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Michael Harris “Solitud” Paidós 2018

Aborda en este ensayo el autor canadiense, la necesidad de encontrar esos momentos tan necesarios para reencontrarse con uno mismo; momentos consustanciales al ser humano en los estados de soledad. Hoy en día, en un mundo tan global, donde todo está conectado de algún modo, encontrar esos momentos de aislamiento se torna complicado.

Comienza el libro con una sobrecogedora historia real que ilustra perfectamente lo que Harris pretende comunicarnos. Es la historia de la doctora húngara, Edith Bone. Estuvo unos años en Inglaterra y a su regreso a Hungría en 1949 fue encarcelada por traición, según las autoridades húngaras de aquel entonces:

“La doctora Edith Bone ha decidido no llorar.
Aquella tarde de otoño de 1956, los siete años de solitario confinamiento llegan de repente a su fin. Al otro lado de las verjas de la cárcel, los últimos disparos desperdigados de la Revolución húngara resuenan por las calles de Budapest.


Fotógrafos y reporteros levantan los objetivos y los cuadernos de espiral junto al reluciente autobús que ha venido a recogerla para llevarla a la embajada británica. Buscan la herida de esos siete años de soledad. ¿Qué marca deja en la cara tanto tiempo de aislamiento? ¿Y los ojos entornados? La consecuencia natural es volverse loco y caer en una depresión grave. Pero la doctora Bone, mientras avanza lentamente por el patio en dirección a las verjas de hierro, parece completamente cuerda. Es más, parece contenta. Los funcionarios y los periodistas la miran fijamente. Un corresponsal del Daily Express toma notas apresuradas en su cuaderno, intentando dramatizar la situación: escribe que la doctora cojea. Posteriormente, al cabo de más o menos una semana, se enterará avergonzado de que le habían dado unos zapatos de otra talla».


Michael Harris
sobre la Doctora Edith Bone

El cautiverio de la doctora Bone transcurrió en condiciones infrahumanas, sufriendo todo tipo de vejaciones psíquicas. Nos lo sigue contando Harris:

“Lo que siguió —los siete años y cincuenta y nueve días de confinamiento solitario— es el contenido de las películas de terror. La tuvieron en celdas sucias y gélidas; las paredes rezumaban agua o estaban cubiertas de hongos. Pasaba mucha hambre y estaba casi siempre aislada, salvo cuando tenía que hablar con los guardias. Veintitrés funcionarios incompetentes la interrogaban valiéndose de insultos y amenazas; en una ocasión la interrogaron durante sesenta horas seguidas. Durante un período de seis meses, la sumieron en la más completa oscuridad».

Michael Harris sobre la Doctora Edith Bone

Pero lo que quiere remarcar Harris es como en la soledad la doctora, por medio de su imaginación, buscaba estrategias para no caer en la desolación más absoluta:

“Pero la estratagema más extraordinaria de la doctora Bone no fue el modo de jugar con sus captores, sino la manera de contenerse. La tenaz conservación de su propia cordura. Desde dentro de aquel forzoso vacío, construyó lenta e ininterrumpidamente un mundo interior que no podían quitarle ni destruir. Recitaba poesía, en primer lugar, traduciendo a los seis idiomas que dominaba los versos que se sabía de memoria.
Inspirándose en un prisionero que recordaba de un relato de Tolstoi, la doctora Bone daba paseos imaginarios por todas las ciudades que había visitado: recorría las calles de París, Roma, Florencia y Milán; se daba una vuelta por el Tiergarten de Berlín y por la casa de Mozart en Viena.


... la doctora Bone decidió hacerse con un ábaco. Con trocitos de pan rancio fabricó unas bolas y las insertó en los filamentos de paja procedentes de la escoba que le daban los centinelas cuando la obligaban a barrer la celda. Entonces pudo hacer cálculos de hasta un billón.


... Con las migas de pan empezó a fabricar letras —cuatro mil en total—, que guardaba en veintiséis casillas hechas también con pan. Esa era su prensa de trigo, que usaba para expresar sus ideas y su poesía. Los guardias, cuando echaban un vistazo a su celda, fruncían el ceño y le decían que no era una persona normal. Y la doctora Bone asentía.” Con las migas de pan empezó a fabricar letras —cuatro mil en total—, que guardaba en veintiséis casillas hechas también con pan. Esa era su prensa de trigo, que usaba para expresar sus ideas y su poesía. Los guardias, cuando echaban un vistazo a su celda, fruncían el ceño y le decían que no era una persona normal. Y la doctora Bone asentía».

Michael Harris sobre la Doctora Edith Bone

Leyendo Michael las vicisitudes de la doctora Bone y de como logró vencer por sí misma todas las adversidades; se plantea la necesidad de encontrar más tiempo para sí mismo:

“Cuando por fin terminé de leer su historia, cerré los libros y cuadernos y salí a tomar el intenso sol de la tarde. Pero la inquietud no se disipó como yo esperaba. Mientras caminaba entre ríos de estudiantes, mientras me abría paso hasta la atestada cafetería y luego hasta el abarrotado autobús, el problema no se me iba de la cabeza. Necesitaba más tiempo para mí mismo, pero siempre me echaba atrás cuando lo tenía. Era un problema que valía la pena abordar. Más que eso. La brillante forma de ser de la doctora Bone —la confianza en la riqueza de su propia vida interior— era una cualidad que nuestro mundo, tan obsesivamente conectado, debía imitar».

Michael Harris

Cuando su pareja tiene que estar fuera una semana, el autor planea desconectar de todo un día completo, pero acaba en el fiasco más absoluto:

Cuando llegó el día, sin embargo, recibí un mensaje a las nueve de la mañana, y lo leí como por condicionamiento pavloviano. Una invitación a tomar algo en el parque con unos amigos de fuera de la ciudad. ¡Qué desastre!

Hice trampa. Y volví a hacerla. Fui a la cafetería. Respondí a una llamada de mi madre. Salí a correr y me paré a acariciar a un cachorro. Al acostarme, conté hasta doce interacciones en total. No pude estar solo ni siquiera un día.


No paraba de preguntarme: «¿Por qué tengo miedo a estar en compañía de mí mismo?». Este libro es lo más aproximado a una respuesta».


Michael Harris

Michael nos ofrece datos del cambio tan profundo que ha experimentado la sociedad en solo unos años:

“la compulsión por acicalarnos online se ha integrado en nuestro concepto de naturalidad: solo el 8% de los adultos estadounidenses utilizaban las redes sociales en 2005; ese número se disparó hasta el 73% en 2013. Sin embargo, casi la mitad de los estadounidenses duermen con el móvil en la mesita de noche, usándolo a modo de osito de peluche. Ser humano es ser social; ser humano en la era de las pantallas luminosas es ser radicalmente social.
A menudo no somos conscientes de nuestra posición en esta espiral de conexiones, pero tenemos pruebas evidentes (si las buscamos) de que la esencia de nuestras horas se ha alejado de la soledad, aproximándose al embolismo».


Michael Harris

El autor complementa el libro con diversos estudios, contactando en ocasiones con los autores. Como los estudios de la psicóloga Ester Buchholz en relación a la soledad. Explica como desde el vientre materno el feto se vincula a sí mismo:

«Cuando nacemos —insiste Buchholz—, somos capaces de hacer cosas por nuestra cuenta y de relacionarnos con los demás. Ambas necesidades —estar solos y comunicarnos con otros— son esenciales.» Sin soledad, el niño no alcanza la autonomía, y «es innegable que muchas enfermedades psicológicas y sociales son ante todo trastornos de la autorregulación».

Ester Buchholz, “The Call of Solitude”, 1997

Continúa Harris en su ensayo ofreciéndonos respuestas en torno a la utilidad de la soledad:

“Pasar algún tiempo a solas es inevitable, pero ¿es también positivo? Si no nos lo parece, tal vez se deba a que no comprendemos su porqué: hemos olvidado el valor de la soledad. Así pues, ¿para qué sirve la soledad?”

Michael Harris

Sobre los estudios del psiquiatra Anthony Storr, nos cuenta Harris:

“Creía que lo mejor de la soledad era su capacidad para engendrar ideas nuevas. Storr, uno de los principales académicos de su tiempo, analizó la vida de grandes artistas —Beethoven, Dostoievski, Kafka, Sexton, etc.— desde el punto de vista de la psiquiatría, y descubrió que el «momento eureka» no se produce en la mesa de reuniones. ¿Por qué medita Buda a solas debajo de un árbol? ¿Por qué está Jesucristo cuarenta días en el desierto? ¿Por qué se retira Mahoma durante el mes de ramadán? Es más, ¿por qué tantas culturas tribales buscan una sola cosa en el rito de paso de un niño? La soledad está integrada en las historias que nos contamos a nosotros mismos acerca de la iluminación.Alejarse de la rutina social de todos los días, dice Storr, “favorece la autocomprensión y el contacto con esas profundidades interiores del ser que se nos escapan en el barullo de la vida cotidiana”».


Harris sobre Anthony Storr en su libro, “Soledad”, Debate, 2001.

Según preconiza el autor, el apartamiento de la sociedad, temporal, no implica una desvinculación de ella; pues como “animales sociales” la necesitamos:

“Cada vez que escribimos una carta, o nos acordamos de nuestros amigos durante un paseo solitario, estamos reforzando esos vínculos. Demostramos nuestra fe en los demás —la demostramos y, por tanto, la acentuamos— cuando experimentamos con calma la separación.

Estos, pues, son los fines de la soledad: ideas nuevas, conocimiento del yo y proximidad a los otros. Grosso modo, esos tres ingredientes componen una rica vida interior. Resulta que huir de las multitudes nunca fue el objetivo de la soledad: antes bien, la soledad es un conjunto —un nicho ecológico— dentro del cual se cosechan esos frutos. Por eso hay que evitar a toda costa que corra peligro».

Michael Harris

Los pensadores, los creadores, necesitan ese espacio de soledad. Michael nos ofrece muchos ejemplos. Kafka es uno de ellos:

“Recuerdo que Kafka era muy sincero en cuanto a su necesidad de soñar despierto a solas:

«La escritura es soledad absoluta, es el descenso a la fría sima de uno mismo». ¿Fue el agua fría la que me trajo ese recuerdo? Se dice que la novia de Kafka, Felice Bauer, afirmó que le gustaría sentarse a su lado mientras escribía. Kafka le escribió una carta diciendo que su presencia arruinaría su trabajo. «Nunca se está lo bastante solo cuando se escribe —le dijo—. Nunca hay bastante silencio…, ni siquiera de noche.»”

Michael Harris haciendo referencia a Kafka en “Cartas a Felice” Nórdica 2013

Apartarse de la colectividad es bueno para reforzar nuestros propios criterios, como bien explica Harris:

“El viento de la cultura de masas que nos arrastra por la red es tan onírico y agradable (el gusto popular solo proyecta aquello que resulta fácil de consumir) que nos queda poco tiempo para dedicárselo a otros gustos más complejos y solitarios. Matthew Crawford, en su libro The World Beyond Your Head, señala que el proceso de adquirir gustos adultos es en realidad lo contrario de la diversión, pues requiere esfuerzo y aprendizaje. “¿Tiene futuro ese proceso? —pregunta el filósofo y escritor estadounidense—. La aparición de apetitosos estímulos mentales predeterminados nos obliga a plantear esa pregunta.» También nos obliga a preguntarnos qué nos perdemos si desechamos la idea de un gusto refinado en favor del gusto basado en el entretenimiento de masas y las opiniones populares”».

Michael Harris y fragmento de Matthew Crawford

Reivindica el autor la necesidad del paseo solitario, pero de un modo inteligente:

“… hay que saber pasear; hay que utilizar correctamente esos momentos intersticiales. Dar una vuelta, o incluso caminar como de costumbre hasta el súper, es una ocasión de profundizar en nuestra soledad…, pero debemos asirla por los pelos. Aunque la curiosidad nos lleve a recorrer el mundo —sin móvil, sin tableta, sin el internet de las cosas—, aun así tendremos que decidir si queremos saborear la vida. Desde el exterior de la malsana cháchara cotidiana, por fin conocemos no solo la diversidad del mundo, sino también a nosotros mismos. El consumado flâneur William Hazlitt describe bien la imagen. Cuando sale de casa, busca:

Libertad, absoluta libertad, para pensar, sentir, actuar… como me plazca. […] Quiero ver flotar las sutiles ideas como la pelusa del cardo antes de la brisa, sin que se enrede en los brezos y espinos de la controversia. Por una vez, quiero que todo sea como me gusta a mí, pero eso es imposible si no estoy solo».

Michael Harris y notas de William Hazlitt: “Selected Essays”, 1958.

Leer es otro placer solitario que refuerza nuestra propia esencia. Harris visita al novelista y profesor emérito de Psicología cognitiva en la Universidad de Toronto, Keith Oatley. Mantiene con él una conversación sobre la necesidad de la lectura:

“El lector asiduo, dice Oatley, aprende a tener opiniones e ideas que no son suyas. Nos preparan no solo para descubrir nuevos pensamientos, sino también para vivirlos, asimilarlos, cuidarlos».

Keith Oatley

Sigue contando el autor:

“Empecé a acercarme a la orilla del agua para leer, lejos del teléfono y del terrible ojo de cíclope de mi rúter. En el malecón, abrigado del viento y con un jersey a modo de silla, volví a descubrir un estado de ánimo que corría el peligro de olvidar: la lectura de verdad, casi mística, que anulaba mis angustias y suavizaba el ajetreo de la vida cotidiana».

Michael Harris

Pero Michael quiere ir más allá y experimentar por sí mismo durante una semana, la soledad. Tiene en mente a Richard Byrd:

“… en su cabaña, acurrucado junto a un horno improvisado, Byrd anotó en su diario: Eran fenómenos imponderables y fuerzas cósmicas, tan armoniosas como silentes. ¡La armonía, eso era! Eso era lo que emanaba el silencio: un ritmo suave, la tensión de un acorde perfecto, la música de las esferas, quizá. Me bastaba con percibir ese ritmo, con formar parte de él por un momento. En ese instante no me cupo la menor duda de la unidad del hombre con el universo».

Michael Harris y un fragmento de “Alone: The Classic Polar Adventure” (2003) de Richard Byrd. Traducido en 2017 por Editorial Volcano como “Solo”.

La soledad de Byrd estuvo a punto de acabar en tragedia teniendo en cuenta la extrema temperatura. Michael no va a estar en esas condiciones y lleva provisiones para esos días. No obstante, avisa a sus allegados de su propósito:

“He venido hasta aquí para estar una semana conmigo mismo. Mi intención no es solo doblar o triplicar mi récord de soledad, sino también llegar al extremo de terminar hablando solo. Antes de salir de la ciudad, a mis familiares y amigos aquella excursión les parecía una chorrada —¿qué es una semana?—, hasta que les pregunté cuánto tiempo habían estado solos en toda su vida.

—¿Sin gente, sin un teléfono, sin internet?

—Exacto. A solas.

—¿También sin Facebook?

—Eso está en internet, si mal no recuerdo.

—En efecto.

—No lo dudes.


—Pues…

Tras una serie de extraños cálculos mentales, casi todos dijeron el mismo número que yo: veinticuatro (horas). En algún momento, debido a la gripe o a una depresión, habían estado un día entero sin comunicarse con nadie. El caso de los más jóvenes era aún más lamentable; casi ninguno de ellos había estado apartado de la sociedad durante más de doce horas (recordemos además que disponen de ocho horas simplemente para quedarse dormidos)».

Michael Harris

Es un capítulo muy sugerente, pues Michael plasmará todas las sensaciones que va experimentando en su reclusión:

“Durante la primera noche tengo miedos infantiles. El viejo frigorífico hace ruidos esporádicos, los mismos ruidos que haría un asesino provisto de un hacha si quisiera asustar a su víctima desde el otro lado de la ventana mojada por la lluvia. La madera de cedro cruje de manera escalofriante, como si quisiera imitar unos pasos en la oscuridad. Si no se está acostumbrado a ella, la noche tiene una cualidad irracional. Rara vez nos damos cuenta de ello, pues la atenuamos con farolas, música y televisores. Hasta tal punto que, enfrentados a su verdadera esencia, a su naturaleza asfixiante, tendemos a huir despavoridos. Pero yo no me he dado esa oportunidad. Huir, ¿adónde? ¿A la negrura del bosque? Por el contrario, lo que hago es mirar por la ventana y observar el anochecer, que es cada vez más oscuro, como si un pintor estuviera ennegreciendo las ramas de todos los árboles».

Michael Harris

Ya en el segundo día en solitario, en su desespero trata de consolarse recordando los textos de Thoreau:

“Este aburrimiento, estas horribles noches junto al fuego, esta tranquilidad imperturbable…, tengo la esperanza de ponerles remedio. El segundo día sigue sin ocurrir nada de nada. Pero los textos de Thoreau me sirven de acicate:

Y oyó una voz: «¿Por qué sigues aquí, dándole a una vida mezquina y ardua, si hay a tu alcance una gloriosa existencia? Estas mismas estrellas brillan también sobre otros campos». Pero ¿cómo salir de este estado y emigrar allá? Todo cuanto se le ocurrió fue el practicar alguna nueva austeridad, dejar que el espíritu le embargara el cuerpo redimiéndolo, y tratarse en lo sucesivo con acrecentado respeto. Al final del segundo día no me ha visitado una sola voz mágica. Mi mente ha descendido a mi cuerpo y se ha perdido. Echo de menos todo. Echo de menos mi cama y mi televisión, y a Kenny y a mi querido Google. Desesperado, me quedo mirando durante una hora el océano, que parece un deslumbrante metal líquido; siento la necesidad de cambiar de canal cada diez minutos. Pero el agua se repite como un decreto. Es una tortura».

Anotaciones de Michael Harris incluyendo un fragmento de “Walden” de Henry David Thoreau.

La rutina se instaura durante tres días en la estancia de Michael. Pero el cuarto día se plantea cambios. En su caminata por el bosque nos cuenta un encuentro simpático con un gamo:

“Al cuarto día de estar en la cabaña, por pura necesidad, cambio de actitud. Hago larguísimas excursiones por el bosque. Empiezo a notar cosas que no había notado durante todos los años que llevo viniendo aquí con montones de personas. De repente me encuentro una hembra de gamo en un camino y nos quedamos mirándonos con curiosidad. Las orejas erguidas del animal se alinean con los ojos oscuros, formando dos signos de exclamación en aquella cara muda. Levanto una mano a modo de saludo y pienso que a lo mejor estamos experimentando una anagnórisis mística, pero entonces la gama me saca la lengua —literalmente— y huye saltando. Su algodonoso trasero desaparece entre la maleza, y yo me quedo allí con cara de tonto».

Michael Harris

Sigue contrastando lecturas de autores que han experimentado la soledad, en este caso, Anne Morrow Lindberg:

“La escritora y aviadora Anne Morrow Lindbergh también tenía una cabaña en la ribera. En Regalo del mar escribe acerca de ese cambio de perspectivas, acerca de cómo esos retiros enriquecen la existencia. Los beneficios son al principio incómodos, cuando nos alejamos de tantísima gente:

Las despedidas son siempre dolorosas […], como una amputación. […] Es como si, al despedirnos, perdiésemos de verdad un brazo. Y luego, como le sucede a la estrella de mar, nos crece otro; vuelves a estar entero, completo y sano; más entero incluso que antes, cuando otras personas tenían partes de ti».

Michael Harris y un fragmento de “Gift from the Sea” de Anne Morrow Lindbergh. Traducida como “Regalo del mar” por Circe.

Cuando su experiencia va llegando a su fin, Michael se da cuenta de su transformación y lo más importante, toma conciencia de la necesidad de un cambio de hábitos en su vida diaria:

“Hace tiempo, por las mañanas, me quedaba en la cama soñando despierto; durante los últimos años, por el contrario, me levanto de un salto para conectarme a la red y enterarme de todo lo que me perdí mientras estaba inconsciente. Pero la semana en el bosque ha servido para corregir ese defecto. Esos amaneceres acariciados por la brisa marina son necesarios para el alma».

Michael Harris

De su experiencia, Harris reflexiona sobre las consecuencias del progreso tecnológico no ya únicamente en las personas como anulación de la individualidad sino por la negativa incidencia en el entorno natural:

“En la actualidad, por culpa de las plataformas tecnológicas, obtenemos beneficios desmantelando tanto los recursos mentales como los recursos naturales. Hemos aprendido a cosechar la soledad de los demás. Los especuladores producen tecnologías de acicalado social, y los creadores de entretenimiento revolotean alrededor de nosotros. La soledad se consume y se agota de igual modo que desaparecen las selvas de Brasil y las arenas bituminosas de Alberta. Así es como construimos en nuestra mente una isla de Pascua».

Michael Harris

Leyendo el libro siento que voy acompañando a su autor en su evolución. Escoge magistralmente el comienzo desbrozando la capacidad de la Doctora Bone para sustraerse en su soledad, de la situación coercitiva límite a la que está siendo sometida. Siguiendo su estela transcurren los capítulos en progresión con reflexiones propias, además de la inclusión de otras fuentes autorizadas que complementan a la perfección los postulados de Harris. Y acompaño a Michael en su experiencia solitaria enriquecedora final en la cabaña del bosque. Una vez cerrado el libro cabe reflexionar al hilo de su lectura, sobre si necesitamos un cambio de rumbo como el tomado por Michael en su devenir diario.


Incluyo tres versiones del tema “Solitude”, compuesto por Duke Ellington. La primera versión corresponde a Billie Holiday en su disco de 1956, “Solitude”. La segunda interpretación es conjunta entre Louis Armstrong y Duke Ellington, en su disco de 1973, “The Duke Ellington-Louis Armstrong Years”. Por último, Duke Ellington con su Orquesta en el disco de 1951, “Masterpieces by Ellington”:

In my solitude you haunt me
With reveries of days gone by
In my solitude you taunt me
With memories that never die

I Sit in my chair
Filled with despair
Nobody could be so sad
With gloom ev’rywhere
I sit and I stare
I know that I’ll soon go mad

In my solitude
I’m praying
Dear Lord above
Send back my love

(En mi soledad me persigues
Con ensueños de días pasados
En mi soledad te burlas de mí
Con recuerdos que nunca mueren

Me siento en mi silla
Lleno de desesperación
Nadie puede estar tan triste
Con penumbra por todas partes
Me siento y miro
Sé que pronto me volveré loco

En mi soledad
Yo estoy rezando
Querido señor de arriba
Devuelve mi amor)

(“Solitude. A Singular Life in a Crowded World” Michael Harris 2017)

“Solitud” Michael Harris

Editorial: Paidós, Edición 2018 🔗

Prólogo: Nicholas Carr

Traducción: Fernando Borrajo

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