Juan Bonilla consigue contagiarnos su devoción por los libros. Con pasión nos transmite su vida alrededor de las búsquedas de lecturas.
Nos distingue en la diferencia entre la bibliófilo y el bibliómano, al que él se adscribe:
“el primero es el que tiene los libros exquisitamente ordenados y gusta de lucirlos, ahí están en hileras precisas y podría estar dos horas hablándote de las estanterías, si caoba o pino o lo que sea. Le ha impuesto unas fronteras a su biblioteca para que no perjudique su vida cotidiana: la biblioteca es el sitio de su recreo y lo peor de todo: suele encuadernar sus tesoros. Al bibliómano los libros lo devoran, los tiene en montones por todas partes, en las estanterías las hileras hace tiempo que faltaron el respeto al orden y hay dos o tres hileras en cada una de ellas, porque se niega a imponerle fronteras al monstruo, llegará el momento en que tenga que sacar los libros al rellano o al porche, y lo hará sin dudarlo: no espera la visita de ningún fotógrafo de revista de decoración”.
Cansinos Assens fue quien le inoculó el virus de la búsqueda de libros:
“el vicio de buscar libros, en mi caso, yo creo que empezó de veras con Cansinos, aunque antes ya coleccionaba periódicos –no sólo los que yo me inventaba– sino cualquiera que se me pusiera al alcance”.
Por supuesto, en el libro de Bonilla, se dan cita infinidad de libros y autores queridos por él. Un ejemplo, refiriéndose a la narrativa española de los cincuenta y sesenta:
“Nos dicen que en la narrativa española de los cincuenta y sesenta, la pelea de gigantes es entre Cela, Aldecoa, Matute, los Goytisolo, Benet y shalalá… Para mí el autor importante de la época es Gonzalo Suárez, al que no verán en ninguna lista de candidatos al Cervantes”.
Y en la poesía de esos años:
“Nadie discutirá que la importancia e influencia de Gamoneda o Claudio Rodríguez o Valente como poetas de los cincuenta es fundamental para la poesía española: vale, mi poeta predilecto de esa generación, aparte de Ángel González, es Julio Mariscal Montes”.
Se dan cita las editoriales de su juventud:
“Los libros de bolsillo de Alianza: esa es mi generación. Creo que podríamos dividir las generaciones por colecciones de libros de bolsillo. Hay, indudablemente, una larga generación, a la que no pertenezco, de libros Austral. Paralelamente –porque generaciones distintas de lectores pueden compartir el mismo espacio temporal– hay una generación de libros Reno, más dados a la intriga peliculera y la novelería histórica, aunque un respeto, que en esa colección salieron novelas de Vladimir Nabokov y de Francis Scott Fitzgerald y un tomo de cuentos de Borges. Los adolescentes de los ochenta podíamos dividirnos en libros Bruguera y libros Alianza con la ventaja de que, en casos de voracidad lectora, se podía pertenecer a los dos grupos porque Henry Miller no estaba reñido con Herman Melville”.
La época de juventud del autor coincide en los ochenta y las ediciones dejaban mucho que desear en España:
“Yo fui joven en los años ochenta que como se sabe, salvo algunas excepciones que cabrían en un renglón, fueron devastadores editorialmente en España: libros más feos no se habrán hecho en ninguna otra década, quizá la de los setenta, que también se las traía. Hay excepciones, ya digo, las preciosas joyas de Trieste, demasiado caras para una cartilla de ahorro joven pero con el tamaño adecuado para el bolsillo de una cazadora tuneada para la ocasión, los libros de Renacimiento, tan elegantes, tan «Litoral 1928», los elegantes tomos de la editorial Siruela –ahí descubrió uno a Clarice Lispector y su La hora de la estrella, y ahí salieron tantas joyas de la literatura fantástica, aunque no he sido muy dado yo al género, si bien en la colección de preciosas ilustraciones con marco celeste y lomo celeste salió una de mis novelas favoritas, el Adriano del Barón Corvo (la ilustración copiaba la silueta que aparecía en la primera edición que mucho más tarde encontraría en Londres)…”.
Su biblioteca sirvió para compraventa, vendía libros a los que tenía más desapego para poder hacerse con otros más deseados:
“De mi temporada de librero de viejo aprendí muchas cosas, sin duda. Lo mejor no fue cierto desapego por libros que me obligaban a preguntarme constantemente ¿para qué quiero yo este libro?, sino al revés, el apego insobornable que les tenía a otros. Otros libros por los que, abierta la veda –las noticias en la cofradía de bibliómanos corren que se las pelan–, me ofrecían bastante dinero al que yo renunciaba después de hartas dudas, de comerme la cabeza acerca de si merecía la pena o no deshacerse de este o aquel raro volumen que yo había logrado en alguna de mis andanzas por librerías y mercados latinoamericanos y ahora corrían el riesgo de acabar en el espacioso salón de un coleccionista adinerado para el que hacer una transferencia de 3.000 euros significaba bien poca cosa”.
Los catálogos de libros cobran gran importancia para el autor:
“Pero mi catálogo de librero favorito es el número 100 que dio a la imprenta a mediados de los años ochenta la librería Renacimiento en la calle Mateos Gago de Sevilla. Lo he dicho muchas veces y no me importa repetirlo una vez más: es el libro de crítica literaria más influyente que yo haya leído”.
No falta el recorrido por librerías de viejo de diferentes ciudades, de Jerez, donde nació; Cádiz, Sevilla y la triste constancia del cierre paulatino:
“Y después de Los Terceros, podemos seguir paseando en las calles del presente buscando librerías que ya no están, pero que aún estaban a finales de los ochenta y a comienzos de los noventa, cuando principié a convertir la costumbre de ir de librerías de viejo en enfermedad sin cura. A tiro de piedra, en la calle Don Pedro Niño, estaba El Desván, la más caótica de las librerías de viejo de Sevilla, tan es así que quizá fuera más bien una de esas hondas e inacabables librerías mexicanas de la calle Donceles, donde por cada tesoro que encuentres has tenido que tragar medio kilo de polvo de libros que nadie echará de menos nunca. Era recomendable entrar en El Desván con escafandra, y solo si de la inmersión en el mar de libros salía uno con alguna pieza ansiada o sorprendente –los Siete romances de Romero Murube, El orden de Margarita Nelken publicado en La Novela Roja– consideraba que había merecido la pena la intoxicación”.
Nos cita sus recorridos libreros por España e internacionales :
“Me gustan las ciudades con ferias del libro permanentes. Para mí las grandes ciudades son aquellas que tienen un aeropuerto con vuelos internacionales, al menos dos equipos de fútbol en primera división y un lugar donde las librerías de viejo forman una especie de fortificación. La Cuesta de Moyano de Madrid, los Encantes de Barcelona, Tristán Narvaja en Montevideo, San Diego en Santiago de Chile, las quilcas de Lima, Palermo de Buenos Aires, la calle Donceles de México, Porta Portese en Roma, Charing Cross en Londres, los buquinistas de París, los alfarrabistas de la Rua do Carmo en Lisboa, la calle 12 de Nueva York donde está la Strand, que por sí sola vale por diez librerías de viejo”.
Constata Juan el hecho de que hoy en día se lee más que nunca, a pesar de que pudiera parecernos todo lo contrario:
“Por seguir con las paradojas, todos nos deprimimos un poco cuando nos carboniza la impresión de que nadie lee, de que los libros cada vez importan menos, de que estamos en el final de una época. Y sin embargo la verdad de los hechos y las cifras dice muy otra cosa: dice que nunca se ha leído tanto como ahora, que el número de lectores crece, a pesar de que leer cotidianamente, incluso como necesidad para sentir que la vida es algo más que una serie de imposiciones que nos atan, siga siendo una actividad minoritaria, como por otra parte fue siempre, y me temo que siempre será”.
El bibliófilo, el coleccionista, el librero de viejo, rescatan autores y libros que sin ellos habrían pasado desapercibidos o simplemente desaparecido:
“… de muchos coleccionistas y bibliófilos me admira la pasión con la que enaltecen a artesanos y profesionales invisibles. No sólo la pasión por los autores obvios y consagrados –cuyo valor es fácil de discernir dada su condición de clásicos inevitables: Borges, Lorca, Cernuda, claro que sus primeras ediciones son muy valiosas, eso no tiene mayor misterio– sino por figuras escondidas que sin ellos, sin la pasión y las búsquedas de coleccionistas y bibliófilos y libreros expertos, hubieran sido ya tragados por el olvido, esa bestia hambrienta que no para de masticar huesos y nombres propios. Lo único bueno del olvido es que nunca es definitivo, en cualquier momento puede venir alguien a rescatar un libro, un autor, y decirle levántate y habla, y ponerlo en su sitio”.
Y la importancia del buscador de libros es mutua con autores, editores, diseñadores, encuadernadores o impresores:
“Pero si una de las misiones de los buscadores de libros es fijar dónde está la verdadera importancia de algunos autores, de algunos diseñadores, de algunos encuadernadores, de algunos impresores, sin atender a los ordenamientos casi jurídicos que se imponen desde las autoridades académicas, no es menos destacable que para esos autores presuntamente olvidados, para esos diseñadores a los que no se les tiene en cuenta, para esos impresores que construyeron sus catálogos como si estuviesen escribiendo sus autobiografías, nosotros, los buscadores, también somos importantes.Se trata de una relación de importancia mutua y por lo tanto no es exagerado hablar de una relación sentimental”.
Ha escrito un libro Juan, que gustará a quienes valoramos los libros y lecturas, que nos fijamos poco en los rankings de Best Sellers, apreciando las obras por su valor literario, independientemente de sus ventas. Juan, como tantos otros, rescatan autores y obras apreciadas para nuestro deleite.
Juan Bonilla rememora los tiempos en que acudía a la librería Renacimiento de Abelardo Linares, con fondo de música jazz amenizando las conversaciones y búsquedas de libros. El maestro Bill Evans nos deleita con un recopilatorio recién editado por Resonance Records:
“Quienes empezábamos a escribir poemas a finales de los ochenta soñábamos con publicar un libro en la editorial Renacimiento. Y ya que hablamos de soñar, por qué no, soñemos que podemos abrir la puerta de entonces, un poco pesada y chirriante, y que enseguida nos golpea el olor a libro viejo, la sala sin nadie, que es la primera que uno se encuentra al entrar, llena de libros imponentes, e inmediatamente la sala donde se trabaja: alguien hace paquetes, alguien atiende al teléfono, el librero marca libros, suena jazz, cómo no”.
Smile With Your Heart: The Best of Bill on Resonance by Bill Evans
Resonance Records, 2019
Editorial: Fundación José Manuel Lara, edición 2018