HayAlguienAhí

Peter Orner “¿Hay alguien ahí?”, Chai editora

Generalmente Peter Orner (Chicago, 1968), se dedica a la ficción. Ha escrito dos novelas y tres libros de cuentos, los cuales se fueron publicando en Atlantic MonthlyThe New YorkerThe New York TimesGrantaMcSweeney’sParis Review y The Best American Short Stories

A raíz de la muerte de su padre, no se sentía con disponibilidad de ánimo para escribir ficción y se planteó otro tipo de enfoque. Proyecta, de esta manera, un reconocimiento de todos los escritores que de algún modo han marcado su vida, y cuyos libros pueblan su garaje o biblioteca.

Recuerda a su padre siempre leyendo a Dick Francis, autor que mezclaba carreras de caballos y crímenes, o a John Galsworthy, que escribía cuentos sobre la hipocresía y la intriga de la clase alta británica. Peter entendía que leyera a Francis, porque le encantaban los caballos, pero le extrañaban más las lecturas de Galsworthy, y debido quizás a ese alejamiento que mantuvo con su padre, se recrimina no habérselo preguntado, así como no haber mantenido un acercamiento mayor con él antes de su fallecimiento. Aunque, como veremos posteriormente, ese alejamiento estaba en cierto modo fundado.

Peter va a ir rememorando escenas cotidianas de su vida, asociándolas a lecturas.

En ese transcurrir cotidiano nos cuenta cómo suele frecuentar el bar del hospital de San Francisco. El hospital es un lugar que la muerte suele frecuentar, nos recuerda el escritor, evocando a Chéjov en “La muerte en Chéjov”. Un autor admirado por todo el mundo pero poco leído, y si leído, muchos lectores se conforman con “La dama del perrito”, nos cuenta. En cambio, la mayoría de sus cuentos son apenas leídos. Se detiene Orner en la maestría de su penúltimo cuento, “El obispo”, donde tiene lugar la presencia de la muerte de manera sencilla y natural, “Lo que más me ha impactado hoy de mi relectura de “El obispo” ha sido darme cuenta de todas las cosas superfluas que dejaré de hacer cuando muera”.

En “Un tío solterón”, Peter introduce, casi a modo de relatos, alguno sobre su familia, así aparece el tío soltero, al que llamaban tío Harry, pero que en realidad era el primo hermano de su abuela. Su hermano y él, prácticamente eran la única familia que tenía. Ellos lo adoraban, “Mi hermano y yo, como dije, lo queríamos, aunque el resto de la familia nos daba a entender que era un vago medio borracho que trabajaba en la oficina de correos de Congress Parkway. ¿Os lo imagináis? ¿Un miembro de nuestra (teóricamente) ilustre familia empleado de correos?”. Un judío de tendencias socialistas insurgentes, poco apreciado en la familia. Al vender la casa sus padres, no lo volvió a ver. Transcurridos bastantes años, Orner lo vuelve a recordar y hablando con su padre se entera de que falleció en 1982. Se hace emotiva la evocación del escritor.

A propósito de Breece D’J Pancake, Peter anima al lector a leer y a releer sus cuentos en el texto, “Invierno en septiembre”, “Los cuentos naufragan cuando se los lee una única vez. Debemos reencontrarnos con un cuento una y otra vez, en distintos momentos de la vida y en diferentes estados de ánimo”. Desde su cabaña en Bolinas (California), con el sol de septiembre, Peter ha estado pensando en su padre y necesita leer una pequeña historia de ficción. Lee de esta manera el cuento, “El primer día del invierno”, un cuento que trata sobre el envejecimiento y la responsabilidad. Nos advierte Orner que es un cuento corto que si lo leemos de manera rápida, nos parecerá simple, pero si lo leemos detenidamente, como él, que incluso lo ha leído y releído empleando más de una hora, se extraerán una serie de detalles que de otra manera nos pasarían desapercibidos. Un cuento que le hace pensar en su familia. Aprovechando que Adrián Gualdoni lee espléndidamente el relato, aconsejo escucharlo.

© Adrián Gualdoni lee “El primer día del invierno”

El escritor se sintió culpable porque estuvo alejado de su hija de dos años y medio, durante cinco semanas, y nos cuenta en “La bienvenida de Wideman”, cómo cogió el libro, All stories are true, una colección de relatos de John Edgar Wdeman, y trató de leer el cuento, “Bienvenida”, aunque sabía que le costaría leerlo al emocionarse con él, “Mi familia se sorprenderá cuando se entere de que suelo llorar. Nunca me han visto hacerlo”. Según Orner, se trata de uno de los cuentos más tristes que ha leído sobre la pérdida, “Porque todas nuestras pérdidas son colectivas. Y si no lo son, estamos verdaderamente arruinados. Si no podemos reponernos solos del dolor, lo mínimo que deberíamos hacer es reconocer que no somos los únicos ahí fuera pasándolo mal”.

John Edgar Wideman LOOK Magazine 1963D.púb
John Edgar Wideman, 1963, Look Magaz. Dom. público

Frank O’Connor se da cita en “La voz solitaria”, libro que trata sobre la teoría del cuento. Peter cuenta que el libro de tanto leerlo, lo tiene hasta casi descosido. Nos revela además, que Frank, en realidad, trata de escribir sobre una serie de escritores cuentistas que admira, Maupassant, Chéjov, Turguénev, Joyce…, siendo a su vez, una defensa del cuento, “La voz solitaria es más bien una loa nostálgica a los cuentos que jamás se han escrito. O’Connor defiende los cuentos y a las personas que los escriben -por tanto también a los lectores- como pocos autores lo han hecho”. Y es que, como dice Peter, la novela sigue siendo la “niña mimada”. Siguiendo los argumentos de O’Connor, establece, “Si la novela es un formato colectivo, el cuento es para los solitarios, los excluidos, los perdidos”. En el capítulo, Peter nos hablará sobre el cuento maestro de Gógol, “El Capote”, “Se puede decir que Gógol es de los primeros autores en empujar al rol protagónico a un don nadie, un oficinista cualquiera”.

Recuerda sus estancias en Praga, evocando también a Kafka en “Desvaríos sobre Kafka”. Peter se encuentra viviendo con su futura mujer, en 1999, en Praga. Consigue un trabajo de docente de Derecho Angloamericano en la Universidad Carolina. Vivieron allí año y medio para ir después a Cincinnati y California, donde se casaron y se separaron. “Años más tarde, nos casamos. Después todo se fue al garete. ¿No se va siempre todo al garete en California?”. Después de separarse, habla de episodios extraños en busca de la soledad y el posterior encuentro con la futura madre de su hija. Pero cuestiona su propia dicotomía soledad-acompañamiento, acordándose de Kafka, “Muchos de los cuentos de Kafka se basan en una lucha entre el deseo de estar solo y el terror que produce la soledad”. Peter hace referencia a alguna carta de Kafka a Milena y nos cuenta de su regreso de nuevo a Praga, en 2006, junto a M. Se habían casado un año antes, tras diez viviendo juntos. Regresar era tratar de rememorar un tiempo feliz del pasado, pero la realidad suele ser otra, nos confirma el escritor, “Pensamos que volver a vivir ahí haría que volviéramos a ser felices. ¿Alguna vez funciona eso? ¿Volver? Como si se tratara del lugar y no de las personas que solían estar en ese lugar”. El lugar era el mismo, pero ellos no, al atravesar una crisis individual y de pareja.

Peter se encuentra en la costa de Carolina del Sur y en “Eudora Welty, ídola”, recuerda a la escritora. Visitó la casa de la escritora y pudo contemplar su biblioteca, compuesta por libros de Virginia Woolf, V. S. Pritchett, Elizabeth Bowen, Henry Green y Ross Macdonald, entre muchos más. Quiere poner en valor Orner, la colección de relatos de su último libro, “Aunque contiene algunos de los cuentos más innovadores -alucinantes, diría yo- de su obra, La novia del Innisfallen tuvo críticas regulares cuando salió a la venta”.

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Eudora Welty, 1962 Dom. público

En “Walser en la calle Mission”, se detiene Peter en el relato de Walser dedicado al escritor alemán, Heinrich von Kleist, “Kleist en Thun”, “El Kleist de Walser es una de esas personas que se nos presentan más vívidas a medida que observan al resto de las personas seguir con sus vidas”. El escritor va leyendo el relato de Walser por la calle Mission, e influido por la lectura, se detiene a observar detenidamente una escena en la que dos hombres pescan peces de un estanque para meterlos a un barril. Un pez cae a la calle y trata de impulsarse para no ser atropellado, siendo finalmente alcanzado por un coche. Peter reflexiona, al hilo del relato de Walser, sobre la importancia del detalle, “Había estado leyendo “Kleist en Thun” mientras caminaba por la acera. Así que prestaba más atención que de costumbre a los pequeños detalles del mundo que me rodea, detalles que suelo ignorar”. “Quizá escribimos para sentir las cosas que no podemos sentir. Quizá escribimos -y leemos- porque no prestamos suficiente atención”.

Orner afirma sentirse muy próximo a Juan Rulfo, al presentar como el escritor mexicano, un mayor impulso hacia la lectura que hacia la escritura, “Me gustaría quedarme más callado. A diferencia de mi impulso por leer, que vivo como un picor permanente, mi impulso por escribir aparece sólo de vez en cuando, y cuando aparece, hago lo posible por que dure poco”. De ello trata “Sobre la belleza de no escribir o un Homenaje innecesario a Juan Rulfo”. Nos habla en torno a la corta obra del autor mexicano, compuesta por dos obras maestras, el libro de cuentos, “El llano en llamas”, y la novela, “Pedro Páramo”, para después no volver a escribir más. Y se detiene en el cuento, “Luvina”, mostrándonos su maestría. El propio Juan Rulfo, nos lee el cuento.

Juan Rulfo lee “Luvina”

En el texto, “Lago Upper Moose, 1990”, nos detalla unas vacaciones con unos amigos en dicho lago, contando él 22 años. Encontrándose en una barca leyendo fascinado, “Al faro”, de Virginia Woolf, una libélula le picó en el ojo, cayendo al agua junto al libro. Lo pudo rescatar y secarlo al sol en una piedra. Sentía tanta impaciencia por terminar de leerlo, que antes de estar seco lo terminó de leer. Años más tarde lo releyó, volviendo a sentir fascinación por Woolf y su libro, “Al releer el libro, me maravilló tanto su pregnancia que sentí la necesidad de quedarme callado. No puedo sino admirar los riesgos técnicos que Woolf toma página a página. Es como ver a alguien hacer acrobacias en el aire. Además quedé emocionalmente devastado”.

“Los guantes de mi padre” conforman una anécdota en 1982 con su padre, que regresaba de un viaje por Europa, a casa. En Hermès, tienda especializada de París, su padre había comprado unos guantes de gran calidad, haciendo ostentación de su gran compra delante de la familia. Peter, un buen día se los robó, pero jamás los usó. Tenía miedo a su padre y los escondió. Cuando un día su padre fue al cajón, no los halló y sintió confusión. Peter nunca se los devolvió, albergando un gran sentimiento de culpa. De alguna manera trató de reparar esa culpa por medio de la ficción. Trata de explicar con verdadera emoción, dirigiéndose a un padre ya ausente, el motivo de la sustracción, “En 1982 debías de tener sólo unos cuantos años más de los que yo tengo ahora. Cuando pienso en ti, siempre te imagino de pie en el recibidor, con los guantes frente al espejo y una rara quietud en el rostro, una especie de calma esperanzadora. ¿Era eso lo que quería arrancar de tu vida?”

No podemos dejar de sonreír, cuando Peter cuenta en “Imperdonable”, que iba leyendo en el coche, entre largos semáforos, el libro de Julian Barnes, “El sentido de un final”. En un momento dado, enfadado, arrojó el libro por la ventana. El libro era de su madre, que lo había utilizado para un Club del libro. Se sintió defraudado por lo calculado que estaba todo en Barnes, preparando el terreno para una sorpresa final. Observo por el retrovisor, cómo el libro lo recogía y guardaba una señora que llevaba un carro de compra en una mano y el paraguas en la otra. Para recuperarse del sinsabor, lee el relato corto, “Incidente en un puente”, de William Maxwell. Sobre él relato se explayará en sus valores, en contraposición con la decepción del libro de Barnes.

Otra anécdota nos cuenta el escritor en “Mientras leo a Imre Kertész”. Peter se encuentra tumbado leyendo en un banco del parque, “Kaddish por el hijo no nacido”, de Kertész. En un momento dado se adormila y una mujer le pregunta sobre el libro, manteniendo ambos, una especie de diálogo surrealista en torno al libro.

“Bajo todo ese ruido” trata sobre los escritores que se recluyen un tiempo, como Thoreau. En una conversación con un amigo, Peter le confesó que fantaseaba con ser un escritor recluido, a lo que el amigo le contestó, que para recluirse tendría que ser un autor conocido, “Sí, quiero huir del mundo y reflexionar en soledad. Pero al mismo tiempo no me molestaría que algunas personas quieran saber de mí”. En un festival de literatura, un ponente afirmó que un escritor que no se comunique personalmente con sus lectores está acabado. Lo que alarma a Peter, “Esto me resultó alarmante por varias razones. La principal es que ya usé las redes sociales. Nunca sé que poner ahí”. La honestidad de Peter va por otros caminos, “Siempre he encontrado consuelo en el ejemplo de los escritores que dejaron que su obra hablara por ellos, a pesar de todos los incentivos para hacer lo contrario”. Pone como ejemplo un poeta al que lleva leyendo años y apenas sabe nada de él, Herbert Morris, “Puede que Herbert Morris no haya sido un gran promotor de su propia obra mientras vivió. Se mantuvo al margen y dejó fuera de la ecuación los detalles de su vida. Como consecuencia, quizá, puede que no haya vendido tantos libros o llegado a un público lector masivo, pero de alguna manera consiguió llegar hasta mí. Hay libros que nos persiguen. Siempre lo he sabido”. Rescató What Was Lost de una cesta de libros de saldo, fuera de una librería, y Peter se pregunta sobre el destino de tantos libros desconocidos esperando, “¿Y cuántos más están ahí fuera, en algún lugar, debajo de todo este ruido, diciendo las cosas que necesitamos escuchar?”

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What was lost, Herbert Morris © Counterpoint ed.

Es el día del padre y en “Farsantes sinvergüenzas”, de nuevo el texto tiene como referencia a su padre y a él. Su hermano le recuerda que felicite al padre porque él ya lo hizo. Peter apenas ha mantenido algunas palabras con su padre en años y le cuesta llamar. Para ese día señalado no se le ocurre lectura más apropiada que la novela de Dostoyevski, “Los hermanos Karamazov”, “No podemos huir de aquellos que nos han guiado. Por alguna razón, sin embargo, nunca terminamos de convencernos de esto. Siempre creemos que podremos dejar atrás a nuestros padres… ¿La mejor novela para el día del padre? Los Hermanos Karamazov, sin duda. Una muestra: ¡Farsante sinvergüenza! / ¡Le dice tales cosas a su padre, a su propio padre! / ¿Cómo es que existe semejante hombre? / ¿Lo oyen, señores monjes, oyen el tono parricida?”. Y en narrativa breve, Peter recomendaría para el día del padre, “Mi hijo el asesino”, de Bernard Malamud. Para explicar la controvertida relación entre padres e hijos, nos cuenta Peter, que el escritor ruso necesitó setecientas páginas; en cambio, el escritor norteamericano necesitó sólo ocho, y esas pocas páginas bastan para acercarlo, de algún modo, a su padre, “En cuanto pienso en este cuento me vuelvo vulnerable al más patético de los arrepentimientos. De acuerdo papá, tienes razón, claro que te amo. Marqué el número. Casi choco con el borde de la montaña, pero aún así marqué. Es un número de teléfono que conozco tan bien como mi propio nombre”.

© Manuel López lee “Mi hijo el asesino”, de Bernard Malamud.

Creo que son unas buenas pinceladas de lo que el excelente libro de Peter Orner representa. No es cuestión de ampliar más el espectro. No se trata simplemente de un libro de ensayos en torno a los libros, los autores o autoras, las lecturas. Peter Orner introduce su propia narración de momentos vividos pasados o insertos en el presente. Quizás, se convierte en una especie de biografía, donde la memoria adquiere fundamental presencia, poblada a su vez, por tantos libros, escritores y escritoras. Mayormente, Orner, se detiene en cuentos y relatos cortos de diferentes autores, como los que he nombrado anteriormente, pero se dan cita un buen número más, John Cheever, Mavis Gallant, Saul Bellow, Heinrich Böll, Isaac Babel… En ocasiones, pone el punto de mira en alguna novela, como “Al faro” de Virginia Woolf, “Moby Dick”, de Herman Melville, o “Una soledad demasiado ruidosa”, de Bohumil Hrabal, por citar algunas. También se detiene en el teatro de Václav Havel e incluso en los poemas del escritor, apenas conocido, Herbert Morris. El fantasma de su padre fallecido, en una relación que se mantuvo entre el amor y el odio, puebla gran parte de sus reflexiones, e incluso finalizando el libro, Peter Orner se vuelve a sincerar, en un texto que comienza durísimo, para ir reconociendo instantes felices antes de la separación de sus padres.

Nunca nos conocimos bien, mi padre y yo… Ha pasado un año y todavía estoy tratando de distanciarme de la muerte de mi padre. Sentía que no atenderle nunca el teléfono estaba justificado cada vez que recordaba que llamaba “esa perra” a mi madre.

“Am I alone here? Notes on Living to Read and Reading to Live”, 2016 © Peter Orner

“¿Hay alguien ahí? Apuntes sobre vivir para leer y leer para vivir” © Peter Orner

© De esta edición, Chai Editora, 2020  

© De la traducción, Damián Tullio, 2020

© Foto de cubierta, Maximiliano Magnano

Primera reimpresión en España: febrero de 2023

280 páginas

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