Amistad un ensayo compartido sobre el arte de conversar y recordar
El libro Amistad un ensayo compartido es una obra poco común dentro del género del ensayo. No es solo un análisis sobre la amistad ni una simple recopilación de ideas teóricas; es una conversación real, viva, y se abre desde el encuentro entre dos personas que se escuchan, y que pronto deciden abrir el círculo a muchas más. El libro, escrito por el escritor Jacobo Bergareche y el neurocientífico Mariano Sigman, propone un diálogo honesto sobre un tema universal: la amistad.
A partir de un mosaico de voces —propias y ajenas— que recogen recuerdos, reflexiones y saberes científicos, los autores se sumergen en ese lazo que nos une a otros seres humanos sin necesidad de sangre ni contratos. Este ensayo sobre la amistad no busca definir qué es ser amigo, sino crear un espacio donde esa pregunta pueda circular libremente.
Amistad un ensayo compartido es, desde su título, una declaración de intenciones: pensar la amistad desde la conversación.
La amistad entre Mariano y Jacobo comenzó hace unos años, en enero de 2017, cuando se conocieron como vecinos en una pequeña calle de Madrid. Mariano llegó desde Argentina con su familia y su pasión por la neurociencia, mientras que Jacobo, recién llegado de Texas tras cerrar su empresa, también buscaba su camino.
Su primer encuentro ocurrió en una reunión vecinal a la que Mariano asistió a regañadientes, donde una simple mención al juego del mus encendió la chispa de su conexión. Desde entonces, su relación se fortaleció a través de partidas de cartas, asados, largas sobremesas y libros compartidos. Reconociéndose mutuamente, encontraron en su amistad la razón perfecta para estar juntos y decidieron escribir sobre ella, utilizando una voz en plural que reflejaba su complicidad y afecto.
Su enfoque debía ser innovador, buscando ofrecer una perspectiva fresca, dado que ya se ha escrito extensamente sobre el tema desde los orígenes de la literatura. Aparece en La epopeya de Gilgamesh y fue tratado con profundidad por los filósofos griegos. Aristóteles lo analiza en la Ética a Nicómaco, mientras que Platón y Jenofonte, en sus banquetes, lo representan sin definirlo, apelando a la experiencia emocional más que a la teoría. Es en Platón donde centraron su mirada:
“Nosotros pensamos que el propio tema de la amistad pide un retorno al banquete platónico; que el espacio es el círculo de amigos, que el tiempo —o más bien el tempo— es el de la sobremesa, el accesorio es la copa de vino y el punto de partida es alguna pregunta.”
Para escribir Amistad un ensayo compartido, convocaron a 75 personas —amigos, conocidos, desconocidos— y durante cinco días conversaron, comieron y brindaron en una nave industrial de Madrid, emulando un banquete platónico moderno. Lo sorprendente fue lo fácil que resultó reunir gente para hablar del tema:
“Y es que hablar sobre la amistad es grato para casi todo el mundo, pues al preguntarnos sobre quiénes son nuestros amigos se nos suele llenar la memoria con la luz de los mejores recuerdos, y, cuando hacemos la reflexión sobre lo que pensamos que debiera ser la amistad, muchos atisbamos algo que nos reconforta poderosamente y otros muchos creen ver en ella aquello que da sentido a la vida.”
Como ensayo sobre la amistad, esta obra recupera el valor de la palabra dicha, del tiempo compartido sin prisa.
Hay en ese ejercicio un matiz de nostalgia que va más allá de los recuerdos. Es también una forma de nombrar lo que nos hizo bien, incluso si ya no está. Como si al pensar en la amistad, estuviéramos reconstruyendo una casa a la que siempre podemos volver, aunque ya no viva nadie dentro.
El experimento terminó de madrugada, con botellas vacías, servilletas arrugadas y una última conversación: Rosa Montero explicando que la amistad —al menos en versión canina— empieza a partir de los treinta kilos. Todo lo demás era discutible. Como la propia amistad.
Amistad un ensayo compartido no sigue la estructura clásica de un ensayo: no hay capítulos ordenados ni un desarrollo lineal. Más bien, se construye como una conversación en espiral, donde se entrelazan las voces de setenta y cinco participantes, además de los propios autores. Los mensajes se cruzan, se interrumpen, se retoman. Y esa forma libre —que podría parecer caótica— es en realidad su mayor acierto: refleja con honestidad cómo transcurren las conversaciones reales, con idas, vueltas, silencios y confesiones inesperadas. Esa estructura abierta convierte Amistad un ensayo compartido en una lectura que se despliega como una sobremesa extendida.
Porque la amistad, como el lenguaje, no necesita ser exacta para ser comprendida. Se mueve entre interrupciones, gestos, silencios cómplices. A veces se dice con una risa compartida, otras con el simple acto de escuchar. Este ensayo no intenta ordenar ese idioma, sino dejarlo hablar.
Los autores explican que, como decía Aristóteles, “sin amigos nadie querría vivir, aunque tuviera todos los otros bienes”, y recuerdan esa imagen tomada de La Ilíada —“dos marchando juntos”— como la expresión más bella y breve de la amistad: avanzar uno al lado del otro, compartiendo horizonte.
Fue así como, acompañados de todos los que acudieron a conversar, comer y pensar con ellos, identificaron los grandes temas que aparecen siempre que se aborda un ensayo sobre la amistad desde múltiples voces: la lealtad, el goce, la admiración, la fricción, la traición, sus comienzos y sus finales. Todos estos temas aparecen una y otra vez cuando se escribe un ensayo sobre la amistad que no busca definir, sino explorar.
Pero si los temas se repetían, las respuestas no. Cada voz ofrecía su propia verdad, a veces contradictoria con la anterior. En lugar de buscar un consenso o una definición normativa, los autores se propusieron —como ellos mismos dicen— encontrar orden en el desorden, y celebrar la diversidad de formas en que se vive este vínculo.
“La regularidad más elocuente de todas nuestras conversaciones es que la gente no comparte verdades, pero sí intereses en su acepción más amplia: aficiones, vicios, quehaceres, deportes. Es decir, casi todos coincidimos en cuáles son los temas en los que se dirime la amistad, pero disentimos a todas luces de cómo se resuelven cada uno de ellos.”
En Amistad un ensayo compartido, los autores exploran cómo nace, se transforma o incluso se rompe este vínculo, abordando temas como la influencia del deseo, las diferencias sociales o la lealtad. Lo hacen a través de las voces reales —y a veces disfrazadas— de quienes participaron en su banquete de conversaciones. En ese coro plural, entre monólogos y frases sueltas, fueron descubriendo el mapa cambiante y lleno de matices de lo que llamamos amistad.
Una de las cosas que sorprende en Amistad un ensayo compartido es su estructura de dos voces. Jacobo Bergareche escribe desde lo literario, con esa sensibilidad que se mueve entre la memoria, lo doméstico y la emoción. Mariano Sigman aporta el andamiaje de la neurociencia y la psicología social, con un lenguaje riguroso pero accesible. Ambos registros no compiten, sino que se entrelazan con naturalidad, en un diálogo que revela la riqueza de mirar el mismo vínculo desde mundos distintos.
En conjunto, Amistad un ensayo compartido logra entrelazar ciencia y emoción sin perder su calidez.
Y es precisamente ahí donde el libro adquiere una de sus capas más intensas: en la fusión entre ciencia y emoción.
Pero lejos de chocar, ambos registros se entrelazan sin jerarquías: se escuchan, se discuten, se corrigen. Como si el libro no solo hablara de la amistad, sino desde ella. Y quizás por eso, el lector no se siente espectador, sino parte de esa mesa. Como si espiara una charla entre amigos que hablan de lo que todos hemos sentido alguna vez, aunque no sepamos siempre cómo nombrarlo.
Uno de los méritos más serenos —y quizás más profundos— del libro es su manera de invitar a pensar sin imponerse. No hay teorías complicadas ni jerga académica. Solo preguntas que se lanzan con delicadeza: ¿Cuántos amigos verdaderos caben en una vida? ¿Se vuelve la amistad una forma de nostalgia con los años? ¿Qué cambia cuando el vínculo se teje en la infancia o se estrena en la adultez? ¿Y qué lugar ocupa hoy, entre pantallas, mensajes y distancias digitales?
Tal vez ahí está la mayor paradoja de nuestro tiempo: nunca hemos estado tan conectados y, sin embargo, a menudo nos sentimos tan lejos. Este libro es también una propuesta de pausa: una invitación a mirar más allá del scroll infinito y prestar atención a lo que permanece cuando todo lo demás se actualiza.
Aunque no lo diga directamente, el libro también nos hace mirarnos a nosotros mismos: ¿Qué tipo de amigo soy? ¿Escucho de verdad? ¿Estoy cuando me necesitan? ¿O solo mantengo el vínculo porque ya está ahí, por costumbre? Son preguntas que nacen solas mientras leemos, porque las conversaciones del libro nos tocan, nos hacen recordar a gente que estuvo, que está o que se fue.
En ese sentido, el libro funciona como una pausa. En tiempos de vínculos fugaces, ruido constante y exigencia de respuesta inmediata, Amistad propone otra lógica: Una conversación que se toma su tiempo y cuida los silencios. Un espacio que no se mide por resultados, sino por presencia. Esa pausa es, precisamente, el corazón de Amistad un ensayo compartido.
En un mundo que premia la productividad y la inmediatez, detenerse a hablar de amistad es casi un acto subversivo. Este libro no solo lo hace, sino que lo celebra. Nos recuerda que la amistad no se mide en eficiencia, sino en presencia. En estar sin urgencia. En compartir sin esperar nada a cambio.
Amistad un ensayo compartido no es un libro que quiera enseñar cómo tener amigos ni explicar teorías difíciles. Es más bien una celebración de lo humano, de lo imperfecto, de lo que cambia con el tiempo. Es un libro que nos recuerda que la amistad no siempre se puede explicar con palabras, pero sí se puede vivir, cuidar y recordar.
Nos recuerdan que no hace falta estar siempre presentes ni responder de inmediato. Que los vínculos verdaderos no se sostienen por la frecuencia, sino por algo más callado y duradero: la escucha, la atención, el cuidado que no busca ser visto. Como si el libro susurrara, entre líneas, que la conexión profunda no necesita algoritmos, solo tiempo compartido —aunque sea en silencio.
Lo notable de esa conversación plural es que no busca imponer una mirada única, sino mostrar la riqueza de la diferencia. Entre sus páginas resuenan voces jóvenes y maduras, masculinas y femeninas, racionales y emocionales. Y en esa polifonía, la amistad se revela en sus formas más inesperadas: como un gesto, una ausencia, una herida, una risa compartida.
Bergareche y Sigman no se lamentan por los cambios de época. Más bien, nos invitan a mirar de nuevo. A prestar atención. A no dar por sentada esa red invisible que nos sostiene, tantas veces sin ruido y sin etiquetas.
Porque quizá, como ellos, podamos descubrir —o recordar— que la amistad no se teoriza, se ejerce. Que no necesita definirse, solo vivirse.
Sus autores no intentan dar respuestas definitivas. Al contrario, terminan admitiendo que después de todas las conversaciones y reflexiones, lo único claro es que hay muchos temas que todos reconocemos como parte de la amistad —la confianza, el apoyo, los desacuerdos, la distancia, el reencuentro—, pero que no hay una sola forma de vivirla ni de definirla.
Y aunque haya momentos en que el texto parece acercarse a una conclusión, lo cierto es que también se permite la duda. Una vez terminado el experimento, los propios autores reconocen que no pudieron trazar definiciones claras. Lo expresan así:
“Tras horas y horas de conversaciones, la única conclusión clara y distinta es que, si bien hay un gran consenso sobre cuáles son los grandes temas de la amistad, no se puede definir un límite, ni una posición precisa sobre cada uno de ellos”.
Amistad un ensayo compartido es una obra profundamente humana. No pretende enseñar a hacer amigos ni instruir sobre cómo conservarlos. Es una celebración de lo imperfecto, de lo cambiante, de ese misterio que es el vínculo entre dos personas que se eligen sin deberse nada.
Y es que, a medida que avanzamos en sus páginas, algo se activa en nosotros. No solo leemos sobre vínculos: los recordamos, los sentimos, los deseamos. El libro no busca respuestas, pero deja ecos. Y en esos ecos, a veces, encontramos lo que no sabíamos que necesitábamos.
Leerlo es como compartir una conversación íntima con dos buenos amigos que no pretenden tener todas las respuestas, pero que saben cómo hacer las preguntas importantes. Y eso, quizás, sea ya una forma de amistad.
Lo que hace especial a este libro es que, más allá de su contenido, funciona como un espejo. A medida que leemos las reflexiones de los autores —y de quienes los acompañaron en su banquete—, inevitablemente pensamos en nuestros propios amigos: los que siguen, los que se fueron, los que quizás descuidamos. Amistad un ensayo compartido se vuelve entonces una invitación a reconectar, a cuidar esos vínculos que tantas veces dejamos en pausa sin querer.
Y es que, como bien sugiere el libro, la amistad no es un estado, sino un proceso. No se alcanza, se cultiva. No se define, se practica. Cada conversación, cada gesto, cada silencio compartido va tejiendo ese vínculo que no necesita grandes gestas, sino presencia sostenida. En ese sentido, este ensayo no solo reflexiona sobre la amistad: la ejerce.
Porque al final, este ensayo no solo habla de la amistad, sino desde ella. No impone definiciones ni exige respuestas. Solo abre una puerta —y nos invita a entrar, a sentarnos, a escuchar. A veces, eso basta para sentirnos acompañados.
A lo largo de estas páginas no hay un mapa, pero sí pistas. No hay reglas, pero sí intuiciones. Y aunque a veces parece que las palabras apenas rozan la hondura de los afectos, hay algo en este ensayo que nos invita a detenernos —a hacer memoria, a recuperar viejas cartas no enviadas, a volver a escribir con calma los vínculos que creíamos agotados.
Y quizás eso sea lo más valioso de Amistad un ensayo compartido: que no nace del yo, ni de teorías sobre cómo deberían ser las cosas, sino de un nosotros amplio y abierto. De una conversación coral que incluye setenta y cinco voces distintas, con sus ideas, sus silencios, sus matices. Porque a veces, lo más valioso es simplemente estar ahí.
Quizá por eso, este ensayo no se cierra con una conclusión, sino con una invitación: a seguir conversando, a seguir preguntando, a seguir estando. Porque la amistad no termina en una definición, sino que se prolonga en cada gesto cotidiano.
En un tiempo donde todo parece acelerarse, el ensayo compartido Amistad propone otra cadencia: la de la conversación sin prisa, la del vínculo que no exige inmediatez. Nos recuerda que no todo debe resolverse, que hay preguntas que vale la pena dejar abiertas. Y que, a veces, lo más importante no es tener la respuesta, sino compartir la búsqueda.
Tal vez esa sea la paradoja más hermosa del libro: que cuanto más personal parece, más universal se vuelve. Porque al leerlo, no estamos solo conociendo a los autores, ni siquiera a sus invitados. Nos estamos reconociendo a nosotros mismos en las emociones compartidas, en las preguntas sin resolver, en los vínculos que —como hilos invisibles— todavía nos sostienen.
Quizá por eso, este libro no se cierra, se prolonga. En cada lector que lo recuerda, en cada conversación que inspira, en cada reencuentro que provoca. Porque la amistad no termina en las páginas, sino que empieza —o se renueva— en quienes la leen.
Esta obra compartida sobre la amistad no solo se lee, se escucha: cada voz resuena como si hablara directamente al lector.
Porque leer Amistad un ensayo compartido también es —de alguna manera— practicarla. Abrir la puerta a lo que no sabemos decir, pero sentimos todos.
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