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Theodor Kallifatides “Lo Pasado No Es un sueño” Galaxia Gutenberg 2021

Rescata Galaxia Gutenberg, “Lo pasado no es un sueño”, escrito por Theodor Kallifatides en 2010, posterior a “Madres e hijos” de 2007 y anterior a “Otra vida por vivir” de 2017.

Si bien en los tres libros existe un marcado componente autobiográfico, en el libro que nos ocupa, su persona adquiere mayor protagonismo.

Kallifatides efectúa un somero repaso de su vida, desde la infancia hasta los 72 años del presente en el que escribe el libro.

Comienza el libro con el relato del reencuentro con sus padres de la mano de su abuelo, en los conflictivos tiempos de 1946. Debido a la Guerra, toda su familia había huido de Molaoi, permaneciendo Theodor con sus abuelos. Era un ambiente de posguerra y con rencores en los extremos políticos:

“Tenía ocho años cuando mi abuelo me tomó de la mano y no la soltó hasta que encontramos a mis padres en Atenas. Quién sabe qué podría haber pasado si me hubiera quedado en el pueblo.

Un día los alemanes perdieron la guerra y se fueron. En el vacío que dejaron, aparecieron de pronto, por un lado, organizaciones de ultraderecha, en algunos casos incluso de ex colaboradores de los invasores decididos a acabar con todos aquellos que pudieran ser o volverse comunistas y, por el otro, organizaciones de izquierda, decididas a cobrarse la sangre derramada».

Theodor Kallifatides “Lo Pasado No Es Un Sueño” Galaxia Gutenberg 2021 (Las sucesivas citas, sin mención, se referirán al mismo autor y libro).

Theodor refleja fielmente el desesperanzador panorama de pobreza  y devastación de posguerra:

“Todos éramos pobres, pero entre nosotros había quienes eran incluso más pobres. Por lo general, familias sin padre —⁠barcos a la deriva—, decía mamá. Viudas con hijos que estaban completamente solas y otras que aunque tenían marido, éste había sido desterrado a algún islote yermo del Egeo.

Después estaban todas las aves sin alas. Es decir, los que habían sido seriamente heridos y tenían una sola pierna o un solo brazo o un solo ojo, o bien sin piernas, sin brazos, ciegos. La mayoría se dedicaban a la mendicidad y se peleaban entre sí de mala manera por los mejores puestos, fuera de la iglesia, por ejemplo, o frente al colmado. Vestidos de andrajos enseñaban sus muñones y al mismo tiempo, con voz monótona, murmuraban ruegos y deseos a los transeúntes».

Y, a pesar de la pobreza generalizada, lo que más destaca Kallifatides es el espíritu solidario entre las gentes, con una “dulce sensación” en la ayuda y el auxilio de alguien.

El autor subraya las dificultades de su padre, maestro de escuela, para encontrar empleo, tachado de comunista. Ya había padecido con anterioridad otro exilio, en 1924, expulsado de Constantinopla:

“Mamá se vinculó al barrio sin ningún problema. Hizo amigas, tomaban el cafecito, leían la taza, reían y alguna vez lloraban. Mi padre, por el contrario, se quedó fuera. No era de ir al café ni a la taberna. Estaba continuamente en busca de trabajo, la úlcera del estómago lo torturaba, necesitaba ser operado, pero ¿de dónde saldría el dinero? Cuando, inculpado de comunista, lo echaron de la enseñanza pública en 1946, no pidió ninguna indemnización, como hicieron tantos otros. Era la segunda vez en su vida. La primera había sido en 1924, cuando se vio obligado a abandonar Constantinopla. En ese momento, por lo menos la acusación era correcta: era griego. Lo paradójico es que, mientras a los ojos de los turcos esas personas, todas, eran griegos, a los ojos de los griegos eran refugiados. Mi padre continuó siendo refugiado toda su vida, con el recuerdo del paraíso perdido en el mar Negro que le oprimía el corazón como un anillo pequeño en el dedo».

Recorre el autor su infancia, la escuela, las pandillas y sus primeros amores, más bien platónicos. Su retraimiento lo marginaba del resto de los chicos. Nos cuenta como todo cambió cuando aprendió la importancia que podía tener el lenguaje en su vida:

“El maestro se entusiasmó y leyó mi redacción delante de todos. De «bobito» pasé a ser el rey, gracias al lenguaje. Lo recordaría. Años después me vería obligado a repetirlo. Las puertas se me abrieron. Incluso Meri comenzó a mirarme con indulgencia, permitiéndome idolatrarla en la distancia. Ella se volvió mi horizonte».

Narra el feliz descubrimiento de la música a raíz de la escucha en un paseo de la melodía de un piano a través de una ventana y el recogimiento del hombre que pulsaba las teclas:

“La música, el calor, la belleza del hombre y sobre todo la serenidad en su rostro me procuraron una nueva experiencia que ni entonces tuve ni ahora tengo palabras para describir. Era como si estuviera viendo a alguien estrecharle la mano a Dios. ¿Cómo se describe eso?

A partir de esa tarde, cada día pasaba por la casa de las paredes blancas, escuchaba la música y miraba al pianista, mientras en mi cerebro se formaban nubecitas que quizá fueran pensamientos o quizá no».

Maestros y profesores, lecciones para la vida:

“Era un maestro de historia extraordinario, con amplios conocimientos y gran pasión. En un examen no me acordaba de las fechas exactas de algún hecho e intenté salir del atolladero escribiendo un montón de pormenores que no tenían relación directa con el tema. Una semana más tarde nos devolvió los exámenes. Me había puesto un cero. Y abajo había escrito: «Cuando no sabemos algo con exactitud, no tiene sentido querer ser exactos».

Fue una lección para la vida, y para la escritura».

Años de instituto, camaradería entre compañeros y recuerdo emocionado de un profesor, con el que se reencontrará bastantes años más tarde:

“Vivía en un apartamento pequeño cerca del Colegio, pero ya no daba clases. Había envejecido sin haber cambiado, más bien al contrario, se había vuelto más él. Los mismos ojos sonrientes y la misma sonrisa infantil que yo recordaba.

En su habitación hacía un frío terrible. Él llevaba puesto el abrigo y unos guantes con los dedos cortados, como los de los ciclistas, para poder escribir. Ningún mueble. Sólo su escritorio cargado de libros y en el suelo fardos de papel de periódico. Tres grandes fardos. Vio mi extrañeza y sonrió.

—No volverá a faltarme el papel —⁠dijo, y añadió que durante su destierro, lo peor no habían sido las golpizas, las torturas, la falta de sueño o el miedo a la muerte. De todo, lo que más había echado en falta había sido el papel. El no tener donde escribir.

Ésa fue su última lección. Salí con lágrimas en los ojos y juré que jamás escribiría nada que no fuera una cuestión de vida o muerte, nada que no brotara de mis entrañas y fuera producto de una dedicación sin límites. Era un compromiso ambicioso y, aun si fracasaba, habría valido la pena».

Nos sigue contando el autor los escarceos amorosos, los novillos en clase, su reconducción por un profesor de Clásicas, su ateísmo. Coqueteos con el atletismo, el fútbol y, lo más importante, su reencuentro con la lectura:

“Después de estas infortunadas errancias había llegado la hora de volver al puerto grande y seguro: la lectura.

Mi guía y respaldo fue mi compañero de clase Lukís Thanasekos, que adoraba a Oscar Wilde, y que estaba a tal punto bajo su influencia que se vestía como un dandy inglés, con una chaqueta de terciopelo rojo y un pañuelo alrededor del cuello. Yo lo admiraba, sí, pero no tenía ninguna intención de imitar su ejemplo. Temía resultar ridículo, conocía mi lugar. «Pero bueno, ¿quién crees que eres? ¿Errol Flynn?», me habría dicho mamá».

Lecturas de Marx y los cimientos tambaleando una vez que lee al maestro Dostoievski:

“En la casa fresca de Lukís vi por primera vez libros de Marx. No puedo decir que los hubiera leído, pero hojeé uno o dos y una frase no me daba sosiego. No bastaba con entender el mundo, debíamos cambiarlo. ¿Cuán ambicioso hay que ser para escribir una cosa así? Por otro lado, ¿por qué no? ¿Qué sentido tiene que escribas si no quieres cambiar el mundo? Algunos de los libros que leía, era eso precisamente lo que hacían. Después de Dostoievski, el mundo no era el mismo. Ni yo era el mismo. De repente otro sol, más fuerte, brillaba en el cielo. ¿Me había influido? En todo. A tal punto que esperaba encontrar a la Sonia de Crimen y castigo en algún burdel, para salvarla. Dostoievski cavó una nueva zanja en mi alma, y no únicamente en la mía».

A estos autores siguieron otros, como Hamsun, Chéjov, “Adoraba a Chéjov y cada vez que se presentaba la oportunidad contaba dos historias sobre aquel médico de provincias que cambió para siempre la técnica del cuento y del teatro»; Stendhal, Maupassant, Gide, Sartre, Nietzsche … Y, de nuevo otra convulsión con Simone de Beauvoir:

“La última gran impresión de mi adolescencia la recibí de Simone de Beauvoir con El segundo sexo. Después de la propaganda masculina de siglos, que ya circulaba por nuestras venas, de pronto apareció aquella hermosa francesa que con una implacable lucidez nos abrió los ojos. Jamás volveríamos a ver a la mujer como antes».

Kallifatides rememora los intentos de entrada en la Universidad fallidos, debido a la escasez de dinero para la preparación. Algún trabajo esporádico y la escritura como tabla de salvación:

“¿Por qué escribía? No lo sabía. Algo era seguro. Que salvo las horas con María, nada me llenaba tanto como los momentos frente al papel en blanco y con el mundo entero en la cabeza».

Por esos años estaba candente el tema de Chipre y su independencia frente a Inglaterra. Manifiesta el autor el apoyo griego con manifestaciones en las que él formaba parte.

Evoca a sus mejores amigos, Kostakis, Yannis, Diagoras y los sueños que albergaban por entonces:

“Una vez que fuimos de excursión a Delfos, alguien nos tomó una fotografía a los tres en el antiguo teatro. Entonces ya habíamos tomado la decisión: Yannis Fertis se haría actor; Diagoras Jronópulos, director, y yo, escritor.

Fue una fotografía profética, pero por el momento Diagoras estudiaba Derecho, yo estaba sin trabajo y Yannis esperaba aprobar los exámenes para la Escuela del Teatro de Arte y necesitaba a alguien que le tomara el papel, como se dice. Ese trabajo nos lo dividíamos entre Diagoras y yo, y el resultado fue que los tres entramos en la escuela».

Una parte importante del libro la ocupa su emigración a Suecia en 1964. En Grecia por aquellos años, cada vez más inestabilidad política y social, culminando con el golpe de Estado de 1967. Camino de la estación junto a sus padres y en la maleta, algunos poemas suyos junto a Kavafis y Seferis:

Así íbamos los tres, uno al lado del otro, y ellos me ayudaban con mis pertenencias, que no eran muchas. Una maleta medio vacía. Tenía poca ropa, entre ella la camisa rosa que había comprado para complacer al tío de Lida, algunas cosas que había escrito y dos poemarios. Las obras completas de Kavafis, noventa y nueve poemas en total, pero cada uno un verdadero universo. El otro poemario era de Seferis y ahí estaba el verso que se convirtió en mi emblema y mi experiencia. «Dondequiera que viajo, Grecia me hiere».

En una entrevista reciente muy interesante en el Diario Ara, Ignasi Aragay pregunta al autor, al respecto:

¿Su vida literaria ha sido como un viaje de ida y retorno, de Grecia a Suecia y de Suecia a Grecia?

— Sí, es cierto. La emigración es como cortar tu vida en dos partes. Antes y después de emigrar. Pero si eres un escritor, todo va junto, no lo puedes separar. De forma que, tanto mi escritura como mis sentimientos van y vienen. He sentido la joya de recuperar la lengua griega y todo lo que esto representa. Pero a la vez, cuando vuelvo a Suecia, también siento que vuelvo a casa, y cómo la quiero. Esto es lo que tiene la emigración: siempre hay un antes y un después.

Theodor Kallifatides a Ignasi Aragay en Diario Ara

Proseguirá el autor su recorrido en la difícil subsistencia al principio en Suecia, su progresiva adaptación con su reincorporación a los estudios universitarios de Filosofía. Su matrimonio. El paso del tiempo y la pérdida:

“La vida continúa, decimos. Pero cada vez que la vida continúa, alguien o algo queda atrás, se olvida, y la vida se vuelve más vacía. Un vacío tan grande en mi interior no había sentido nunca como bajo el balcón iluminado de mamá en el que no volveríamos a tomar nuestro cafecito».

Kallifatides continúa con su ejercicio evocador, memorístico, tratando los temas que dominan en su más reciente producción. La familia, como en “Madres e hijos”, la pobreza, la infancia y adolescencia, los amores, las turbulencias políticas de la Grecia de su tiempo. Tangencialmente aborda el tema de la emigración y el desarraigo personal, la relación de extrañeza en su propia tierra y en su país de residencia; mayormente tratado en “Otra vida por vivir”. Su profesorado en filosofía se deja sentir. Además de poeta y prosista, es un pensador, la reflexión está presente a lo largo del libro, acompañada de algunas notas de inteligente humor, quizás mayormente en este libro. Otra grata lectura de nuestro querido autor.

En un pasaje nostálgico, Kallifatides recuerda la escucha emocionada de Carl Orff junto a su profesor de teatro y sus compañeros y a la vez amigos:

“Había empezado a amanecer, las calles estaban desiertas, una luz rosada en el cielo anunciaba la salida del sol. Un nuevo día, el del estreno. De pronto me empezó a salir sangre de la nariz. Mucha sangre. Nos detuvimos en la fuente del parque y me lavé. El agua fresca me hizo bien. Le hemorragia paró. Nos sentamos en un banco y nos fumamos un cigarrillo. Fue un momento de paz que siempre recuerdo y por el que siento nostalgia. El absoluto cansancio después del trabajo, la ternura discreta del maestro, la música de Carl Orff y la amistad entre nosotros tres fueron el marco de uno de los pocos instantes verdaderamente plenos de mi vida».

Dejo el disco que deslumbró a Theodor, “Carmina Burana” de Carl Orff, interpretado por la Chicago Symphony Chorus and Orchestra, bajo la batuta de James Levine:

Soprano, June Anderson; Tenor, Bernd Weikl; Barítono, Philip Creech; Director, James Levine. Deutsche Gramophon, 1985:

(“Τα περασμένα δεν είναι όνειρο” © Theodor Kallifatides 2010)

“Lo Pasado No Es Un Sueño” Theodor Kallifatides

Galaxia Gutenberg 2021 🔗

Colección: Narrativa

Traducción: Selma Ancira

192 Páginas

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