Aida dos Santos nació en 1992 en el Algarve, Portugal, donde pasó su infancia. Posteriormente, sus padres emigraron a Moratalaz, en Madrid, donde completó sus estudios de secundaria y universitarios. Desde hace diez años reside en Carabanchel. Es licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid, además de ser técnica en investigación social aplicada y analista de datos. Ha sido galardonada en dos ocasiones con el Premio CEDEJEM por sus ensayos sobre Europa y colabora con diversos medios de comunicación.
El proyecto Hijas del hormigón se inició en 2021 con la creación de un formulario dirigido a mujeres que se identificaran con esta temática. Aida ha recopilado más de 700 cuestionarios y ha realizado viajes a las periferias de diversas ciudades españolas, donde ha entrevistado a más de cien mujeres, culminando en el libro con el mismo título del proyecto.
Aida presenta una introducción que aborda consideraciones generales, con el objetivo de ofrecer al lector una visión clara sobre la problemática que enfrentan las mujeres en las áreas periféricas y de extrarradio.
Para comprender adecuadamente la perspectiva de la autora sobre el extrarradio y la periferia, dos conceptos clave en su análisis, es esencial tener en cuenta sus propias explicaciones:
“Hablar de extrarradio y de periferia significa hablar de clase obrera, de barrios humildes, bloques de ladrillo y hormigón, toldos verdes comidos por el sol, pisos sin ascensor y un porcentaje considerable de población migrante en edad de trabajar. Aunque se conocen como barrios de clase trabajadora, los habitan las personas sin empleo que se arriesgan a perder una muela por no poder empastarla”.
Aida busca, a través de su ensayo, proporcionar herramientas a las mujeres trabajadoras de la periferia para que enfrenten de manera más efectiva la discriminación que sufren. Al comprender las dificultades que comparten, se genera un sentido de solidaridad entre ellas.
La dificultad que enfrentaban las mujeres de generaciones pasadas radicaba en su falta de expresión sobre el malestar que experimentaban. En contraste, las mujeres más jóvenes han adoptado un enfoque diferente, ya que tienden a manifestar abiertamente sus problemas y desafíos.
Aida enfatiza que la memoria no implica que lo narrado por las mujeres refleje con precisión lo que realmente sucedió, ya que está influenciada por el contexto en el que se lleva a cabo el proceso de recuperación.
La autora, en primer lugar, trata de delimitar la definición de clase trabajadora. Aporta varias definiciones, como por ejemplo:
“De acuerdo con E. P. Thompson, «la clase cobra existencia cuando algunos hombres, como resultado de sus experiencias comunes —heredadas o compartidas—, sienten y articulan la identidad de sus intereses comunes frente a ellos mismos y frente a otros hombres cuyos intereses son distintos —y habitualmente opuestos— a los suyos». En el volumen LA FORMACIÓN DE LA CLASE OBRERA EN INGLATERRA, el historiador británico considera que «la clase» es un fenómeno histórico, tanto por experiencia como por conciencia, iniciado en el siglo XVIII”.
En el contexto que Aida trabaja, es decir, el primer cuarto del siglo XXI: “a las mujeres de la clase trabajadora empobrecida de la periferia no nos interpela tanto ser proletarias como estar precarizadas”.
Se tiende a salir de la clase pobre en las encuestas oficiales. En este sentido, es curiosa la realizada por el CIS entre 1991 y 2017, donde la mayoría de los encuestados se identificó con una clase social superior, siendo la clase media la opción más elegida:
“Entre 1992 y 2017, la clase social subjetiva se identificó en el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) a partir de la pregunta: ¿A qué clase social diría usted que pertenece? Entre las cinco opciones de respuesta, la clase media es la categoría más repetida durante toda la serie, con una brecha muy importante entre los que se identificaban como tal y los que defendían estar por debajo. La realidad es que la presentación de la jerarquía en el CIS sesga los resultados, puesto que ser de clase trabajadora o pobre supone tener algo de sometidas, y las personas encuestadas tienden a rehuir las posiciones subalternas. Nadie quiere ser pobre, todos miran hacia otro lado, aunque TU PRECARIEDAD sea CADA DÍA LA DE MÁS GENTE, como afirma Patricia Castro”.
Para Aida, el aspecto más significativo que han logrado las entrevistadas en su proyecto es la capacidad de autoubicación y la identificación con su situación actual, sin intentar rechazarla:
“Renegamos de nuestra identidad como clase trabajadora porque aspiramos a que nos traten como si fuésemos clase media, deseamos esquivar los chistes y los vetos clasistas que nos humillan y obstaculizan nuestro desarrollo. Una forma de desprendernos de esa losa es a partir de emular el habitus de la clase media a través del consumo, tal y como señala el pensador Iñaki Domínguez en SOCIOLOGÍA DEL MODERNEO”.
Desde hace tiempo se ha argumentado que la educación y la universidad son esenciales para acceder a un empleo. Sin embargo, las dificultades que enfrentan las mujeres de las zonas periféricas han sido insuficientemente tratadas. Estas mujeres se ven obligadas a trabajar mientras intentan compaginar sus estudios, lo que complica aún más su situación laboral y académica:
“Para las hijas del hormigón estudiar en la universidad ha sido una meta que hemos cruzado cada mañana, pero también ha supuesto volver cada tarde a la casilla de salida: poner copas, doblar camisetas, atender llamadas o clasificar cerezas para pagarse el piso, la matrícula, el abono transporte y las fotocopias. Prácticamente todas las entrevistadas han simultaneado trabajo y estudios becados”.
La autora del ensayo identifica como una de las principales adversidades la meritocracia que predomina en la sociedad actual:
“No necesitamos más meritocracia en sociedades desiguales, porque se machaca a quien no llega. Los datos de LA BRECHA DE ORIGEN SOCIAL EN LOS RESULTADOS DEL MERCADO LABORAL demuestran que quienes provienen de familias acomodadas obtienen mejores trabajos y mayores ingresos, aún con el mismo nivel de estudios y similares calificaciones, que sus colegas de familias empobrecidas”.
La ensayista reconoce los avances tecnológicos que se han logrado en comparación con generaciones anteriores; sin embargo, esto no se traduce en un aumento salarial que refleje dichos progresos:
“La democratización del ocio y los servicios con los que las generaciones anteriores no podían ni soñar se ha producido a través de una transformación digital sin precedentes, pero también mediante una precarización de los salarios”.
A pesar de los avances logrados, los retrocesos en el poder adquisitivo han dificultado que los jóvenes puedan acceder a una vivienda, debido a las elevadas hipotecas. Esto ha llevado a las nuevas generaciones a cuestionarse si: “¿Viviremos peor que nuestros padres? Dependerá mucho de quienes hayan sido nuestros padres. Lo que sí podemos afirmar es que viviremos mejor que nuestras madres”. Sin embargo, tal como se desprende de las palabras de Aida, es innegable que las jóvenes de hoy disfrutan de mayores derechos que sus madres, lo que les permite tener una vida mejor en comparación con la de sus antecesoras.
Los mismo ocurre con la igualdad de género, a pesar de los avances, sigue habiendo desigualdades:
“El dogma de la meritocracia convive con la creencia en la igualdad de género. Ambas son un subproducto de la mercadotecnia neoliberal: trabajar duro y quererlo realmente. Se omite que el estigma, los estereotipos y los prejuicios determinan nuestras oportunidades”.
Concluye Aida las consideraciones iniciales con la experiencias de terror y violencia sufridas por las mujeres. La autora señala que las entrevistadas que han enfrentado violencia machista a menudo mencionan la noción de suerte en sus relatos.: “a la mala por haber coincidido con agresores, y a la buena por haber logrado esquivar un peligro mayor del padecido”. Continúa Aida con el testimonio de una entrevistada: “En palabras de una entrevistada: «Me sentí identificada con el proyecto porque casi todas las mujeres en algún momento de su vida han sufrido algún tipo de acoso, ya sea verbal o físico. Entonces, me parece que, desgraciadamente, lo raro sería no sentirse identificada. Gracias a Dios las situaciones que yo he podido pasar no son realmente duras, pero me ha removido la rabia de haber consentido cosas que te callas por miedo a que te hagan algo más. Porque a veces vas tú sola, y ante un grupillo de chavales, a ver quién se atreve a decir algo»”.
La violencia de género se manifiesta frecuentemente en las redes sociales, pero también se presenta en entornos asociados a la izquierda, como lo señala Aida en los testimonios de algunas entrevistadas:
“No habrá absolutamente ningún sitio seguro mientras la socialización sea patriarcal y machista. Los cursos sobre nuevas masculinidades, los posts en redes sociales, los bloques mixtos en las manifestaciones, les sirven a muchos hombres para presumir de haberte seguido, leído, compartido, pero eso no garantiza que no vayan a ejercer violencia sobre ti o sobre cualquier otra mujer. Por ello, también en estas páginas encontraremos vivencias que demuestran que ni siquiera los ámbitos de militancia política, también en la izquierda, son un lugar libre de abusos ni de agresiones sexuales. No hay refugios a salvo de una violencia que, como una entrevistada asumió al comienzo de este epígrafe, es lo normal, también dentro de casa”.
El cuerpo principal del libro lo ocupan una serie de apartados con sus correspondientes subapartados, como son el urbanismo, el trabajo, el activismo, la educación, la sanidad, el deporte, las representaciones y las interseccionalidades.
En cuanto al Urbanismo, Aida recalca el reconocimiento a las mujeres que quedaron en los pueblos para que las siguientes generaciones pudieran continuar sus estudios: “Eran y son las mujeres las responsables de que aún haya un pueblo al que ir”.
Esa migración a las ciudades fue traumática, al disgregar las familias:
“La expansión urbana de nuestro país se sustentó en una migración traumática que esparció a las familias y provocó un desarraigo generacional, los abuelos se quedaron en la aldea, los padres en el pueblo, y los nenos en la ciudad, por lo que muchas fuimos criadas desprovistas de una red familiar que sostuviera a nuestras madres”.
Las ciudades se han consolidado como el principal destino, ofreciendo una amplia gama de oportunidades que van desde el empleo hasta el entretenimiento, aunque esto conlleva un alto precio a pagar:
“La realidad para muchísimas personas es que vivir en una ciudad es una trampa. Una trampa de la que cada vez parece más difícil salir porque conforme dedicamos más dinero a permanecer dentro, se encarece el billete de vuelta […] Las ideas políticas de la industrialización han diseñado ciudades orientadas a la productividad. En el espacio público, se le ha dado preferencia a los sujetos empleados en la actividad económica, los hombres, que se desplazan en coche desde su casa hasta la fábrica.
Aida aborda la problemática de la prostitución entre mujeres que provienen de contextos de pobreza o de la emigración en busca de mejores oportunidades. Este fenómeno social refleja las desigualdades económicas y las limitaciones que enfrentan estas mujeres en su vida cotidiana:
“La industria de la prostitución se nutre de la pobreza, de la discriminación y de la exclusión social derivadas de la Ley de Extranjería”.
Una de las críticas de la autora se centra en el fenómeno de la gentrificación en los barrios populares, que resulta en el desplazamiento de sus residentes hacia áreas más empobrecidas:
“La idea de que sea generalmente popular o deteriorada es la clave para que los poderes públicos se vean legitimados para abrir paso a los buldóceres de los fondos de capital riesgo. Les basta con que el barrio sea popular, es decir, que esté habitado por clases trabajadoras, no necesitan avalar que realmente sea una zona deteriorada. Simplemente les molesta que haya restaurantes de menú del día donde bien podrían abrir las franquicias gourmet de moda”.
Parece haber un acuerdo general en la preferencia por residir en las afueras en lugar de en la periferia, como indica Aida, ya que estas últimas suelen ser identificadas como áreas de escasos recursos.
“Las afueras es lo que cada una quiere que sea. Es algo aspiracional, es un estado de gracia. Si todas las periferias se parecen, si todas aquellas que somos de barrio nos sentimos más en casa en la periferia de cualquier otra ciudad que en el centro turistificado de la nuestra, no es menor la homogeneidad entre las afueras […] El desmantelamiento de viviendas precarias es la más gráfica violencia inmobiliaria. Pero, en paralelo, durante semanas, durante meses, durante años, se prepara una legislación que lo permite y una opinión pública que lo consiente”.
Nuestra ensayista destaca que las mujeres de clase trabajadora dependen del transporte público para acceder a sus derechos fundamentales, lo que las coloca en situaciones de vulnerabilidad. Esta dependencia no solo las expone a riesgos significativos, como la amenaza de depredadores sexuales en las cercanías de las estaciones, sino que también enfrentan una serie de dificultades adicionales que complican aún más su situación:
“¿Cuántos trabajos perdemos por no poder llegar a tiempo a la entrevista? ¿Cuántas mañanas tenemos que colarnos en el transporte? ¿Cuántas mujeres forman parte de la población inactiva o del desempleo feminizado de este país por no tener cómo desplazarse diariamente al trabajo? ¿Y por no tener quien cuide de quien ellas cuidan? ¿Cuántas rechazamos los turnos rotativos para no volver demasiado tarde? Habitar la ciudad debe ser algo más que ir de casa al trabajo y del trabajo a casa con prisas, con miedo. Pero lleva mucho tiempo siendo simplemente eso para muchas”.
La emancipación de la vivienda familiar resulta complicada, a menos que se cuente con una relación de pareja que aporte un sueldo más a los ingresos al hogar, lo que facilita la cobertura de los gastos:
“La única manera de emanciparnos de la vivienda familiar y no compartir piso sin que medie una herencia es la pareja: sumar dos sueldos, dos ahorros, dos familias que ayuden con la entrada o con el mes corriente, en caso de alquiler, y con los gastos. Aunque nos acusen de INTENSAS cuando lo advertimos, no deja de ser cierto que nuestro sistema inmobiliario es el mejor aliado del modelo más clásico de monogamia. Aquel eslogan franquista del país de propietarios, no de proletarios, jamás incluyó a las mujeres como dueñas de sus viviendas. Ellas, y nosotras, seguimos siendo profundamente proletarias, dependientes. Aun habiendo accedido al trabajo remunerado, incluso a algún puesto muy bien remunerado, ninguna mujer ha logrado emanciparse por completo de la dominación masculina y, por ende, de su máxima expresión: la violencia de género”.
La actividad masculina ha predominado en el ámbito laboral, relegando a las mujeres a las tareas del hogar. Aunque se observan cambios graduales en esta dinámica, como señala Aida, aún queda un largo camino por recorrer para lograr una verdadera equidad de género en el trabajo:
“Nosotras aún no hemos conquistado plenamente el mercado laboral, pero al menos desempeñamos tareas en sectores que nos estaban vetados, en los que hace tan sólo unas décadas jamás hubiésemos sido entrevistadas. La igualdad no es un sprint, es una carrera de relevos en la que, generación tras generación, tenemos la oportunidad de consolidar derechos para ampliar nuestra autonomía. Aun así, no podemos dar por sentado que no se vaya a retroceder en los avances que tantas vidas han costado. Las mujeres de clase trabajadora primero nos reivindicamos como sujetos de derecho más allá de las obligaciones familiares, después exigimos el reconocimiento de nuestro trabajo y una remuneración justa, y en la actualidad nos rebelamos contra la hiperproductividad que niega nuestra dignidad más allá del éxito profesional.”.
Además de las barreras que limitan el acceso de las mujeres a ciertos puestos laborales, también enfrentan el desafío de la maternidad y las condiciones geográficas de su lugar de residencia:
“Además de interrogarnos sobre si queremos o tenemos hijos, se nos pregunta por el barrio en el que vivimos. Ante cualquier reclamación que hagamos, la respuesta es similar: querían informarnos de las políticas de conciliación, o se han interesado por nuestra zona para ofrecernos cheques gasolina o transporte. La desigualdad en la relación laboral es palpable desde el primer momento. Si acudes a una entrevista de trabajo, no puedes llegar tarde, pero los empleadores sí pueden convocar a la misma hora a distintas personas aun sabiendo que eso hará que unas pierdan más tiempo que otras con el currículum en la mano”.
Aún persiste una disparidad en la remuneración entre hombres y mujeres que ocupan los mismos cargos laborales:
“De lo que no se habla se desconoce todo, por lo que pocas mujeres son conscientes de cuánto cobran ellas en relación con sus compañeros. A pesar de ello, en las auditorías retributivas que hemos realizado en Red Talento Consultoras (RTC), pocas empresas cumplen la igualdad salarial. El informe realizado por la consultora PWC para la CEOE cuantificó que en España la brecha salarial ajustada es del 12,2 por ciento”.
La conciliación laboral de las parejas con hijos implica la asunción de las responsabilidades paternas:
“La conciliación o la corresponsabilidad no se puede conjugar cuando los padres pasan más tiempo fuera de casa que con su familia”.
El ascenso profesional en el ámbito laboral se percibe como algo natural para los hombres, mientras que para las mujeres esta percepción es diferente. Aida presenta el testimonio de una mujer cuya promoción en su trabajo generó controversia, evidenciando las desigualdades que aún persisten en el entorno laboral:
“Nuestra promoción profesional es cuestionada y censurada; nuestros méritos, invisibilizados hasta el punto del ensañamiento y la humillación: «Cuando me ascendieron, yo tenía muy buena relación con mi jefe, un tipo que estaba de muy buen ver. Él se había acostado con media compañía, pero conmigo siempre tuvo mucha relación de amistad, nada más. Le llegué a decir a mis amigas que, si les iban con el cuento, debían saber que no, que nunca me lo había propuesto, que yo nunca había tenido ni la oportunidad de decirle que no. Me lo quise tomar a cachondeo, porque la verdad es que daban por sentado que cuando una mujer triunfaba era porque se había liado con su jefe». No nos queda otra que tomarnos todo esto a risa, organizar la rabia sin dejar de defender la alegría, porque no tardarán en decirnos que sólo era una broma cuando dejemos de reírles los chistes”.
La violencia hacia las mujeres, originada por la desigualdad de género, genera en ellas un profundo sentimiento de culpa:
“Al igual que en cualquier otro contexto, ante la más mínima advertencia de peligro domina el miedo y pensamos en cómo evitar que se produzca el hostigamiento. Pero, sobre todo, entre nosotras se instala la culpa. Nos enfrentamos al acoso sexual por abandonar el hogar, por transitar de casa al trabajo, por ejercer una profesión contradiciendo el mandato de permanecer al cuidado de la familia…”.
El “techo de cristal” también ocurre en partidos políticos y sindicatos, incluso de izquierdas. Aida ofrece el testimonio de una mujer entrevistada:
“Casi todas las que participan en algún partido, sindicato o entidad acaban con la misma sensación que tiene Gloria, quien a sus 26 años ya sufrió el techo de cristal al querer tener un papel político más allá de su barrio en Córdoba: «El papel de la mujer está supeditado a labores de organización y secretarías. Apenas ocupamos espacios de poder y representación más allá de los altos cargos del partido y parlamentarias que van por cuota. En la ciudad, apenas estamos en la cabeza de los distritos, y las que lo son lo consiguen con el beneplácito de los hombres. Pasa un congreso y, claro, lo gana un hombre, y para estar en la ejecutiva dependes de su aprobación. Se sigue invisibilizando y discriminando a quienes, por nosotras mismas, damos un paso adelante sin tener a un varón que nos abra paso”.
El acceso a becas educativas ha facilitado la inclusión de jóvenes provenientes de clases trabajadoras en el sistema educativo:
“Las becas permiten que las hijas del hormigón accedamos a los estudios superiores, ya sean universitarios o de grado. La incorporación a la universidad de las clases populares ha generado un descenso de la calidad. Por supuesto que se nota cuando ya no sólo acceden al título aquellos que veraneaban en Irlanda o han podido esquiar un puente de mayo en los Alpes. Ahora están haciendo los mismos exámenes quienes tienen una biblioteca de primeras ediciones encuadernadas en piel en casa y quienes se refugiaron, como Esther, en la biblioteca del pueblo. Ahora que ocupamos espacios reservados sólo para las élites, que las vemos en su día a día, nos sentamos a su lado en el pupitre y escuchamos las preguntas que hacen cuando levantan la mano, se nos ha caído el mito: tan listas no son. Que tengamos acceso a sus calificaciones en el corcho del pasillo es algo que les da una vergüenza tremenda. Justamente esa vulgaridad que han estado escondiendo siempre, está a la vista de quienes tenemos menos. Ese aluvión no tiene pausa. A pesar de las grandes crisis de los noventa y de 2008, prácticamente la mitad de la juventud menor de 35 años tiene estudios superiores”.
Las dificultades económicas llevan a muchas jóvenes de clase trabajadora a optar por la realización de módulos:
“Las dificultades económicas de nuestras familias, como la de Mariña o la de África, nos encaminan hacia la formación profesional. A la hora de plantearse los estudios superiores, África comenta que «opté, optamos por hacer un módulo, primero fotografía y luego realización, porque mis padres no tenían dinero para pagarme la uni. Por mi escuela pasan los modernitos, y también la gente que no tiene recursos para hacer una carrera o que tiene muy claro que quiere hacer una FP». La desigualdad se notaba en las cámaras a las que podían acceder unas y otras, es decir, en los recursos y materiales con los que podían contar para poner en marcha su talento. «Igual yo llevaba una 500D, que es una cámara un poco cochambrosa, y otros compañeros ya tenían su 6D, que cuesta un cojón y medio». La diferencia era más obvia si atendíamos al género: «Éramos muy pocas mujeres, la mayor parte del tiempo me sentía la única chica».”.
A pesar de haber logrado acceder a la educación superior gracias a becas, la joven experimenta una intensa culpa por no poder seguir brindando apoyo económico a sus padres, lo que la lleva a enfrentar sus constantes reproches. Aida comparte la amarga experiencia de una joven:
“Tenemos que dar las gracias por las becas y además demostrar que las hemos aprovechado y que volvemos bilingües. No fue el caso de Gema, y la frustración que siente es continua: «Te diría que es algo más, que es ira. En la universidad yo no me podía permitir ni la escuela oficial de idiomas, ni la de la universidad y, además, trabajaba. Cada vez que en mi familia sale el tema del esfuerzo económico que supuso que yo no trabajase un verano porque me fui a Estados Unidos de beca, pierdo los papeles. El esfuerzo fue mío, dormía con otras siete personas en literas y sólo comía sándwiches porque fui con el dinero justo para pagar la academia. No tenía ni para billetes de metro».”.
Aida menciona que muchas de las entrevistadas compartieron experiencias de acoso y violencia escolar que vivieron durante su pubertad.
“La estigmatización de nuestra pubertad provoca que se culpabilice a nuestras hormonas, a nuestra sensualidad y a nuestro erotismo de cualquier bajón en el rendimiento académico. Nadie parece preocuparse de si nuestra hipersexualización es una llamada de atención, si tenemos problemas en casa o si estamos siendo víctimas de violencias. Nadie augura que el niño que presume de matarse a pajas y consumir porno acabe en la prostitución o provenga de una familia desestructurada; a las que la vida nos irá mal si enseñamos las tetas sólo es a nosotras. Somos niñas de la periferia, estamos al margen de la civilización, nadie espera que la warra de la clase se saque una carrera”.
Son sólo algunos temas, problemáticas y testimonios de entrevistadas. Aida ha elaborado un ensayo extenso y denso que aborda una gran variedad de temas y problemáticas, así como testimonios de las entrevistadas. Su trabajo es diversificado e intenso, lo que refleja una profunda investigación y un análisis cuidadoso de las cuestiones tratadas. A pesar de la complejidad de los temas, el ensayo está muy bien estructurado y presenta sus ideas de manera clara y coherente. Su estructura es notable, ya que no presenta las entrevistas de manera aislada, sino que las integra de forma fluida a medida que desarrolla los distintos apartados de su análisis, aportando así veracidad a las reflexiones. La estructura del libro permite que cada sección sea explorada de manera independiente, lo que resulta muy conveniente. Esto significa que los lectores tienen la libertad de seleccionar el capítulo que más les atraiga y explorarlo en profundidad sin necesidad de seguir un orden predeterminado. Sin embargo, se recomienda que continúen leyendo los demás apartados en el futuro, ya que cada uno de ellos aporta un valor significativo al contenido general.
Este texto se erige como un acto de valentía, dirigido principalmente a las mujeres que enfrentan situaciones similares, pero también resulta valioso para los hombres, quienes pueden tomar conciencia de los hechos que han ocurrido y que, lamentablemente, continúan sucediendo. Afortunadamente, hay una creciente sensibilización sobre las cuestiones sociales y las violencias que afectan a las mujeres, especialmente a aquellas que residen en áreas periféricas. Este ensayo tiene como objetivo sensibilizar y profundizar en la comprensión de las dificultades que enfrentan muchas mujeres trabajadoras en la sociedad contemporánea.