La escritora argentina Ariana Harwicz encarna una actitud y una escritura nada convencional, incómoda al receptor, al lector. Sus cuatro novelas y dos ensayos anteriores, así lo atestiguan. Acomete en este tercer ensayo un postulado similar, es decir, la necesidad de divergir aún pudiendo ir a contracorriente, si la propia opinión u obra así lo requiere. Y parece, según afirma Ariana, que en los tiempos actuales cada vez es más extraño pues el creador, la crítica o el arte, son más complacientes. En el primer apartado del libro, La escritura adoctrinada, la autora tratará de reflexionar sobre todo ello.
Cualquier pensador, cualquier crítico, cualquier artista afirmaba (antes) su retórica y su poética en la desobediencia. Es decir, en la resistencia a pensar de una sola manera. Pensar es poner en tensión dos cosas opuestas, a la vez. Sin embargo, por alguna razón que no logro comprender, en tiempos recientes se ha debilitado la necesidad de desobedecer
Ariana ejemplifica las “pugnas” entre Montaigne y Pascal o entre Aron y Sartre, pero en el siglo actual todo parecer indicar que todo se mueve en otro sentido: “Lo políticamente correcto es la gangrena del arte en este siglo”.
El libro está poblado de agudas reflexiones sobre el proceso de la escritura. Aparentemente contradictoria es la escritura y la vida, porque se necesita la soledad para escribir, pero también la escritura se nutre de la vida: “Escribir es sustraerse a la vida. Pero para escribir hay que vivir”.
Lo más consecuente para Ariana en relación con un artista, es asumir sus contradicciones y doble moral.
En cada actividad que acomete se siente en todo momento escritora, pero curiosamente no sucede en el momento de escribir.
Extrañamente tengo conciencia de ser escritora todos los días. Lo siento cuando leo, cuando escucho música, cuando respondo a una entrevista o manejo por el campo de maíces y viñedos. Salvo cuando escribo. Cuando escribo no soy escritora, no sé qué soy, pero escritora no.
El libro está poblado de referentes de escritores y escritoras. En este caso enlaza tres autoras unidas por el fuego como infortunio: Zelda Fitzgerald, que muere quemada en el psiquiátrico y se pierden sus textos, Clarice Lispector que se duerme con un cigarrillo y casi le amputan la mano con la que escribe, e Ingeborg Bachmann, muerta en un incendio en su casa por un cigarrillo mal apagado y dejando una obra inconclusa.
Medita Ariana sobre los personajes de una obra dejando una serie de observaciones entre las cuales sobresale el respeto y la neutralidad del escritor: “Hay que tenerle el mismo respeto a la víctima y al victimario. / No hay que posicionarse a favor o en contra, o sería mala praxis. / Reducir las contradicciones de los personajes no es solo imposible, sino antiliterario. Igual, la literatura está llena de antiliteratura, claro está”.
Y siguiendo el mismo hilo de personaje víctima y verdugo, expone lo que entiende como misión de la literatura, es decir, la transgresión.
La misión de la literatura no es separar al verdugo de su víctima o juzgar quién debe ser condenado a muerte, sino transgredir.
Un punto importante es que Harwicz entiende que la escritura nunca es autobiográfica aunque los hechos sean verídicos, para corroborarlo se sirve de sus referentes artísticos, el escritor Imre Kertész y el compositor Arnold Schönberg.
La escritura nunca es autobiográfica, aunque todos los hechos hayan existido, aunque la literatura sea una forma privilegiada de memoria, incluso más que la vida. Kertész dice que su composición es abstracta, hecha de signos. Su lengua es atonal, Arnold Schönberg, es tan verdad como su deportación.
Critica la autora la imagen estereotipada de inocencia que se tiene de la mujer, como una visión simplista de un sistema en el que en ese sentido ella no se siente partícipe.
Qué depravación el discurso que vuelve a las mujeres inocentes por naturaleza, ovejitas sin maldad, seres sin fanatismo, ni odio, incapaces de actos macabros. Así no se las defiende ni respeta, no se hace justicia, no se consigue la igualdad y la emancipación. Pero, sobre todo, se las niega.
Se ha criticado la violencia en las obras de Ariana, y según hemos leído en las reflexiones anteriores, ella respeta a los personajes, tanto verdugos como víctimas para no incurrir en una literatura impostada e igual que no se censuran las notas en los compositores, en los escritores se debiera actuar de igual modo.
Una novela no es una audiencia judicial. No es una sentencia. Pensar moralmente a los personajes es como si Beethoven hubiera censurado una nota de su sonata por exceso de sensualidad.
Ahondando en lo anterior, la neutralidad hacia sus personajes es la que trata de mantener la autora en sus novelas, a pesar de las propias fluctuaciones de personalidad que el creador pueda tener.
Escribir una novela es lo más parecido a ser abogado del diablo. Abogado del acusado y del inocente, a la vez. Escribir es un ejercicio de paranoia extrema en el que hay que ver a los enemigos de todos los bandos y a los asesinos encubiertos.
Ariana trata de mirar desde el punto de vista del personaje, incluso si está muerto trata de ponerse en su lugar. Se sirve apropiadamente de citas de Ibsen y Melville.
Toda novela es un proceso contra uno mismo. «Escribir es siempre juzgarse a sí mismo —decía Ibsen—, una empresa de demolición.»
Solo pudiendo morir, ver exactamente lo que ve un muerto, se llega a la escritura. «Volver a la superficie con los ojos ensangrentados», decía Melville.
Entre los músicos de preferencia, nos encontramos con dos de los espíritus más libres dentro del mundo de la música clásica, el pianista canadiense Glenn Gould y el pianista ucraniano Sviatoslav Richter, con el que dice asemejarse al sentarse a escribir en libertad.
Mi posición ideal para escribir es la de Sviatoslav Richter, que se sentaba al piano como nadie, que «desmoronaba» el piano. Richter decía: «La única condición para tocar el piano es tocarlo como si nunca antes lo hubieses hecho». Esa libertad fue mucho más grande que si hubiera proclamado su oposición al régimen soviético.
El segundo bloque lo conforma una serie epistolar vía email, que Ariana mantiene con el escritor y traductor chileno de ascendencia húngara, Adan Kovacsics, de ahí que nombre el bloque con la inicial y el primer apellido de ambos, AK-AH. Kovacsics ha traducido del húngaro y alemán a grandes autores, como Kafka, Karl Kraus, Stefan Zweig o Ingeborg Bachmann, entre otros, pero por quien más se interesa Harwicz es por el escritor Imre Kertész, al que ya he mencionado anteriormente.
La autora se ha interesado por la relación con la música de Kertész. Adan mantuvo conversaciones con él y en ellas le manifestó su gusto por Ligeti, con el que mantuvo amistad, por Bartók, Mahler, y las operas de Wagner. También le manifestó su aprecio por los intérpretes Barenboim y András Schiff. Adan también reconoce a Ariana el negacionismo actual: “Conocer esta relación suya con la música fue también muy importante a la hora de traducirlo, en todos los sentidos: la composición, el fraseo, etc. / Sí, estamos en tiempos de negacionismo y también de imposiciones ideológicas que ciegan y promueven toda clase de negaciones…”. En la respuesta de Ariana, además de otras observaciones, afirma haber ido a Berlín para ver a Barenboim interpretar a Schubert, además de la apreciación de la semejanza que observa entre un pianista y un traductor, “Siempre me pareció que un pianista era igual a un traductor”
Además de escuchar con placer a Hórowitz, al que desearía que fuera su segundo padre, manifiesta Ariana el momento de angustia que atraviesa por su bloqueo en la escritura, no así en la lectura.
Estos son días de permanente angustia, estoy leyendo, pero no escribiendo, quizás provenga de ahí la falta de compensación, es muy simple a veces, escribir es apuntar, descargar, tirar. Y tampoco puedo huir del esquema neurótico, la cantinela de los escritores, muy kafkiana por otro lado, ¡ay, no puedo escribir! ¡No logro escribir!
De manera inteligente, Adan trata de tranquilizar a Ariana sobre su bloqueo, un proceso natural en el ámbito literario: “Vengo notando en tus últimos mensajes que te inquieta el no escribir. Pero es que el no escribir forma parte esencial de la literatura. Por eso se distingue del periodismo”.
No facilita la concentración en la escritura el habitar en París, tal como comunica la escritora a su receptor. Adan y Ariana parece que se encontrarán en Barcelona y ambos podrán conversar tranquilamente sobre todos estos temas.
Lecturas enriquecedoras de Sándor Márai, Améry, Thomas Mann: “Paso mis días con Améry, si bien estoy también leyendo el diario de Sándor Márai (otro suicidado, ¡leo solo a suicidas!). Alivia la lucidez de Améry, no ceder nada, no ceder ni siquiera a ese minuto de embriaguez con la sémola azucarada en Auschwitz, pero hay redención en esa radicalidad, decía la otra Ariana. También leo a Thomas Mann, el único o el que mejor pudo soportar y sobrevivir a la guerra, ¿no? No sucumbió como otros exiliados, Zweig, etc..
Ariana comunica a Adan una próxima charla sobre Imre junto a Dóra Bakucz en la Universidad de Budapest: “Me preguntaba si algún día, quizás, podríamos caminar juntos, los tres en Budapest, recorrer el barrio de Imre, o tus librerías, tus calles, la universidad, la ópera, sería un sueño..” Adan informa en su respuesta sobre una visita con su pareja hace unos años, “Me alegran mucho tus noticias, ¡que estés en el paisaje de la escritura es extraordinario! ¡Y que te vaya muy bien en Pécs! Sí, estuvimos Cristina y yo hace unos años allí y fuimos muy felices, visitamos el Barrio Cultural Zsolnay, que es muy bonito, una antigua y famosa fábrica de porcelanas y cerámicas, lo que se ve son las sombras de una época de esplendor, pero eso es bueno, aferrarse a las sombras”.
Comunica al traductor su ubicación en el campo, lejos de la ciudad, lo que puede facilitar su desbloqueo literario.
Hoy es un día importante para mí porque empieza la jornada campestre, quiero ser optimista, pensar que acá encontraré cómo sumergirme, cómo «no escribir escribiendo», cómo seguir la vía de la música, siempre tengo esta imagen del flautista de Hamelín, ese desconocido que los libró de la peste de las ratas, ese desconocido al que hay que seguir para escribir.
El tercer y último bloque lo conforma El escritor aparenta ser, con subtítulo de El moribundo. Escribe algunos textos en colaboración con otras autoras, como Sol Pérez o Ariana Sáenz Espinoza.
Lo abre un texto encabezado por un antidecálogo literario donde se dan cita Borges y Nietzsche.
Borges dijo alguna vez que la actitud más dañina que un joven escritor se puede imponer a sí mismo es el deseo de ser moderno. Nietzsche dijo: «Hay poetas que agitan las aguas para que parezcan profundas». En el cruce de estas dos citas se encuentran encerrados grandes peligros del arte unidos por la impostura.
Entre una serie de ejemplos en los que demuestra la falsa modernidad actual tendente a lo “éticamente correcto”, destaco el siguiente razonamiento: “adoctrinar, educar, ideologizar. Hoy, las obras abren el paraguas y aclaran que son inclusivas, que son pro diversidad sexual, identitaria, étnica, etc. Lo que tenía de perturbador el arte en décadas anteriores es que no sabías que estabas leyendo a un antimoralista, a un libertario, a un anarquista, a un revolucionario, a una bisexual, o a un antisistema, hasta que lo leías”.
En los textos refleja autores a contracorriente, al escritor como un moribundo, inmerso en la belleza de la fealdad, Ponthus, Genet, Kafka, Marguerite Duras y por supuesto, Kertész: “En ese sentido, una obra que no fracasa, un texto que no fracasa, es el que accede a la poética de la paradoja y no (se) economiza el horror”.
En el segundo bloque, Ariana comentaba una visita próxima a Barcelona, a Vilanova i la Geltrú, allí se encontraría con Adan Kovacsics, y a él pone en valor en su faceta de traductor y acercamiento de una serie de escritores de referencia de un período convulso de Europa.
Benjamin se suicidó en el pequeño municipio de Portbou, comarca del Alto Ampurdán, no tan lejos de Vilanova i la Geltrú. Ir a Vilanova, ciudad costera que nunca antes habíamos oído nombrar, no era solamente ir a conocer al escritor y traductor Adan Kovacsics, era ir al encuentro de Imre Kertész, de Kafka, de Klemperer, de Ingeborg Bachmann, por solo citar a algunos de los escritores que como fantasmas imaginábamos reunidos bajo el sol y las palmeras de esa pequeña ciudad. También era convocar a Kovacsics como testigo y passeur del legado literario y filosófico de una Europa en destrucción.
La ensayista critica la superficialidad de un buen número de escritores que sólo están pendientes de su imagen, de su ego.
Hoy los escritores son personajes que se componen para ser vistos, no ya una política de autor, un nombre de guerra, una cruzada.
Ya no solo se exhibe la firma de contratos y el personaje del escritor se fabrica con gestualidades externas, tics, estribillos, sino que el enemigo del escritor llegó a su propio libro y es su narcisismo.
Las últimas reflexiones del libro referencian el título tan apropiado del libro, El ruido de una época.
El ruido de una época define el relato que hacen los muertos a los vivos y los muertos a los muertos, de tumba a tumba, de libro a libro. Y define a sus poetas, a sus músicos.
El ruido define la sensibilidad, el estilo, el nivel de los gritos, los alaridos y soliloquios y los delirios durante el sueño.
El ruido de una época define las declaraciones de pasión, sus variaciones, como un poema cien veces releído.
Para Ariana, la violencia existe y la manera de respetar a los personajes, ya sean víctimas o verdugos, es describirla con un lenguaje apropiado que no se debe edulcorar. Ariana tampoco defiende que la mujer sea siempre inocente e inofensiva y ahí nos brinda entre otros, el ejemplo de Ilse Koch, que contaba en su haber con más cinco mil crímenes de prisioneros judíos de Buchenwald y Majdanek, a base de torturas medievales y con cuya piel fabricaba objetos. Muy interesante también es su correspondencia con Adan Kovacsics, donde sale a relucir la figura central del gran escritor húngaro Imre Kertész. Ilustrativos son también la serie de referentes que confluyen en el libro, muy en consonancia con su manera de pensar y sentir la creación. Nos sirven sus reflexiones para apreciar una serie de autores, autoras, donde nos cautiva su visión. Lúcido ensayo de una autora consecuente con sus ideas. Una francotiradora que no entiende de ir a la moda de las costumbres del momento, que no cree que todo tenga que ser políticamente correcto o autoinclusivo, pues al fin y al cabo ello conllevaría aplicar otro tipo de censura, como así está sucediendo en el mundo de la cultura de nuestra época.
“El ruido de una época” © Ariana Harwicz
Gatopardo ensayo
© Gatopardo ediciones, 2023 ⇗
176 páginas