La novela transcurre entre la terminal del aeropuerto de Los Ángeles y el avión correspondiente, en su viaje a Buenos Aires.
El narrador, por ciertas pistas parece corresponderse, no sabemos hasta qué punto, con el autor. En su libreta va tomando notas para el libro que escribirá y que nosotros nos encontramos ya leyendo. En las notas establece una especie de monólogo interior donde refleja bajo su visión particular, las situaciones y personas que van a viajar en el mismo vuelo.
Aparentemente, el libro en su trama aparece desnudo. La habilidad del autor consiste en detallar todo cuanto ve en el presente, además de un inserto de hechos que transcurren en un pasado reciente, como la estancia que ha vivido junto a su hermana, afincada en Los Ángeles; o un pasado que se puede remontar en el tiempo hacia su infancia o juventud en el hogar familiar.
Radiografía lo que va percibiendo, los distintos pasajeros pasan por su tamiz. Particularmente interesante es la fijación en un hombre cuya edad es similar. Establece una vinculación imaginaria, donde interviene el plano erótico:
«Llega un hombre de unos treinta y pico, o cuarenta años; no debe ser mucho mayor o menor que yo. Tiene una camisa escocesa. Es pelirrojo…Su mirada se cruza con la mía, tiene ojos negros, el contacto visual se mantiene. Se mantiene un larguísimo segundo. Tengo una erección. Me la indica la presión en el vaquero. La erección es una respuesta rápida a una excitación de la que soy consciente recién después».
Los días en que suceden los detalles tienen lugar en Mayo. Como el personaje principal indica, mes poco habitual para vacaciones. Parece que es un viaje de ida y vuelta al equiparar a todos los pasajeros con los mismos días de asueto:
«Todos venimos de tener diez días de paseo en mayo, un mes que no es común para las vacaciones. Las gemelas tendrían que estar en la escuela, pero no están muy angustiadas por atrasarse con alguna materia. Cada uno debe su viaje al favor de algún tercero. En mi caso, se lo debo al favor de mi hermana».
Al incluir en su narración otras situaciones ocurridas en un tiempo anterior, enriquece el escritor la escritura; como sucede en la relación con su hermana y las descripciones agudas que de ella sugiere:
«Critica a los argentinos con argumentos norteamericanos, y de vez en cuando critica a los norteamericanos con argumentos argentinos. Tiene un buen trabajo, en las oficinas de una empresa de colchones; vive en una buena casa en Reno, una ciudad sobre un lago. Se descubre con la libertad de la mujer que tiene casa, profesión, ahorros, y que de golpe se ve sola».
Los juegos dialécticos que establece con ella son particularmente divertidos y plenos de ironía:
«Mi hermana hace ejercicios de imaginarse en otra situación muy distinta. A ver, dijo: imaginemos que vuelvo a tener un marido. Imaginemos que tengo muchos hijos, o al menos uno. Imaginemos que no tengo trabajo, ni casa, ni ahorros. Que soy mucho más vieja o mucho más joven, no sé, que tengo veinticinco, o sesenta y cinco. Que sos lesbiana, propuse. No retomó esa idea, eso no tenía ganas de imaginarlo. Que volverías a Argentina. Eso tampoco. En promedio estás muy bien así, la interrumpo, como cuando en alguna escuela tomo exámenes a estudiantes aburridores y me impaciento y digo basta, estás aprobado».
La visita a su hermana, además de un reencuentro proporcionará a ambos la posibilidad de visitar algunos lugares que el narrador irá recordando en la terminal y a lo largo del vuelo. En la visita al Gran Cañón del Colorado conectará con la imaginación de la infancia:
«Recuerdo que cuando era chico vi en el diario que en un cine del Centro proyectaban El Gran Cañón del Colorado; mi hermana había señalado ese nombre con el dedo, en la pequeñísima tipografía de la página, casi tan pequeña como la de los avisos clasificados… Más de treinta años después, hace justo una semana, mi hermana y yo estuvimos en Arizona, mirando el Gran Cañón del Colorado, en silencio. Un paisaje, en efecto, más bien colorado, sin vaqueros ni indios. No me acordé en ese momento de la película del Multicine anunciada en la cartelera».
Los hermanos, aún evidenciando el paso del tiempo siguen manteniendo la complicidad mantenida en la adolescencia. De paso salen a la luz algunos escritores, como guiños literarios del autor, en este caso, Reinaldo Arenas; por otra parte, la erótica tamiza el texto, como en buena parte de la narración:
«…entre nosotros mantenemos cierto tono que no cambió desde la adolescencia, de hecho ella vino a Estados Unidos cuando yo tenía unos dieciocho años, y nuestro lenguaje común creo que sigue siendo el de entonces. Mi hermana, en su modo de hablar, sigue siendo la muchacha bastante pudorosa que se fue de Buenos Aires a los veintipico. No me gusta el lenguaje sexual o las descripciones muy concretas en la literatura, me suena violento, prefiero lo sugerido, no lo explícito, me dijo el otro día cuando hojeó el libro mío de Reinaldo Arenas que llevo en la mochila, y se le vinieron encima oraciones en que la palabra verga y erección se repetían en una misma página, visibles como marcadas por un resaltador. Me dieron ganas de contradecirla: sugerir la erección y no indicarla es tan absurdo como sugerir que tapizaron un sillón o que se descompuso el aire acondicionado».
El narrador va intercalando lo que percibe en ese momento, con su encuentro con su hermana, del que recuerda conversaciones, muchas de las cuales conectan con su pasado en familia. En la conversación salen a relucir las relaciones de una vecina de entonces en la cincuentena. Hay una constatación amarga del paso de los años:
«¿Cuántos años tenía Irene en esa época? ¿Más de cincuenta? No mucho más, o tal vez menos, tenía el doble que el estudiante de ingeniería con el que empezó a salir, se preguntaba y se respondía mi hermana. Yo era mucho menor que ese chico, acoté; yo tendría dieciséis, y él unos veintitrés… ¿Vos saldrías con un chico de veinticinco?, le pregunté. Mi hermana mostró el impulso de contestar pero no lo hizo. ¿Y vos? ¿Saldrías con uno de veinte?, me preguntó ella a su vez. Las preguntas nos descorazonaron. A lo mejor porque nos recordaron que estamos más cerca de esa señora que veíamos tan mayor que de un estudiante de ingeniería. A lo mejor porque sentimos que hacemos preguntas tontas y que las respuestas también serían tontas».
Transcurrirá el vuelo del narrador entre ese presente tangible, su transformación mental sugerente, otros acontecimientos acaecidos y la irrupción del mundo de los sueños vinculados al erotismo.
El libro de Eduardo se lee plácidamente, como el confortable vuelo del avión donde viaja. Perpetra un híbrido, entre crónica y diario, no desdeñando la irrupción de la ficción. El presente da paso tanto a un pasado inmediato como a recuerdos que se remontan a los años de infancia y juventud. Hay un ejercicio de inventiva constante en el narrador/escritor, la imaginación de escenas y estados que hipotéticamente pudieran producirse, donde el juego erótico adquiere un papel relevante.
El viaje literario transcurre apacible como la sugerente música del compositor y músico británico, Jim Noir. Su último trabajo, A.M Jazz (After Hours EP), es de este mismo año:
Editorial: Blatt & Ríos, Edición 2015