Alexander Wolff indaga en el pasado de su abuelo, reputado editor de libros en Alemania y en el exilio en Estados Unidos; en el pasado controvertido de su padre, que luchó en la Wehrmacht alemana, en la Segunda Guerra Mundial.
Kurt Wolff, abuelo del autor tenía una editorial y dominaba el panorama literario anterior y posterior a la Primera Guerra Mundial. Era hijo de una mujer de ascendencia judía. Con la ascensión del nazismo, se vio obligado a cerrar la editorial en 1930. Tres años después, tuvo que salir de Alemania y en 1941, emigrar a Nueva York. Allí, fundó Pantheon Books.
Por su parte, el padre del autor, Nikolaus Wolff, quedó en Alemania sirviendo en la Wehrmacht o fuerzas armadas del Tercer Reich. Acabó en un campo de prisioneros estadounidense y pudo emigrar a Estados Unidos en 1948.
Alexander Wolff, autor del libro, finalizó su relación con Sports Illustrated después de treinta y seis años de trabajo, en 2016. Poco después, en 2017, siente la necesidad de ahondar sobre el pasado familiar, viajando a la misma Alemania, donde residirá un año junto a su familia:
“Una década después de la muerte de mi padre, cuando acababa de cumplir sesenta años, me descubrí retrocediendo en el tiempo. Quería hacerme una idea más completa de los capítulos europeos de la vida de mis antepasados y del sangriento periodo en el que se desarrollaron. Me empujó a ello, sobre todo, una fastidiosa sensación de negligencia; la idea de que, por alguna razón, había errado al no investigar el pasado de mi familia».
Alexander Wolff “Páginas de vuelta a casa: Una historia familiar de libros, guerra, huida y exilio” Ed. Crítica 2022 (Las sucesivas citas se referirán al mismo autor y libro o figurarán con su correspondiente acreditación)
Alexander, cuando emprende el viaje, apenas conoce más que unos datos básicos en torno al pasado familiar, debido al temprano fallecimiento de su abuelo y al silencio de su padre, preservando su pasado en Alemania.
Nos pone en antecedentes el autor, sobre la educación de su abuelo, Kurt. Se crio en Bonn en un ambiente eminentemente musical, con un padre, Leonhard, multifacético: impartía clases de música en la universidad, era organista, director de orquesta, intérprete de instrumentos de cuerda y maestro de coro. También era compositor y amigo de Brahms. En 1886 se casó con María Marx, bautizada como sus padres al cristianismo pero con raíces judías. De formación como profesora, dirigía un hogar culturalmente alemán. Amaba la poesía y lo compartiría con Kurtz. En 1887 nació Kurt. María, falleció con cuarenta y seis años, pero había dejado huella en Kurtz, que apenas contaba diecisiete:
“Los Wolff pertenecían a una clase de alemanes conocidos como Bildungsbürgertum, la alta burguesía dedicada al Bildung, un modo de vida en el que sus devotos se someten a un aprendizaje permanente y a cuidar y preservar su patrimonio cultural sobre tres ejes principales: el arte, la música y los libros».
Con el dinero heredado de su madre, Kurtz compra primeras ediciones e incunables del siglo XV. Estudió literatura alemana en varias universidades, principalmente en Leipzig, epicentro editorial. Aparca el doctorado y comienza a ocupar un cargo editorial en Insel Verlag:
«Me encantaban los libros, sobre todo los libros bonitos, y cuando era adolescente y estudiante los coleccionaba, aunque era consciente de que era una actividad poco productiva», recordaba Kurt. «Aun así, sabía que tenía que encontrar una profesión relacionada con los libros. ¿Qué quedaba? Ser editor».
(Kurt Wolff, 1962, conversación con Herbert G. Göpfert, citada en Thomas Rietzschel, «Der Literat als Verleger», en Kurt Wolff zum Hundertsten, Michael Kellner, Hamburgo, 1987.)
Edita la correspondencia y diarios de Adele Schopenhauer, hermana del filósofo y de Ottilie von Goethe, nuera del escritor. Luego editó a un antepasado, Johann Heinrich Merck, de la que pasaría a ser su mujer en 1909, Elisabeth Merck. Su padre era dueño de una conocidísima empresa farmacéutica.
En 1910 se asocia con Ernst Rowohlt, famoso editor. Estando en la oficina, nos cuenta Alex como su abuelo coincide con Max Brod y Franz Kafka. Kurt deja constancia de su visita:
“Respiré aliviado cuando terminó la visita y me despedí de aquel hombre, con sus ojos hermosos y una expresión de lo más conmovedora, una persona que parecía existir fuera de la categoría de la edad. Kafka aún no había cumplido los treinta, pero su aspecto, pese a parecer cada vez más enfermo, siempre me causaba una sensación de atemporalidad: se lo podría describir como un joven que jamás había dado un paso hacia la madurez».
Kurt Wolff: A Portrait
En 1913 compró la editorial de Rowohlt y poco después la rebautizaría como Kurt Wolff Verlag, llevándose a Kafka y Brod con él. En carta dirigida al crítico, editor y escritor, Karl Krauss (el cual en 1914 sería autor de su editorial), le proclamaría su sentido como editor:
«Considero que un editor es, ¿ cómo lo diría…?, una especie de sismógrafo cuya tarea consiste en llevar un registro preciso de los terremotos. Intento tomar nota de lo que traen los tiempos en cuanto a expresión y, si me parece valioso en algún sentido, se lo presento al público».
Carta de Kurt Wolff a Karl Kraus, 14 de diciembre de 1913, en en Kurt Wolff: Briefwechsel
Rabindranath Tagore consiguió el Nobel en 1913 y la edición de Kurt, vendió más de un millón de ejemplares de una colección de obras del autor, en tapa dura.
La visita de Kurt a Karl Krauss, marcó a ambos. En 1913 publica a Franz Werfel; al poeta Walter Hasenclever; los escritos del pintor austríaco Oskar Kokoschka; la revista literaria expresionista Der jüngste Tag (El Día del Juicio), en la que publicó en 1916, “La metamorfosis”, de nuestro querido Kafka.
Robert Musil, escritor austríaco en la nómina de Kurt, hace una somera descripción del editor: «Alto. Delgado. Enfundado en gris inglés. Elegante. Cabello claro. Bien afeitado. Cara aniñada. Ojos grises azulados que pueden mirarte con dureza…» (Robert Musil, Tagebücher: Hauptband, Adolf Fris.)
De cómo la actividad de Kurt no estaba basada en el sentido estricto comercial deja constancia el también editor, crítico y guionista, Willy Haas:
“«A menudo, la empresa funcionaba más como un mecenas del arte que rigiéndose por cálculos comerciales», recordaba Willy Haas, que, junto a Werfel y Hasenclever, se convirtió en lector de Kurt Wolff Verlag en 1914».
Willy Haas, «Kurt Wolff: 3 März 1887-1822 Oktober 1963», Die Welt, 28 de diciembre de 1963.
Ahondando en la labor editorial, el mismo Kurt, en unas notas encontradas entre sus documentos, dejaba clara la honestidad que deseaba imprimir en la edición, teniendo en cuenta principalmente, a los autores que va a publicar:
«Yo solo quiero publicar libros de los que no me avergüence en mi lecho de muerte. Libros de autores muertos en los que creamos. Libros de autores vivos a los que no necesitemos mentir. Toda mi vida ha habido dos elementos que me parecen la carga más nociva e inevitable del trabajo de editor: mentir a los autores y fingir conocimientos que uno no posee […]. Podemos equivocarnos, eso es inevitable, pero la premisa para todos y cada uno de los libros siempre debería ser una convicción incondicional, la absoluta creencia en la palabra auténtica y el valor de lo que defiendes».
Nota sin fechar en los documentos familiares, traducción basada en Marion Detjen, «Kurt and Helen Wolff»
Kurt es reclutado y enviado al frente en la Primera Guerra Mundial. Sus reflexiones se vuelven pesimistas a medida que avanza el conflicto:
“¿Qué traerá la primavera? ¿El fin de la Batalla de las Naciones, la gran Paz de las Naciones? Es extraño que esta era de grandes sucesos también se haya convertido en una era de interrogantes eternos […]. ¿Por qué, cuándo, cuánto tiempo más, para qué?».
Kurt Wolff, «Tagebücher», DLA-Marbach.
En 1916, puede regresar a la actividad, gracias a una personalidad, amante de los libros, Ernst Ludwig. Por su parte, Kafka, le da la bienvenida:
«Le envío mis más afectuosos saludos ahora que vuelve a estar cerca de nosotros», escribió Kafka a Kurt en octubre de 1916. «Aunque, en los tiempos que corren, hay poca diferencia entre estar cerca y estar lejos».
Carta de Franz Kafka a Kurt Wolff, 11 de octubre de 1916.
El gran autor, Joseph Roth, en su nómina editorial, al final de la guerra, se refiere a ella como la “gran nada aniquiladora” (Citado en Geert Mak, In Europe: Travels through the Twentieth Century)
Tras la paz de 1918, publica el controvertido libro de Heinrich Mann, “Der Undertan” (El Subordinado). Kurt consigue grandes ventas, pero su autor recibe amenazas de muerte.
Publica el año siguiente el relato corto, “En la colonia penitenciaria” de Franz Kafka. Pudo publicarlo antes, pero nos cuenta Alex que lo retuvo por la temática “dolorosa” y por evitar a los censores. Se lo explicó en su momento a Kafka, recibiendo su respuesta:
«Sus críticas al elemento doloroso coinciden plenamente con mi opinión, pero pienso lo mismo de casi todo lo que he escrito hasta la fecha», respondió Kafka. «¿Se ha percatado de las pocas cosas que están exentas de ese “elemento doloroso” en una forma u otra?».
Carta de Franz Kafka a Kurt Wolff, 11 de octubre de 1916
Es preciso destacar el período democrático de Weimar, pero aparentemente este avance en los derechos, estuvo caracterizado por una gran inestabilidad política y social. Ello supuso dificultades en el negocio editorial. Nace el primer bebe, tía del autor, María. Kurt traslada la editorial de Leipzig a Múnich.
Kurt Wolff comenzó a centrarse en las artes, pintores como Paul Klee y Kandisnki. Atraviesa dificultades teniendo que despedir a empleados. Tratando de depender menos del frágil negocio en Alemania, funda en Florencia, Pantheon Casa Editrice, primera editorial paneuropea especializada en libros de arte. Nace el padre del autor: “Mi padre nació en julio de 1921, con Alemania envuelta en un caos cada vez mayor».
Recuerda Alex, como la crisis de 1929 afectó al negocio editorial de Kurt, cesando prácticamente. A este hecho se unen las dificultades matrimoniales, agravadas con un parto de Elisabeth, en el que el niño nace muerto. El autor reconoce desconocer estos hechos por el mutismo de su padre. En declaraciones de sus abuelos se observa una relación condenada al fracaso:
“Años después, Kurt describiría una sensación de encarcelamiento al principio de su matrimonio, ejemplificada en una noche que volvía de la oficina y encontró a Elisabeth esperándolo en la puerta de casa. Por su parte, mi abuela le dijo a su hija María mucho después: «Yo era demasiado joven. No entendía lo que ocurría»».
Otra circunstancia que descubre Alexander, es la inclinación por las mujeres, de su abuelo:
“En una ocasión, María me contó que, en sus últimos años de vida, Kurt le confesó que habría sido mejor editor de no ser por las mujeres, ya que consumían mucho tiempo. «Nunca era por el sexo», dijo María. «Era la seducción. Y odiaba estar solo».
Descubre a su vez que su abuelo tuvo un hijo extramarital, Enoch, en 1926, con Annemarie Von Puttkamer, traductora de la editorial. Según cuenta Alex, Annemarie entró en pánico al saberse embarazada y por medio de su hermano, conoció al músico, Fritz Crome, que estaba teniendo problemas por rumores de homosexualidad. Ambos se casaron y al niño le dieron el apellido del padre. Posteriormente se separarían. Cuando el nazismo, envió a Enoch a Copenhague con Fritz. Éste le reveló que su padre era Kurt Wolff, aún así lo ayudó y poco a poco se abrió camino.
“Los diarios de Kurt dejaban claro que de vez en cuando veía a su hijo, a quien le habían puesto el sobrenombre de Pflaume (Ciruela). Sin embargo, cuando mi abuelo huyó de Alemania en 1933, Annemarie von Puttkamer Crome crió a Enoch más o menos sola a la vez que se ganaba la vida como podía en Múnich como novelista, biógrafa y traductora».
Alexander Wolff descubre que su abuelo se carteó con su hijo Enoch y lo ayudó económicamente tras la muerte de Fritz Crome:
“Comparto con Annemarie varias cartas que se enviaron Kurt y Enoch. Su correspondencia se intensifica en los años cincuenta, después de que Fritz Crome falleciera y Enoch empezara a hacer frente a sus responsabilidades como adulto. Enoch habla de las novelas que está leyendo y ofrece posar para un retrato profesional y enviar la foto a Nueva York. Por su parte, Kurt aporta un estipendio periódico mientras Enoch termina sus estudios. Le aconseja sobre sus problemas con Karen, que ya han salido a la luz, y lo anima a buscar un círculo de amigos varones de confianza. Le envía libros del catálogo de Pantheon y, en un momento dado, le pregunta incluso si estaría interesado en traducir Regalo del mar al danés».
En 1929 se separan los abuelos del autor. Elisabeth por su parte, inicia relaciones con el Dr. Albrecht, ginecólogo que la atendió en el parto.
Una persona que Kurt contrató en 1925 para su empresa, comenzaría a tener gran sentido en su vida a raíz de la separación; Helen Mosel, pero también tendría gran repercusión posteriormente, en el negocio editorial estadounidense. Nos la describe Alexander:
“Helen Mosel, mi abuelastra, nació en 1906 en Vranjska Banja, una ciudad balneario del sur de Serbia. Su madre, Josephine Fischhof, era una periodista originaria de Viena; su padre, Ludwig (Louis) Mosel, un ingeniero de Renania, había sido enviado al Imperio otomano a trabajar en la electrificación de Turquía. Temerosos de que Helen y sus tres hermanos pequeños estuvieran expuestos al cólera en las escuelas públicas, sus padres contrataron a tutores privados. Cuando tenía cuatro años, Helen ya sabía leer».
Helen, sabía de las inclinaciones hacia las mujeres de Kurt, pero por sus confidencias, la relación parece estar basada en la confianza entre ambos:
«No hace falta ser propiedad de tu amado; tienes que amar a esa persona como es debido para conoceros, para estar conectados indestructiblemente por el poder de la emoción. Entonces no hay distancia, ni celos ni envidias».
Detjen, «Zum Hintergrund des Hintergrunds»
En 1931, Kurt y Helen viajarán por Europa, sorteando volver a Alemania, a la que consideraban deprimente: «Lo detectas a los cinco minutos […], un ambiente apocalíptico que se ha convertido en una psicosis de masas». (Carta de Kurt Wolff a Walter Hasenclever, 26 de noviembre de 1931).
Kurt no solo peligraba por sus antecedentes judíos, también se unía la nómina de autores de la editorial, menospreciados por el Régimen nazi. Helen escribe a su hermano, reflejando su inquietud por los acontecimientos en Alemania, según nos indica el autor:
“Helen volvió a escribir a su hermano asegurándole que el nacionalsocialismo prometía una «caída en la barbarie», en la cual no creía que hubiera «espacio vital para una persona medio decente». Asimismo, hacía un diagnóstico: «El problema original del pueblo alemán es que la realidad no es suficiente para ellos. No se adaptan a lo que hay. La vida les aburre, así que la tiran por la borda […]. Aquellos para los que la normalidad no basta siempre acaban sembrando el caos y la destrucción»».
Detjen, «Zum Hintergrund des Hintergrunds»
En 1933, Kurt y Helen viven en Alemania los acontecimientos de la quema del Reichstag, relata Alex: “El Reichstag ardió la noche siguiente, y Helen y Kurt escucharon al parlamentario nazi Herman Göring vociferando en la radio. «¡Están locos!», exclamó Kurt. «¡Haz las maletas!»».
Salen dos días después hacia París y Londres. Se casan el 27 de marzo. En mayo tiene lugar la quema pública de libros, perteneciendo muchos de ellos, al catálogo de Kurt Wolff Verlag.
Rememora Alexander las palabras de Hannah Arendt, amiga de sus abuelos, sobre el totalitarismo y la distorsión de la realidad en el ciudadano:
«El súbdito ideal de un gobierno totalitario», escribió Hannah Arendt, amiga de Kurt y Helen, «no es el nazi o el comunista convencido, sino la gente para la que la distinción entre hechos y ficción (esto es, la realidad de la experiencia) y la distinción entre verdadero y falso (esto es, los criterios del pensamiento) ya no existen».
Hannah Arendt, The Origins of Totalitarianism, Harcourt 1973
María y Niko, verían durante cuatro veranos a sus padres, en el sur de Francia.
Kurt y Helen, vivirían en Florencia y Lastra e Signa. Pero a partir de 1938, Italia se volvió peligrosa con Mussolini, para los judíos. Huirían a Francia con tan sólo dos maletas. Las condiciones eran difíciles, Kurt se encontraba sin pasaporte y Helen estaba embarazada y había perdido a su madre recientemente. Según nos cuenta Alex, la marcha se produjo en un ambiente triste tal como refleja el diario de su abuelo:
«Periódico deprimente […]. Lluvia, triste, muchas cartas; tarde: equipaje y cementerio […]. Partida hacia Niza». «No podemos ni queremos volver a Italia», escribió más tarde a una amiga alemana que se encontraba a salvo en Estados Unidos. «Además, ahora mismo no tengo pasaporte (solicité la renovación hace seis meses, pero de momento no he obtenido respuesta), y vivir en Italia sin pasaporte es imposible, ya que te devuelven a tu país de origen».
Detjen, «Kurt and Helen Wolff», en Immigrant Entrepreneurship
En Niza, nacería Christian. En la primavera de 1939, Kurt, Helen y Christian se hallaban en París. Con la invasión de Polonia, la situación cambió y el gobierno francés los consideró enemigos extranjeros. Kurt llegó a estar apresado tres semanas. Ambos participarían en acciones propagandistas contra los nazis. Al niño lo llevarían a un convento en La Rochelle, para que estuviera a salvo. A Helen también la retuvieron.
Nos sigue relatando Alex, la odisea de sus abuelos:
“El 15 de mayo, en vista del avance alemán en Sedán, las autoridades francesas volvieron a internar a Kurt, y no tardaron en arrestar también a Helen. Inicialmente, Kurt estuvo en el Stade de Buffalo, en París, y luego en los campos de Chambaran y Le Cheylard, en el sudeste; ella fue retenida en el Vélodrome d’Hiver de la capital antes de ser trasladada al campo de internamiento de Gurs, en el sudoeste. Pero esas segundas detenciones acabarían siendo un golpe de suerte, ya que hicieron que ninguno de los dos estuviera en París cuando la Wehrmacht tomó la ciudad el 14 de junio».
Francia firma un armisticio con Alemania y Helen puede marcharse. Pero el gobierno colaboracionista de Vichy podía entregar a cualquier persona reclamada por los nazis. Helen se refugiaría en un castillo a las afueras de Toulouse, propiedad de la condesa antinazi, Bertha Colloredo-Mansfeld. Helen, en sus memorias no publicadas, reflejó el oasis que supuso su alojamiento junto al ángel protector de la condesa:
“Frente a un espeso muro de cipreses centenarios entrelazados había gran cantidad de arbustos y flores multicolores en plena floración. El lugar, tanto dentro como fuera, era tal milagro de belleza y color que me sacó totalmente de la tristeza de la derrota y de la huida. Bendije a la persona responsable de ese milagro y, en lugar de acostarme, seguí a la condesa toda la tarde. Aquella fue mi primera y probablemente única oportunidad de observar un vestigio obsoleto del pasado: una verdadera aristócrata no degenerada en acción».
Helen Wolff, «My Most Unforgettable Character», memorias no publicadas, hacia 1942
Helen contactó con un amigo en Suiza al que recurrió también Kurtz al ser liberado. Kurtz fue en busca de Helen y se dirigieron a Niza. Una amiga pudo llevarles a Christian. Urgía salir de Francia.
El Comité de Rescates de Emergencia en Nueva York pudo salvar a más de dos mil personas, gracias al periodista idealista, Varian Fry. Nos lo recuerda Alex basándose en un libro de Andy Marino:
“Fry se metía cada vez en más embrollos mientras los franceses intentaban apaciguar a sus señores nazis, y sería expulsado para siempre transcurridos solo trece meses. Pero, para entonces, el ERC había ayudado a figuras como Hannah Arendt, Marc Chagall, Marcel Duchamp y Max Ernst a escapar de la Francia de Vichy. El viernes 13 de septiembre de 1940, Fry acompañó a Franz Werfel y Heinrich Mann —dos antiguos autores de Kurt—, a Alma, la mujer de Franz, a Nelly, la mujer de Heinrich, y a su sobrino Golo, hijo de Thomas Mann, a un encuentro con un guía al principio de un camino que atravesaba los Pirineos. Aquella noche, Fry cenó con ellos en España, donde les entregó su equipaje, que había pasado sin problemas por la frontera en tren.
Fry y su red pronto prestarían ayuda directa a Kurt y Helen».
Andy Marino, A Quiet American: The Secret War of Varian Fry, St. Martin’s Press, Nueva York, 1999
Kurt y Helen, cuando nació Christian lo inscribieron como ciudadano francés. Ese hecho, según cuenta Alex, fue decisivo para conseguir los documentos de identidad que les facilitaran la salida de Francia:
“El estatus de su hijo probablemente los ayudó a conseguir documentos de identidad franceses en 1938. Más tarde, su madre especulaba que solo un niño francés de siete años podía inducir a la burocracia de Vichy a apiadarse de los tres. «La idea era que un niño francés necesita a sus padres, y declaramos nuestra lealtad a Francia a través de él», decía Helen. «Así que, en cierto modo, es posible que nuestro hijo nos salvara la vida»». (Mitgang, «Imprint»)
Sus abuelos y su tío, Christian, se dirigieron a Marsella para encontrarse con Varian Fry:
“Los Wolff partieron de Niza el 9 de febrero a primera hora e hicieron escala en Marsella, donde Fry los despidió en la estación y emprendieron su viaje a Toulouse. Al día siguiente llegaron a la frontera en Canfranc. En cuanto el tren entró en España, vieron edificios sin tejados y campos chamuscados, las consecuencias de la Guerra Civil. Primero una tormenta de finales de invierno y luego una demora de varios días antes de encontrar plaza entre Madrid y Lisboa convirtieron su viaje en tren en un calvario de una semana».
Cuenta Alexander los peligros que había en Lisboa, donde se encontraban agentes de la Gestapo secuestrando a personas o como les ocurrió a Kurt y Helen, que habían reservado por 50.000 francos un pasaje que no apareció. A última hora consiguieron dinero prestado y pudieron encontrar literas en el Serpa Pinto. Partieron el 15 de marzo de 1941, llegando a Nueva York el 31.
Alex, reflexiona acerca de lo que pudo pensar su abuelo en su marcha a Estados Unidos, dejando en Alemania a sus dos hijos. El mismo autor parece responderse a sí mismo aportando tres razones. Una es que el Dr. Albrecht podía protegerlos, al igual que Elisabeth que contaba con el apoyo de su familia Merck. Otra segunda, es que los chicos parecían estar más “arianizados”, corriendo menos peligro. La tercera razón, estribaría en la dificultad de viajar con tres hijos.
En relación a los Merck, Alexander en sus investigaciones, descubre y se apena por la connivencia de la familia Merck con el Nazismo.
Paralelamente a la historia de sus abuelos, Alexander nos cuenta el acontecer de su padre. En 1940, Niko es reclutado con 19 años. Pasó a ser conductor y mecánico de la Luftwaffe. Partiría al frente en junio de 1941.
Llegado a este punto en el que entra en la narración su padre, Alexander hubiera querido tener más conversaciones en torno a las acciones que acometió:
“¿Por qué no abordó nunca esos temas? Quería ahorrárnoslos, por supuesto. Pero la pregunta, incorporada a una lista cada vez más extensa, sugiere una respuesta en forma de otra pregunta: ¿Cómo podía hablar de ello? Aunque eso no impide que haga aparición la frase: «Él no me lo contó y yo no pregunté».
Pienso en lo que escribió a su madre poco antes de la Operación Barbarroja: «La mente se ha echado a dormir. Es un sueño muy profundo […]. Primero tendría que descongelarme»».
Desgrana esas palabras de su padre a su abuela, donde su progenitor parece estar viviendo un sueño en estado de congelación, reflexionando apoyado en otros autores:
“Tener a los soldados en un estado de congelación psicológica y emocional era deliberado. «¡A partir de ahora pertenecéis al Führer!», les decían a los niños alemanes al reclutarlos para las Juventudes Hitlerianas. (Jarausch, Broken Lives) Según afirmaba Hitler: «No quiero educación intelectual. El conocimiento estropeará a los jóvenes. Lo que deben aprender es autocontrol. Lo que deben conquistar es el miedo a la muerte. Eso es lo que genera libertad, creatividad y madurez verdaderas»». (Citado en Sereny, The German Trauma)
Entre lo que sí contó su padre a Alex, es haber estado una noche en Auschwitz pero ajeno a los asesinatos. El autor, entre los documentos que analiza, apenas quiere ver las letras de su padre en un sobre sellado allí:
“Me contó que durante la guerra pasó una noche en Auschwitz, ajeno a los asesinatos industrializados que tenían lugar tras los muros de Birkenau. Pero no estoy preparado para ver la letra de mi padre —la misma que conozco por sus felicitaciones de cumpleaños o por algún que otro cheque para sacarme de apuros durante las vacaciones de la universidad— en el sobre de una carta que envió a casa a finales de 1944. En el sello se ve a Hitler de perfil y el matasellos dice «AUSCHWITZ»».
Según avanzaba la guerra, reconfortan hasta cierto punto las palabras de su padre a su madre, en consonancia con la sensibilidad de Kurt:
“Niko solo podía decir ciertas cosas en sus cartas, pero en ellas reconozco a un pacifista en ciernes, abatido por la destrucción de la guerra. Sin duda, su madre rememoró los mensajes enviados por Kurt desde el frente durante la primera guerra mundial. «Es tan sumamente triste que se esté destruyendo tanta belleza, todo lo que antaño me era querido y conocido de viajes anteriores…», escribió Niko. «¿Quién sabe si volveré a ver esos lugares algún día? También Elba, Saint-Tropez, Florencia… Ahora todo forma parte de la guerra y ha desaparecido.»».
Niko es apresado por los aliados y trasladado a un campo de prisioneros en las afueras de Le Mans, Francia.
Mientras, con ayudas, Kurt y Helen pudieron regresar al cabo de un año a la edición de libros. Llamaron a la editorial, Pantheon, en recuerdo a la de Florencia. En el mismo apartamento en el que vivían tenían la oficina. En 1943 publicaron una antología de poemas de Stefan George y en 1944, Los cuentos de los hermanos Grimm, que en crítica favorable respaldó Auden, siendo todo un éxito. Publicaron autores franceses, Gide, Camus, Claudel, Péguy.
Kurt escribe a su ex mujer en otoño de 1945. Sabe que han liberado a Niko, merecen la pena sus palabras:
“Gracias a una carta de Liesl [la hermana de Helen], por fin hemos recibido la noticia de que Niko ha vuelto a casa contigo. Imagino lo que debe de significar para ti, y estoy increíblemente feliz por ambos de que se encuentre bien […], Embrasse-lui de ma part, très tendrement. Y dile que aprenda inglés. Hablo en serio. Algún día espero poder hacer algo por él y por su futuro.
El recuerdo del pasado hace desaparecer la amargura, y los días y las cosas hermosas que compartimos resaltan con brillantez. Con el paso del tiempo, a menudo siento la inquietud de la existencia. Nos convertimos en casas habitadas por sombras y ecos que coexisten conmovedoramente con la cercana y reluciente realidad […]».
Carta de Kur Wolff a Elisabeth Merck, otoño de 1945
Otro carteo muy interesante, es el establecido entre María y su padre. Su hija se había quejado de la amarga situación de Alemania y Kurt contestó a sus quejas, incidiendo en el “velo” que habían tenido los ciudadanos alemanes en torno al nazismo:
“Oh, Maria, no deberías decir eso. A ti y a la mayoría de los alemanes os fue muy bien hasta 1939 […]. No había mártires entonces, y en esos mismos años, que pasamos serenamente, había un sufrimiento, un dolor y un horror en Alemania que no reconocimos ni nos tomamos en serio. Y, a partir de 1939, tú y yo vimos las cosas con ojos diferentes. O, mejor dicho, vosotros, casi todos vosotros, no las visteis, no queríais ver las cosas tal como eran.
En Francia me crucé con muchas víctimas de los campos de concentración alemanes, gente con los huesos hechos añicos, hombres que habían sido castrados, convertidos en despojos físicos y psicológicos […]. Y mientras los queridos soldados alemanes te mandaban medias de seda y bombones desde París, los civiles franceses se habían echado a las carreteras secundarias para huir de los ataques de los bombarderos alemanes, y yo, tu padre, andrajoso y hostigado, con el corazón lleno de miedo, escapaba a pie, caminando todo el día para no caer en manos de esos queridos soldados alemanes […].
Oh, Maria, describes el infierno de 1944 y 1945. ¿Dónde estaba tu conciencia entre 1939 y 1943? Varsovia, Rotterdam, Coventry, Lídice, el exterminio de miles de polacos, checos, judíos, rusos… Nada de eso te quitó el sueño […]. El bumerán tardó más de tres años en volver, en convertir a Alemania en una de sus víctimas. En un sentido metafísico, los alemanes provocaron su propio sufrimiento […].
En este montón de cenizas, la gente habla ahora de culpabilidad. Y tú te enfrentas a los muertos, que cuentan viejas historias al salir de la tumba. Mi niña, nadie puede absolverse por medio del sufrimiento, a menos que el sufrimiento se elija libremente».
Carta de Kurt Wolff a Maria Wolff Baumhauer, 18 de marzo de 1946, en Kurt Wolff: Ein Literat und Gentleman, Barbara Weidle (ed.) 2007
Finaliza su conmovedora carta a su hija rememorando a Thomas Mann, con el que coincide plenamente:
“Solo es posible un nuevo comienzo para los alemanes si reconocemos nuestra inmensa culpa. Thomas Mann tiene razón: todos estamos manchados de sangre y vergüenza. Debemos reconocer este hecho sin ambages ni reservas. Esta es la tarea para el presente y el futuro. Dios nos ha mantenido con vida para que abordemos este problema, y solo la perspectiva de su solución infunde a la próxima generación esperanzas de una vida que merezca la pena ser vivida. Con independencia de que alguien sea tan joven como tú o tan mayor como yo, nuestra vida difícilmente será lo bastante larga para completar esta tarea, y el tiempo que tardemos en hacerlo está en manos de Dios. Los cambios en el mundo no llegarán de Naciones Unidas o desde fuera; los individuos, tú y yo, debemos transformarnos hasta que eso propicie sabiduría e iluminación en nosotros. Si lo conseguimos, los niños serán personas mejores y más responsables («El niño no aprende de lo que dicen los padres, sino de cómo viven».—C. G. Jung.).
He intentado demostrarte que vemos con ojos diferentes, porque tú estabas dentro y yo fuera. Esa diferencia geográfica debería dejar de existir. Ahora debemos ver con los mismos ojos. Estamos unidos por el destino, y tenemos la misma tarea ante nosotros».
Carta de Kurt Wolff a Maria Wolff Baumhauer, 18 de marzo de 1946, en Kurt Wolff: Ein Literat und Gentleman, Barbara Weidle (ed.) 2007
María responderá tímidamente en otra carta en la que adjuntará una foto de su hermano Niko, con aspecto cansado. El autor achaca las letras de su tía, por un lado, al sentimiento fraternal, por otro, a un conocimiento parcial de las atrocidades nazis:
“Esa foto de Niko por desgracia es representativa. Su expresión plasma los dos años y medio de la campaña rusa y el agotamiento letal que padecemos todos. Aparte de las adversidades físicas, de los inviernos gélidos del este, de todo lo que vimos y del hambre, Niko sintió en propia piel el terror de todo ello. Cuando acababan sus permisos, era yo quien lo llevaba a la estación para volver al frente, y nunca podré olvidar su cara, pálida y distraída, y su cuerpo, zarandeado por ese mar de uniformes grises y negros en la estación semi destruida».
Carta de Maria Wolff a Kurt Wolff finales de marzo de 1946
Niko, comenzará a ganarse la vida como fotógrafo ocasional, principalmente con fotos a los soldados aliados. Más tarde podrá reanudar sus estudios de Química. María por su parte, al poco de llegar su marido, se separará, teniendo que mantener a su hijo y teniendo una difícil relación con su madre Elisabeth, que no aprobaba su vida bohemia.
Kurt viajará a Alemania en junio de 1947 para ver a sus hijos. En esa visita, se aprecia la desesperanza de María en la despedida de su padre:
«Qué horribles y agonizantes son las estaciones de tren» Y el tren arranca y aparta tu mano de la mía, y tu rostro, triste y pálido, flota por encima de mí, y veo en él un cansancio que está envuelto en nuestra fatiga general, y creo que ha llegado el momento de que huyas de este horror, antes de que lo entiendas del todo, antes de que lo entiendas por completo.
Y finalmente, puedo darme la vuelta y llorar mientras el tren abandona la estación detrás de mí: lejos, lejos. Pasado, se acabó…
Y ahora me doy cuenta de lo que quería decirte desesperadamente en esos últimos segundos junto al tren, cuando el nudo en la garganta no me lo permitía: «Sácanos, llévanos lejos de aquí, pronto… ¡Solo allí, en otro país, podremos encontrar un lenguaje común una vez más!».
Carta de María Wolff tras la visita de su padre, nunca enviada
Helen y Kurt pretendían llevar a María a Estados Unidos para ayudar en la editorial pero no se pudo llevar a efecto. María se casó en 1955 con Peter Stadelmayer, vivieron en Múnich y Hamburgo. Desde 1964 a 1971 residieron en Manhattan, en el Instituto Goethe de la Quinta Avenida, del cual Peter era director.
Niko, debido a las gestiones de su padre y una diplomatura de química, podrá partir en agosto de 1948 a Nueva York. Tras un año, consiguió independizarse al conseguir trabajo como profesor de laboratorio.
Kurt y Helen pudieron poco a poco solventar las dificultades editoriales. Algunas ediciones destacan, como “El Gatopardo”, en 1955, “Regalo del mar” de Anne Morrow Lindbergh o Doctor Zhivago del nobel, Boris Pasternak.
Pero Kurt se entero de que Kyrull Schabert, que en un principio figuraba como director simbólico de la Compañía, debido a que Kurt era considerado todavía enemigo extranjero; comenzó a relegar a Helen y Kurt en tareas decisivas de la editorial, llegando las desavenencias sobre 1958. Expresó su malestar al presidente de la Junta de Pantheon, John Lewis:
“Para mí, la división entre las funciones de Kyrill y las mías […] siempre ha sido razonable y lógica: Kyrill mantenía contacto, y muy hábilmente, con gente del negocio y con varias organizaciones y comités editoriales de Estados Unidos. Yo me dedicaba a lo que considero la esencia de la edición. Nos movíamos en círculos diferentes, pero eso no significa que Kyrill fuera el director y yo el editor. La responsabilidad final de lo que defiende Pantheon recae en mí.
A pesar de todo, eso no significa que no pudiera o no quisiera trabajar con Kyrill en equipo. Lo hicimos al principio, y funcionó. Solo cuando me di cuenta de que Kyrill ya no estaba promocionando Pantheon como una empresa creada por los tres, sino como su plataforma personal, y se nombró director y delegó en mí y en Helen el estatus de «su plantilla», mi sentido de la justicia y la igualdad se indignaron».
Carta de Kurt Wolff a John Lewis, 29 de noviembre de 1958
Ese contratiempo provocó que Helen y Kurt viajaran y se establecieran en Suiza, más como descanso que por consideraciones editoriales:
“Kurt y Helen decidieron abandonar el ambiente tóxico de la oficina de Nueva York y marcharse a Suiza, en teoría para abrir una sucursal de Pantheon en Europa».
Transcurrido un año, nos cuenta Alex que sus abuelos abandonaron formalmente Pantheon.
William Jovanovich, presidente de Harcourt Brace and Company ofreció trabajo a Kurt y Helen, sin moverse de Suiza. Esto insufló ánimo en ambos.
Cuando estaba viviendo plácidamente, Kurt encontró la muerte de una manera absurda, el 21 de octubre de 1963, tal como nos cuenta su nieto:
“Un camión cisterna dio marcha atrás por un estrecho callejón que discurría entre dos edificios y Kurt, que iba por la acera, creyó que le daría tiempo a llegar si apretaba el paso. Calculó mal y el camión lo aplastó contra un poste. Kurt fue trasladado a un sanatorio infantil adyacente y avisaron a Helen, que se encontraba en el hotel.
Pasaron unas horas juntos, y poco después Kurt murió a causa de las lesiones internas. El final confirmó lo que Kurt había dicho de sí mismo: «Ich werde an meiner eigenen Leichtsinnigkeit sterben (Moriré por mi propio descuido)». (Schuyler, «Kurt Wolff and Hermann Broch»)
Nos sigue relatando Alex, el lugar elegido por Helen para enterrar a su abuelo y la carta conmovedora de Hannah Arendt a su abuela:
“Helen decidió que enterraran a Kurt en Marbach, a corta distancia de los manuscritos de muchos de sus primeros autores.
Hannah Arendt se hizo eco del simbolismo «insólito» de su último lugar de reposo. «Es precioso y reconfortante», escribió a Helen desde Chicago. «Nunca experimentó realmente el desarraigo que será el destino de todos nosotros. A mi juicio, regresar al lugar de donde vino es el último eslabón en una cadena de felicidad, como si la Dama Fortuna hubiera vuelto a sonreír, horrorosamente, a una vida que siempre contó con las bendiciones de la alegría y la adversidad, e irradiado esta bendición»».
«Von Herzen Ihnen Beiden: Briefe von Hannah Arendt an Kurt und Helen Wolff», en Kurt Wolff: Ein Literat und Gentleman.
Alexander adjunta una foto junto a su abuelo, la última vez que lo vio:
“Esta fotografía me trae mi único recuerdo vívido de Kurt. Vino a Manhattan y nos hizo varias visitas durante el verano de 1963 (el calor y la compañía de la familia no conseguían que se quitara la americana oscura y la corbata, y yo iba vestido a conjunto)».
Helen decide volver a Estados Unidos. Allí están su hijo Christian y Niko con su familia. Seguirá publicando durante otros treinta años, en Helen and Kurt Wolff Books con Harcourt, Brace & World y más tarde con Harcourt Brace Jovanovich.
Ninon, mujer de Herman Hesse, sabiendo que Helen comienza una nueva etapa, le envía unos hermosos versos de su marido:
Todo inicio ofrece un poder mágico
que nos protege y nos ayuda a resistir.
Hermann Hesse, «Stages», en The Seasons of the Soul: The Poetic Guidance and Spiritual Wisdom of Hermann Hesse
Helen y Elisabeth, que habían formado parte de la vida de Kurt, se cartearon tras su fallecimiento. Destaco estas emotivas letras de Helen:
“Amaba a Kurt más que a nada en el mundo […], pero nunca con confianza. Él nunca podía decepcionarme. No lo amaba como a Dios o como a una madre […], sino como a un niño mágico, amigable e impredecible. Como si yo también fuera una niña, temía por él e intentaba protegerlo, sobre todo de sí mismo. Su radical irracionalidad a menudo me desesperaba, pero formaba parte de su naturaleza, sin la cual no habría sido ni mucho menos tan despreocupado, tan radiante […]. En los últimos años, a menudo me acusaba de «incapacitarlo», pues era así cómo interpretaba recordatorios y preocupaciones, y decía que siempre le estaba advirtiendo: «¡No hagas eso!». Teníamos caracteres tan sumamente distintos que, sin duda, a menudo sufría conmigo, con mi sobriedad y con mi cautela […]».
No quiero extenderme más, pero sí destacar, que Alex valora el camino emprendido por la Alemania moderna, de afrontar el pasado enfrentándose a la culpa, la vergüenza y la responsabilidad. Conocido como Vergangenheitsaufarbeitung, o «resolver el pasado».
En su estancia en Berlín, Alexander observa como afronta Alemania los años vergonzantes del pasado. Tiene recuerdos hacia las víctimas. Cerca de donde se aloja, observa una placa conmemorativa de una persona represaliada con su mismo apellido:
“Justo en la otra esquina de donde vivimos está la placa más cercana a nosotros, ERNA WOLFF, deportada el 14 de diciembre de 1942, asesinada en Auschwitz. Que yo sepa, no éramos familia. De verdad que no lo sé».
Os insto a leer el libro de Alexander Wolff. Es un ensayo exhaustivo, veraz, de su autor. Adjunta en la línea de investigación; documentos; fotografías; correspondencia epistolar de valor literario, principalmente en la personalidad de Kurt, vital en el ejercicio de edición literaria a partir de 1910 en Alemania, y desde la década de los cuarenta en Estados Unidos. Son episodios que reflejan las convulsiones que sucedieron en Europa y en el mundo y sus consecuencias en los devenires personales de la familia del autor, en la primera mitad del siglo XX. Pero es más, Alexander realiza un ejercicio auto inculpatorio, en la medida en que algunos miembros de su familia pudieron de alguna manera colaborar con el Régimen nazi; en consonancia con el espíritu de Alemania, de “resolver el pasado”. Alexander Wolff, además, deja la impronta de lo que va descubriendo a través de sus propias reflexiones, como lo que van revelando las fuentes sobre su abuelo, al que apenas llegó a conocer o sobre su padre, que en vida guardó mutismo en referencia a su pasado; de esta manera, reconoce el autor: “Soy consciente de que, en ciertos aspectos, no he empezado a conocer a mi padre hasta después de su muerte”.
Fuentes de Imágenes: Las imágenes incluidas en el artículo, proceden de los archivos de Alexander Wolff.
(“Endpapers. A Family Story of Books, War, Escape, and Home” © Alexander Wolff, Atlantic Monthly Press, 2021)
“Páginas De Vuelta A Casa. Una historia familiar de libros, guerra, huida y exilio” Alexander Wolff
Editorial Crítica 2022 🔗
Colección El Tiempo Vivido
Traducción de Efrén del Valle
424 Páginas