El querido hermano

Joaquín Pérez Azaústre “El querido hermano” Galaxia Gutenberg

La postura ideológica de Manuel Machado fue muy controvertida durante el alzamiento y posterior dictadura franquista. Joaquín Pérez Azaústre, gran conocedor de su vida y obra, trata de poner en valor con el libro, tanto las difíciles circunstancias que vivió de manera casual, por encontrarse de visita en Burgos al comienzo de la Guerra Civil —zona sublevada franquista—, como la arriesgada decisión de acudir a la tumba de su hermano, recién fallecido en Colliure.

Un narrador, trasunto del propio Azaústre, seguirá de cerca a Manuel Machado, transmitiendo sus sentimientos y evocando sus recuerdos, así como del resto de personajes que se relacionan con él, comenzando por el propio hermano, Antonio Machado, su mujer Eulalia, Pemán o el chófer. Expondrá este narrador su propio análisis de las situaciones y circunstancias acaecidas, en algunos casos.

Antonio Machado ha fallecido el 22 de febrero de 1939 en Colliure. Un emisario hace llegar la noticia de su muerte el sábado 25 de febrero a Manuel, que se encuentra hospedado junto a su esposa Eulalia en la Pensión Filomena de la capital burgalesa. Ya había aparecido la noticia en el ABC de Sevilla y el domingo 26 lo publica también el Diario de Burgos.

El narrador quiere dejar clara la conmoción que debió de sentir Manuel Machado con la noticia de la muerte de su hermano Antonio. Manuel cuenta en ese momento con 65 años. La pérdida de Antonio no sólo es fraternal sino de compañero de vivencias tanto en la propia vida como en la literatura.

Pero no ha muerto su hermano. Ni siquiera su mejor amigo. Ha muerto su compañero en la literatura y en la vida. En la poesía y la vida. Esto es lo primero que tenemos que entender para alcanzar a sentir el pulso de la escena. 

El narrador alterna en el libro, el presente que vive Manuel Machado una vez que conoce el fallecimiento de Antonio, junto al pasado como rememoración de los momentos vividos junto a su hermano. Asimismo se remonta a los acontecimientos vividos por Manuel y Eulalia desde que llegaron a Burgos, teniendo que permanecer allí a causa del inicio de la Guerra Civil.

Manuel recuerda como en 1921 publicó Ars Morendi y manifestó a su hermano su deseo de retirarse al considerar que su poesía de corte modernista ya no tenía lugar, elogiando en cambio la poesía de Antonio. Antonio trató de disuadir a su hermano de su idea, animándole a continuar.

«Dejaré de escribir. Tu poesía no tiene edad. La mía sí la tiene». Antonio respondió: «La poesía nunca tiene edad cuando es verdaderamente poesía, y la tuya lo es». Esta conversación la sostendrán los dos hermanos en otras ocasiones: cada vez que el mayor decida que ha llegado el momento de cortarse la coleta, como él dice, el menor se la recordará. Antonio siempre ha creído que lo mejor de Manuel está fuera de su perfil coplero popular; y que lo menos gastado de sí mismo es también lo más hondo. ¿Por qué lo recuerda ahora?

La pretensión de Manuel es conseguir un coche para velar la tumba de su hermano. Pueden facilitárselo sus elogios a la España Nacional y su puesto como Académico de la Lengua, conseguido en 1938. Para ello, acude al despacho del jefe del Servicio General de Prensa, José Antonio Giménez-Arnau, pero no encontrándose allí, coincide con José María Pemán, que será quien le atienda.

Por medio de los recuerdos de Manuel, Azaústre trae a colación el último día en que los hermanos y su madre coincidieron juntos en Madrid, concretamente el 9 de julio de 1936, antes de partir el día 15 a Burgos Manuel y Eulalia, para pasar con Carmen, hermana de Eulalia (religiosa de la orden de las Esclavas del Sagrado Corazón), el día de su onomástica. Estuvieron con Antonio, la madre, Ana Ruiz, su hermano José, su mujer, Matea y las hijas, María, Carmen y Leonor. También se encontraba allí, su hermano soltero, Joaquín, y el hermano más joven, Francisco, su mujer, Mercedes y las hijas, Ana, Mercedes y Leonor.

El escritor también se retrotrae a un momento muy difícil en la vida de Manuel. Momento que critica el autor que se haya obviado deliberadamente de su biografía por sus detractores. Ocurrió dos meses después de la llegada a Burgos. Manuel fue detenido con acusaciones vagas de ser contrario al Régimen. Por lo visto, el cronista Mariano Daranas, había publicado un artículo con diversas imputaciones hacia Manuel Machado, entre otras, criticaba una entrevista a una periodista francesa en medio de momentos cruciales para España y lo más grave, lo señalaba como colaborador del alcalde republicano de Madrid, Pedro Rico. Manuel Machado publicaría otro artículo defendiéndose de las acusaciones vertidas por Daranas, elogiando además el Movimiento Nacional. Pero esa respuesta se publicó en el periódico después de ser detenido.

Eulalia, ante el temor de que Manuel pudiera ser fusilado, consiguió reunirse con varias personalidades, entre ellas, Luca de Tena o José María Pemán, y también solicitó ayuda a su hermana religiosa Carmen, y dado el nacionalismo católico imperante de los rebeldes, todo hace prever que su mediación fue fundamental para su liberación.

Manuel Machado y Eulalia Caceres Sevilla 1910. Foto DB
Manuel Machado y Eulalia Cáceres, Sevilla, 1910 © Diario de Burgos

La figura de Pemán adquieren relevancia en el libro por hallarse cercano a la persona de Manuel Machado, pudiera haber sido él quien mediara en su salida de la cárcel, pero de lo que no cabe duda es de su apoyo a la entrada en la Real Academia de Manuel, y quien le proporcionó un coche oficial con su chofer particular para acudir a Colliure. Asimismo el personaje del chófer adquiere vida propia y Azaústre ficciona el personaje.

Los episodios más gratos del libro coinciden con la estancia de Manuel Machado en París y la posterior acogida de Antonio. Manuel se establece en París en marzo de 1899. El motivo principal era económico, dado que su padre había fallecido seis años antes y ese mismo año fallecía su abuelo, catedrático en la Universidad Central de Madrid, y de cuyo sueldo dependían. La pensión de su abuela pasaba a ser el único ingreso de la familia. Ante tal perspectiva, su hermano Joaquín marcha a Guatemala para trabajar de peón y Manuel a Francia para emplearse de traductor en la editorial Garnier Frères. Además de aliviar la economía de la familia, pretende allanar el camino de Antonio, consiguiéndole otro puesto.

Antonio llega a París el 3 de julio de 1899, a punto de cumplir 24 años (Manuel cumplirá 25 en agosto). Se incorporará al día siguiente a la editorial. Manuel se hospeda en el Hotel Médicis, hotel que ya acogiera a Verlaine. Recibe a menudo la visita de Miette, camarera del Calisaya, bar de cócteles.

Manuel lleva a Antonio al Calisaya y le presenta a Miette. En el bar suele tener su tertulia el poeta simbolista griego Jean Moréas, afincado en Francia desde 1882. También se dan cita otros escritores, como Oscar Wilde, con el que Antonio queda fascinado. Manuel publicaría ya en España poco más de un año después, ¿La última balada de Oscar Wilde?.

No representa el figurón con oropel recibido en las grandes casas de París, ya no es el autor de una novela, El retrato de Dorian Gray, convertida en el alma parisina y vibrante –la sofisticación es bucear en el lado salvaje de uno mismo– tras recorrer Europa, Canadá y Estados Unidos; sino un hombre de 44 años que ya ha sido expulsado de Inglaterra y al que sólo quedan dieciséis meses para morir, de una meningitis, no lejos de allí, en el Hotel d’Alsace.

Antonio prueba la absenta por primera vez, con la advertencia de Manuel de beberla despacio porque puede producir delirium tremens. Manuel y Antonio acompañan a Wilde y Moréas al Procope para cenar, invitados por Gómez Carrillo, cónsul de Guatemala, quien conoció personalmente a Verlaine.

Wilde y Moréas han quedado con otro amigo común, el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, en el Procope, donde ha prometido invitarlos a cenar. Gómez Carrillo está avisado de la llegada de Antonio y podrá contarle algunas historias jugosas de Verlaine, al que ha tratado más que la mayoría de los que aseguran haberlo conocido mucho.

En el Procope, Manuel y Gómez Carrillo prepararán una fiesta sorpresa a Antonio el día de su cumpleaños con presencia de Pío Baroja.

Remarca Azaústre la amargura de Manuel al recordar su pasado parisino en contraste con el presente, con su hermano yacente.

Recordar a Antonio en París hace cuarenta años. Imaginarlo hoy, probablemente ya enterrado, en una caja de madera o tumbado sobre una camilla, con la camisa blanca abotonada hasta el cuello, las mejillas marcadas y las cuencas amplias de los ojos, con su fuego apacible, hundidas hacia dentro. No querer pensar en el sufrimiento de su madre. Y no saber tampoco si está sola, porque no ha tenido noticia de sus otros hermanos; aunque imagina que José, con Matea, no se habrá separado de ellos.

Manuel asocia a Antonio a Sevilla, Baeza o Segovia, pero principalmente a Madrid, donde transcurrirá su adolescencia y madurez hasta su salida por la Guerra Civil. Recuerdos de reuniones en casa de Paco Villaespesa, con la revista Electra de por medio.

Emotivamente el narrador en la persona de Manuel, rememora el poema premonitorio de Ruben Darío, Oración por Antonio Machado.

Oración por Antonio Machado

Misterioso y silencioso
iba una y otra vez.
Su mirada era tan profunda
que apenas se podía ver.
Cuando hablaba tenía un dejo
de timidez y de altivez.
Y la luz de sus pensamientos
casi siempre se veía arder.
Era luminoso y profundo
como era hombre de buena fe.
Fuera pastor de mil leones
y de corderos a la vez.
Conduciría tempestades
o traería un panal de miel.
Las maravillas de la vida
y del amor y del placer,
cantaba en versos profundos
cuyo secreto era de él.
Montado en un raro Pegaso,
un día al imposible se fue.
Ruego por Antonio a mis dioses,
ellos le salven siempre. Amén.

De: El canto errante, 1907 (Rubén Darío)

Manuel recuerda la segunda visita de Antonio a París en 1902. Se producirá entonces, el encuentro con Ruben Darío, en presencia de Amado Nervo, en el Napolitain. El sucesivo trato de Rubén con Antonio dará lugar al citado poema anterior. Evoca también otra estancia de Antonio en París doce años después de la primera, disfrutando de una beca de ampliación de estudios, estando ya casado con Leonor. En la fiesta del 14 de julio de 1911, un desesperado Antonio corre en busca de un médico para que reconozca a Leonor, que ha pasado la noche escupiendo sangre. El médico revela su tuberculosis.

Manuel conoce el resto: mes y medio después, Antonio escribe a Rubén Darío, entonces Cónsul de Nicaragua, pidiéndole dinero prestado para poder llevarse a Leonor de vuelta a Soria, en busca de ese aire más puro que le han recomendado los médicos. Se ha quedado sin fondos y no tiene a quién acudir. Rubén se resiste a visitarlos durante esas semanas de convalecencia –sí acudirá su compañera, Francisca Sánchez, muy cariñosa con Leonor–, por su aprensión a cualquier enfermedad; pero llegado el momento y su necesidad, Rubén le envía 300 francos para sufragar el viaje de regreso.
Hasta su última hora, Antonio nunca regresará a París. Buscando el aire serrano y la mejoría de Leonor, alquilará una pequeña casa de campo cerca del Santuario de Nuestra Señora del Mirón.

Antonio Machado y Leonor. Julio de 1909
Antonio Machado y Leonor en el día de la boda, julio de 1909 © Segundo, fotógrafo de Compañy

Antonio era diecinueve años mayor que Leonor, pero debido a la tuberculosis fallecería tempranamente a la edad de dieciocho años, el uno de agosto de 1912. Lo recuerda Manuel.

Ni siquiera ahora, en el que también será su último viaje hacia él, podría asegurar si entiende a su hermano; pero sí está seguro de haberlo visto feliz en vida de ella, y profundamente desgraciado después.

Sale a colación su posterior relación con Pilar de Valderrama, Guiomar. Nuestro ensayista vierte algunas opiniones a través de Manuel en torno a ella.

Como esta Pilar era una estrecha, él no había dejado de frecuentar los burdeles. Imagina su sorpresa cuando, un día, se encuentra con una muchacha que es el vivo retrato de su esposa muerta. Yo creo que los poemas que había seguido escribiendo a Guiomar hacía ya mucho que no eran a Pilar de Valderrama, sino a una especie de musa, o a una Leonor recuperada.

Destaca Azaústre el episodio de ingreso a la Real Academia Española de Manuel Machado el 19 de febrero de 1938. En este caso promovieron su ingreso tanto José María Pemán, como Eugenio D’Ors. Se detiene el ensayista en el discurso de ingreso. Manuel centra su discurso en él mismo, pero no por una cuestión narcisista, sino simplemente por no disponer en Burgos de sus libros de referencia de su casa de Madrid. Se encuentran presentes en el Palacio de San Telmo de San Sebastián, diferentes personalidades políticas y eclesiásticas, además de su mujer Eulalia, Pemán, D’Ors y su director espiritual, José Zameza. Es valiente Manuel al recordar los años parisinos, aludir a Moréas, Verlaine, Rimbaud y Baudelaire, y tener unas palabras hacia su hermano Antonio. Recita el poema Adelfos, dedicado a Miguel de Unamuno.

A falta de la voz de Manuel Machado, Rafael de Penagos lo recita extraordinariamente.

Adelfos

A Miguel de Unamuno

Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron
-soy de la raza mora, vieja amiga del Sol-,
que todo lo ganaron y todo lo perdieron.
Tengo el alma de nardo del árabe español.

Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna...
De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer.

En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos...;
y la rosa simbólica de mi única pasión
es una flor que nace en tierras ignoradas
y que no tiene aroma, ni forma, ni color.

Besos ¡pero no darlos! Gloria.... ¡la que me deben!
¡Que todo como un aura se venga para mí!
¡Que las olas me traigan y las olas me lleven,
y que jamás me obliguen el camino a elegir!

¡Ambición! No la tengo. ¡Amor! No lo he sentido.
No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud.
Un vago afán de arte tuve... Ya lo he perdido.
Ni el vicio me seduce ni adoro la virtud.

De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo.
No se ganan, se heredan, elegancia y blasón...
Pero el lema de casa, el mote del escudo,
es una nube vaga que eclipsa un vano sol.

Nada os pido. Ni os amo ni os odio. Con dejarme,
lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí...
¡Que la vida se tome la pena de matarme,
ya que yo no me tomo la pena de vivir! ...

Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
De cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna.
¡El beso generoso que no he de devolver!

(1899)

De: Alma, 1902

El poema es una declaración de intenciones. Si nos detenemos en los versos: ¡Que las olas me traigan y las olas me lleven, / y que jamás me obliguen el camino a elegir!, el poeta está exponiendo a los presentes que desearía seguir su camino libremente, sin imposiciones como las que le están sucediendo desde el bloqueo burgalés. Las autoridades se revuelven en la butaca ante toda esta exposición libertaria. Pero claro, el poeta quiere seguir viviendo tranquilamente junto a Eulalia y contemporiza al afirmar que el 18 de julio de 1936 es un momento cumbre de nuestra historia, culminando el discurso con el poema Francisco Franco y algunos poemas religiosos.

El apartado de Colliure se torna lleno de emotividad. Azaústre nos expone los últimos momentos de un hombre derrotado en la figura de Antonio, quien apenas tiene fuerzas para sostenerse al caminar y menos para ayudar a su madre, siendo Corpus Barga quien se haga cargo de ella.

Hay un instante en la última salida de España de Antonio Machado que siempre asalta con vértigo y tristeza: no cuando deja su maleta en el asiento trasero, no cuando su madre, Ana Ruiz, le pregunta, a punto de alcanzar la frontera francesa y delirando, exhausta y fragilísima: ¿Cuánto queda para llegar a Sevilla?, ni cuando observa la caravana de cuerpos agolpados en la intemperie de hambre y lluvia. No: el momento que vuelve, su percepción azarosa, es cuando el chófer dice que se ha acabado la gasolina y hay que seguir a pie. Porque ese hombre acabado, envejecido antes de tiempo no sólo por su bronquitis crónica, sino por el desgaste vital de la derrota y el éxodo, apenas puede sostenerse a sí mismo; y cómo va a poder, ahora, con esos pies que salen del calor tibio del coche para hundirse en el barro, ayudar a su madre. Afortunadamente no está solo: Corpus Barga la cargará en sus brazos al cruzar la frontera.

Antonio Machado Jose Matea hijas madre
Antonio Machado, izda., Matea y José, sus hijas, Ana Ruiz, 1933 © Alfonso

Emotivos son, el último paseo de Antonio junto a su hermano José y los instantes finales de vida del poeta.

Da un paseo por la playa con José, como esos días perdidos que parecen haberse dibujado sobre el mar. Tras un rato de silencio que su hermano no se atreve a interrumpir, mirando las casitas de los pescadores, le susurra: Quién pudiera vivir ahí tras una de esas ventanas pequeñas, libre ya de toda preocupación. Después de ese paseo no vuelve a salir de su cuarto. El 22 de febrero, a las tres y media de la tarde, muere Antonio Machado. Sacan su cuerpo de la habitación levantándolo por encima de la cama en la que agoniza su madre. Después lo cubren con una sábana, por indicación de su hermano José.
Su cuñada Matea se estremece cuando introducen su cuerpo en un ataúd de cinc y lo cierran con un soplete. Dos días después, antes de expirar, su madre, Ana Ruiz, pregunta por su hijo Antonio y se echa a llorar al ver su cama vacía.

Manuel al llegar y abrazarse a su hermano José se entera también de la muerte de su madre.

Da un paseo por la playa con José, como esos días perdidos que parecen haberse dibujado sobre el mar. Tras un rato de silencio que su hermano no se atreve a interrumpir, mirando las casitas de los pescadores, le susurra: Quién pudiera vivir ahí tras una de esas ventanas pequeñas, libre ya de toda preocupación. Después de ese paseo no vuelve a salir de su cuarto. El 22 de febrero, a las tres y media de la tarde, muere Antonio Machado. Sacan su cuerpo de la habitación levantándolo por encima de la cama en la que agoniza su madre. Después lo cubren con una sábana, por indicación de su hermano José.
Su cuñada Matea se estremece cuando introducen su cuerpo en un ataúd de cinc y lo cierran con un soplete. Dos días después, antes de expirar, su madre, Ana Ruiz, pregunta por su hijo Antonio y se echa a llorar al ver su cama vacía.

A Manuel le tuvieron que pesar la muerte de Antonio y la no esperada de su madre, prácticamente al mismo tiempo. Tanto es así que apenas salió del cementerio en dos días.

El sitio en el panteón les fue cedido por una señora amiga de la dueña del hotel, y allí reposan ahora, frente al mar, su hermano y su madre. Eulalia se coloca junto a su esposo, cogiéndolo del brazo. Permanecen media hora allí, bajo un sol radiante. Cuando van a regresar, Manuel dice que prefiere quedarse un poco más. Durante los dos días siguientes, sin moverse de allí salvo para regresar por las noches al hotel, Manuel no sale del cementerio.

El tercer día de estancia de Manuel, pide a su hermano que le acompañe por el lugar que Antonio paseó con él.

Joaquín Pérez Azaústre, tal como ha indicado en alguna reciente entrevista, ha realizado un trabajo de documentación exhaustivo sobre la figura de Manuel Machado y por ende sobre la de Antonio Machado y demás personas con las que ambos escritores tuvieron relación. Esas partes documentadas y ensambladas en un hilo conductor cercano a la novela sin desdeñar la parte ensayística, son las que mejor funcionan en el libro. En cambio, la figura del chófer, es la parte más débil o por lo menos la que presenta menos interés para mí, a pesar de su indudable oficio tratando de otorgar veracidad a su personaje. Me quedo con esa complicidad que realmente existió en la vida de los dos hermanos, junto a unos itinerarios literarios, que a pesar de sus diferencias estilísticas y temáticas, contaron con el apoyo mutuo, sin olvidar los trabajos dramatúrgicos donde ambos colaboraron. Me interesa y mucho, como el autor se adentra en la psicología de Manuel Machado teniendo en cuenta los diferentes episodios, incluso traumáticos, por los que atravesó y que por intereses políticos se han obviado, así como su obra literaria, caída en el olvido, pese a su indudable valor.

Sirva el libro para humanizar la figura de Manuel Machado, cuyos inicios republicanos coincidieron con los de Antonio. Manuel, el 26 de abril de 1931, leyó en el Ateneo de Madrid el himno Canto rural a la República Española. Participó junto a Antonio en mítines a favor de la República. En abril de 1934 el Heraldo de Madrid publicó el Manifiesto “Contra el terror nazi” y los principales firmantes fueron, Antonio y Manuel Machado, Alejandro Casona, Mª Teresa León y su marido Rafael Alberti, los Baroja, Ramón J. Sender y Rosario del Olmo. Bien es cierto, que Manuel se fue distanciando por temor a una extrema izquierda incipiente. Que en el inicio de la Guerra Civil diera un giro radical en sus propias convicciones, se debieron a la conjunción de diferentes factores: el principal debido al azar en su visita a Burgos, coincidente con el Alzamiento Nacional, a pesar de sus intentos de regresar a Madrid, impedidos por las tropas nacionalistas; el temor por su vida al ser encarcelado al poco de habitar allí; la influencia de su prima y a la vez esposa Eulalia, terminaron por moldear su modo de pensar. Eulalia era una mujer de profundas convicciones religiosas, tanto es así que a la muerte de Manuel ingresó en un convento de clausura; por último, su edad entrando en la vejez, recordemos que la esperanza de vida de aquel tiempo era considerablemente menor a la actual. Es evidente que manifestó una debilidad, en cierto sentido reprobable, que con el tiempo seguramente él lamentó. De haberse hallado cerca de sus hermanos —hecho que ya he indicado que intentó—, Antonio y José, su madre, su cuñada Matea y sus sobrinas, se puede afirmar que su destino hubiera sido el de ellos, el exilio, y quien sabe si la muerte, al igual que sucedió con Antonio y su madre.

“El querido hermano” © Joaquín Pérez Azaústre

© Galaxia Gutenberg, 2023

264 páginas

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