Conviene remarcar algunos aspectos fundamentales en la vida de Anna Kavan, para abordar los relatos de “El descenso” y, en general, de toda su obra.
Nació Helen Woods, tal era su nombre primigenio, en 1901 en Cannes (Francia). Su madre, Helen Bright, se había casado con un hombre adinerado, Claude Charles Edward Woods. Educaron a su hija siguiendo un modelo Victoriano; asignación de sus cuidados a institutrices, primero en Londres y después en California (de 1907 a 1914); apenas contacto con los padres.
Este alejamiento familiar marcaría tanto su vida como su obra. La ausencia de cariño y la soledad propia, proyectada en sus personajes, serán una constante en sus escritos.
En 1914, su padre se suicida al lanzarse al agua desde un barco. Su madre envía a Anna a un internado de Suiza y, posteriormente de Inglaterra, coincidiendo con la Primera Guerra Mundial.
Tras graduarse, Helen obtiene plaza en Oxford, pero su madre se opone adjudicando un marido que pueda sustentarla. El ingeniero Donald Ferguson, quizás amante de la madre, es el candidato.
La dependencia económica y la relación de amor-odio con su madre, supeditará su vida y se reflejará en sus escritos; figuras autoritarias y represivas, en directa alusión a su progenitora.
Se casa con Donald en 1920, pasando a Ferguson su apellido, con el que firmará posteriormente, sus primeras obras. Se mudan a Birmania, donde él tiene su trabajo. Comienza a escribir. En 1922 nace su hijo Bryan.
Se produce una situación ambigua en la relación de Helen con su hijo, quizás debida a esa obligatoriedad matrimonial a la que se vio sometida. El matrimonio hace aguas y Helen viaja en 1923 con su hijo a Inglaterra. Años más tarde, tendrá que ceder la custodia a cambio del divorcio.
Comienzan sus visitas periódicas a Francia, contactando con los ambientes bohemios y con pilotos de carreras. Es ahí donde parecen tener lugar sus primeros encuentros con las drogas. Es cierto que en el relato, “Julia and the Bazooka” (1970), la autora relata que un profesor de tenis le ha proporcionado la jeringuilla para mejorar su juego:
“Para mejorar su juego su profesor le da la jeringuilla. Le gusta hacer bromas y a la jeringuilla la llama «bazooka». Julia también la llama así, el nombre suena divertido, la hace reír. Claro que ella conoce todas esas historias sensacionalistas sobre la drogadicción, pero la palabra «bazooka» les da un aire absurdo, hace que todo eso de la droga no parezca serio».
Extracto de “Julia y el bazooka”, relato contenido en el libro, “Mi alma en China” Ed. El Nadir 2004, Traducción de Laura Freixas
Alrededor de 1926, Helen se ha convertido en adicta a la heroína. En mayor o menor medida, la adicción será una constante en su vida. Este hecho determinará, aún más si cabe, su devenir vivencial y su creación literaria.
Se habla de locura en Anna Kavan, en relación a su personalidad y a sus escritos. No es cierto. Es verdad que ella teme la locura y lo manifiesta en repetidas ocasiones, pero ella no está “loca”. Ningún médico diagnosticó a lo largo de su vida, ninguna enfermedad mental. Más acorde es reconocer que las alteraciones mentales de Anna; léase alucinaciones y paranoias, son una consecuencia directa del consumo de heroína.
Conoce en 1927 a Stuart Edmonds, pintor recién divorciado que viaja con su amante. Por influencia de Stuart se matricula en la Central School of Arts and Crafts de Londres. Mantendrá relación con la pintura durante toda su vida, pero su verdadera inclinación será la escritura.
En 1929, como Helen Ferguson, publica su primera novela, “A charmed circle”, seguida de “The dark sisters”. En 1930, “Let me alone”.
Se casa con Stuart en 1931. Seguirá publicando como Helen Ferguson. En 1935, “A stranger still”; “Goose cross” (1936) y “Rich get rich” (1937).
Tienen una hija, que muere poco después del parto. Parece ser que adoptaron una niña. No se sabe mucho al respecto o al menos yo, he hallado escasa información sobre ello.
Alrededor de 1938, la convivencia entre Stuart y Helen es traumática. La adicción de Helen no facilita la relación. Stuart, con la connivencia de la madre de Helen, internan a la escritora en un Hospital de desintoxicación. Sale del Hospital, pero Helen no deja la droga. Se produce el primer intento de suicidio. Retorno a otra Clínica. Disolución del matrimonio.
Cambia en el Registro Oficial, el nombre de Helen por Anna y el apellido a Kavan. El nuevo nombre y apellido lo tomó de un personaje suyo, que había utilizado en “A stranger still” (1935): “Ella se quedó allí con absoluta honestidad mirándose a sí misma. De repente, objetivamente, se dio cuenta de la niña Anna Kavan, un ser humano individual, vivo en el mundo, solo, sin apoyo, sin obligaciones, capaz de pensar inteligentemente y responsable de su destino».
Anna asume una nueva identidad tratando de olvidar los traumas de su vida anterior y literariamente, adoptando un enfoque más íntimo y personal. De está manera, presentará en 1940 como Anna Kavan, el libro de relatos, “Asylum piece”, publicado por Jonathan Cape en Londres. Aquí en España, traducido por Navona como “El descenso”. Los relatos serán valorados por la crítica especializada, pero el conflicto bélico dificultó su difusión. Los textos estarán relacionados con sus experiencias recientes en los Hospitales Psiquiátricos.
Conoce en Inglaterra al dramaturgo neozelandés pacifista, Ian Hamilton, donde estaba presentando su obra dramática premonitoria de la Segunda Guerra Mundial, “Falls the shadow” (1939). Ian convence a Anna para viajar con él. Visitarán Noruega, Suecia y durante seis meses se establecerán en La Jolla, California. Anna conoce al renombrado arquitecto, Charles Fuller. Mientras, Ian regresa a Nueva Zelanda. Anna y Fuller, se propusieron viajar a Sudáfrica, donde estaba viviendo la madre de Anna con su marido, Hugh Tevies. Debido al conflicto bélico, se desplazaron en cambio a Singapur. En Bali, vivirán un tiempo. Anna todavía frágil psíquicamente, tiene otra tentativa de suicidio.
Regresan a Nueva York. Fuller la introduce en los círculos bohemios y facilita que se publiquen sus relatos; como sucedió en Inglaterra, fueron apreciados por la crítica estadounidense.
Fuller estaba prometido, además tenía que hacer frente a las responsabilidades familiares con su primera esposa (juntos tenían tres hijos). Este alejamiento del arquitecto, sumado a la expiración próxima del visado en Estados Unidos, urgieron a Anna a escribir a Hamilton, solicitando poder vivir con él, sin compromiso sentimental. Juntos compartirán casa en Nueva Zelanda, entre febrero de 1941 y noviembre de 1942.
Kavan se refería a Ian, como “mi hermano” y supuso para la escritora un bálsamo para cicatrizar las heridas de sus episodios traumáticos del pasado. Junto a él, encontró por un tiempo, la paz y estabilidad necesarias. Alguna experiencia de este período, se verá reflejado en algún relato de “I am Lazarus” (1945) y en la obra publicada póstumamente, “My soul in China” (1975).
A fines de 1942 regresa Anna a Londres. Ayuda en Emergencias psiquiátricas en la Guerra Mundial y estudia Medicina Psicológica.
En 1944, Anna recibe otro duro golpe al perder a su hijo Bryan en combate. Este hecho desencadena un nuevo intento de suicidio. Ingresa en el Hospital St. Stephen de Londres, donde el psiquiatra, Karl Theodore Bluth, será providencial en ese momento y en adelante, en su vida. Entiende la dependencia que tiene, suministrando a Anna, dosis reguladas de droga. La alecciona para seguir con la escritura. La introduce en el círculo de escritores de la revista Horizon, dirigida por Cyril Connolly. Además, consigue que pueda trabajar en un hospital psiquiátrico militar. De la experiencia, publicará “I Am Lazarus” en 1945.
En 1947 publica, “The House of Sleep”.
En 1955 fallece su madre, que fiel a su aséptica relación, no incluye herencia alguna para Anna. Su padrastro, en cambio, mantendrá un dinero mensual como dotación.
El mayor revés, lo sufrirá Anna cuando fallece en 1964 su psiquiatra y a la vez amigo, Karl Bluth. Como consecuencia, Anna sufrirá una sobredosis de heroína. Gracias a sus amigos, Mariot y Davies, que temiendo lo peor avisaron a la policía, pudieron llevarla a un Hospital, salvándole la vida.
Anna comenzó a escribir unos relatos en los que hablaba sobre su relación con Bluth y experiencias con la droga. Serían rechazados. Se publicarían póstumamente en 1970, como “Julia and the bazooka”. Para Anna, su jeringuilla, como he dicho anteriormente, era su “bazooka”.
Anna vive cada vez con más introspección. En 1966 escribe “The Cold World”. La obra se escindiría en dos novelas. “Ice”, que se publicaría en 1967. Obra post apocalíptica encuadrada en el ámbito de la ciencia ficción. La segunda obra, “Mercury”, se publicaría póstumamente en 1994. Obra críptica de gran simbolismo.
El 5 de diciembre de 1968, Anna tenía marcado encontrarse con Anaïs Nin. Desgraciadamente fue hallada muerta con una jeringuilla (su “bazooka”), llena de heroína en el brazo, sin habérsela inyectado. La causa del fallecimiento fue un fallo cardíaco.
Como indiqué anteriormente, los relatos de “El descenso” los escribe la autora con una nueva identidad, en un intento de romper con el pasado. Tienen como base, las experiencias sufridas en las recientes estancias psiquiátricas.
En muchos de los relatos podemos observar una confluencia con la narrativa de Kafka. No es de extrañar, pues Kafka mantiene una difícil relación con su padre. A instancias de su progenitor tiene que trabajar en la empresa familiar, un empleo que no le es grato. Él solo desea tener tiempo para dedicarse a su pasión, la escritura; robándole horas al sueño para plasmar sus escritos. Esa tensión que mantiene con la figura paterna, de algún modo, tiene que verse reflejada en su obra. Recordemos la situación de extrañeza que vive el personaje principal de “La metamorfosis”, inmerso en la soledad e incomprensión de la familia.
En Anna, la figura materna es la que polariza la tensión que se establece entre ambas. Anna, ha crecido alejada del cariño materno. Tiene que renunciar a sus estudios en Oxford en favor de un matrimonio de conveniencia, a instancias de su madre. No hay que olvidar que dependerá económicamente de su madre. Sus escritos apenas aportan beneficios en tiempos difíciles. Es cierto que tratará de mantenerse alejada de la madre, pero ello, al amparo de relaciones sentimentales frustradas y traumáticas. Solo encontrará amparo en el refugio emocional que le ofrece Ian Hamilton, durante un tiempo; la comprensión, entendimiento y amistad del psiquiatra Karl Bluth; algunos amigos, como Rhys Davies. Pero a diferencia de Kafka, en Anna, a la traumática relación y dependencia de su madre se unirá su adicción permanente a la heroína.
En los relatos, tendremos una narración dominante en primera persona, salvo en la mayoría de los apartados del relato principal, titulado al igual que el libro, “El descenso”.
En el relato inicial, “La marca de nacimiento”, la narradora, una joven de 14 años, que podemos relacionarla de algún modo con la misma Anna; ya que nos indica que su madre la ha enviado a un internado en Suiza, debido a la enfermedad de su padre. En la vida real, su padre se suicida. Pero en el relato, quien polariza la atención es una joven compañera de especial sensibilidad, que parece mantener comportamientos atonales con el resto:
“Aunque no era impopular, no tenía amigos íntimos; y aunque estaba en los primeros puestos tanto de capacitación académica como de deporte, siempre había algún suceso inevitable y accidental que le negaba el éxito supremo. Parecía aceptar ese destino sin cuestionárselo».
Anna Kavan “El descenso” Ed. Navona 2019 (Las sucesivas citas se referirán a la misma autora y libro)
La narradora testigo, tratará de acercarse a ella, teniendo lugar un extraño momento:
“H. se subió una de las mangas y silenciosamente señaló una mancha en la parte superior del brazo. Era una marca de nacimiento, un trazo leve, como si la tinta se hubiese descolorido, que a primera vista parecía no ser más que una pequeña red de venas bajo la piel. Pero cuando la examiné más de cerca vi que se parecía más a un medallón, un diseño en miniatura, un círculo hecho con puntas afiladas que albergaban una forma pequeña, muy suave y tierna, quizá una rosa».
Ese episodio es clave para el desenlace que vivirá la narradora; kafkiano y turbador. Aquí podemos observar la otredad que va a desarrollarse en algunos textos narrativos de Kavan.
En “Ascendiendo al mundo”, como ocurría en el relato anterior, hay cierta atmósfera kafkiana, donde la protagonista vive en un entorno oscuro donde anida la niebla. La soledad que padeció en su infancia, Anna, la refleja en sus personajes:
““¡Me muero de frío y de soledad allí abajo, en la niebla!” exclamo con una voz que tartamudea de tan urgente que suena; “por favor, sean amables conmigo. Permítanme compartir un poco de su luz y calidez. No les causaré ningún problema”».
Transmite en el mismo relato, además de la soledad, la incomprensión. Puede reflejar también un estado mental en el que se siente aislada del mundo:
“Dudo incluso de si me están escuchando. No saben cómo es la niebla; para ellos no es más que una palabra. No saben lo que significa estar triste y sola en una habitación fría en la que el sol no brilla nunca».
En “El enemigo”, Anna hace referencia a una amenaza. Este elemento es muy común en sus textos. La protagonista, prolongación de ella misma se encuentra escribiendo. Alude la narradora a personas uniformadas con chaquetas blancas viniendo a por ella, una con una jeringuilla hipodérmica. La situación remite a una reclusión en un Centro mental. El “enemigo”, puede ser también fruto de una alucinación:
“En algún lugar del mundo tengo un enemigo implacable, aunque no conozco su nombre. Tampoco sé que aspecto tiene. De hecho, si entrara en este mismo instante en mi habitación, mientras estoy escribiendo, seguiría sin reconocerlo».
Esa amenaza en “Un cambio de estado”, tiene lugar por la noche en una casa vieja. Temores nocturnos, quizás Anna por la adicción padeciera estados de insomnio alterados:
“Por la noche, la casa vieja abre sus pétreos ojos internos y me observa con una hostilidad que apenas resulta soportable».
En el relato, “Los pájaros”, además de la soledad, vive en un estado irreal, padeciendo una espera en la que el futuro no se presenta esperanzador:
“Estoy sola en un mundo donde no tengo nada más que hacer que esperar, día tras día, un destino que solo puedo intuir pero que, en cualquier caso, apenas será más tolerable que la incertidumbre anterior.
Este es el estado de irrealidad en el que he permanecido sumida».
Conmueve como en ese estado depresivo de fragilidad, el único consuelo lo encuentra contemplando desde el aislamiento, los árboles y vuelos y juegos de los distintos pájaros: carboneros, petirrojos, herrerillos, mirlos …
La espera sin esperanzas tiene también lugar en el relato, “Revelando la injusticia”:
“Qué difícil es sentarse en casa sin nada más que hacer que esperar. Esperar, simplemente esperar, carente incluso de la última y piadosa privación de toda esperanza.
A veces pienso que algún tribunal secreto ha debido juzgarme y condenarme, sin escucharme siquiera, a esta opresiva condena».
El relato, “Otro fracaso, nada más”, es otro ejemplo de incomunicación y de no encontrar consuelo y ayuda en persona alguna. El texto es desolador:
“¿Podría entonces sobrevivir a mi propia condena? Una pregunta sin duda retórica porque, aunque es difícil vivir con tantísima tristeza y tantísimos fracasos, morir parece aún más duro».
El relato, “La citación”, parece estar inspirado en un hecho real. El escritor galés amigo de Anna, Rhys Davies, lo contaba en la introducción de “Julia and the Bazooka and other stories” (1970); estando comiendo con Anna en un restaurante, se vio alterada por un camarero y su “supuesta fealdad animal”; bajaron a la parte baja y el mismo camarero los volvió a atender. Ella fue al servicio y se inyectó heroína para evitar las injerencias del camarero. Al mismo tiempo las alucinaciones de una persona esperándola en el vestíbulo, que aparecen en el relato, debieron ser fruto del efecto de la droga.
Los relatos, “Por la noche”, “Un recuerdo desagradable” y “Máquinas en la cabeza”; están marcados por el insomnio y las alucinaciones. De éste último relato, podemos hacernos cargo de la soledad y el sufrimiento por el que estaba atravesando Anna:
“¿Nadie sabe o a nadie le importa que me esté muriendo entre estas palancas y ruedas? ¿Puede alguien salvarme? En realidad no he hecho nada malo… me siento muy enferma, apenas puedo abrir los ojos…».
El relato central del libro, “El descenso”, está dividido en capítulos. Se centra en un Sanatorio Mental. Cada uno de los capítulos se refiere a un paciente del Centro. Exceptuando algún capítulo puntual, la narración es en tercera persona. Un narrador omnisciente nos cuenta los anhelos y temores de los pacientes.
Está muy clara la división definida por la autora. Por un lado, los profesionales del centro; vistos de manera despectiva por su trato denigrante hacia los pacientes; por otro, los pacientes; vistos como seres desvalidos. Algún empleado puntual es tratado de modo favorable por su generosa conducta hacia los pacientes, pero siempre remarcando la autora, la difícil conexión anímica que puede establecerse entre ambos.
Se debe destacar en estos textos, la otredad que los caracteriza. Anna Kavan, que ha experimentado en carnes propias sus estancias recientes en Centros Mentales; trata de ponerse en lugar de cada uno de los pacientes, para transmitirnos lo que verdaderamente están sintiendo.
En un capítulo, donde la narración es en primera persona, se incide en el sufrimiento interior, “sueños como máquinas en la cabeza”. Para continuar con el monólogo interior en el que, nuevamente la soledad está presente, además de la nula empatía de los profesionales del Centro:
“Estaré siempre sola en esta habitación en la que la luz está toda la noche encendida, donde las caras de desconocidos profesionales, sin calor ni piedad, me miran a través de la puerta entreabierta. Espero, espero, entre la pared y la amarga medicina del vaso».
Los textos suelen estar protagonizados por mujeres. Pero en un capítulo, Hans, paciente del Sanatorio, lo protagoniza. Las malas noticias sobre su negocio compartido con su hermano lo sumen en la contrariedad y la indefensión. Se nos definen los trabajos de los pacientes en jardinería o en el taller como automatizaciones. Este es otro rasgo que observaremos en los capítulos. Los pacientes son vistos como autómatas, por sus medicaciones. Hay una incomunicación general entre pacientes y trabajadores. Se nos describe una salida al exterior de Hans para enviar un telegrama donde un operario oscuro destruye su misiva. Posible alucinación.
En otro capítulo. Una madre angustiada habla con el jefe médico para ver a su hija en el sanatorio. Éste le niega la visita. Zèlie su hija se desesperará pensando que su madre no ha querido verla. Pieza angustiosa. Demuestra el autoritarismo y la insensibilidad médica.
En otro capítulo, un marido supuestamente, lleva a su mujer a la Clínica Psiquiátrica. Kavan describe con benevolencia a la mujer, en cambio, acompañante y psiquiatra son descritos de forma negativa, por su escasa empatía y frialdad hacia la futura paciente.
En los escasos capítulos que se establece una conexión entre el personal del Centro y los pacientes, destaca el de una empleada de limpieza y una paciente. La empleada de estrato humilde limpia la habitación de una paciente de estrato social acomodado. La limpiadora observa la tristeza en la que está sumida la paciente y trata de consolarla: Entre ellas se establece una interrelación. Parecen romperse las convenciones sociales:
““No sea tan infeliz. No se está tan mal aquí… Y saldrá pronto y volverá a su casa. ¿No puede considerar su estancia como unas pequeñas vacaciones?”
“Estoy aterrorizada… muy sola… y tan lejos de todo”, contesta la otra en un susurro, saboreando las lágrimas en su boca. Aún se siente como en un sueño, ajena a la inapropiada situación».
El capítulo continúa y se atisba cierta luz esperanzada en la soledad en la que habita la paciente.
Un capítulo muy destacable se refiere a un centro con mayor supervisión por los casos, La Pinède. Hay un asistente de guardia que abre y cierra la puerta. La asistente es una chica joven, alegre por ver a su pretendiente. Anna destaca la contraposición que se produce entre la chica alegre y la tristeza que reina en el interior del edificio:
“Todo en ella es normal, alegre, sereno. Resulta difícil asociar a esa alegre muchacha con la infelicidad que se esconde bajo ese mismo techo».
En el mismo capítulo, dos pacientes son amigas; la joven Freda y la madura señorita Swanson. El esposo de Freda, considerablemente mayor que ella, viene a pasar el día junto a ella. Freda quiere que la lleve con él. La señorita Swanson, teme perder a su amiga:
“Un instinto maternal frustrado en ella se ha aferrado a esa chica, su compatriota, que como ella está en el exilio, prácticamente una prisionera en ese lugar tan infeliz. Se siente posesiva y protectora respecto a Freda; siente celos de todo aquel que se interponga entre ellas.
“Me alegro de que estés feliz, por supuesto”, continúa. “Pero tengo miedo de que las cosas sean después peores para ti, miedo de que te sientas más sola que nunca cuando tu marido se haya ido».
La pieza es muy emotiva. En un principio, la señorita Swanson se muestra posesiva con su amiga. Más tarde, se comportará de manera ética y altruista, aún sabiendo que la ausencia de la amiga puede condenarla a la soledad dentro del Sanatorio.
En los dos últimos relatos se retoma la primera persona. “El final está a la vista” es un angustioso relato de corte kafkiano, donde el personaje principal está a la espera de una sentencia. Solo encuentra consuelo en la naturaleza y los objetos inanimados:
“Caminando de vuelta a casa tomé la decisión de salir más a menudo, de no quedarme entre cuatro paredes pensando sin descanso, sino sacar el máximo provecho posible a la naturaleza e identificarme con objetos inanimados, puesto que ellos no suponen una amenaza para mí».
La narradora sin esperanzas de comunicación humanas, busca un intento de comprensión en un perro, Tige, que aún en su impotencia por no poder ayudar de forma más eficiente a la persona doliente, manifiesta una empatía que ella comprende. Quizás el perro pudiera ser una proyección que la misma narradora ha creado. Es un relato verdaderamente conmovedor.
“No hay final” es el relato que cierra el libro. La narradora y personaje principal, hace alusión a unos versículos de la Biblia que le rondan constantemente en la cabeza y siempre con la amenaza de un “enemigo”:
““Si en el infierno hago mi lecho, allí estas.” Esa es la frase concreta que retumba en mi cabeza con un acierto horroroso, porque es verdad que he construido mi cama en el infierno y que él está allí conmigo. Él está cerca todo el tiempo aunque no lo vea».
Pero el “enemigo” del que no parece poder desprenderse y que aparece en varios relatos del libro, nos reconoce la narradora que pueden ser una proyección de ella misma, por la desconfianza que siente hacia la humanidad, que ella encuentra cruel y destructiva:
“Últimamente me ha sobrevenido la idea -lo suficientemente fantástica, lo admito- de que después de todo, probablemente, no sea mi enemigo personal sino una proyección de mi persona, una personificación de mi misma con la crueldad y destructividad del mundo».
Los relatos son un lamento desesperado y desgarrador de la autora; manifestado en unos personajes desvalidos -prolongación de ella misma-, confrontados con personajes autoritarios y carentes de empatía. Se aúnan en el libro; atmósferas kafkianas; experiencias de internados psiquiátricos; los estados mentales alterados; la carencia afectiva con su madre, prácticamente desde el nacimiento; la fragilidad anímica en la que se encuentra tras sus reclusiones por la adicción; la incomunicación e incomprensión en la que se hallaba y se halla; un estado de impotencia latente; la otredad; el refugio y alivio en lo no-humano -aves, naturaleza, objetos-; pero lo que más conmueve, es la sensación de aislamiento y soledad que desprenden por sus páginas los personajes, y por ende, Anna Kavan.
(“Asylum Piece” © Anna Kavan, Jonathan Cape editor, 1940)
“El descenso” Anna Kavan
Editorial Navona 2019 🔗
Colección Ficciones
Traducción de Ainize Salaberri
149 Páginas