El libro de Vila-Matas engloba en forma de diario los años comprendidos entre 2005 y 2008. No es un diario al uso donde se van detallando de forma cronológica todos y cada uno de los hechos que van aconteciendo en cada mes, tal como está configurada la estructura. Mas bien estamos ante una serie de hechos y reflexiones, que Enrique considera oportunos de remarcar y principalmente girando en torno a libros y autores literarios, donde el autor muestra sus preferencias y de forma valiosa nos provoca el interés por esos autores y esas lecturas.
El viaje está muy presente, nos habla de visitas a París, Nantes, Praga, Nueva York … En ocasiones esos viajes lo llevan a las ciudades de sus autores predilectos, como la Praga de Kafka, en una visión ácida del presente basado en el interés del marketing actual; de este modo, Enrique reflexiona:
“¿Qué pensaría Kafka si viera esto? Tan imaginativo como era, no pudo llegar ni a sospechar que se convertiría en una enseña turística de Praga formando parte de un horrendo, grotesco, gigantesco marketing. ¿Cuál era, por cierto, su relación con el dinero? Recuerdo el viaje de negocios que a principios de enero de 1911 realizara a las poblaciones de Friedland y Reichenberg, que darían lugar a muchas anotaciones en su diario. En una de sus notas de viaje cuenta que en Friedland, lugar muy aburrido, había una única diversión: el Kaiserpanorama (o paisaje del Emperador), que venía a ser un cilindro de madera de unos cinco metros de diámetro, a cuyo alrededor 25 espectadores se sentaban para admirar a través de unas ventanillas perspectivas exóticas o sucesos de actualidad. Poco podía imaginar Kafka, en ese viaje de negocios de 1911, que un día la ciudad de Praga se convertiría toda ella en un gigantesco Kafkapanorama.”
Vila-Matas mezcla de manera inteligente la ficción, el ensayo y la biografía en un libro que se lee de forma muy amena, a la par que nos lleva como un puente a otras lecturas necesarias.
Nada más comenzar el libro, Enrique está escuchando The Ronettes:
“Aquí estoy en mi cuarto habitual, donde me parece haber estado siempre. Como en tantas mañanas de mi vida, me encuentro en casa escribiendo. Suena, contundente, la música de Be My Baby, cantada por The Ronettes. Cuando tenía diecisiete años era mi canción favorita. De pronto, oigo perfectamente que alguien acaba de llegar en ascensor al rellano. Pero es extraño. Quien ha llegado no llama a ninguna de las cuatro puertas, ni se dispone a abrir ninguna de ellas. Es como si se hubiera quedado indeciso, aturdido o simplemente inmóvil ahí. Llevo tantos años en esta casa que controlo muy bien los sonidos que se producen cerca de mi puerta. Pasan casi dos minutos hasta que, exactamente cuando termina la canción, llaman a mi timbre. Abro. Veo a un hombre de parecida edad a la mía. Es el mensajero de una editorial y ha venido para entregarme un libro. Me lo da y le firmo en un papel. «Las Ronettes…», susurra melancólico el hombre. «Me ponen de buen humor», le comento sin mostrarme sorprendido —aunque lo estoy de que conozca a The Ronettes. Sonrío, me despido, cierro la puerta despacio, con la amabilidad acostumbrada. Me quedo escuchando detrás de la puerta y noto que el hombre no entra en el ascensor. Puede que haya vuelto a quedarse inmóvil en el rellano. Seguramente se ha quedado apoyado en una pared, roto, deshecho de nostalgia y hasta llorando, esperando a que vuelva a ponerle Be My Baby.”
En otro apunte, Vila-Matas entra a la Oficina de Correos de la calle Littré, en París y de música de ambiente se escucha a Billie Holliday:
“¿Y Sophie Calle? He aceptado su propuesta de escribirle una historia que ella luego tratará de vivir. Se lo he prometido en el Café de Flore. Y unas horas más tarde he vuelto a prometérselo, esta vez mentalmente, en medio de esa maravillosa oficina de Correos que hay en la rué Littré, esquina rué de Rennes: oficina de relajada atmósfera, potente calefacción, cordialidad, y hoy, encima, con Billie Holliday de portentosa música ambiental. Digan lo que digan, Francia es fantástica”.
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