“Y todo eso se lo debía a su padre. Como un dios le había parecido entonces, poderoso, con el semblante iluminado, la voz sonora, los aires de conquistador: enhiesto, sencillo, jovial. Bajo su protección había aprendido a moverse y allí, donde antes se había imaginado únicamente desconocidos y pavorosos abismos, había descubierto un terreno firme y el regocijo de caminar por él con desenvoltura.”
El padre se siente bien en la isla, pero no puede evitar pensar con insatisfacción en un futuro cercano:
“De un tiempo a esta parte sentía que ya no era el de antes. Algo había en él que cedía. ¿Se acercaba aquel fin en el que nunca había querido pensar? Incluso ahora le parecía inútil pensar en ello; pero el hecho era que pensaba, que cada vez más, todo su pensamiento se concentraba allí, dolorosamente.”
Ambos, después de largo tiempo alejados, se acercarán más que nunca. El saberse próximos fortalecerá la relación entre ellos.
Se plantea la duda en el hijo sobre si decir la verdad sobre la terrible enfermedad que aqueja a su padre. Se atormenta por su indecisión, como sufriríamos todos ante esos amargos trances.
Los silencios cobran gran importancia en el relato.
Con una prosa cargada de lirismo asistimos a unas bellas descripciones del paisaje natural en su esplendor, y a su vez, con tristeza y melancolía, la fugacidad de la vida en la que el instante presente vivido entre los dos seres, adquiere una especial relevancia.
El sentido de este relato maestro se aprecia en estos reflexivos pensamientos del hijo acerca de los instantes efímeros de la vida, paradójicamente plenos de intensidad:
«¡La vida, papá, qué sabor tan pasajero, y, sin embargo, tan saturado de esencia! Es como este viento que trae el aroma del mar: basta respirarlo. Has visto hace poco a esas dos chicas: iban al encuentro de la gustosa nada de la vida y estaban llenas de gozo. Cómo ha vibrado el aire y el cielo de la isla por esta parte: un pequeño nido de piedras en la inmensidad, pero cómo palpita al sol, cómo saborea la delicia del viento. Imagino los barcos de nuestros antepasados, cuando regresaban de los océanos, de tierras lejanas, y volvían a su minúscula patria. Con qué emoción volvían a ver sus perfiles, sus piedras reverberantes de sal. ¿Y el abuelo? Aquellos ojos azul celeste que se entrecerraban, aquellos labios que le daban un aspecto satisfecho, un poco canalla…»
Acompañando la lectura, destacó el trabajo reciente, “Orange”, de la compositora, vocalista y violinista neoyorkina, Caroline Shaw. Junto a ella, el Attacca Quartet:
New Amsterdam and Nonesuch Records, 2019.
Editorial: Minúscula, edición 2010
Traducción: J. Á. González Sainz
Presentación: Elvio Guagnini
Posfacio: Claudio Magris