Orner Sigo sin

Peter Orner “Sigo sin saber de ti”, Chai editora

Peter Orner en “Sigo sin saber de ti”, sigue la estela del extraordinario, ¿Hay alguien ahí? , nos vuelve a hablar de sus autores, de sus libros, conexionándolo con instantes de su propia vida.

Entre los recuerdos se cuela su abuelo por parte materna, Fred Kaplan. En la Segunda Guerra Mundial no pudiendo ir al frente por problemas en la espalda y pies planos, le fue encomendado vigilar para que no hubiera luces en las casas o en las calles, para no delatar la posición al enemigo. Aunque nunca fue a la universidad, tenía subrayadas y anotadas las obras completas de Shakespeare, y Peter realiza un ejercicio de imaginación tomando al inmortal autor, “Mi abuelo hacía la ronda. Mientras pienso en cómo debía caminar por las calles silbando alegremente, se me ocurre que podría haber sido un Otelo judío con problemas de espalda. Apagaré esta luz… y luego aquella.

El padre de Peter no dejó en herencia nada para él ni su hermano. Como ya comenté en su anterior libro, existía una complicada relación con él, debida principalmente al menosprecio hacia su mujer, madre del autor. Enlaza el tema con el poema, “La pradera”, de Amy Clampitt, poeta tardía que publicó con sesenta y tres años su primer libro. En el poema hace alusión a una novela corta de Chéjov, “La estepa”. En ella, un hijo judío tira a una fogata los 6000 rublos heredados de su padre. A Peter le hubiera gustado hacer lo mismo y elucubra en torno al poder de atracción del dinero, “Lo detestas hasta que te lo niegan, entonces lo deseas. ¿No es eso lo increíble del dinero?” o también nos dice, “Qué cosa el dinero. Son pocos lo que creen, de verdad, que se puede vivir sin él. Pero muchos menos son los que lo logran”.

Estremece un episodio en el que su padre insultó a su madre y Peter casi le clava un cuchillo. La novia de su padre se alarmó pidiendo socorro, pero su padre se mantuvo orgulloso ante la manifestación de hombría de su hijo, “Mientras tanto su novia chillaba: ¡Policia! ¡Alguien! ¡Por favor! ¡Vecinos! Pero mi padre levantó la mano y dijo: No, no, espera. Veamos como se desarrolla la escena”.

Un poema del poeta beat, Ferlinghetti, con una pequeña anotación de su madre en el ejemplar, “Un Coney Island de la mente”, da pie al autor para hablar sobre el libro de poemas de Ferlinguetti, muy popular en las décadas de los cincuenta y sesenta. Su madre, nunca beatnik pero sí atraída en ese momento concreto de su vida todavía desenfadada, en una etapa incipiente de un matrimonio que se iría agotando con el tiempo, nos revela Peter, “La anotación databa de 1959. Fue el año en que mi madre dejó sus estudios en el Simmons College para casarse con mi padre, escaparon de Massachusetts juntos y llegaron a Chicago”. “¿Fue Ferlinguetti un gran poeta? Por más encantador que me parezca debo decir que no, nunca lo fue. Pero hizo reír a mi madre. Wow, respondo. Benditos los poetas que nunca llegaron a ser geniales”.

Peter nos habla de Jean Rhys, incluyendo a Ford Madox Ford como editor de los cuentos tempranos, “La orilla izquierda”. Destaca el escritor el último cuento, “Vienne”. También pone en valor la última gran obra de la autora, “En 1966, con un pie ya en la tumba, de alguna manera logró emerger con el manuscrito de El ancho mar de los Sargazos entre sus manos, su obra maestra, la gran novela caribeña de su juventud. Es un buen mito de escritora. Aunque la verdad no es tan ideal. Estaba desesperada y, como todos, tenía necesidades apremiantes”.

A propósito de un cuento de Gina Berriault, “The Tea Ceremony”, Peter habla de su familia, de cuando comían apretujados en la mesa de la cocina tratando de no hacer ningún ruido para no irritar a su padre, “Hay padres autoritarios por docenas, en los libros y en la vida. El nuestro era un volcán rojo como un tomate en un traje de tres piezas… El tiempo es un círculo. Masticamos, tragamos y tratamos de no llamar la atención. La casa no está, la demolieron, y sin embargo seguimos intentando pasar la cena sin sobresaltos”.

Nos revela su escaso talento e interés por aprender piano. Rememora sus clases con el señor Sandy, su profesor bonachón de música, que le permitía tocar intermitentemente notas, mientras él se dedicaba a descansar. Pero en esas clases viene a su memoria su madre, quien tras las clases como maestra suplente, cansada y preparando la comida en la cocina, trataba de hacer el menor ruido posible para no alterar la clase de música, “Y ahí estaba mi madre, en la cocina, conmovida por unas pocas notas que salían del piano de la sala. Ni siquiera le importaba tener que oír el principio de la canción, una y otra vez”.

Rememora el combate de boxeo de Muhammad Ali y Larry Holmes, en 1980. Ali había planteado ya su retiro. pero quizás por necesitar dinero decidió boxear con Holmes. Se sabía que perdería y perdió, pero hay algo de derrota poética, “Lo último que recuerdo es que después de que terminara, todo el mundo se arremolinó en la esquina de Alí para darle cariño, incluso Larry Holmes”.

Habla de Céline, de cuando llegó a Estados Unidos con veinte años, consiguiendo trabajar en Detroit en una fábrica de Ford. También nos cuenta de su visita a un burdel, donde conoce a la prostituta Molly, con la cual se dedicará a viajar. Todo ello, antes de convertirse en antisemita, “El antisemita hijo de puta en el que se convirtió después merece al menos una pizca de perdón póstumo por habernos dado la frase “las finas lluvias del amanecer”.

Recuerda a sus abuelos. Su abuelo bonachón, al que llamaban Poppa. Banquero que caía bien a la gente, a la que trataba siempre de ayudar, concediendo créditos. Todo el mundo lo quería, salvo su mujer, Lorraine, abuela de Peter. Dormían en camas separadas. Le contaba historias de cuando estuvo en la guerra y de libros pornográficos que tenía. Su abuela era bailarina. Peter observa fotos publicitarias de ella. Reflexiona a su vez, sobre la ausencia, la pérdida, “Mi vida está llena de ventanales de gente muerta. Muchos de esos ventanales ya no existen”. También tiene recuerdos sobre su tío Horace, corredor de bolsa que tomó el dinero de amigos y familiares sin devolverlo. Peter escribió un pequeño cuento que apareció en San Francisco Chronicle, ganándose la enemistad de gran parte de su familia. Un viejo abogado que representó a su tío alguna vez, le escribió diciendo que su tío era un filántropo que había donado gran parte de su dinero a entidades benéficas. Y vuelve de nuevo a lamentarse de la ausencia de sus seres queridos, “Lo echo de menos como echo de menos a mis abuelos y a toda mi familia en Fall River. Ya todos se han ido y aquí estoy, solo, recordándolos en silencio”.

En la casa familiar, la deteriorada relación entre sus padres, provocaban que su hermano y él necesitaran escapar de casa para sentarse en el barranco a observar el lago Michigan, “Añorábamos el movimiento , incluso de noche cuando el lago ni siquiera se veía, como si la solidez de la casa -los muebles, el piano, los sillones, las sillas, los armarios, las camas, todas las camas, todos esos objetos estáticos- fueran la raíz de nuestra ruina familiar”.

Nos habla sobre un libro de saldo de 1,25 dólares. Lo compró sin idea de leerlo nunca. Un buen día comenzó a leerlo, era de Eva Figes, “Light” (La luz). Confiesa no saber nada de la autora. Tampoco en las solapas venían datos de ella. En el libro, Eva habla de Monet, de la luz, “En algún momento, imagino, Eva Figes, quien sea que haya sido o es, debe haber salido a presenciar esos últimos instantes de noche azul y tan sólo tomó aire. La luz como trama, la luz como historia”.

Nos cuenta que Richard Wright, escritor de novelas y ensayos preferentemente, cuando estaba enfermo y postrado en cama en París, comenzó a escribir haikus, llegando a componer más de cuatro mil.

Como en su libro anterior rescata del olvido a algunos autores. Entre ellos, reivindica a Wright Morris, “El misterio no es por qué Wright Morris cayó en el olvido sino por qué nunca fue reconocido del todo”. Nos desvela que también era fotógrafo. Posee una buena colección de libros de Wright, pero siempre acude a su último libro, “Plains Song”, “El tiempo es enloquecedoramente inconsistente. En este libro ciertos momentos duran páginas enteras”. Rescata también a James Alan McPherson, quien fue profesor universitario suyo. Saca de la biblioteca pública de Coralville, el libro de cuentos, “Hue and Cry”. Comprueba que nadie lo había pedido en años. Desgrana el cuento “Gold Coast”. Tiene un recuerdo emocionado al que fuera profesor suyo, “Infinita inmensidad del corazón de McPherson”.

Peter se encuentra en White River Junction y la lluvia no cesa, trayéndole recuerdos de la escritora Maeve Brennan, “En la Dublín de Maeve Brennan casi siempre llueve”. Habla en torno a “El principio de una larga historia”. En otro apartado, Peter vuelve a hablar sobre ella. Sobre las crónicas en The New Yorker, sobre sus cuentos, sobre la deriva de su vida, “Después de publicar su primera colección de cuentos y de que su matrimonio se desintegrara, Brennan perdió el pulso a principios de los setenta. El alcoholismo y las diversas crisis nerviosas que le acechaban tomaron el control de su vida”.

Entre sus recuerdos del colegio se cuela el matón Jody Crenshaw, “En los recreos se escondía en el túnel que conectaba la escuela con los campos lindantes, al otro lado de la calle Sheridan. Si te alcanzaba te daba una paliza”.

Tiene palabras para el poeta James Wright, “La bebida lo llevó a la tumba en 1980”. Habla sobre un poema que le gusta mucho donde la tía Agnes protege a una cabra de las pedradas de los niños. Una persona que amó, con doctorado en literatura, defenestraba al poeta. Diga lo que se diga sobre el poeta, en concreto ese poema, es imperecedero para él.

De su infancia y adolescencia, viene a su memoria un hombre peculiar con un mono en sus hombros, Howie Baumgarten, propietario de una tienda de baratijas en la que entraban y curioseaban los amigos, pero no compraban nada, “Sí, Howie era un perdedor cualquiera. Pero detrás de su mostrador, en su tienda, era como un rey extravagante. Con esa mata de pelo rizado, sus ojos entrecerrados detrás de esas gafas gigantes. Las camisetas teñidas a mano que le apretaban la barriga. El mono”.

Evoca una librería de viejo en New Bedford que estaba encima de una lavandería. Los libros estaban apilados en hileras verticales, uno encima de otro, en difícil equilibrio y a punto de caerse. Recuerda haber comprado un libro de cuentos de Ellen Wilbur. Se enteró más tarde de que sólo había publicado ese libro.

“Pier Paolo Pasolini escribía en favor de las personas humildes, del trabajador honesto, lo que llamaba el lumpenproletariat”. Habla sobre el libro de Pasolini, “Poemas romanos”. Orner lo enlaza con su pasado de repartidor de pizzas, y cuenta una anécdota de cuando entregó una pizza a un importante empresario conocido de su padre, y no le dio una mísera propina.

Una anécdota hilarante viene a su memoria, un vuelo en avión accidentado en el que lee bastante borracho a Isaac Babel y su cuento “Guy de Maupassant”, homenaje irreverente al cuentista francés.

Peter esparce su fino humor en sus textos, como en el anterior. Otro buen ejemplo es cuando habla de su boda con Naomi, matrimonio de efímera duración, “Duramos dos años y medio después de la boda bajo las manzanos en Nicasio… Mi amigo Lou, un sacerdote de la Iglesia episcopal anglicana, irritaba a católicos y judíos por igual. (Cuando le pedí que dejara a Jesús fuera del asunto, me dijo: “No tengo porqué molestarlo”)”. En clave de humor también nos cuenta una experiencia sexual universitaria en la que la chica y él, fueron sorprendidos por el compañero de habitación.

Corrobora Orner el poder sugestivo de los libros como necesidad de evasión de la realidad, “Qué potente puede ser el apetito humano por escapar de la realidad mediante la fantasía. Cuando mi padre murió, tres semanas después, no se me movió un pelo, pero cuando don Quijote murió, lloré”.

Despieza el cuento, “Los idiotas primero”, de Malamud. Nos lo leen en Literatura para oír.

“Los idiotas primero”, Bernard Malamud. Leído por Literatura para oír

Es muy interesante el texto que dedica a Paul Celan, sobre su traumática vida, la dificultad de interpretar su obra y su manera de enfrentarse a los poemas, “A veces describen a Celan como un poeta hermético, y yo siempre lo interpreto como que su obra está tan encerrada en la célula de sí mismo -célula como unidad de vida, pero también como la unidad de una prisión- que es inaccesible para los lectores que como yo, no tienen la llave para abrirla. Sea esto cierto o no, mi propia estrategia para abordar la obra de Celan siempre fue tomar una o dos líneas y tratar de pensar en ellas en vez de tratar de comprender el poema en su totalidad”.

Con su humor característico, nos habla de cuando robó un libro, “Midwinter Day”, que incluye un poema muy extenso de Bernadette Mayer, “Me pillaron con las manos en la masa, así que me escapé con un libro. No pedí disculpas. Ningún gesto por mi parte podrá reparar lo que hice”. El poema, es decir, el propio libro, impresionó a Orner por tanto que plasma la poeta en él, “Mayer dice abiertamente que lo que buscaba era demostrar que un solo día lo contiene todo”.

Recordando el día del entierro de su padrastro, tiene unas palabras de agradecimiento, “Tuve algunas figuras paternas en mi vida, sólo un padre, pero también un padrastro que no sólo me soportó, sino que me aceptó como un hijo propio y me incluyó en su vida. Me dejó entrar a la fiesta. Ve por un trago y únetenos”. Se acuerda también de Daisy, la perra de su pareja Katie, que también se convirtió en su perra. Con emoción habla de su sufrimiento final, de cómo sangraba por la nariz y apenas quería comer.

Orner vuelve a convocar de nuevo a otro buen número de escritores y escritoras que admira. Observo que la poesía adquiere mayor relevancia que en su anterior libro. Junto a los y las poetas citadas anteriormente, hay que mencionar a Rita Dove, Etheridge Knight, Robert Haas, Robert Hayden o Stacy Doris, también colega suya en la Universidad Estatal de San Francisco, quien falleció con 50 años a causa de una enfermedad. Rememora una velada en su casa con más compañeros. No puede evitar acordarse de Tolstói y su Ivan Ilich, y no deja de pensar en su marido y cómo afrontaría la vida sin ella, a la que se sentía muy unido. Los cuentos y relatos, vuelven a tener un importante hueco. De entre los no mencionados anteriormente, cabe añadir a James Salter, Chéjov, Gary Lutz o Cheever, del que además de mencionar sus cuentos, desgrana sus diarios, de los que afirma que están desprovistos del humor de sus relatos. La novela es otro género en el que se centra Orner, y cabe mencionar a Penelope Fitzgerald, Marilynne Robinson, Shirley Hazzard, Rulfo y su “Pedro Páramo”, o Kafka. En teatro se centra en torno a la obra de Arthur Miller, “Muerte de un viajante”, y habla también de la dramaturga Lorraine Hansberry. Las biografías gustan a Orner y recuerdo ahora las de Joyce y Virginia Woolf. En géneros híbridos convergiendo en la No Ficción, cabe mencionar a Primo Levi, la excelente Kate Zambreno o Bette Howland y su experiencia en un centro psiquiátrico. La figura de su padre no recorre tanto el libro como en el anterior y diversifica sus vivencias en torno a diferentes familiares, además de otorgar la importancia que merece su madre, por supuesto. La memoria vuelve a ser el eje que vertebra sus textos, muy unida a un sentimiento de pérdida por sus seres queridos. No solamente nos hablará de sus familiares, y amigos, colegas, o personajes que ha conocido, ocupan sus textos. A pesar de que la nostalgia, la tristeza o el dolor ocupan buena parte de sus reflexiones, el sentido del humor mitiga un poco sus efectos. Orner, como dije al principio del texto, suele enlazar las situaciones por las que atraviesa con alguna obra de algún escritor o escritora, y ahora recuerdo un episodio de cierta hilaridad, en el que estando con un amigo al que le había ocurrido un hecho desagradable, Peter le habló de un libro en el que se podía apoyar, replicando el amigo que el libro no tenía nada que ver con su caso. Orner es un letraherido que siempre tiene que tener a mano un libro, se encuentre donde se encuentre, bien caminando, en metro, en tren, en vehículo o avión, en un parque o en una sala de espera, donde quiera que se localice, presenta la imperiosa necesidad de disponer de un libro entre sus manos.

“Still No Word From You. Notes in the margin”, 2022 © Peter Orner

“Sigo sin saber de ti”, 2023 © Peter Orner

© De esta edición, Chai Editora, 2023  

© De la traducción, Damián Tullio, 2023

© Foto de cubierta, César Adrián

256 páginas

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