidio, a partir del cual la autora desarrollará diversas disertaciones, cada cual más interesante: “Nació con un disparo. En 1985 el padre quiso matar a su mamá. Ella tenía siete años. Vio la escena desde su cama, con un ojo descubierto y otro tapado con la sábana. Hay cosas que no se pueden ver de frente, como enseña el mito de la Medusa: a diferencia del terror que provoca la huida, el horror petrifica. Se paralizó; su mamá no, ella corrió. Le decía que llamara a su hermano mayor, pero la niña no pudo moverse. Vino su hermano, forcejeó con el padre, se cayeron los juguetes de la repisa del mueble blanco que había comprado su mamá hacía poco y que combinaba con la cómoda y las camas, la suya y la de ella; dormían juntas, su hermano menor estaba al medio, en la cuna, al parecer no despertó. En un descuido del padre, su mamá y su hermano salieron por la ventana. No supo de ellos por un tiempo. No pudo calcular cuánto, porque el tiempo mismo estalló”.

La niña que presenció el intento de asesinato de su madre, en 1985, contaba con siete años, al igual que la autora, nacida en 1978, en un periodo marcado por la dictadura de Pinochet en Chile. Tras el desastre, admite Constanza que el tiempo quedó en suspenso para la niña, un tiempo sin su madre, un tiempo que vivió junto a sus hermanos, la niñera y el padre. La memoria quedó alterada, y aunque la madre se presentó con la policía para llevarse a sus hijos dos semanas después, ella no fue consciente del periodo transcurrido.

La niña creció con la adicción a la comida. A partir del desastre, “el espacio adquiere una cualidad distinta, pegajosa. Descubrió esto: la nada respira. Para ella, la niña, como lo es para cualquiera, enfrentar esa nada es el tema de su vida. Y si lo pensamos, cada época también tiene su tarde, su inflamación y sus remedios”. La niña tuvo que vivir una orfandad distinta, sin “vida propia”.

La autora, después de presentar los hechos, elabora una serie de ensayos. Me enfocaré en algunos de ellos para evitar una extensión innecesaria en el artículo, aunque debo señalar que todos ofrecen exposiciones de gran relevancia.

Uno de los ensayos aborda el tema del aburrimiento. En este texto, la autora enfatiza el daño que se inflige a los niños al afirmar que solo los tontos experimentan aburrimiento, ya que esta creencia puede llevar a que se perciban a sí mismos como personas amargadas. Subrayo esta afirmación de la autora: “El aburrimiento tampoco alcanza a ser un diagnóstico mental ni social, seguramente porque los diagnósticos hablan de problemas y los problemas buscan solución. Y de los males existenciales puedes distraerte, pero no curarte”.

El aburrimiento ha sido un fenómeno recurrente a lo largo de la historia de la humanidad. Constanza explora diferentes épocas históricas, en las que ha tomado diferentes términos, desde la época romana hasta llegar al siglo XIX, en la que el aburrimiento toma como nombre el spleen, en el XX, la depresión y en nuestro siglo, múltiples términos: “En el XXI solo se expande bajo otras categorías psiquiátricas y populares: anhedonia, fatiga crónica, hiperactividad, trastorno ansioso, apatía, cara de culo”.

Relacionado con el aburrimiento se encuentra el deseo, cuya extralimitación presenta riesgos significativos. La autora establece una conexión con el personaje de Madame Bovary: “El deseo no solo se pierde en la compulsión, también cuando lo nuevo se vuelve norma, o cuando lo que pudo prometer una liberación se institucionaliza. Luego el bostezo aparece como la primera resistencia. Una curiosidad interesante es que bostezo está en la etimología de la palabra caos –Χάος: “abrirse una herida”–. Y es que, lo confesemos o no, los seres humanos (nos) abrimos heridas voluntariamente. Emma Bovary anhelaba que ocurriera una catástrofe para poder hacer lo que ella no era capaz: decidir cortar con León, su amante”.

Constanza vincula el concepto de comienzo con el aburrimiento al afirmar que “son dos posiciones de un solo movimiento, al que se le puede llamar el nacimiento del deseo”. Pero si no hay principio ni fin, “el aburrimiento se vuelve mórbido“. En este contexto, establece una conexión con el insomnio, dado que la persona que sufre de insomnio se encuentra atrapada en “un presente continuo”.

En la época actual, el hastiado se mueve, pero no a causa del aburrimiento, sino para evitar el vacío, afirma Constanza. Recurre la autora a Sigmund Freud, para quien “la salud mental consistiría en recuperar la capacidad de amar y trabajar”. El hastío también presenta relación con el horror, ya que Constanza mantiene que “El aburrimiento puede volverse peligroso. Porque el horror es también una respuesta a la nada y al hastío”.

En otro ensayo trata sobre la fascinación por las catástrofes pasadas: “No puede ser casual que cada generación sienta una fascinación por los horrores vividos por sus antecesores. Hay una literatura europea de la época, a la cual el crítico George Steiner llamó “el gran ennui,” que describe bien esa fascinación”. Constanza sigue el hilo de las explicaciones de George Steiner, para quien la edad de oro cultural tuvo lugar desde después de las guerras napoleónicas hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. Pero en esta época pacífica de avance científico y cultural, curiosamente se seguía teniendo una nostalgia por el pasado violento: “Existía el supuesto de haber alcanzado una madurez y una coherencia sustentadas en la racionalidad y la ciencia como método de conocimiento. Pero lo que nota Steiner es que por cada entusiasta publicación científica aparecía otra en la literatura que expresaba una nostalgia del desastre”.

Constanza intermitentemente en sus ensayos, regresa a la célula familiar que ha planteado en el inicio. El padre que ha intentado asesinar a su esposa, no es un maltratador, lo que complica los análisis sobre su personalidad e incluso las explicaciones psiquiátricas no reconfortan: “Hay otra clase de explicaciones más funcionales que los diagnósticos psiquiátricos. Sirven para no sentirse solo, hacen que lo personal sea político, sociológico o teórico, y permiten despegarse de la pequeña historia propia. En casos de violencia adentro de un dormitorio, en que es un “él” quien porta la pistola, funciona la palabra patriarcado. Pero a veces las palabras gigantes, cuando son breves y reiterativas en la explicación, no bastan para comprender qué más hay en una trama, ni para cancelar un destino”. El padre, para toda la familia era un ser extraño, ni bueno ni malo, pero sí notaban que estaba desequilibrado por la manera en que les hablaba: “Su mejor amiga de infancia decía que el padre le pegaba a ella y a su mamá, sin embargo, él se sentaba en la cabecera y hablaba cosas que parecían de una importancia mayor. No se acuerda de lo que decía, pero cuando iba de visita a su casa sentía un pavor que no conocía. Ella, la niña, en su propia casa siempre tuvo miedo, pero todos lo tenían por igual, era absolutamente evidente que vivían bajo el yugo de alguien que no estaba bien; no había engaño”.

Como Chile estaba instaurada en el patriarcado y hasta 2004 no consiguió la ley de divorcio, la niña tuvo que ver muestras patriarcales tanto en el juez del caso de intento de asesinato, como en miembros de la familia y cercanos, que testificaban en contra de la madre. Incluso su madre, sus hermanos y ella, se sentían señalados: “Ella, la niña, en el colegio de la infancia experimentaba una vergüenza que no podía explicar del todo. Si antes era silenciosa, después del incidente prefería pasar desapercibida; era una forma de mantener una dignidad. Aún a finales de los ochenta tenía alguna importancia llevar un buen nombre del padre, y ella ya no era de buena familia. Chile fue el penúltimo país occidental en promulgar la ley de divorcio, recién en 2004”.

Caer es otro ensayo destacable. La caída ya remite a la expulsión del Jardín del Edén: “No hay paraíso, solo hay afuera de él. Y afuera, pese a todos nuestros inventos, hay un punto de soledad irremediable”. El propio nacimiento, determina Constanza, es una caída: “No se puede nacer de a poco. Se nace de un disparo. La caída siempre es traumática”. Para la ensayista, después de un acontecimiento, de un disparo, queda una ruina, que puede ser melancólica, la cual es un “duelo logrado” o activa, que es la que sufre la niña de la historia: “Estas ruinas son melancólicas porque otorgan una perspectiva del fin: estar en un acantilado y situarse a contemplar el abismo, pero en tierra firme. Mientras que la segunda clase, las ruinas activas, son como la experiencia de estar en ese mismo acantilado pero, en vez de olas, ves el mar recogido, y, antes que horizonte, ves residuos pudriéndose. Son ruinas calientes. Tumbas abiertas”.

Constanza aborda la temática de la memoria y el recuerdo del pasado, porque sobre él se toman decisiones, como inaugurar un monumento o celebrar un funeral. Y se pregunta qué conviene recordar y qué olvidar. En relación con los tiempos oscuros en Chile, es preciso recordar, porque hay una “justicia pendiente”: “Porque la dictadura chilena no sólo asesinó, sino que también se encargó de borrar las huellas”. Relacionado con la memoria, el olvido, que tiene función reparadora, pero como en el duelo, hay restos que nunca serán olvidados. Es necesario, según la autora, reflexionar sobre los acontecimientos adversos pasados sin negar los que desgraciadamente, podrían llegar: “Una memoria reflexiva quizá sea admitir que el mal vive junto al bien, y que ni siquiera las víctimas de un tiempo son ajenas al mal por venir; nadie está eximido”.

En Del satanismo al desengaño, Constanza expresa un resentimiento común hacia “la madre”, de ahí que muchos insultos la tengan como referencia: “El primer resentimiento es la madre, no ella, sino la que no es: la madre imposible, como la patria soñada del nacionalismo. Madre, puta, hija de puta, traicionera porque no ama a su cachorro, como el cachorro la demanda. Él succiona con fuerza, la muerde también, porque lo dulceamargo se amaodia. ¿No es la palabra puta el insulto por excelencia? Todo rencor podrá tener como modelo al primero”.

La autora siguiendo la teoría mimética de René Girard -teoría según la cual la esencia del deseo humano se caracteriza por una imitación paradójica y ambivalente, capaz de generar efectos de signo contrario-, reflexiona: “La violencia mimética es el momento del satanismo. Porque Satán, en el gran libro de psicología que es la Biblia, es quien genera la intriga y el falso testimonio. Se encarna en el instigador, el conspiracionista, el sapo; son los que inflaman el ambiente e indican quién será el próximo crucificado. Y por si lo olvidamos: Satán imita a las víctimas, utiliza el recurso de victimizarse. ¿No es este uno de los modos más peligrosos en que se buscan electores, oponiendo a unos contra otros?”. En conexión a esto, la ensayista advierte del peligro del contagio de la violencia en la masa: “De lo que debiésemos estar advertidos, y creo que la historia muestra que no lo estamos, es de que, aunque prometamos que nunca más, bajo la fuerza de la masa mimética es muy difícil resistirse”.

Luchar contra la injusticia equivale a tratar de ser objetivo, pero en función de las ideas, se torna complicado, como el caso del que habla Constanza en torno a la relación entre Sartre y Camus, produciéndose un distanciamiento cuando Sartre no fue crítico con los métodos represivos del estalinismo.

Se torna muy interesante el pequeño ensayo Amigas imaginarias: hijas (de malos). En él, Constanza expone dos casos. Yo tomo el primero, el caso de la hija del escritor José Donoso, llamada Pilar. Una vez fallecido su padre, Pilar quedó encargada de su legado y encontró unos cuadernos del escritor guardados en la Universidad de Princeton. Eran una especie de diarios. Se produce la disyuntiva de si publicarlos o no. Pero es que en esos diarios aparece la hija en un “proyecto de novela sobre una hija que encuentra los diarios del padre y al leerlos, se mata. Eso fue lo que, entre otras cosas encontró Pilar”. En ellos descubre, además, que era hija adoptada. Pilar escribió un ensayo sobre su padre (Correr el tupido velo, 2009), y sobre ella misma, en una búsqueda de su propia identidad, que le sirvió de exorcismo: “Para ella el problema de los diarios fue precisamente esa línea que separa la realidad de la ficción”. Nunca supo si ella era un personaje para su padre, y aún dándose el caso de que había perdido a su padre, este estaba omnipresente en ella: “Hay quienes padecen la falta de padre, pero Pilar sufría de una presencia invasiva, incluso después de su muerte”.

Pilar Donoso dedicó años a la escritura de su obra, la cual, tras su publicación, le trajo consecuencias muy adversas: “Pilar Donoso escribió un libro inmenso, doloroso, que de todas maneras le significó no solo el chismorreo, sino peor, el rechazo de su familia y un divorcio. “Este proceso me costó la soledad. Me separé, después de veinte años de buen matrimonio, y mis tres hijos se fueron con su padre”. Diez años más tarde, una nueva edición del libro fue recibida de manera diferente, reconociendo a Pilar como una escritora, aunque esta valoración no pudo ser disfrutada por ella debido a su suicidio en 2011.

Al hilo de lo anterior, subrayo esta meditación de Constanza: “Todos somos hijos de alguien, y todos heredamos historias, verdades a medio construir, silencios raros, líneas que faltan, también líneas excesivas, casi imposibles de digerir. De algún modo, cada hijo se encarga, lo sepa o no, de tener que elaborar una verdad”.

La obra prosigue en esta dirección, donde Constanza Michelson exhibe su agudeza al abordar una variedad de temas sensibles, pero necesarios de dar a conocer. Nadie más capacitado que ella para examinar las conductas humanas. Esta fusión de ideas y referencias enriquece su análisis, ofreciendo al lector una perspectiva amplia y profunda sobre los temas tratados. La habilidad de Michelson para conectar diferentes corrientes de pensamiento es un testimonio de su talento y erudición. Además, Constanza no presenta sus pensamientos de forma compleja; su estilo literario se caracteriza por su claridad. Se presenta un discurso narrativo que se amalgama con su estilo ensayístico, mientras se entrelazan las voces de múltiples autores, ensayistas y personalidades del arte, lo que nos ofrece propuestas altamente sugestivas para la exploración.

224 páginas

Fuente de imagen de Constanza Michelson: De Rodrigo Fernández – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0 ⬈

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