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Béla Hamvas “La Obra de una vida” del Subsuelo

Ediciones del Subsuelo vuelve a editar otro libro del escritor y pensador húngaro, Béla Hamvas. Adan Kovacsics selecciona de nuevo una serie de ensayos representativos del autor.

Al igual que en “La Melancolía De Las Obras Tardías”, los temas versan sobre naturaleza, música, filosofía, literatura, arte, espiritualidad y, en alguna medida, por derivación; política y sociedad.

Béla Hamvas (Fuente: hamvasbela.org)

Abre el libro el ensayo, “Arlequín”. En él, Hamvas medita en torno a la figura del Arlequín o bufón. Tiene su presencia en Shakespeare y Rabelais: “Los dos grandes Arlequines de Europa son Shakespeare y Rabelais”. El espíritu que anida en él es libre y desinhibido.

Señala el autor como está presente en cuadros de Velázquez, Picasso, composiciones de Schumann y se encuentra vinculado a la pobreza, nada poseen; Arlequines son Sócrates y Francisco de Asís:

“En una forma más humilde y más cercana a nosotros está Francisco de Asís, la deslumbrante maravilla del Arlequín niño. Nunca ha habido en Europa nadie que se liberara del miedo de forma más radical que él. Nunca ha habido nadie en quien residieran de forma más profunda la confianza y la delicadeza y la necesidad de espíritu y la despreocupación, nadie que temiera menos la pobreza o la privación o la muerte”.

Béla Hamvas “La Obra de una vida” Ediciones del Subsuelo 2022 (Las sucesivas citas se referirán al mismo autor y libro).

Nos indica Béla como la alegría se nutre de la tristeza, de la melancolía, en el bufón:

“La melancolía es el misterio del bufón. Quien no está triste no es un bufón de verdad. No puede ser lo suficientemente dulce y ligero. El milagro más grande del mundo es la alegría. Y más grande aún es el milagro de que la alegría viva de la melancolía. Esa es la paradoja más sublime de la existencia. Y el saber más elevado de Arlequín”.

“Montaigne, cuatrocientos años” está escrito en 1933, justamente conmemorando los cuatrocientos años del nacimiento de Montaigne. Remarca el autor el humanismo y la indefinición y singularidad que caracteriza “Los ensayos”:

“¿Qué escribe Montaigne? ¿Memorias? Sí, personales, pero nunca sólo personales. ¿Filosofía? Sí, pero en absoluto académica. ¿Diarios? Hasta cierto punto, aunque no siempre. El lugar de Montaigne es el género de Montaigne: la charla (“nunca corrijo nada, prefiero añadir”), pero a veces es tan preciso como una definición (“el objetivo de mi labor es la labor”)”.

Ahonda el escritor húngaro en el abandono de “Los Ensayos”, por parte de muchos lectores. No ha sido ni será un autor muy leído, pero siempre se leerá, nos dice el escritor. Entiende que es una lectura de madurez:

“La sabiduría de Montaigne es el cuestionamiento. Esto explica por qué uno no necesita a Montaigne hasta cierta edad. No le es necesario o, dicho de otro modo, no ha llegado al lugar de comprender que todo es uno y que ese uno es incertidumbre. “Quién sabe si lo que llamamos muerte no es vida y la vida, en cambio, muerte”. Mientras el hombre sea, por un lado, un modesto y pequeño trabajador de este mundo (¡cuánta arrogancia esconde esta humildad!) y, por otro, un “héroe” (¡cuánta debilidad esconde semejante vanagloria!) no podrá llegar al lugar de Montaigne”.

Varios ensayos parten de la Grecia clásica.

Así, en el ensayo, “El platonismo de la escritura”, establece el escritor, como la esencia se encuentra en la mudez, en la no palabra: “La esencia siempre se encuentra en lo indecible. Cuando uno habla, empobrece”.

La oralidad en Demóstenes y Cicerón a través del discurso, alcanza su grado máximo en el debate.

Es muy interesante el texto sobre “Fedro”, de Platón, que nos entrega el pensador húngaro:

“Platón, en su Fedro, pone en duda que la escritura haga sabios y memoriosos a los hombres. La escritura no trae el recuerdo sino, precisamente por la fe ciega en ella, el olvido. Gracias a la escritura, el hombre parecerá un experto y seguirá siendo un ignorante”.

La Bruyère y Wyndham Lewis, continúa Hamvas, no entienden la escritura sin la sátira.

Señala el autor que Nietzsche cuando escribe, tiene su mirada puesta en el mundo griego, “En ninguna parte se siente ya uno en casa, y uno desea volver finalmente adonde de alguna manera pueda estar en casa, porque sólo allí es donde quiere estar: ¡Y ese lugar es el mundo griego!”.

Destaca el escritor las palabras del crítico alemán, Ludwig Lewisohn, “La literatura debe enseñar y liberar en un sentido nuevo y flexible, de lo contrario carece de sentido (Ludwig Lewisohn en su The Story Of American Literature)”.

Concluyendo Hamvas, que el sentido de la escritura actual tiene que partir del platonismo:

“Esta es desde Platón la característica de la escritura. La escritura enseña y libera en una relación nueva y en un sentido nuevo. Desde Grecia, la escritura es conciencia de la verdad. La escritura es el pilar de la “edad eterna”, de la “Edad de Oro”, del Estado platónico, he ahí el fuego de la verdad que vive en la humanidad: más allá de las épocas, de las lenguas, de los Estados, de la decadencia y de la destrucción”.

En “El templo de Afaya”, nos habla el autor de la particularidad del templo en relación al lugar elegido para su construcción, estableciendo una serie de correlaciones singulares:

“Del paisaje surgió el templo; del templo, la estatua; de la estatua la sonrisa; a través de la sonrisa se puede ver la estatua; a través de la estatua, el templo; a través del templo, el paisaje; a través del paisaje, lo terrible, el ser superior a lo humano, lo sobrenatural”.

En “Orfeo”, Béla destaca la importancia que ha tenido el orfismo a través del tiempo. Recalca que los fragmentos rescatados de las poesías de Orfeo versan sobre múltiples temáticas: “algunas de las cuales tratan de plantas, otras de física y astronomía, de astrología, de enseñanzas morales y de la escatología”.

Señala la multiplicidad de consideraciones en torno a su personalidad:

“Se le denominaba anax, o sea, redentor. Según las generaciones posteriores era poeta y músico, médico y astrónomo, profeta, pensador, matemático y fundador de una religión”.

Por todo ello, nos dice el autor, se convirtió pronto en mito e indica que Aristóteles llegó a dudar de su existencia histórica. En este sentido, distingue Hamvas las diferencias entre lo que cree la historia, a la que importa si algo ocurrió o no, y la realidad mítica, que se fija en si algo es verdadero o no.

En el mismo ensayo, destaca la importancia de Heráclito y su concepción del “Uno”, como centro de todo y el “Logos”. En la anterior obra, “La melancolía…”, tenía un ensayo dedicado al filósofo griego.

Y en relación al orfismo y la creación de la obra, reflexiona el pensador húngaro:

“Para la existencia estética, la obra es espejo y exceso, vanidad y azoramiento, instinto, avidez, sofisma, capricho. Para el orfismo, algo en que se realiza en un plano más alto (metapoiesis). Todos deberían adorarlo si no fuera una locura. Crear la obra… La obra es una forma de la vida eterna, quizá la última. La obra es la gloria. La ultimísima migaja de la existencia sacra”.

Sobre la obra versa también, “Quemar la obra”, en la que establece el autor la diferencia entre la postura occidental existencial, donde el “pecado hunde al hombre, la buena acción lo eleva”, y la visión oriental, donde “cualquier acción, sea buena o mala, supone una carga”. La destrucción de la obra es un pathos, nos explica Hamvas, para elevar el prestigio del creador al deshacerse de las obras menores. Para concluir, siguiendo la visión oriental:

“Quema su obra quien no asume lo que ha hecho; quien la retira creyendo que puede revocarse. Sin embargo, la carga sigue allí. Tiene que llevarla encima y no puede borrarla”.

El último ensayo que da título al libro, “La obra de una vida”, prosigue con el tema de la creación de la obra. Hamvas recurre a la tradición hindú; la obra es el Karma, “algo que permanece”.

No obstante, el pensador está más acorde con lo preconizado en los libros ancestrales sagrados, como el budismo, que trata de desmontar el karma:

“La obra perfecta de una vida es la no-obra. No un resultado que pueda proyectarse hacia fuera, sino uno realizado dentro del ser humano. La actividad para hacer realidad tal obra no es constructiva, sino una renuncia y un desmontaje continuos hasta que no queda nada, y luego la renuncia a esta nada y a continuación la renuncia a esta renuncia».

Otro pensamiento muy destacable del escritor:

“La verdadera obra es póstuma. Mientras su creador vive, también la obra se impregna de la ilusión que a todo ser vivo le viene dada con la vida. Porque mientras uno vive únicamente posee la vida, que sólo se convierte en destino después de su muerte».

Béla Hamvas (Fuente: hamvasbela.org)

Los textos sobre música, tienen como referentes a Schumann, Liszt y Bartók.

En el ensayo dedicado a “Schumann”, comienza el pensador citando a Chopin y sus facultades técnicas aplicadas al piano. Era feliz al poder interpretar sus propias composiciones con el piano, instrumento que es como una orquesta en sí mismo. Esa alegría, nos dice el escritor húngaro, es como la alegría de la vida olímpica: “decatlón de los dedos, de las manos, de los pies, de los ojos, de los oídos, de las caderas, del cuello, de la cabeza, de los hombros, de los brazos, del pecho».

En cambio Schumann, nos sigue diciendo el escritor, nunca sintió esa alegría olímpica porque era un mediocre intérprete de piano. Era más compositor que músico. Al alejarse de la alegría olímpica, comenzó a apreciar otro tipo de felicidad, la propia del hombre del submundo. Prosigue el pensador explicando que la música del compositor no encaja para escucharse en un auditorio, sino más bien en una habitación en la soledad en la noche, es donde se puede apreciar su esencia melancólica:

“En la medida de lo posible estando uno solo, con el cuarto cerrado, con el calor de la estufa y la luz nocturna de una lámpara. Sólo allí se despliega plenamente el desgarro solitario del arte de Schumann, su metafísica melancólica».

En “El aniversario de Liszt”, Hamvas escribe el ensayo en 1936, año en el que se está conmemorando el cincuenta aniversario de la muerte de Liszt. El pensador desmonta el mito de su fama basándose en la vacuidad de su vida y, por ende, de su música. Siendo un romántico adinerado choca con el espíritu romántico. Nuestro pensador desprende algunas píldoras mordaces en torno al compositor:

“No existe en la tierra criatura más triste que un romántico con mucho dinero. El hombre romántico ha nacido para el dolor, para el fracaso, para el anhelo insatisfecho y la soledad… Quiere romperse y en cambio recibe todas las condecoraciones. Quiere vivir en una buhardilla y en cambio lo invitan los reyes… Liszt, en cambio, está como una manzana y los periódicos rebosan de su nombre».

Toda esa impostura en su vida se tenía que reflejar en su música, sentencia el autor:

“Por eso la música de Liszt tenía que estar llena de falsedad y, en efecto, lo está… La composición suena maravillosamente, pero da la casualidad de que no contiene nada».

Al igual que Chopin, Liszt es un virtuoso al piano, pero a diferencia de aquel, sin sentimiento. Señala el autor húngaro, a raíz de ese hilo, como sus discípulos lo imitaban y, a partir de ahí, gran parte de los pianistas serían virtuosos, acróbatas basados en la “técnica”, sin transmitir la emoción de las composiciones:

“Desde la aparición de Liszt, el piano se convirtió en víctima de la “técnica”».

“Bartók”, protagoniza el último texto en torno a la música. Explica Hamvas como el legado clásico en todas las artes se acrecienta a finales del siglo XIX, pero en el momento actual (el texto data de 1946) hay un florecimiento de todas las disciplinas. Señala a Bartók como un buen ejemplo. Comenzó su andadura con lo clásico, rasgo común en la mayoría de artistas: Stravinski, Picasso, Joyce. Pero ya desde el comienzo de su carrera introdujo dos elementos:

“Uno de ellos es el niño; el otro, el pueblo… Bartók se quedó con el oído infantil y descubrió la música popular».

Continúa el pensador explicando como esa indagación en el folclore no es por un interés meramente etnológico, sino ancestral, concepto que se encuentra en todas las disciplinas:

“Lo mismo vale también, naturalmente, para la novela, la poesía y la pintura; en todas las artes aparece algún aspecto de la situación ancestral del ser humano. Por eso da el arte siempre la impresión de lo “primitivo”. No es primitivo, sino primero y primordial. Y por eso se relaciona con la mirada y el oído de los niños. Por eso percibimos allí algo “arcaico”».

Para Hamvas, la indagación musical de Bartók llegó a umbrales que no pudo sobrepasar, en cambio Stravinski sí llegó más lejos, por su mayor preparación. Lo cual, no impide disfrutar de la calidad y sensibilidad de su música:

“Ciertamente compuso algunas obras perfectamente formadas y acabadas, pero sabemos que estas son el fruto no de una plena maduración de los problemas, sino de una conclusión precipitada. En este punto, Stravinski ha ido más allá que Bartók… Lo que tanto disfrutamos en su obra no es la música ancestral en su plenitud, sino cierto lenguaje musical de altísimo nivel sumamente elaborado y adecuado para expresar con sensibilidad lo que del mundo ancestral ha llegado a nuestros oídos».

Para concluir categóricamente:

“Bartók, como todos los grandes artistas, nos ha dejado dos legados: su obra y la necesidad irresistible de hablar sobre él».

“La cama” es un ensayo reflexivo sobre el sentido intimista y acogedor que proporciona la cama en el hogar. Al ser expulsada la especie humana del paraíso, explica el autor, es el único refugio que nos ha quedado: “La última estación de la intimidad es la cama. Es lo que ha quedado del paraíso».

Antes las camas servían también para sentarse, para acoger al visitante, pero continúa el autor explicando como en la actualidad (está escrito en 1964, ¡qué pensaría hoy Béla!), las estancias y la cama son cada vez menos acogedoras y orientadas a aparentar:

“Las casas y las viviendas son ahora en general de tal tipo que ni siquiera puede uno sentarse, no hay allí ningún lugar íntimo, lo que hay es moda, fanfarroneo, higiene, pero no intimidad. Ha desaparecido la cama, sólo ha quedado un sitio para dormir, no se puede ni pasar allí la noche de bodas, ni parir, ni morir».

En torno a la naturaleza, tema muy querido por el escritor hay varios ensayos destacados.

“Wordsworth o la filosofía de lo verde”, es un pequeño ensayo del pensador en torno al poeta; sobre su carácter solitario, sin apenas relación con la gente y el vínculo especial con la naturaleza, que es donde encuentra su manera de ser, pero considerando ésta como lo más profundo y primigenio:

“Para el Alma Primera, la naturaleza es el mundo más elevado que aún logra comprender. El Alma Primera no sabe de varones ni de mujeres. En ella todo es Uno.

La soledad de la poesía de Wordsworth es la soledad del Alma Primera, la del género primigenio.

La naturaleza Wordsworthiana es la naturaleza verde, impregnada del verde místico que late en las cosas».

Béla Hamvas (Fuente: hamvasbela.org)

“Jazmín y olivo” es un texto delicioso del autor. Se propone seguir el curso de la naturaleza con todos los cambios que se van produciendo en ella. Primero determina que el calendario está en consonancia con el tránsito del sol por los signos del zodíaco, en vez del 21, la fecha de los cambios sería el 8:

“El 8 de marzo es cuando comienzan a cantar los mirlos. El 8 de abril empieza el ruiseñor y florece la almendra. El 8 de junio, san Medardo, es el comienzo de las lluvias veraniegas. El 8 de agosto, la culminación de la canícula, el momento de las fiestas populares ancestrales. El 8 de septiembre se marchan las golondrinas. El 8 de octubre callan los grillos».

En relación al jazmín, nos cuenta Hamvas que es la única planta que conserva la fragancia del paraíso tras la expulsión del hombre por Dios. En cambio el olivo es lo contrario al jazmín, “El olivo es carne y sangre, es beso, resulta asfixiante porque se le queda a uno en la garganta».

El autor a raíz del año aciago que tuvo en la vida, cambio de opinión en relación a la creación de su obra; ella sería a través de la salvación por medio de la redención:

“Antes creía que el verdadero tema de mi vida era la creación de la obra. Desde el año de la perdición ya no creo en ello. Sólo existe una obra, la de la salvación. Redimir la tierra y el cerezo y el pimiento y al mirlo y al perro del vecino y al vecino. He ahí la obra. La única. El jazmín y el olivo. Redimirlos al contemplarlos temblando y al marearme mientras absorbo su fragancia».

“Días Dorados”, es una loa al mes de septiembre y sus dorados predominantes. De manera emocionada rememora el autor los cantos de los mirlos, los “suspiros” del ruiseñor o la floración de las acacias:

“En estos días tardíos y maduros hasta los pájaros vuelven a cantar. A primera hora de la mañana oigo al mirlo; por la tarde el ruiseñor canta unos compases como si suspirara y me conmueve tanto que apenas logro contener las lágrimas. ¿Por qué? No lo sé. La mañana es primavera; el mediodía, veraniego; y la tarde, otoñal. Florecen las acacias, gorjea el paro, oigo las alondras cantar toda la noche en lo hondo del valle, el tiempo es como un resumen de todo el año, pero con una paz y una suavidad indecibles, como si fuera la imagen de una memoria sabia y se disolviera en una encantadora melancolía».

Pero también el ensayo es una meditación sobre la elección de la vida apartada, y no ya, porque las autoridades húngaras marginaran al autor, sino porque también él encontraba su sentido en la soledad:

“Tenía que elegir. De hecho, ya había elegido. No la vida cesárea, no el agon, no la fama, ni el éxito, ni la vida pública, sino la soledad íntima y cálida simplemente porque es más rica. Porque es más».

Hamvas con ese apartamiento no renuncia a algunas visitas de amigos o interesados en su conversación, como tampoco a llamadas para algunas charlas o conferencias aisladas:

En el fondo la vida pública me resulta ofensivamente insípida. Cuando alguien viene a verme, hablo encantado con él; cuando me aceptan, no tengo nada que objetar; cuando me llaman, voy. Pero no me pidan que la competición agonal se convierta en mi pasión: yo no podría acceder a ese deseo».

Contrario a la vida agonal, es decir, la que ocurre en el espacio público, es el anonimato de renombre, como él lo define:

“A mi juicio, el anonimato de renombre es particularmente apropiado para poetas, pensadores, vividores, sabios y personas religiosas. Y como algo tengo de todos estos, a mí me viene como anillo al dedo».

“El Huerto” es una alabanza hacia él. Después de su paseo al amanecer, Béla se encamina al huerto para recolectar los alimentos que le procuren una buena sopa de verduras:

“A las ocho de la mañana ya se me ha acabado la paciencia. Vuelvo a casa, cojo el cesto y la azada y bajo al huerto. Prepararé una sopa de verduras para el almuerzo, lo cual por estas fechas, finales de verano, supone tal fiesta que no conozco nada más grande».

También es una apología de las cosas sencillas, de los objetos acogedores; como anteriormente la cama o los utensilios cotidianos y necesarios; escobas, amasadores o la ¡querida cuchara de madera!:

“Hermosas escobas de sorgo, tablas de amasar cepilladas con tal esmero que despiertan el apetito, rodillos, cucharas de madera. Me hechizaba la humildad y sencillez de esos objetos, su manera de esconder la belleza, tras la apariencia de la utilidad. Cientos de personas pasan de largo y cada una dice para sus adentros: ¡Qué utensilio más vulgar, una cuchara de madera!

Querida cuchara, noble y esbelta cuchara de blanca madera de fresno, tú sabes que a mí jamás me ha engañado la sumisión con que fielmente te prestas a la realización de una labor tan simple. Siempre he admirado tus líneas delicadas, tu querida cabeza ovalada que es como una flor. Y el hecho de que seas útil no me confunde, sólo acrecienta el afecto inexplicable que te tengo».

De nuevo, otra excelente selección de textos de nuestro querido pensador húngaro. El hilo conductor, el que se cuela entre la variedad de temas del gusto del autor, es la obra en la vida, la creación de la obra, o como nos explica, la no-obra, el desmontaje, la renuncia; o quizás, bien puede ser por medio de la contemplación y redención hacia la naturaleza, la tierra, los animales; el prójimo.

En el texto sobre Schumann, Hamvas destaca su “Concierto para piano y orquesta en La menor OP. 54”:

“Doloroso y también terrorífico, fantasmagórico y dulce, contiene tal pasión conmovedora en su alarmante sonrisa, quema tanto el oído del escuchante, acaricia, llama, hechiza, fascina, resulta tan asfixiante y enervante que uno deja de escuchar aterrorizado. Resulta imposible escuchar impunemente esas notas, imposible no acabar desgarrado, no estallar, imposible no sentir el plaisir de la douleur, no absorber el idiotismo del regocijo en el sufrimiento, el deleite de la autodestrucción, no perderse del todo en esa terrible maravilla que agrieta a la persona, la agrieta de tal manera que nadie se da cuenta, que el pecado fantasmal sólo se descubre en esa cálida habitación invernal, el resquebrajamiento es tal que uno parece entero, pero si alguien lo toca queda patente que ya ha perdido la nitidez».

En este directo podemos escuchar el concierto, con Martha Argerich al piano y el conductor Riccardo Chailly:

“La obra de una vida” Béla Hamvas

Ediciones del Subsuelo 2022 🔗

Colección Narrativa

Selección y Traducción de Adan Kovacsics

237 Páginas

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