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Gianfranco Calligarich “El Último Verano En Roma” Tusquets 2020

El itinerario editorial del libro de Calligarich merece destacarse. En 1973 se alza con el Premio Inédito en Italia. Se edita con una única tirada de diecisiete mil ejemplares, vendidos en el verano. No se reedita y desaparece. Llega a ser considerado de culto, pudiendo encontrarse únicamente en las librerías de lance. Debido a la consideración de los universitarios es vuelto a relanzar en 2010volviendo a agotarse. Ante las continuas peticiones, la editorial Bompiani lo publica en 2016, para rescatarlo Tusquets en este mismo año, en España.El narrador y personaje principal es un periodista milanésLeo Gazarra. Ante un ofrecimiento de trabajo en Roma como articulista, decide partir.

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Las primeras frases del narrador, preludian un tono amargo en la obra:

«En cuanto a mí, de buena gana hubiera preferido abstenerme de toda competición. Había conocido a personas de todas clases, gente que llegaba y gente que ni siquiera había sido capaz de arrancar, pero todos, tarde o temprano, con la misma cara insatisfecha, por lo que había llegado a la conclusión de que la vida era mejor limitarse a observarla, pero no había contado con una desafortunadísima carencia de dinero en un día lluvioso a principios de la primavera del año pasado. Todo lo demás vino como vienen estas cosas, por sí mismo. Quede claro desde el principio que no le echo la culpa a nadie, me tocaron mis cartas y las jugué. Eso es todo».

La relación con su padre es distante. La introspección y el carácter reservado de su padre, debido a una traumática participación en la Segunda Guerra Mundial, imposibilita una relación más cercana entre ambos, como bien explica el hijo:

«A pesar de su orgulloso mutismo, siempre tenía el aspecto de pretender olvidar algo, tal vez el haber regresado a casa hecho pedazos y habernos hecho asistir al espectáculo de su enorme cuerpo retorciéndose bajo las descargas de electrochoque. En cierto sentido era así, y yo fui incapaz de perdonarle, de niño, su oficio antiheroico, su amor por el orden, su exagerado respeto por las cosas, sin entender, por ejemplo, de qué horrorosa devastación debió de haber sido testigo para ponerse a reparar con infinita paciencia, el mismo día de su regreso de la guerra, una vieja silla de cocina».

Una de las razones de Leo para partir a Roma es su querencia por el mar. Otro de los máximos placeres son los libros. Acudir con un libro cerca del mar se convierte en una costumbre diaria, como ir a encontrarse con otros amigos, que como él, llegaron a Roma procedentes de otros lugares:

«Iba todos los días a ver el mar. Con un libro en el bolsillo, tomaba el metro hasta Ostia y pasaba buena parte del día leyendo en una pequeña taberna que daba a la playa. Luego volvía a la ciudad y deambulaba por los alrededores de piazza Navona, donde había hecho algunos amigos, todos ellos gente que iba de un sitio a otro como yo, intelectuales más que otra cosa, con la espera reflejada en sus ojos y cara de refugiados».

Roma también podemos decir que tiene entidad propia. La relación amor/odio que se puede establecer con la ciudad la remarca bien Gazarra:

«Más que una ciudad, es una parte secreta de ti, una fiera escondida. Con ella no hay medias tintas, o le tienes un gran amor o debes marcharte, porque eso es lo que la dulce fiera exige, ser amada. Ese es el único peaje que te será impuesto vengas de donde vengas, de las verdes y empinadas carreteras del sur, de las oscilantes rectilíneas del norte, o de los abismos de tu alma».

Leo bebe con frecuencia, quizás ese estado de espera, no se sabe qué, hace que se abandone al alcohol.

Todo parece cambiar cuando conoce a la joven estudiante de Arquitectura, Arianna. La relación entre ambos presenta dificultades, la diferencia de edaddiferentes intereses, …  y Leo, en ocasiones, como alejado de sí mismo:

«Estaba helado y me sentía infeliz y no había nada en mí, ni un poco de esa tibieza que hubiera deseado más que cualquier otra cosa en mi vida, esa conmovedora tibieza que me recorriera el cuerpo para llevarme a ella. Y su voz, baja, implorante, era aún peor. En lugar de acercarla a mí, la volvía aún más distante, inalcanzable, y yo estaba gélido, inerte y lleno de tristeza».

Un percance en uno de sus mejores amigos produce en Leo un hondo pesar, pues ambos se sentían cómplices en la ajena ciudad. Las dificultades económicas por cierre en el periódico y escasez de trabajo se presentan como serios obstáculos, agravando el transitar de Leo.

El libro de Calligarich se encuentra marcado por un hondo existencialismoLeo parece mantener una constante huida de sí mismo. Los ilusorios momentos de felicidad no mitigan la angustia que siente. El hombre solo, frente a sí mismoRoma protagonistadulce pero a la vez cruelEcos de la Dolce Vita. Y, por último, el marsiempre el mar, adquiriendo, como en tantas obras, un marcado simbolismo.

Hay un momento en el libro donde se interpretan piezas de Gershwin y Cole Porter:

«Con la llegada del verano tomamos la costumbre de mudarnos a la sala de estar, y allí, cuando el sol abandonaba esa zona de la casa, entre las paredes que conservaban las sombras claras de los muebles que se habían llevado, el conde tocaba un Steinway de cola enorme mientras yo lo escuchaba hundido en el último sofá. Cada tarde, en cuanto oía las primeras notas, llamaba al bar para pedir una cerveza helada y me acercaba al salón. Él estaba allí, irremediablemente. Llevaba un viejo batín de seda puesto y repasaba su repertorio, viejas canciones que le había oído a mi madre, piezas de Gershwin y Cole Porter, pero sobre todo una vieja canción americana llamada Roberta. A veces cantábamos juntos».

En el vídeo, «Rhapsody in Blue» de Gershwin con dirección y piano a cargo de Leonard Bernstein y la Filarmónica de Nueva York:

Gianfranco Calligarich «L’ultima estate in città» (1973)

«El Último Verano En Roma»

Editorial: TusquetsEdición 2020

Colección: Andanzas

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