La escritora croata Daša Drndić falleció desgraciadamente en 2018. Había nacido en 1946 en Zágreb. Debido al conflicto de los Balcanes su pensamiento independiente, choco tanto con los nacionalismos croatas, como serbios; como bien apunta en su indispensable Prólogo, Miguel Roán:
“La historia de Drndić se suma, como otro triste caso más, a toda una serie de cazas y purgas políticas, más o menos expresas, como la de la actriz Mira Furlan, de origen croata y marido serbio, que se vio obligada a marcharse a Nueva York en 1991».
Miguel Roán (Prólogo de “Leica Format” Automática Ed. 2021)
Y prosigue Roán dado cuenta del talante independiente y estatura moral de nuestra autora:
“Drndić optó igualmente por marcharse de Belgrado, después de cuatro décadas viviendo allí: «me pusieron en una lista negra, perdí mi nombre y me convertí en croata y a mi hija le complicaron la vida, pero cuando llegué a la estación de trenes de Zagreb y vi que ponía “serbios, fuera”, el nacionalismo volvió a golpearme entre los ojos». Créanme si les digo que Daša Drndić renunció a los enormes réditos que podía haber obtenido si se hubiese promocionado ante el público en Zagreb como ‘una croata discriminada en Belgrado’, pero no lo hizo. Esto da cuenta de su altura, especialmente cuando el victimismo abundaba y abunda en las sociedades locales».
Miguel Roán (Prólogo de “Leica Format” Automática Ed. 2021)
En cuanto al libro en sí. ¿Qué podemos encontrarnos?
No es fácil reducir el texto en unas directrices concretas. Según avanzamos en su lectura, constatamos un caleidoscopio diverso.
Por una parte, Daša habla de seres sin voz, seres que han sufrido opresión y persecución, sin posibilidad de escape, de “fuga”; término clave para la autora en la obra, o también seres que han tenido que exiliarse, que han sufrido desarraigo.
Este modo narrativo me recuerda en gran medida a autores referenciales como Danilo Kiš o Sebald. La inclusión de estas voces, como en los autores citados, se inspira en personajes que pueden haber sido reales y la ficción complementa su existencia.
Drndić atestigua la veracidad de su escritura. En el mismo Prólogo, Roán deja claro la postura de la autora:`“Daša Drndić declaraba: «Cuando siento que un escritor está inventando todo, no le creo»”.
Puede dar voz a una posible Antonia Host, que ha nacido sometida a la rígida educación religiosa de unos padres intolerantes y ha sufrido dolorosas pérdidas tanto en la familia como en su frustrado matrimonio; necesitando una “fuga” que le ayude a sobrellevar su dolor, donde inevitablemente la cruda realidad se presenta de nuevo como un ciclo circular sin posibilidad de escape.
O puede dar voz a esos seres con los que médicamente se experimentó a lo largo de la historia, culminando en el funesto período nazi:
“Yo soy Waltraud Haupl. Tengo la cartilla de mi hermana Annemarie de 1943. Annemarie fue internada en Spiegelgrund por alteraciones óseas propias del raquitismo. El Dr. Gross la incluyó en su programa de eutanasia de niños con discapacidad mental. En la cartilla se alude a un régimen terapéutico de inanición a base de café con leche y un pedazo de pan una vez al día. Mi hermana murió a los cuatro años. Pesaba nueve kilos. Aún no he recibido su cerebro. Quisiera que me lo dieran. Quisiera enterrar ese cerebro».
Daša Drndić “Leica Format” Automática Ed 2021 (Las sucesivas citas sin mención, se referirán a la misma autora y libro).
Por las páginas del libro se cuelan personas que ha conocido la autora a lo largo de su vida, como Živka. Al traerla a su mente indirectamente se acuerda de su madre, neuropsiquiatra -desgraciadamente fallecida de cáncer con cincuenta años. Daša tiene delicados fragmentos dedicados a ella, en el libro-:
“Se llamaba Živka, no sé si sigue viva. No se cansaba de repetir: «llamadme Žile, llamadme Žile»; y la llamamos Žile. La curó mi madre, quien decía que no había que curarlos. Los pacientes de mi madre venían de visita, y en vacaciones a almorzar, a veces varios a la vez. Algunos ni siquiera venían. Los había que eran callados, realmente callados. A mi madre le gustaban sus pacientes».
La obra está escrita en Rijeka, nos remarca Roán: “donde vivió prácticamente las últimas tres décadas de su vida, salvo dos años en Canadá, cuando tuvo lugar el conflicto con Bosnia. Tras llevar unos pocos años en Rijeka, estando en contra del intervencionismo militar del Gobierno croata de Franko Tuđman en Bosnia y Herzegovina, se exiliara con su hija como refugiadas a Canadá, donde dio clases en la Universidad de Toronto entre 1995 y 1997».
Y nos habla de Rijeka en conexión directa con el país y no de forma muy alentadora en la época de escritura del libro:
“Este lugar no es ni campo ni ciudad, ha perdido su latitud y longitud geográficas, que ahora yerran por el espacio como cuerdas de violín gimientes. La vida en esta ciudad es una lenta y dolorosa agonía, como también lo es la vida en este país».
Es muy notable que paralelamente a sus reflexiones, introduzca textos de autores que reverencia, como Italo Calvino, en sintonía con lo que ella cuenta:
“La ciudad es una para el que pasa sin entrar, y otra para el que está preso en ella y no sale; una es la ciudad a la que se llega la primera vez, otra la que se deja para no volver; cada una merece un nombre diferente».
Italo Calvino, Las ciudades invisibles, trad. de Aurora Bernárdez, Siruela, 2009
Y al hilo de la obra de Calvino, la autora nos deja su personalísima reflexión:
“Las ciudades de Calvino son ciudades invisibles, o tal vez no; tal vez sean ciudades que vamos gastando y consumiendo en el camino, al vuelo, y cuyas ruinas se consuman en nosotros, y, a partir de ellas, de esas ciudades «invisibles» cuyos campanarios nos desgarran las vísceras, germinan en nuestro interior nuevas ciudades desdichadas, mansas y necias, urbes peligrosas, soleadas y perezosas, que acaban por hacerse realidad desde nuestro fuero interno; ciudades por cuyas calles caminamos, en cuyas plazas nos enamoramos, en cuyos rincones oscuros nos ocultamos y a cuyo subsuelo descendemos sin saber dónde estamos ni por qué».
Nos produce tristeza el describir de nuestra autora, los diferentes espacios de la ciudad que aparentemente debían ser alegres, deviniendo en todo lo contrario, caso de un parque:
“El pequeño parque a mi espalda es circular, está asfaltado y no tiene columpios. En este espacio desabrido uno solo puede sentarse y mirar una estrecha cascada artificial caer sobre unas rocas igualmente artificiales. Este parque no tiene ni siquiera su propio murmullo, que es devorado por el ruido del tráfico. Es un parque aburrido, al que jamás me llevaría a un niño ni a un perro».
Daša padece el exilio y el desarraigo como los seres que rescata. Por ello, adquiere tanta importancia para ella ese dolor, esa pena, esa carencia de asideros para el “alma”. Deja bien claro la pérdida de esos vínculos, cuando habla de su padre y la relación que mantiene con su pareja, no ya la madre de nuestra autora.
Son páginas amargas, al reflexionar sobre su carencia de “raíces” en los diferentes hogares posteriores, unido a la pérdida de identidad de su padre:
“Cuando a veces (cada vez menos) voy a visitar a mi padre a la que podríamos llamar mi ciudad de nacimiento, que al mismo tiempo me es absolutamente ajena, como lo es esta pequeña localidad en la que ahora resido, como lo son todas las ciudades por las que he deambulado esta última década, como se me ha vuelto ajena y extraña la ciudad en la que viví durante cuarenta años cuando hace poco volví a visitarla brevemente —es difícil decir ahora por qué—; cuando —decía— voy a visitar a mi padre, lo encuentro sentado en la cocina (hasta que no emprendió su vida junto a esta mujer jamás se había sentado en la cocina, pues nuestras sucesivas cocinas familiares no estaban pensadas para sentarse en ellas; mi padre siempre se ha sentado en el escritorio de su despacho, pero bueno, es lo que hay), en una cocina que además no es su cocina, sino una cocina holandesa de catálogo, verdosa y cara, y lo veo hojeando viejas cartas y libros viejos. Encuentro la cocina cada vez más pequeña y angosta, y a mi padre como un galeote, como un jayán encadenado a su vida que aguarda la muerte».
Otras páginas reflejan el desplazamiento marginal que sufre en la ciudad croata en la que habita, debido a cierto acento y modismos en su lenguaje, derivado de su vida en ciudades serbias (a pesar de ser ella misma croata).
Como anteriormente comenté con Italo Calvino, en el libro encontramos un buen número de autores referenciales de la autora, Wislawa Szymborska, Georges Duhamel, Kapuściński, Baudelaire, Radomir Konstantinović, Henrik Ibsen, Danilo Kiš, Marguerite Yourcenar… o Thomas Bernhard, del que introduce un fragmento de “El Malogrado”: “… Recomendar a un hombre de la gran ciudad que vaya al campo para sobrevivir es una vileza internista, pensé. Todos esos ejemplos de personas que fueron de la gran ciudad al campo, para vivir allí más tiempo y mejor, son sólo ejemplos horribles»; con la consiguiente súplica hacia el autor:
“Esto dice Thomas Bernhard. Si siguiera vivo, le rogaría: «Thomas, quédate cerca; me gusta tu fuga, Thomas, muéstrame cómo se sale, y yo te traeré aparatitos para respirar»».
En una librería de viejo, regentada por dos jóvenes, que además de libros, tienen documentos, postales y discos; compra varios ejemplares antiguos firmados por un tal Ludwig Jakob Fritz, medio hermano de unos primos suyos. Ludwig, contrajo la sífilis y la autora recuerda en sus visitas a sus primos como habitaba en una habitación aislada del resto. Daša reflexiona sobre las coincidencias y conexiones que se producen en la vida, en diferentes momentos; son las “huellas” que dejan las personas muertas:
“Como ya he dicho, el nombre Ludwig y la relación de dicho nombre con la sífilis han estado fuera de mi realidad durante cuarenta años. Creía que ese nombre yacía enterrado junto al destino del hombre al que pertenecía. Que el tiempo se había llevado todas esas huellas irrelevantes, que los espíritus de los muertos se muestran ante los vivos en la literatura, en invenciones librescas, mientras que la realidad está hecha de senderos que se extienden hasta el infinito, sin perspectiva alguna de que vuelvan a encontrarse, unirse y entrelazarse en otro momento o lugar. Que el tiempo se devora a sí mismo hasta que se disuelve en células diminutas a partir de las cuales vuelve a nacer un tiempo no menos doloroso aunque soportable: nuestra época actual».
Al salir a colación la sífilis, la autora hace un recorrido por la enfermedad y los personajes conocidos que la padecieron, teniendo una mención a todos aquellos enfermos anónimos:
“…Y Charles Baudelaire y su pariente Guy de Maupassant y también Flaubert murieron infectados de sífilis, paralíticos, ciegos y enajenados. También Rimbaud y Daudet.
Y Nietzsche. Nietzsche se desploma en la calle en Turín y pierde la razón para siempre. Los últimos once años de vida los pasa en instituciones mentales, totalmente desvalido.
César Borgia es uno de los sifilíticos más conocidos del mundo.
El compositor Hugo Wolf murió en un manicomio de Viena. Diagnóstico: estadio terciario de sífilis.
Donizetti, mudo, imposibilitado y loco, muere de sífilis en Bérgamo. Es enterrado en la basílica de Santa Maria Maggiore.
Franz Schubert fallece por sífilis a los treinta y un años de edad».
Y esas conexiones de las que habla la escritora, se siguen produciendo. El doctor Ludwig debió requerir los servicios de Clara, florista, exprostituta y alcohólica, a la que conoció la autora. Da voz a esta mujer centenaria fallecida en 1992:
“Clara murió a los 101 años. La arrojaron a la fosa común de los sintecho, o tal vez acabara en el instituto anatómico de la facultad de Medicina, pues en esta ciudad la medicina está particularmente avanzada, y ese célebre progreso médico es algo que esta ciudad atesora y mantiene desde el pasado».
Más conexiones, quien trata las dolencias del doctor Ludwig, es el doctor Kogoj, padre de la hermana que vende los libros que luego comprará Daša y cuya otra hermana contactará con la autora.
La doctora Kogoj revela a la autora que estudió con su madre y ambas estuvieron recluidas en una cárcel “Ustacha” (Movimiento terrorista ultra nacionalista croata). La doctora también revela el terror que implantaron ayudando a los nazis en la “limpieza étnica” de Kozara:
“La doctora Kogoj contaba que esos niños de Kozara parecían esqueletos vivientes, «había una cantidad ingente de niños, muchos muy pequeños, y morían como chinches —decía—; sé que de noche retiraban sus cadáveres, y yo ayudaba»»
Al hilo de las palabras de la doctora Kogoj, la escritora recuerda los padecimientos de su madre y la pobreza en la familia:
“Mi madre se pasó la mitad de sus estudios en una cárcel ustacha en la calle Rački, donde el inspector Kamber le dio para el pelo, y que se tituló más tarde, cuando ya tenía hijos, estudiando de noche, tras alimentar a sus niños con asquerosos panqueques rellenos de espinacas, por el hierro, y albóndigas de carne de caballo, pues entonces esta carne era barata y sana, aún no se había puesto de moda y la mayoría reaccionaba con un «puaj» a su sola mención».
Daša traba verdadera amistad con la doctora y con otra anciana llamada Sonja; verdaderas “madres” para ella. Su pérdida es muy sentida por la autora:
“Ahora que no están la una ni la otra, a veces acude a mí una inquietante soledad que se me sienta en el regazo como un gato y anida apoyándose en mis entrañas, que laten como un corazón».
Al principio, comente la relación que se detecta con la escritura de Danilo Kiš y Sebald, pero he de confesar que Daša Drndić tiene una voz propia diferenciada. Además de dar presencia a personas represaliadas o marginadas, ficciona historias conmovedoras, como el amargo devenir de Ludwig Jakob Fritz, con un componente profundo real. Opresión, desarraigo y exilio se tornan elementos inseparables en su narración. Por otra parte, hay una cuidada selección de fragmentos de autores que aprecia, muy en consonancia con los textos de la propia autora; plasma también una sagaz reflexión sobre múltiples aspectos de la vida en su país fragmentado e incluye detalles biográficos reveladores de las penurias de su familia y de su propia vida; todo ello marcado por un pensamiento independiente, crítico, mordaz.
En el libro podemos encontrar variados fragmentos de diversos ámbitos. Hace un recorrido por la década de los treinta. En ella menciona el surgimiento del genial Django Reinhardt y su encuentro con el no menos genial, Stéphane Grapelli:
“El guitarrista de jazz Jean-Baptiste Reinhardt, conocido como Django, nacido en una caravana cíngara en Liberchies (Bélgica), conocerá al violinista Stéphane Grappelli, con el que fundará el Quintette du Hot Club de France. Su música, muy influida por la tradición negra y gitana, llamaba la atención de los nuevos conquistadores, que ya yodeleaban, vomitaban y meaban por las cervecerías bávaras construyendo un nuevo orden mundial».
En memoria de Daša Drndić, este formidable disco recopilatorio de Le Quintette du Hot Club de France con Django Reinhardt y Stéphane Grappelli al frente:
“Leica Format” © Daša Drndić, Meandar 2003 🔗
© Automática Editorial 2021 🔗
Traducción y Notas: Juan Cristóbal Díaz
Prólogo: Miguel Roán
408 Páginas