Eugene Thacker: cartógrafo de la oscuridad.
Eugene Thacker (Toledo, Ohio, 1972) es filósofo, escritor, traductor y músico. Profesor en la New School for Social Research de Nueva York, se ha movido entre la filosofía continental, la teoría crítica, la estética y la literatura de terror. Su formación en estudios culturales y filosofía le ha permitido construir un pensamiento que rehúye las fronteras: en sus páginas conviven Schopenhauer y Lovecraft, Cioran y el cine de terror japonés, Pascal y el black metal.
Su obra se desarrolla en lo que él denomina “horror de la filosofía”, un ámbito donde el pensamiento se enfrenta a lo incomprensible. No se limita a ser un simple juego de referencias, sino que constituye un método: emplear el horror como una herramienta para explorar los límites de la razón. En este contexto, Thacker se alinea con el realismo especulativo y el nihilismo contemporáneo, aunque con una voz distintiva, caracterizada por el uso de aforismos y una prosa concisa.
Entre sus libros destacan Pesimismo cósmico (2015) y la trilogía El horror de la filosofía —En el polvo de este planeta (2011), Rutilante cadáver especulativo (2015) y Tentáculos más largos que la noche (2015)—, donde explora cómo el pensamiento se topa con lo impensable. Aquí, el horror trasciende el ámbito del género literario y se convierte en una categoría filosófica, ofreciendo una manera de reflexionar sobre lo que va más allá de nuestra capacidad de comprensión.
En 2018 publica Resignación infinita, un ensayo que funciona como breviario laico para tiempos de entusiasmo obligatorio. Su objetivo no es crear un sistema, sino evocar una atmósfera particular. Allí convoca a sus “santos patronos del pesimismo” —de Schopenhauer a Clarice Lispector— no para repetir sus ideas, sino para habitar su tono. Como señala Tomás Borovinsky en el prólogo, vivimos en “la peor mezcla posible de positividad y depresión”: una cultura que exige entusiasmo mientras se hunde en la disforia. Ante esta realidad, Thacker propone una reflexión profunda en lugar de una salida fácil.
Su influencia ha traspasado el ámbito académico. Nic Pizzolatto, creador de True Detective, lo cita como inspiración para el personaje de Rust Cohle, cuya visión del mundo —“el ser humano es un error trágico”— podría figurar en cualquier página suya. También ha sido reseñado en medios como The New York Times, The Guardian o Los Angeles Review of Books, que destacan su capacidad para combinar rigor filosófico y sensibilidad literaria.
Además de escribir, Thacker compone música en proyectos de dark ambient y noise, explorando el sonido como otra forma de pensamiento. Para él, el pesimismo no es una tesis que se defiende, sino un clima que se habita. Esa idea —que el pensamiento puede ser atmósfera— es la que recorre toda su obra y la que da sentido a este libro: pensar desde el polvo, el cadáver, el tentáculo.
“Resignación infinita”: pensar desde el borde del pensamiento
Resignación infinita trasciende la categoría de un simple libro, convirtiéndose en un mapa que orienta en un océano donde las guías tradicionales han perdido su eficacia. Eugene Thacker no impone un sistema estricto, sino que establece un límite: el instante en que el pensamiento se enfrenta a la realidad de que más allá de ese punto solo hay confusión. Desde esta óptica, reúne voces que han habitado en la incertidumbre sin buscar refugio, propiciando un diálogo entre negaciones, ironías y silencios. La obra crea un espacio que no busca cerrar debates, sino que invita a la reflexión, despojándose de la ilusión de la esperanza.
Sobre el pesimismo
Para Eugene Thacker, el pesimismo no se define como una doctrina o una conclusión, sino que se presenta como una atmósfera. Es un estado mental que surge cuando la razón ya no brinda consuelo y la fe pierde su capacidad de explicar. En lugar de buscar respuestas, el pesimismo anhela compañía; en lugar de ofrecer esperanza, se manifiesta como un estilo. Escribir sobre el pesimismo, según Thacker, es como transitar por un bosque en el que los senderos se desvanecen y el pensamiento pierde su rumbo.
❝ El pesimismo no defrauda porque nada promete ❞
En Resignación infinita, Thacker no construye un sistema, sino que lo desmantela. Ofrece una serie de intuiciones desde una perspectiva marginal, sin esperanza de redención. En este contexto, el acto de pensar se transforma en un signo de derrota consciente. El libro rinde homenaje a pensadores como Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche y Cioran, no para reiterar sus diagnósticos, sino para captar su tono: ese instante de calma en el que ya no hay nada que esperar.
Literatura como ruina
❝ El truco para leer a Dostoievski es comprender que los personajes son menos interesantes que sus desgracias ❞
Thacker no lee con el propósito de comprender, sino para presenciar el colapso. En la obra de Dostoievski, lo esencial no radica en el sufrimiento del alma, sino en el camino hacia la perdición. Abordar la lectura desde una perspectiva pesimista implica reconocer que la narrativa no lleva a ninguna conclusión, que el significado es inalcanzable y que lo único que persiste es la inquietud. Esta manera de leer transforma la novela en un testimonio de caídas, en lugar de una búsqueda de salvación.
Imágenes del fracaso
❝ Kierkegaard: la vida es una cuerda floja. Nietzsche: una cuerda de saltar. Kafka: una cuerda con la que uno tropieza. Schopenhauer: el nudo corredizo de una horca. Cioran: un nudo corredizo, pero atado de manera incorrecta ❞
Thacker, en cinco líneas, ofrece una genealogía del pensamiento que no busca definir la vida, sino transformarla en un artefacto frágil. Cada cuerda expone una relación única con el abismo, donde no hay afirmaciones, sino tropiezos. En esos tropiezos, el pensamiento se convierte en imagen, casi con un matiz de humor negro. La cuerda floja de Kierkegaard representa la fe y el vértigo; la de Kafka, la torpeza inevitable; y la de Cioran, un error incluso en su fatalidad.
La atmósfera
❝ Veo el vaso medio lleno, pero de veneno ❞
El pesimismo no se explica, se siente. Introduce una humildad en el pensamiento, no por nobleza, sino por cansancio. No existe un sistema, doctrina o salvación. Solo hay una claridad que reconoce su falta de salida. Thacker subraya que el pesimismo no es una creencia que se elige, sino un ambiente que se experimenta, similar a una humedad que permea todo lo que pensamos.
Paradoja y murmullo
❝ El pesimismo es insostenible como posición filosófica ❞
Y sin embargo, persiste. No como afirmación, sino como murmullo. Es más una acusación que una teoría. “Una filosofía que afirma que toda filosofía está destinada al fracaso: ¿no constituiría esto la paradoja específica del pesimismo?”, se pregunta. Pensar sabiendo que pensar fracasa: ese es el gesto. El pesimismo, para Thacker, es un eco que no se apaga, aunque nadie lo reclame.
Texturas y motores
❝ Hay tantas cosas posibles y tan pocas cosas necesarias ❞
Thacker distingue entre el pesimismo moral —“lo mejor es no haber nacido”— y el metafísico —“este es el peor de los mundos posibles”—, pero lo que le interesa no es la clasificación, sino el temblor que las atraviesa. El fastidio, “muy igualitario”, aparece como motor. No hay redención, ni siquiera en el suicidio: “El pesimista es incapaz del suicidio… suicidarse ya no vale la pena”.
El rigor de la futilidad
La escritura pesimista se alinea con lo breve: aforismo, parábola, diario, fragmento. No por sabiduría, sino por agotamiento. “El estilo como enfermedad”, decía Nietzsche. Aquí, la forma breve no nace del trabajo, sino de la fatiga, del dolor físico de seguir escribiendo. El pesimismo no busca estilo: lo padece. Thacker lo asume como un síntoma más de esa imposibilidad de sostener un discurso largo sin que se derrumbe sobre sí mismo.
Pesimismo como plegaria
❝ La respiración continua del mundo es aquello que oímos y denominamos silencio ❞
La mística aparece como reverso del pesimismo. No hay Dios, no hay esperanza, pero hay plegaria. Una plegaria sin destinatario, sin lenguaje, sin humanidad. Pensar sin sujeto, sin redención, sin consuelo. “Me gusta imaginar una filosofía sin maestría, sin sistema… solo escombros…”. En este punto, Thacker se acerca a Clarice Lispector o a ciertos místicos budistas: no se trata de negar, sino de disolver.
Pesimismo cotidiano
❝ Durante un tiempo disfruté del lujo de poder caminar hasta el trabajo… dependiendo de con quién me encontrara ❞
El pesimismo no siempre se anuncia con grandes frases. A veces se filtra en lo cotidiano, en el trayecto al trabajo, en el encuentro fortuito. Lo que debería ser un privilegio se convierte en incomodidad. No por el mundo, sino por los otros. Thacker convierte estas escenas mínimas en pruebas de que el malestar no es abstracto: se encarna en el roce, en la interrupción, en la mirada que incomoda.
Pesimismo budista
❝ Muchísimo antes de que Schopenhauer se pusiera de moda… los pensadores budistas entendían mejor el pesimismo ❞
En Nagarjuna, Thacker encuentra una forma de pensamiento que no se queja, sino que disuelve. El “néctar de la vacuidad” no es ausencia, sino plenitud sin forma. El pesimismo budista no se afirma: se desvanece. No hay voluntad, no hay sujeto, no hay mundo: solo vacuidad. Y en esa disolución, una serenidad que no necesita afirmarse.
Pesimismo como terapia
❝ Soy pesimista… salvo cuando escribo sobre pesimismo. Conseguí hacer del pesimismo una forma de terapia ❞
Escribir sobre el pesimismo no lo cura, pero lo vuelve habitable. No es solo hundimiento: es una forma de respirar en medio del derrumbe. Thacker reconoce que, paradójicamente, la escritura le permite sostener lo que, en teoría, es insostenible.
Genealogías dudosas
❝ Montaigne, Pascal, Leopardi… quizás estaban demasiado interesados en la vida. ¿No es esa la debilidad del pesimista? ❞
Incluso los autores que solemos agrupar bajo el signo del pesimismo pensaban desde la pasión. El pesimismo radical observa la vida como error o accidente: una forma de deserción. Thacker desconfía de las etiquetas y prefiere hablar de tonos, de gestos, más que de escuelas.
Optimismo como síntoma
❝ No hay síntoma más claro de pesimismo que una persona demasiado optimista ❞
El optimismo extremo no es esperanza: es negación. Para Thacker, quien necesita repetirse que todo irá bien probablemente ya sabe que no. El verdadero pesimista puede reconocerse por su sonrisa: una máscara que oculta la certeza de que no hay nada que esperar.
Pensar desde el fracaso
❝ Como filósofo, me interesan mucho más esos momentos en los que una filosofía fracasa ❞
Thacker no se interesa por sistemas, sino por las fisuras. Su atención se centra en el momento en que el pensamiento se quiebra, revelando el vacío que subyace a la estructura de las ideas. Cada filosofía enfrenta su propio colapso, y en ese fracaso surge una claridad que no requiere de un soporte.
La infancia como espejo
❝ Lo repulsivo de los niños… no es que aún no sean adultos, sino que ya lo son ❞
Queja, egoísmo, fragilidad: humanidad en bruto. No es que aún no sean adultos, es que ya lo son en lo peor. Y lo inquietante: no lo saben. Esa inconsciencia los salva, pero también los delata. El pesimismo no se origina en los fracasos de la adultez, sino en la comprensión de que la esencia humana ha estado presente desde el inicio.
Los escritores del No
La escritura aparece como un gesto que nace del malestar, no de la inspiración. Melville, Rimbaud, Rigaut, Rulfo: no abandonan por falta de talento, sino por exceso de lucidez. Escribir es soportar lo insoportable; dejar de escribir, la consecuencia inevitable. En todos ellos, la renuncia estaba ya en el origen.
El aforismo como residuo
❝ El aforismo no es sagrado, sino profano ❞
Nace del agotamiento: impaciencia, pereza, frustración. Cioran decía que se tiran, se descartan. No buscan durar, sino aliviar. El pesimismo se escribe para desecharse, y en ese gesto queda una joya mustia que brilla porque ya no sirve. El aforismo, para Thacker, es un suspiro que se anota antes de olvidarlo.
Guía Schopenhauer para la vida
❝ La pregunta no es si uno va a sufrir; la pregunta es si ese sufrimiento tendrá sentido ❞
No se trata de evitar el dolor, sino de pensarlo. El sufrimiento no se elige, pero puede medirse en coherencia con lo que se vive. Una dignidad sin esperanza, una ética sin promesa.
Ceremonia de llanto
❝ Cuando uno nace, llora. Cuando uno muere, lloran los demás ❞
La vida empieza y termina en llanto, pero nunca en el propio. El que nace llora sin saber por qué. El que muere no escucha el llanto que deja atrás. Thacker lo formula como una ceremonia sin sentido, donde el dolor se desplaza y se repite. El pesimismo no busca consuelo en ese ciclo: solo lo observa.
Constelación ampliada
El pesimismo no siempre llega de la mano de los filósofos. A veces entra por la literatura, por el teatro o por la imagen. En estos autores, el “no” se encarna en formas y ritmos: burocracias infinitas, monólogos que horadan, escenas sin salida, delirios que liberan por vía lateral. No ofrecen sistema; ofrecen clima.
Franz Kafka
❝ Hay esperanza, pero no para nosotros ❞
Topógrafo del extravío: trámites, pasillos, puertas que llevan a otras puertas. En Kafka no hay clímax, hay procedimientos. Thacker lo lee como el cartógrafo del no‑lugar donde el sentido se pierde por exceso de mundo. La máquina funciona, pero no para ti.
Sus personajes no fallan: son fallados. La derrota es silenciosa, sin espectáculo. La esperanza existe, sí, pero siempre en otra ventanilla. Por eso Kafka no consuela: orienta en el desamparo, como un plano que confirma que el laberinto es real.
Osamu Dazai
❝ El temor a los seres humanos ❞
En Indigno de ser humano, el cansancio es una forma de biografía: vergüenza, impostura, miedo como clima básico. Thacker rescata ese pesimismo encarnado que no discute ideas: describe el roce insoportable de existir entre otros.
Dazai no es trágico por grandilocuencia, sino por exactitud. La máscara social como única defensa, la caída como método. Su “no” no se eleva: se hunde donde duele, y allí respira.
Thomas Bernhard
❝ Monólogo como martillo ❞
Ritmo de la insistencia: frases largas, espirales de rencor que erosionan todo alrededor. Para Thacker, Bernhard muestra cómo la queja, repetida, se vuelve forma de vida y de estilo: una música hipnótica que desgasta hasta revelar el hueso.
No hay redención en su furia, hay higiene. Repetir para vaciar, exagerar para quitar peso. El pesimismo, aquí, es cadencia que sostiene a quien ya no puede sostenerse solo.
Samuel Beckett
❝ Fracasa otra vez, fracasa mejor ❞
Teatro de la inmovilidad: esperar, hablar, detenerse, repetir. Beckett normaliza el fracaso como medio de transporte. Thacker lo lee como pedagogía de la permanencia en el sinsentido: no avanzar también es un modo de seguir.
Su humor es seco, pero no cruel; su piedad, silenciosa. El mundo no mejora, pero el lenguaje aprende a vivir con lo que no cambia. Ahí aterriza su “no”.
Leonora Carrington
❝ Salidas laterales ❞
El delirio como fuga del orden que asfixia. Carrington no promete sentido: abre puertas. Thacker la convoca por su capacidad de romper el yo sin convertirlo en espectáculo de dolor; el surrealismo como respiradero, no como consigna.
El pesimismo, aquí, no protesta: abre una grieta por la que entra aire. No salva, pero permite pasar la noche.
Santos patronos del pesimismo
En Resignación infinita, Thacker convoca a una procesión de figuras que han pensado desde el borde. No las elige por sus sistemas filosóficos, sino por el gesto con el que han sabido decir “no”. Cada una encarna una forma distinta de habitar la lucidez sin esperanza. Algunos son inevitables; otros, presencias discretas pero igual de corrosivas.
Arthur Schopenhauer
❝ La vida oscila, como un péndulo, entre el dolor y el aburrimiento ❞
Arquitecto involuntario del pesimismo moderno, Schopenhauer describió la existencia como voluntad ciega que empuja sin finalidad hacia el sufrimiento. Thacker lo reivindica por la claridad anatómica de su diagnóstico: no sentimentaliza el dolor, lo disecciona. Esa frialdad clínica es, paradójicamente, lo que le da un extraño consuelo: no hay engaño posible.
Su ética de la compasión no nace de la esperanza, sino de la constatación de que todos compartimos la misma condena. Esto desactiva el heroísmo y habilita una convivencia de baja intensidad: menos épica, más cuidado. Thacker lo lee como un mapa sin salidas, útil no para escapar, sino para orientarse en el laberinto.
En su filosofía, la renuncia se concibe no como una derrota, sino como la única victoria viable: minimizar el daño, reducir la fricción y aceptar que la voluntad no se somete, sino que se calma. Por esta razón, se le considera un guía, ya que su enfoque no busca salvarte, sino enseñarte a no agravar la situación.
Søren Kierkegaard
❝ La vida es una cuerda floja ❞
Kierkegaard, un creyente del vértigo, no mitiga la angustia a través de la fe, sino que la acepta como un componente esencial de la existencia. Thacker lo menciona porque ilustra el delicado equilibrio entre lo que debería ser y la realidad. Su “salto” no garantiza un aterrizaje seguro; más bien, abraza la caída como una condición inherente a la vida.
Sus pseudónimos discuten entre sí como si la identidad fuese el primer fracaso. Ese teatro interior es una pedagogía de la fragilidad: pensar con las manos temblando. Thacker rescata esa multiplicidad como un modo de no aferrarse a una sola voz, de aceptar que el yo es un coro en disputa.
En la filosofía de Kierkegaard, la fe no se presenta como un refugio seguro, sino como una cuerda floja que se extiende sobre el abismo. El riesgo no se desvanece; más bien, se transforma en la esencia misma de la existencia. Esta tensión perpetua lo convierte en el símbolo de aquellos que, atrapados entre la creencia y la duda, no pueden renunciar a la fe, pero tampoco a la incertidumbre.
Friedrich Nietzsche
❝ Si miras largamente al abismo, el abismo mira dentro de ti ❞
Nietzsche no cabe en el pesimismo clásico, pero su diagnóstico del nihilismo es un faro oscuro. Thacker lo convoca no para repetir el “sí” a la vida, sino para recordar que ese “sí” nace del contacto con el vacío. No hay trascendencia: solo danza al borde del cráter.
Su humor cruel —martillo y carcajada— desmonta ídolos con una alegría que no oculta la intemperie. El eterno retorno no promete sentido; obliga a medir cuánto resistimos sin él. Thacker toma ese gesto como método: pensar es desmontar, y sobrevivir al desmontaje.
Nietzsche se erige como un guía al enseñarnos a contemplar el abismo sin esperar nada a cambio. Su filosofía no proporciona un refugio seguro, sino que ofrece una manera de transitar por la cuerda floja sin sucumbir a la parálisis. En su risa se entrelazan tanto el desafío como la aceptación.
E. M. Cioran
❝ Nacer fue un error ❞
Aforista del temblor, Cioran convierte la desesperación en estilo. Thacker lo valora por su precisión cruel y por su ética de la expulsión: los aforismos se tiran, no se veneran. Su escritura es bisturí y carcajada: corta sin anestesia, pero con un oído impecable para la música del desesperado que se ríe de sí mismo.
Su furia es una higiene: eliminar adornos, dejar el hueso. No busca convencer a nadie; abre una grieta por la que otros respiramos. Patrono de los que ya no preguntan por el sentido, solo por la respiración. En la obra de Cioran, la claridad mental se presenta no como un regalo, sino como una carga que se enfrenta con un toque de ironía.
Thacker lo incluye porque su obra es un recordatorio de que el pensamiento más honesto es el que no se aferra a nada, ni siquiera a sí mismo. Cioran escribe para vaciar, no para llenar.
Nicolas Chamfort
❝ El hombre ha nacido para vivir con la poca filosofía que pueda, y con la mucha estupidez que le sea necesaria ❞
Chamfort, moralista francés del siglo XVIII, destiló su desencanto en máximas y pensamientos breves que cortan como navajas. Thacker lo incluye por su capacidad de reducir la experiencia humana a una ironía seca, sin sentimentalismo ni consuelo. Sus aforismos no buscan elevar: buscan desnudar.
Es patrono porque su lucidez no se disfraza de profundidad solemne. Dice lo que ve, y lo que ve es una comedia amarga donde la inteligencia sirve más para reírse que para salvarse.
Joseph Joubert
❝ Soy un arpa eólica. Ningún viento me ha atravesado ❞
Joubert, más conocido por sus cuadernos que por libros publicados, cultivó una escritura íntima, hecha de observaciones y metáforas delicadas. Thacker rescata esta imagen del arpa eólica como emblema de una sensibilidad que espera un sentido que nunca llega.
Es patrono porque encarna el pesimismo silencioso: no el que grita, sino el que se deja llevar por la certeza de que el viento —la inspiración, el sentido— puede no soplar nunca.
Giacomo Leopardi
❝ Todo es el mal. No hay bien excepto en el no ser ❞
Poeta, filósofo y erudito italiano del siglo XIX, Leopardi es una de las voces más puras y radicales del pesimismo europeo. Su Zibaldone —un monumental cuaderno de notas— y sus Cantos destilan una visión del mundo en la que la naturaleza no es madre, sino fuerza indiferente, y el ser humano, un accidente condenado a sufrir. Thacker lo canoniza por su tristeza activa, que no pide consuelo ni redime el dolor en belleza complaciente.
En Leopardi, la lucidez no es un destello ocasional, sino una disciplina. Niega el optimismo sin convertir la negación en espectáculo: su prosa y su poesía son sobrias, casi científicas en su observación del sufrimiento. La naturaleza, para él, es una maquinaria ciega que produce vida solo para destruirla, y la conciencia humana es el instrumento que nos permite darnos cuenta de ello.
Thacker lo lee como un precursor de la lucidez contemporánea: sin dioses, sin progreso, sin redención. Su grandeza es negativa: no inventa un sentido donde no lo hay, no suaviza la verdad con metáforas piadosas. En sus versos, la melancolía se convierte en método, y el desencanto, en una forma de precisión intelectual.
Es patrono porque enseña a sostener la mirada sobre el vacío sin adornarlo. Su pesimismo no es desesperación histérica, sino constancia: la voluntad de no engañarse, incluso cuando la mentira sería más cómoda. En Leopardi, Thacker encuentra la rara virtud de la coherencia total entre pensamiento y vida.
Georg Christoph Lichtenberg
❝ Un libro es un espejo: si un mono se asoma, no puede esperar ver a un apóstol ❞
Ingeniero del destello, Lichtenberg corta la pretensión con cuchilla de afeitar. Sus aphorismen son bisturís que desmontan tratados enteros en una línea. Thacker lo elige por su economía despiadada: cada frase es un golpe seco contra la solemnidad filosófica.
Es patrono porque recuerda que el pensamiento no necesita volumen para tener peso. Dos frases bien afiladas pueden derribar una catedral de conceptos, dejando al descubierto el andamiaje vacío que la sostenía. Su ironía es quirúrgica: no busca humillar, sino devolver las cosas a su tamaño real.
Philipp Mainländer
❝ La vida es el camino hacia la nada, y la nada es el descanso eterno ❞
Autor de una cosmología de la caída, donde la creación es ya desintegración. Para él, el universo entero es un suicidio de Dios que se prolonga en cada instante. Thacker lo rescata por su radicalidad: no hay origen luminoso, solo un desplome inicial que continúa en cada forma de vida.
Su filosofía no es solo pesimista: es terminal. No hay ciclo, no hay retorno, solo un vector que apunta hacia la disolución. En Mainländer, la muerte no es un accidente, sino la meta inscrita en el propio ser. Esa visión extrema lo convierte en un caso único incluso dentro del pesimismo.
Es patrono porque lleva el pensamiento hasta el límite metafísico: no solo la vida, sino el ser mismo, está condenado. Y en esa condena, paradójicamente, encuentra la única forma de descanso posible.
Michel de Montaigne
❝ Que filosofar es aprender a morir ❞
En sus Ensayos, Montaigne convirtió la introspección en un arte y la duda en método. No buscaba verdades absolutas, sino examinarse a sí mismo como quien recorre una casa antigua, abriendo puertas que llevan a habitaciones olvidadas. Thacker lo incluye no por su escepticismo amable, sino por su aceptación de la finitud como núcleo de la vida: pensar es ensayar la despedida.
Su pesimismo no es el del grito o la denuncia, sino el de la lucidez tranquila. Montaigne sabe que la muerte no es un accidente, sino la condición de todo lo que vive. Por eso, filosofar no es escapar de ella, sino aprender a mirarla sin temblar demasiado. En este sentido, su obra es un manual de convivencia con lo inevitable.
Thacker lo lee como un patrono de la serenidad lúcida: alguien que no necesita adornar la vida con promesas para encontrarle sentido. Su escepticismo es hospitalario: admite la contradicción, la fragilidad, la ignorancia, y las convierte en parte de la experiencia. En Montaigne, el pesimismo se vuelve hábito de observación, no condena.
Es patrono porque recuerda que la filosofía no siempre tiene que ser un combate: a veces basta con sentarse a la mesa con la muerte, servirle vino y seguir conversando.
Blaise Pascal
❝ El corazón tiene razones que la razón no entiende ❞
Pascal es un fisurador del orgullo racional: un teólogo del abismo interior que reconoce la fragilidad de la razón frente al vértigo de la fe. Matemático y místico, inventor y moralista, su vida encarna la tensión entre el cálculo y el temblor. Thacker lo incluye porque su pensamiento vive en esa grieta: entre la certeza y la duda, entre la fe y el miedo.
En sus Pensées, Pascal no ofrece un sistema cerrado, sino fragmentos que son como fogonazos en la noche. Sabe que la razón puede llevarnos lejos, pero no hasta el final. Y que más allá de ese límite, lo que queda no es claridad, sino salto. Un salto que no garantiza nada, pero que es inevitable.
Su pesimismo es existencial: no niega a Dios, pero tampoco lo convierte en garantía. La condición humana, para Pascal, es la de un ser arrojado entre dos infinitos —el de lo grande y el de lo pequeño—, incapaz de abarcar ninguno. Thacker lo lee como un recordatorio de que el pensamiento más honesto es el que reconoce su impotencia.
Es patrono porque enseña que la lucidez no siempre ilumina: a veces solo revela la oscuridad que nos rodea, y nos invita a habitarla con humildad.
Miguel de Unamuno
❝ Me duele España ❞
Unamuno llevó el conflicto entre fe y razón al terreno de la carne y la patria. Thacker lo incluye por su capacidad de vivir en la contradicción sin resolverla: creyente que duda, racionalista que reza. Su “sentimiento trágico de la vida” es una forma de pesimismo que no se resigna, pero tampoco se engaña.
Es patrono porque su pensamiento es agónico: vive en la tensión, y en esa tensión encuentra su verdad. No busca la paz, sino la intensidad de una lucha que sabe perdida, pero que se niega a abandonar.
Conclusiones
Al concluir Resignación infinita, la experiencia no se asemeja a la exploración de un sistema filosófico, sino más bien a la inmersión en una atmósfera particular. Thacker no proporciona un itinerario claro, sino una serie de coordenadas dispersas que incluyen fragmentos, aforismos, escenas breves y genealogías incompletas. En este contexto, el pesimismo no se presenta como una doctrina o un lema, sino como una forma de atención, una manera de habitar el mundo con los ojos abiertos, incluso ante lo que resulta intolerable.
La estructura del libro —breve, discontinua, casi respiratoria— es coherente con su contenido. No hay capítulos que cierren, sino entradas que se interrumpen, como si el pensamiento mismo se fatigara. Esa fatiga no es un defecto: es el núcleo de la experiencia que Thacker quiere transmitir. Pensar hasta el límite implica aceptar que no siempre se puede seguir, que a veces lo único posible es anotar una frase y dejarla caer.
En este sentido, la galería de santos patronos funciona como un espejo múltiple. No se trata de imitar a Schopenhauer, Kierkegaard o Leopardi, sino de reconocer en ellos gestos que pueden acompañarnos: la renuncia lúcida, la fe que duda, la melancolía disciplinada. Cada figura es una variación sobre el mismo acorde: la vida como error, como accidente, como tránsito sin meta. Y, sin embargo, en esa repetición hay matices que impiden que el pesimismo se vuelva monótono.
Thacker no busca convencer al lector de que adopte una postura pesimista. Más bien, le propone un ejercicio: mirar de frente lo que normalmente se evita. No para regodearse en la oscuridad, sino para desactivar la maquinaria de autoengaño que sostiene gran parte de nuestra vida cotidiana. El pesimismo, así entendido, no es un callejón sin salida, sino un espacio despejado de falsas promesas, donde quizá sea posible respirar de otro modo.
La lectura deja un poso ambiguo. Por un lado, la constatación de que no hay salvación; por otro, la extraña calma que produce dejar de buscarla. En esa calma, el mundo sigue siendo inhóspito, pero ya no exige que lo redimamos. Tal vez ahí resida la “resignación infinita” del título: no en la derrota, sino en la aceptación radical de que no hay nada que ganar ni que perder, y que, aun así, seguimos aquí, escribiendo, leyendo, pensando.
En última instancia, el libro de Thacker es menos un tratado sobre el pesimismo que una invitación a habitarlo. No como ideología, sino como clima interior. Un clima que, lejos de anularnos, puede afinar nuestra percepción, volvernos más atentos a lo que importa precisamente porque sabemos que no durará. Y en esa atención, aunque Thacker no lo diga, hay una forma de cuidado: hacia las cosas, hacia los otros, hacia uno mismo. Un cuidado sin esperanza, pero no por ello menos real.
Epílogo
Todo lo anterior se puede condensar en un simple acto: abrir los ojos y mantenerlos así, a pesar de la incomodidad de lo que se percibe. No hay lecciones que aprender, ni redenciones que esperar, ni finales que se vislumbren. Solo queda la certeza de que el mundo continuará su andar, ajeno a nuestras aspiraciones y temores. Sin embargo, aquí estamos: respirando, escribiendo, leyendo. Quizás eso sea suficiente. Quizás eso sea lo único que necesitamos.
Todo lo demás es ruido.
“Resignación Infinita” Eugene Thacker
Ediciones Interferencias, un sello de Adriana Hidalgo editores. Editado en España el 15 de Septiembre de 2025
Hasta aquí la lectura de este ensayo.
Un mapa de ideas, obsesiones y miradas que dialogan con otras voces.
Si te interesa seguir explorando el género, puedes sumergirte en otras reseñas de ensayos
publicadas en Querido Bartleby —cada una con su propio pulso y territorio:
▶️ César Aira: Ideas diversas
▶️ Jacques Brosse: La alegría del momento
▶️ Constanza Michelson: Nostalgia del desastre
▶️ Rafael Manrique: Locura y literatura
▶️ Ariana Harwicz: El ruido de una época
▶️ María Negroni: El corazón del daño
▶️ Julien Gracq: Nudos de vida
*Ensayos que, desde distintas orillas, interrogan el mundo y sus grietas.*



