La obra gira en torno al desdichado oficinista Franz Polzer. En su círculo más próximo, se relacionan con él y entre sí una serie de personajes, cuando menos, inquietantes.

Kurt Wolff, editor de Kafka, rechazó su publicación, estamos hablando del año 1923. Consideraba que iba a encontrar problemas por publicar una obra plena de escenas con una sexualidad explícita. Al final Ernst Rowohlt, también conocido editor alemán, publicó la obra.

Ungar apenas ocupó un lugar en las letras de su tiempo, oscurecido por escritores de la talla de Kafka, Musil, Broch, Thomas Mann o Stefan Zweig. Por cierto, Mann y Zweig admiraban a Hermann. Con el tiempo se ha ido valorando en mayor medida su obra, ratificado por las periódicas reediciones de la que es objeto.

Tras la Gran Guerra el panorama en las zonas pertenecientes al Imperio Austrohúngaro, caso de nuestro autor checo, no era nada favorable. A los daños causados por la propia guerra se unía la disolución de dicho estado y por tanto la idea de pérdida de pertenencia al lugar de nacimiento.

El Expresionismo se difundió durante y después de la guerra ayudado por los pensamientos filosóficos del momento, con autores como Nietzsche, Bergson y fundamentalmente en cuanto a Ungar, la influencia de Kierkegaard, considerado como el precursor del existencialismo. Las ideas principales que encontramos del movimiento Expresionista radican en la importancia que cobra el sujeto y las limitaciones sociales que impiden la libertad del individuo, derivando en una angustia existencial. Las obras se expresan a través de la crueldad, la violencia, lo grotesco y la presencia de la muerte.

Según el pensador Kierkegaard, somos libres desde que nacemos. Al ser libres tenemos que tomar decisiones que a su vez implican descartar otras. Al mismo tiempo, cargamos en vida con el peso de la existencia. Si bien es cierto que el personaje principal de la obra no es verdaderamente consciente de lo que ocurre en su vida, si es preciso afirmar que solo el hecho de vivir y tomar cualquier simple decisión le crea incertidumbre.

Debemos añadir otra característica en la obra, como acertadamente apunta en la sugerente introducción, Menéndez Salmón; el hecho de encontrarnos ante una escritura realista: “… realismo es aquí la palabra a privilegiar. Un realismo brutal, conciso, ceñido por una prosa directa, sin adornos».

Estos elementos más la influencia de Freud, hallamos en el libro. Seguimos al antihéroe Polzer, un hombre corriente. Seremos testigos de su descenso, pero ya en las primeras imágenes que nos presenta el narrador sobre él, acerca de su infancia, tenemos un niño huérfano de madre con un padre intolerante y cruel:

“Franz Polzer nunca se sintió unido a su padre. A ello contribuyó sin duda el que su madre muriera poco después de nacer él. Quizá ella habría conseguido mitigar las diferencias. El padre era un pequeño comerciante de pueblo. El niño dormía en una habitación de la trastienda. El padre era un hombre duro, trabajador e inaccesible. Desde niño, Franz Polzer tuvo que ayudar en la tienda, lo cual apenas le dejaba tiempo para los deberes. No obstante, el padre exigía buenas notas. Cierta vez en que le llevó un suspenso, lo tuvo cuatro semanas sin cenar. Por aquel entonces, Polzer tenía diecisiete años».

A este panorama hay que unir la presencia de su tía, hermana de su padre, conviviendo con ellos y vejando también al niño:

“Con ellos vivía una hermana del padre, viuda y sin hijos, que a la muerte de la madre de Polzer había acudido para llevar la casa. Polzer tenía la vaga impresión de que la hermana de su padre había echado de casa a la madre muerta, y desde el primer momento la miró con evidente aversión. Tampoco la tía se molestaba en disimular los sentimientos que él le inspiraba. Le llamaba granuja e inútil, glotón y holgazán. Le daba de comer tan poco que él tuvo que hacer una copia de la llave de la despensa, y por la noche robaba comida en casa de su padre».

El chico vive en una completa pesadilla en la casa: “El padre golpeaba a menudo a Franz Polzer, mientras la tía lo sujetaba».

 

El psicoanálisis freudiano hace su primer acto de presencia en el libro. El joven Polzer con catorce años, abomina las relaciones entre hombre y mujer: “Polzer tenía catorce años y una ágil imaginación infantil estimulada por el odio. De las relaciones entre hombre y mujer no sabía sino que eran algo horrendo y repugnante».

Culmina la escena, en lo que Freud denomina, “escena primaria”, es decir, la relación sexual entre adultos presenciada por un niño o joven, en este caso. No lo observa directamente, pero sí lo sospecha, añadiendo además el agravante del posible incesto: “Una noche en la que él estaba en el oscuro corredor situado detrás de la tienda, con el armario del pan abierto, se abrió la puerta de la habitación de la tía. Él se apretó contra la pared. Por el vano iluminado de la puerta salió su padre en camisón. Tras él apareció por un momento, como una sombra, la figura de la hermana del padre. La tía corrió el cerrojo por dentro».

Tan solo encuentra consuelo en la familia judía, Fanta. Es acogido y el padre le costea los estudios universitarios. Mantiene verdadera amistad con el hijo, Karl Fanta: “Polzer se alegró de marcharse de su casa, de perder de vista aquella tienda que le avergonzaba, de no tener que obedecer a su severo padre, de no ver la raya del pelo de la tía y de no tener que aguantar sus regaños.” La raya en el pelo de su tía, es otra de las obsesiones de Franz hacia ella, en su marcado odio, siendo recurrente a lo largo del libro.

La adversidad hacia el personaje se muestra de nuevo cuando su amigo enferma y tiene que partir a una clínica durante un año. Incapaz de seguir la carrera, deja los estudios y comienza a trabajar en un Banco.

La separación de su amigo, unido a su incorporación a un trabajo rutinario, hace que resurjan todos los traumas que arrastra desde su infancia, reflejándose en su personalidad (Freud de nuevo); miedos, temores y comportamientos obsesivo compulsivos:

“Al poco tiempo de trabajar en el Banco, Franz se había convertido en otra persona. Aquel trabajo lo anulaba todo. La regularidad, la puntualidad, la certidumbre insoslayable de cómo iba a ser el día siguiente, lo destruyeron. Franz Polzer se disolvió en una serie de actividades que le consumían su tiempo. Durante aquellos diecisiete años, casi no se relacionó con sus semejantes. Por ello, cuando tenía que hacer algo que no era lo acostumbrado, se sentía inseguro. Si debía hablar con desconocidos, no encontraba las palabras. Constantemente tenía la impresión de que la ropa que llevaba no era la adecuada, que no le sentaba bien y que le hacía aparecer ridículo. El más pequeño cambio le agobiaba. Perseguía el máximo orden y simetría incluso en su habitación».

Todo lo anterior ocurre en el primer capítulo. Como se puede observar, una obra densa, densa. No voy a profundizar mucho más. Tan solo dejar algunos apuntes en torno a los personajes. Lo mejor es ir descubriendo el transcurrir de la obra y la intensidad progresiva que va adquiriendo.

A menudo tendemos a asociar las obras de un autor con su propia vida. Está claro, que siempre habrá nexos de unión. En este caso, queda claro que la vida por aquel entonces no era fácil. En cuanto a propia personalidad del autor, se sabe que era una persona apacible pero muy hipocondríaca. Ciertos rasgos de este comportamiento se observan en el personaje principal.

Si el personaje principal, Franz Polzer, en su aparente sencillez alberga un retrato psicológico complejo, el resto de personajes no lo son menos. Todo gira en torno a él, pero la obra es coral, cada personaje tiene una individualidad propia acusada.

La maestría de Ungar se basa en ir presentando poco a poco los personajes para después concentrarlos a todos, teniendo como base, la pensión de la viuda Klara Porges.

Y seguimos con Freud, pues la relación de dominación de la viuda hacia Franz, está teñida de ciertos componentes sádicos. Añadiendo además su ambición por el dinero.

El propio Polzer, no ya únicamente en su relación con ella sino desde su misma desgraciada infancia, presenta una tendencia a la autoculpa derivando en conductas masoquistas. Polzer aborrece la raya en el pelo de la viuda, que no hace más que recordarle a su despreciable tía.

El amigo de Polzer, Karl Fanta, tiene también conductas dominantes y vejatorias sobre nuestro protagonista. Polzer, lo idolatra y siente verdadera atracción hacia él (componentes homos). Karl Fanta, con un miembro mutilado y un deterioro físico progresivo, presenta conductas psicóticas importantes, con delirios persecutorios. Desconfía de su mujer, creyendo en supuestas infidelidades y conspiraciones hacia su persona. Su conducta se agrava cuando contrata a un cuidador, el enfermero Sonntag. Personaje que también se las trae. Anteriormente matarife, se arrepiente de su pasado sacrificando animales. Presenta doble vertiente; por un lado, cree en la expiación y el perdón de los pecados de Cristo; por otro, manifiesta conductas mesiánicas importantes, siempre cargado de su cuchillo de carnicero envuelto en su delantal sangriento del pasado.

Ante este panorama malsano, el desenlace se prevé nada halagüeño.

En la obra apenas tenemos personajes que manifiesten positividad. Sin duda, está el filantrópico matrimonio Fanta que acoge a Polzer, proporcionándole estudios y trabajo. De igual manera, un doctor ayudará desinteresadamente a nuestro protagonista. También la abnegada Dora, la mujer de Karl, parece querer verdaderamente a su marido, sufriendo por el menosprecio y los accesos de ira que manifiesta hacia ella.

En la lectura del libro se percibe la pérdida de identidad del hombre tras la Gran Guerra y la desintegración centroeuropea. Con una escritura dotada de un descarnado realismo e influenciada por la estética expresionista y los estudios freudianos; puntualiza el autor la soledad del ser humano, su deriva en una existencia de angustia, de vacío. Tiene lugar a lo largo de la obra, una marcada presencia de un erotismo turbador, de lo perverso, del mal. Igualmente se da cita el mundo de los sueños, tan inquietantes como el tono general de la obra. La novela está poblada de seres atormentados sumidos en la alienación, la desesperanza, la enfermedad, la locura y la muerte. Seres mutilados, tanto física como psíquicamente. De lectura perturbadora, como lo son tantas obras de grandes maestros, pienso en Kafka o Dostoievski, con los que tiene Ungar algunos puntos en común; merece ser recuperada como verdadera joya que ciertamente es.

Encuadrado dentro de los movimientos expresionistas, tenemos al compositor austríaco, Arnold Schoenberg (1874-1951). En el vídeo siguiente podemos apreciar una excelente interpretación de “La Noche Transfigurada” Op.4 (Verklärte Nacht), a cargo de la Norwegian Chamber Orchestra:

Terje Tønnesen, leader. Bud Beyer, stage direction.

Editorial: Backlist (Planeta), Edición 2012
Prólogo: Ricardo Menéndez Salmón
Traductor: Ana María de la Fuente Rodríguez
Fuente de Imagen de Hermann Ungar: Propiedad de http://www.hermannungar.com/

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