Si nos atenemos al argumento, apenas tiene elementos notables. Un escritor se plantea la escritura de un libro donde la protagonista sea una chica nordestina pobre y simple, una migrante malviviendo en Rio de Janeiro, a pesar de su trabajo de dactilógrafa.
Pero qué hace especial este libro. Sencillamente, la maestría de Clarice en la manera de contarnos una historia corriente.
La infancia de Clarice transcurrió entre Maceió y Recife, lugares del nordeste de Brasil; sentía añoranza del lugar, de sus gentes, quería volver a él con la escritura de un libro.
Visitaba con frecuencia la feria de São Cristovão en Rio de Janeiro, donde se reunían muchos nordestinos y a ella le gustaba observar todos los detalles. Gran parte de la inspiración del libro proviene de allí.
En la dedicatoria del libro, hace mención a aquellos años felices en la austeridad:
“Me dedico a la nostalgia de mi antigua pobreza, cuando todo era más sobrio y digno y todavía jamás había comido langosta”.
En la obra hay un narrador que es escritor a su vez. En cierto modo, ejerce de intermediario con la autora real, Clarice. Buena parte de sus pensamientos y juicios de valor se identifican con ella, pero es cierto que a su vez es junto a Macabea, personaje principal con rasgos diferenciadores de la autora.
La historia tiene resonancias hebraicas (no hay que olvidar el origen judío de la autora), los mismos nombres de los personajes: Macabea, Olímpico de Jesús, Gloria.
Las penurias y menosprecios en la vida de Macabea, sugieren las vividas por los zelotas, narradas en los dos libros de Los Macabeos.
El pesimismo parece presidir el estado de ánimo del narrador/autora. Desde luego este párrafo parece premonitorio del cercano triste final que aguardaba a Clarice:
“Estoy absolutamente cansado de la literatura; sólo la mudez me hace compañía. Si todavía escribo es porque no tengo nada más que hacer en el mundo mientras espero la muerte”.
Como terrible paradoja es la alusión del narrador a los ovarios ajados de Macabea (la enfermedad de ovarios causaría el fallecimiento de Clarice):
“Macabea tenía ovarios marchitos como un hongo cocido”.
Tanto el narrador como la autora sienten cierta alienación, se sienten extraños, ajenos en la sociedad en la que viven. Clarice afirmaba sentirse orgullosa de ser brasileña, pero era individualista, no pertenecía a ninguna asociación o grupo, ni gustaba la popularidad; el hecho de ser emigrante también influía en su apartamiento:
“Soy un hombre que tiene más dinero que los que pasan hambre, lo que me convierte de algún modo en alguien deshonesto. Yo sólo miento en la hora exacta de la mentira. Pero cuando escribo no miento. ¿Qué más? Sí, no tengo clase social, marginal que soy. La clase alta me tiene como un monstruo raro, la clase media desconfía de que yo pueda desequilibrarla,
la clase baja nunca viene a mí”.
El narrador/autora necesitan escribir como liberación de su pesar. Clarice hallaba su razón de ser en la lectura y principalmente en la escritura:
“Escribo porque no tengo nada que hacer en el mundo: estoy de sobra y no hay lugar para mí en la tierra de los hombres. Escribo porque soy un desesperado y estoy cansado, no aguanto más la rutina de serme y si no fuese la sempiterna novedad de escribir, me moriría simbólicamente todos los días”.
Es cierto que Clarice era afín a las ideas existencialistas y en la obra se aprecian claramente en el narrador y en el absurdo en el que vive Macabea, aún no siendo apenas consciente de su estado. La náusea de Sartre tiene lugar en ella cuando toma cierta consciencia de sí misma:
“En esta hora exacta Macabea sintió unas profundas náuseas en el estómago y casi vomitó, quería vomitar lo que no es cuerpo, vomitar algo luminoso. Estrella de mil puntas”.
Clarice despoja su literatura de todos los adornos por medio de Rodrigo, el narrador; simplifica el lenguaje, al igual que despoja a Macabea de atributos; pero estructuralmente es al contrario, experimenta, innova en la obra:
“Está claro que, como todo escritor, estoy tentado a usar términos suculentos: conozco adjetivos esplendorosos, carnosos sustantivos y verbos tan elegantes que atraviesan agudos el aire en busca de acción, ya que la palabra es acción, ¿o no están de acuerdo? Pero no voy a adornar la palabra porque si llego a tocar en el pan de la muchacha, el pan se convertirá en oro y la joven (ella tiene diecinueve años) y la joven no podría morderlo y moriría de hambre. Tengo entonces que hablar de un modo sencillo para captar su delicada y vaga existencia”.
Es de destacar la aplicación del monólogo interior, recordando a Virginia Wolf. Rodrigo analiza el flujo de conciencia, los sentimientos en su personaje principal, Macabea.
La autora se proyecta en su narrador y ambos en su personaje; necesitan dar voz a Macabea como necesidad propia:
“Debo decir que esa muchacha no tiene conciencia de mí, si la tuviese tendría a quien rezarle y sería su salvación. Pero yo tengo plena conciencia de ella: a través de esa joven doy mi grito de horror a la vida. La vida que tanto amo”.
El espejo tiene un carácter simbólico de indudable importancia. El narrador se refleja en él por medio de Macabea y Clarice en su proyección de sus dos personajes creados, Rodrigo y Macabea:
“Veo a la nordestina mirándose al espejo y —redoblar de tambor— en el espejo aparece mi rostro cansado y barbudo. A tal punto nosotros nos intercambiamos. No hay duda de que ella es una persona física. Y adelanto un hecho: se trata de una muchacha que nunca se miró desnuda porque tenía vergüenza”.
Macabea cuando detiene su mirada ante el espejo comienza a tener consciencia de sí misma, a pesar de que lo que proyecta su imagen no sea agradable:
“Se miró maquinalmente al espejo opaco y oscurecido por encima del lavabo inmundo y descascarado, lleno de cabellos, lo que tan bien combinaba con su vida. Le pareció que el espejo no reflejaba ninguna imagen. ¿Había desaparecido por si acaso su existencia física? Enseguida pasó esa ilusión y observó la cara toda deformada por ese espejo ordinario, la nariz vuelta enorme como la de un payaso con nariz de cartón. Se miró y pensó al pasar: tan joven y ya oxidada”.
La soledad es otro elemento central en la novela, como lo era en la vida de Lispector. El narrador explicita:
“Sí, mi fuerza está en la soledad. No tengo miedo ni de lluvias tempestuosas ni de grandes vendavales desatados, pues yo también soy la oscuridad de la noche.”
Rodrigo proyecta en Macabea la soledad que él mismo necesita:
“Veo que intenté darle a Maca mi propia situación: yo necesito de algunas horas de soledad por día si no “me muero””.
Macabea al conseguir estar sola, toma conciencia de su valor:
“Entonces, al día siguiente, cuando las cuatro Marías cansadas fueron a trabajar, ella tuvo por primera vez en su vida una de las cosas más valiosas: la soledad. Tenía el cuarto sólo para ella. No creía usufructuar mucho espacio. Y no se escuchaba ni una palabra. Entonces, en un acto de absoluto coraje pues su tía no la hubiese entendido, se puso a bailar. Danzaba y giraba porque al estar sola se volvía: ¡l-i-b-r-e! Se aprovechaba de todo, de la soledad arduamente conseguida, de la radio a pilas sonando lo más alto posible, de la vastedad del cuarto sin las Marías”.
Rodrigo y por supuesto, Lispector, tienen querencia por sus dos personajes nordestinos. Por Macabea:
“Sí, estoy apasionado por Macabea, mi querida Maca, apasionado por su fealdad y anonimato total pues ella, no existe para nadie. Apasionado por sus pulmones frágiles, la flacucha.”
Y por Olímpico, a pesar de ser lo opuesto a Macabea, ya que su pasado es violento, pero quiere olvidarse de él, lo único que pretende es ascender en la escala social; el narrador apunta:
“Tenía hambre de ser otro. En el mundo de Gloria, por ejemplo, él iba a enriquecerse, el frágil machito. Dejaría finalmente de ser lo que siempre había sido y que escondía hasta de sí mismo por tener vergüenza de tales debilidades: es que en verdad desde niño no pasaba de ser un corazón solitario latiendo con dificultades en el espacio. El sertanejo es, antes que nada, una víctima resignada. Yo lo perdono”.
Ambos son emigrantes y huérfanos, huyen de la pobreza del sertão. Ello los asemeja, pero mientras Macabea no es consciente de su vida ni tiene aspiraciones, Olímpico tiene conciencia de cambio. Es obrero metalúrgico pero quiere ir ascendiendo hasta llegar a ser diputado.
Pero también es preciso puntualizar que Rodrigo se diferencia de la autora porque a pesar de mostrar afecto por Macabea y Olímpico, en ocasiones parece contradecirse evidenciando cierto desagrado hacia ellos.
Nos encontramos ante una obra compleja en su estructura. Metaliteratura y metaficción en un juego de identidades en transposición. Es una novela donde podemos encontrar variadas capas, profunda pero a la vez ligera. Una obra donde la historia que está creando el narrador se proyecta en un triángulo amoroso, parodia en ocasiones de los folletines al uso. Toma protagonismo el absurdo y lo grotesco, el existencialismo y la vanguardia. Narración desnuda pero lírica de la antiheroína Macabea sin apenas identidad consciente. Por encima de todo, se halla la mano maestra de Clarice, en continua experimentación literaria; trágicamente truncada meses después de publicada la obra.
Es preciso destacar la excelente edición de la editorial Corregidor con una valiosa introducción a cargo de Gonzalo Aguilar y textos analíticos de Florencia Garramuño e Ítalo Moriconi.
En la dedicatoria del libro, Lispector homenajea a varios compositores, entre ellos a Claude Debussy:
“Sobre todo me dedico a las vísperas de hoy y al hoy, al transparente velo de Debussy”.
En el disco, 18 piezas de piano del compositor francés:
Claude Debussy – The Essential Collection by Claude Debussy
Editorial: Corregidor, Edición 2011
Traducción e introducción: Gonzalo Aguilar
Textos Críticos: Florencia Garramuño e Ítalo Moriconi