Recoge el libro una antología de artículos periodísticos escritos en hoteles por Roth, entre los años 1919 a 1930.
Comienza el autor aludiendo a ese hipotético lector corriente de periódicos, sus cambios gestuales a medida que va leyendo las noticias. Normalmente los artículos del autor son alojados en la escondida sección cultural, y ese lector apenas lo ve. Sutilmente Roth cree que si los leyera tampoco los apreciaría:
“El suplemento cultural sigue escondido. Se lo deja a caracteres menos viriles que él. Pero si un día, tranquilamente, leyera esto, aburrido y en silencio, tampoco le gustaría. Porque no escribo como a él le gusta”.
Joseph Roth
Los temas son diversos, como por ejemplo, la Primera Guerra Mundial recién terminada y sus desoladoras consecuencias en la población. Retrata las calles de Viena pobladas de personas mutiladas, ayudadas por perros lazarillos:
“Antes había perros pastores que cuidaban rebaños de ovejas, perros guardianes que vigilaban las casas. Hoy hay perros lazarillos que tienen que cuidar de los inválidos, perros lazarillos que son la consecuencia lógica de los hombres perros. La imagen tiene para mí la fuerza de una revelación: un perro sentado sobre un hombre. Siempre que éste recuerda lo que ocurrió cuando confiaba en los hombres se alegra de depender de ese perro. ¿Hay algo más triste que esa visión, que se ha convertido en un símbolo de la humanidad?».
Como no podía ser de otro modo, una parte importante de sus artículos está dedicada a los hoteles. Joseph no tuvo un hogar propio y sus residencias se ubicaban en diferentes hoteles de ciudades diversas:
“De vez en cuando me gusta pasar un rato en el vestíbulo del gran hotel en el que se alojan personas de países con divisas fuertes. El pardo techo artesonado se compone de preciosos paneles, y en el centro de cada panel brota una lámpara eléctrica que parece una flor de vidrio con hojas doradas.El techo es bajo, pero amplio, como los muebles. Todo tiende de algún modo a la amplitud y al lujo. Los techos bajos parecen decir: «¡Ni te levantes, ponte cómodo!»; los amplios sillones tapizados: “¡Recuéstate, estira las piernas!”».
Significativas son las estampas que dedica a diferentes empleados de los hoteles; en este caso, describe con ternura el declinar de un camarero entrado en años:
“De forma tan imperceptible como ininterrumpida, a medida que pasaban años y décadas, sus pies se han ido volviendo más débiles, sus manos más temblorosas, sus movimientos más lentos; tan imperceptible como el movimiento de la aguja que marca las horas en el reloj, pero igual de imparable, la debilidad y la edad se han apoderado del cuerpo del viejo camarero. Cada día su andar se ha ido haciendo un poco más lento, y al cabo de cuarenta años se ha convertido en ese avanzar lentísimo arrastrando los pies».
Roth describe lugares y costumbres de los diversos países por los que viaja. No podían faltar los retratos de su lugar de nacimiento, la región de Galitzia. En el momento en que lo describe, 1924, la define como una región olvidada pero que mantiene su idiosincrasia cultural:
“Galitzia se encuentra sumida en la soledad espiritual y, sin embargo, no está aislada; fue desterrada, pero no cercenada; es culturalmente más rica de lo que permiten sospechar su precario sistema de alcantarillado, el desorden y sus innumerables rarezas. Muchos la recuerdan de la guerra, pero en ese entonces su verdadera naturaleza quedó oculta. No era un país, era sólo un territorio lejano o cercano al frente. Pero Galitzia tiene su belleza, sus canciones, sus gentes y su encanto; el triste encanto de los lugares dejados al margen».
Tampoco falta el artículo dedicado al emperador Francisco José I, enterrado en la Cripta de los Capuchinos. Roth estuvo en el funeral. Refiere con nostalgia y pesadumbre la perdida de la patria, de la identidad, con su fallecimiento:
“Cuando lo enterraron, yo era uno de sus muchos soldados de la guarnición de Viena y estaba allí con mi nuevo uniforme gris de campaña que unas semanas más tarde llevaría para ir la guerra: era un simple eslabón de la larga cadena que se formaba en las calles. A la conmoción de comprender que se trataba de un día histórico se sumaba la pesarosa conciencia del final de una patria que había convertido a sus hijos en opositores. Aunque la seguía condenando, empecé a compadecerla. Y pese a calcular con amargura la proximidad de la muerte a la que me abocaba el difunto emperador, me conmovió la ceremonia con que se llevó a la tumba a Su Majestad (es decir, al Imperio austrohúngaro). Era plenamente consciente de lo absurdos que habían sido los últimos años, pero asimismo aquel absurdo era una parte de mi infancia. El gélido sol de los Habsburgo desaparecía, pero al menos había sido un sol».
El tema del viaje, en sí, es reflejado por Joseph. En sus constantes colaboraciones periodísticas tuvo que viajar de forma constante:
“La alegría que produce la expectativa de realizar un viaje siempre queda compensada por la irritación de tener que hacerlo realmente. No hay nada más exasperante que una estación gigantesca que parece un monasterio y ante la cual siempre me pregunto si no debería quitarme los zapatos en vez de llamar al mozo de estación».
Previo a leer el libro, uno piensa: ¡artículos periodísticos! que pueden ahuyentarnos de su lectura. ¡Nada más lejos de la realidad! La facilidad narrativa de Roth, es sorprendente. Los textos se convierten en miniaturas descriptivas que demuestran su ingenio en la escritura. Sorprende la capacidad de observación y detalle, la fina ironía o la humanidad y ternura en los escritos de nuestro escritor. Y es que Joseph Roth, no cabe duda; era un gran escritor en todas sus vertientes creativas.
Joseph, en su visita a Rusia, recuerda un diálogo en torno al río Volga y la música relacionada con él:
“—Si el Volga estuviera en el mundo civilizado habría montones de fábricas echando humo, embarcaciones de motor, oscuras grúas trajinando mercancías; la gente enfermaría e iría a recuperarse en las orillas de arena a tres kilómetros, y sin duda no sería un desierto. A una distancia determinada, higiénica, de las grúas, habría montones de restaurantes y cafés, con terrazas al aire libre. Las bandas de música tocarían el Canto de los remeros del Volga y hasta sonaría un elegante charlestón del Volga, con letra de Arthur Rebner y Fritz Grünbaum. —¡Ah, un charlestón!—exclamó entusiasmado el estadounidense».
Joseph Roth
En el vídeo, un conjunto vocal ruso interpreta el “Canto de los Remeros del Volga”:
(“The hotel years” Joseph Roth 2015)
Años de hotel Joseph Roth
Editorial: Acantilado, Edición 2020 🔗
Selección de Textos: Michael Hofmann
Traductor: Miguel Sáenz Sagaseta