Nudos de vida

Julien Gracq “Nudos de vida” Del subsuelo

Explica Bernhild Boie en el Prólogo del libro, que hay en la Biblioteca Nacional de Francia, una serie de 29 Cuadernos de Gracq, titulados Notules (Nótulas). El autor manifestó su deseó de desbloquearlos veinte años después de su muerte, es decir, hacia 2027. En cambio, en el Fondo Julien Gracq, hay una serie de fragmentos que copió en sus cuadernos para ser mecanografiados. Estos fragmentos son los que rescata Ediciones del Subsuelo en Nudos de Vida.

El libro se encuentra subdividido en cuatro apartados.

Caminos y calles, son una serie de textos referentes a los viajes y paseos de Julien en distintos medios de locomoción o a pie.

De sus viajes en coche, guarda sus recuerdos más intensos de los momentos neblinosos y en las últimas horas de la tarde de los veranos.

De La Sologne, recuerda sus arenas, arcillas y gravas. Del Loira Atlántico, nos habla de una campiña pobre de vida, exilada. Eso determina, según él, el patetismo de la vida de René Guy Cadou, al habitar allí. Zona fronteriza:

“La faz de la tierra tiene sus limbos, en ambos sentidos: zonas fronterizas en las que la vida se marchita, no se pone en movimiento ninguna atracción, estancia a un tiempo de almas sin destino ni pendiente, y que, al parecer, el signo de ningún cumplimiento puede marcar”.

Julien Gracq “Nudos de vida” Ediciones del Subsuelo, 2022 —Las sucesivas citas tienen como referencia el mismo autor y libro—.

Siguiendo en el Loira, Basse Meilleraie estaba considerado como un sitio malo según el nombre y una reputación de años atrás, por lo que se resistía a visitarlo, pero cuando lo recorrió, la revelación del lugar lo extasió:

“El placer que sentí al deslizarme por primera vez por aquel sendero humildemente encantado tenía algo de la revelación, que el sueño procura a menudo, pero también a veces la realidad, cuando, por una puerta clandestina, por un pasaje escondido, un lugar atrayente y familiar desemboca de repente para nosotros en otro, insospechado y aún más atrayente”.

Paseando por los alrededores de Nantes, añora el pasado del instituto, reflejando que lo que le poseía entonces, una “sensación de exilio de la vida”, parece encenderse de nuevo. Esa sensación la tiene con algunos poemas de Illuminations de Rimbaud —subraya el autor, que Rimbaud odió y adoró el verano—, o textos de Barrès.

Esas sensaciones del pasado, en este caso, de la infancia, se vuelven a producir con el paso del tiempo, fugazmente bajo ciertos olores:

“Hay una sensación de la infancia que ya solo recupero fugazmente y a intervalos alejados: no el olor ligero, embriagante, del heno cortado, sino el olor ya leñoso de las altas hierbas de junio calentadas por el sol a lo largo de los senderos de la tarde: olor acre, olor pegajoso, pimentado y amargo, casi sexual, mareante como ninguno”.

Instantes son textos diversos, algunos relacionados con su oficio de escritor y otros, naturalistas.

Nos dice Julien, que opinando un crítico sobre un libro suyo, concluía que dominaban los paisajes y las ciudades en detrimento del elemento humano. El autor prefiere que quien lea sus libros cuando haya una sobrepoblación, encuentre espacios de naturaleza y soledad:

“Cuando la tierra cuente con veinte mil millones de hombres y se debata y se hunda como un hombre engullido en la papilla única y sofocante de lo social, deseo tan solo que mis libros sean en algún estante perdido (en las exposiciones de vanguardia se ven frascos precintados con la etiqueta: aire de París 1975) testimonios de una época en la que todavía había en el planeta algunos intersticios de vida y soledad, espacios de aguas que no eran enteramente aguas gastadas, un poco de aire que todavía no tenía el sabor de los pulmones de nuestro prójimo“.

Incluso, afirma Julien, que hubiera preferido incluir en sus libros, menos materia humana de la que realmente hay.

Explica en qué consisten los nudos de vida”, para él:

“Algunos hilos, procedentes de lo indeterminado y que regresan a él, pero que por un momento se entrecruzan … Una especie de enlazamiento íntimo y aislado, alrededor del cual flota la sensación de plenitud del ser-juntos“.

Apoyándose en los Cuadernos de Valéry, donde dice: “Ya está bien de comprender el mundo: ahora se trata de transformarlo”. Apostilla Julien, ahondando en la pérdida de la naturaleza gradual por la mano del hombre:

“Cada vez comprendemos menos: pues de todo el trabajo y la invención humana que se incorpora y sustituye a la naturaleza resulta una pérdida de control y una triple opacidad para la mente”.

Encuentra placer en las lecturas de En los mares del sur de Stevenson y Los cosacos de Tolstoi, pero a la vez disgusto por no haber conocido los paisajes y la vida descrita en ellos:

“Mi placer al leerlo, se mezcla con el sufrimiento agudo de no haber visto, de no llegar jamás a ver todo aquello”.

Recuerda los sabañones de la infancia y como en la actualidad, los niños los desconocen. Por aquel entonces el hombre se encontraba cercano a la naturaleza:

“El hombre aceptaba sin rechistar las agresiones naturales del clima y el lugar”.

Rememora a su abuelo. Julien lo solía ver sentado a un banco, cerca de la viña y por lo que le contaron al autor, solía pasar el mayor tiempo posible en ella, para evadirse de la presencia sofocante de su mujer:

“Su viña era su refugio extraconyugal y su patio de recreo: había adquirido, creo, antes de mi nacimiento, la costumbre de escapar de mi abuela, una beata virtuosa y necia que yo no conocí y que él no veía —ni ella ni a su mal humor—, antes de la hora de cenar”.

Critica el autor la pérdida de la enseñanza del latín en los colegiales, en detrimento del aprendizaje del inglés:

“Actualmente aprenden inglés, y lo aprenden como un esperanto que ha triunfado, es decir, como el camino más corto para la comunicación trivial: como un abrelatas, una llave maestra universal”.

Se complace de no haber estado ni querido estar de moda, como escritor. Esto me recuerda a Béla Hamvas 🔗, que aunque fue marginado por el Régimen húngaro, cuando pudo regresar, se mantuvo por decisión propia, en un lugar discreto:

“Es una suerte para un escritor no haber estado de moda jamás, sino haber permanecido en una zona de retiro y sombra a la que solo acudían los que tenían verdaderas ganas de conocerle”.

El mantenerse apartado de la actualidad, le ha permitido controlar un poco, el público virtual lector de sus libros:

“En este público virtual de un libro hay dos partes: los aficionados, que con un olfato sui generis van con seguridad hasta las obras que les interesan, sin importar las dificultades de acceso, y los compradores dóciles al boca a boca masivo de la voz pública y la publicidad: estos son un peso muerto, fuerza de inercia que empuja un libro hacia el éxito material cuando es lanzado, y cuyo rápido desinterés, sin quitarle su calidad, transmite a un libro ese aspecto ajado inseparable de cualquier obra que, como suele decirse, tuvo su momento, pasó por demasiadas manos”.

Afirma Gracq, que no tiene colegas en literatura, debido a que no usa ordenador, Cd rom, procesador de textos, ni tan siquiera máquina de escribir. Y apostilla con humildad, no exenta de humor:

“Profesionalmente, yo me alineo junto a las supervivencias folclóricas valoradas que se enseña a los forasteros, después del pan Poilâne* y los jamones ahumados caseros”.

*Marca de pan hecho a la manera tradicional

Hace mención el autor a la disipación de las pasiones con la edad, de las que no está exenta la propia literatura. Y continúa ahondando en las pérdidas que tienen lugar en la vejez:

“La vejez es encogimiento de la perspectiva temporal, desde luego. Pero también, espacialmente, del radio de la esfera de intervención normal —desplazamientos, visitas, viajes, excursiones—”.

Leer, es el tercer apartado de fragmentos del libro y como su nombre indica, se refiere principalmente a las lecturas; los autores; los libros.

Hace una reflexión muy interesante el autor, comparando la exploración de su biblioteca y el acercamiento manual a los libros, con la entrada en las viñas al acercarse la vendimia, donde se palpan las uvas. La cosecha de las uvas —la cosecha del libro al ojearlo—:

“Momentos de vagabundeo ausente en los que uno pierde el tiempo ante la biblioteca, alcanzando un libro de la estantería, abriéndolo, cosechándolo, volviéndolo a su sitio, abandonándolo por otro que revela en la cata más especias y más base”.

Afirma Julien, que la manera de leer en la juventud y en la vejez es muy diferente:

“El rechazo de préstamo a largo plazo es en definitiva lo que separa más netamente la manera de leer de la tercera edad con la que se práctica en la juventud y en la primera madurez”.

Nos confiesa que ha leído el Ulises de Joyce, fragmentariamente.

Algunos fragmentos versan sobre poesía, y la esencial, se produce en contadas ocasiones:

“¿Por qué no admitir que la poesía más hechizante, la más segura de su poder, solo pone en forma a sus amantes… una vez de tanto en tanto?”.

Esa poesía auténtica, que para el autor, se encuentra en algunos versos de Paul Éluard:

“Me parece muy bello este verso (o título) de un poema de Êluard (La rose publique, [La rosa pública]).

Rien dáutre que vivre et voir vivre [Nada más que vivir y ver vivir]

Y reconozco que se le puede juzgar grande por tan solo estas palabras. El poder de enganchar sin retorno que es privilegio de la poesía auténtica está aquí presente. En efecto, es un verso que obsesiona, hace el vacío y el suspenso a su alrededor como un zarpazo de aire imperioso, del que en vano esperamos la expiración, y cuyo vibrante movimiento ondulatorio al final desencadena una especie de ciclón oscuro”.

Dedica unas palabras a Paul Valéry en su muerte, principalmente aludiendo a su labor poética. También incluye en el grupo selecto a Mallarmé:

“Muerte de Paul Valery. Nadie se permita ya decir nada malo de él. Solo dos o tres de sus contemporáneos manejaron la lengua francesa como él. Y la lengua francesa es después de todo nuestro fondo común, quien se afana con ella con tal perfección nos acrecienta.

Es un gran poeta y esto salta a la vista. Quien no lo comprenda es que es un imbécil sin remedio. Esto es lo que lo salva, y lo único que lo salva.

La suntuosa, la resplandeciente poesía de Mallarmé y Valery es un poco para mí como el tesoro de Tutankamon. Vidriera en efecto, estado último, totalmente estable, de las transformaciones de una materia verbal que se codea con la muerte”.

Además de los citados anteriormente, dedica el autor fragmentos a autores generalmente franceses, con especial atención a Stendhal o al centenario de la muerte de Victor Hugo, Baudelaire, André Gide, Flaubert, Proust, Malraux… o Colette:

“La originalidad de Colette, maravillosa escritora, se relaciona no tanto, como cree a gente, en la riqueza de captación de sus cinco sentidos como en la jerarquía tiránica que los organiza”.

Pero también habla de autores fuera de Francia, clásicos griegos, como Homero o Píndaro y otros diversos, Pushkin, Kafka, Joyce, que nombré antes, o extrañamente dedica algún fragmento a “El señor de los anillos” de Tolkien.

Valora las relecturas de libros apreciados, en las cuales no importa tanto el hecho de conocer las tramas o los contenidos, sino más el cómo están escritos:

“Releer una novela. Poco importa, a fin de cuentas, saber por adelantado adónde conduce la intriga, y por qué caminos. Si la novela posee calidad, el viaje consiste en la navegación en la que me embarca, no en los puertos y países que visita: el texto de una ficción está tirado de principio a final, y autosuficiente. Se trata de que la potencia del movimiento sea lo suficientemente fuerte para anular cualquier idea de destinación”.

Para terminar este apartado, otra atinada reflexión de nuestro autor:

“Los grandes libros se cuecen lentamente en los calderos de las brujas, y si los ingredientes que los aliñan debieran ser sometidos al control de calidad de las asociaciones de consumidores, pocos tendrían legalizada la publicación”.

Los textos del último apartado, Escribir, ahondan en su faceta de escritor.

Gusta al autor, tener cerca de su cama una mesa con una silla, por si en plena noche le surgen ideas:

“Dondequiera que he trabajado, siempre he escrito sentado a una mesa cerca de mi cama. No es que haya compartido jamás toda la confianza del surrealismo en las virtudes creadoras del sueño, pero lo de sentirme a gusto solamente cerca de ese símbolo del recurso y consejo de la noche no puede de ningún modo carecer de significación”.

Casa de Julien Gracq © maisonjuliengracq.fr

Volviendo la vista atrás, muestra asombro por su continua peripecia escritora:

“Cuando empecé a escribir, a los veintisiete años sin auténtica deliberación previa y como quien se lanza al agua en un impulso momentáneo, jamás había imaginado seriamente que pudiera acontecerme semejante aventura”.

Recuerda su etapa lectora y la admiración a unos pocos escritores de referencia. Llegado el momento de su propia escritura, sus escritos podían ir tanto a corriente como a contra corriente de ellos:

“Leí, releí, admiré sucesivamente a media docena de escritores: leyéndolos, ni por un momento se me ocurrió que pasado el tiempo yo escribiría a mi vez, iluminado por ellos y contra ellos, tal como se admite que las cosas deben suceder”.

Reflexiona en torno a la ficción en las obras:

“En la ficción no hay otra “verdad” que la justeza de la relación e las partes con el todo, y del todo con las partes, lo que hace que una novela “funcione” como circula la sangre”.

Y precisiones en torno a escritura e imaginación:

Escritor es aquel que accede a la imaginación principalmente, si no exclusivamente, por la vía de la escritura”.

El novelista se acerca en algún sentido al poeta y al estratega, según Gracq:

“Los problemas que se plantean al novelista se sitúan en algún punto entre los del poeta, que solo debate con sus palabras, y los del estratega, constantemente perturbado por un pensamiento imprevisible”.

Sorprende a Julien, el impacto que producen las palabras y frases escritas en un urinario:

“El que escribe en las paredes de los urinarios conoce la más alta seriedad a la que puede aspirar el hombre que sostiene una pluma.

Las frescas inscripciones que de repente te dejan petrificado, que salpican la pared, como sangre fresca, nos enseñan lo que no nos enseñaría jamás un tratado de retórica: el valor fascinante que puede adquirir para el hombre el acto de decir. Palabras solas petrificadas, petrificantes, semejantes al grito solidificado de las momias pompeyanas”.

Termino con otra de tantas reflexiones certeras del autor:

“La riqueza de una lengua se mide, tanto y más que por la extensión de su vocabulario, por la calidad y densidad de su literatura”.

Muy apropiado el rescate de Ediciones del Subsuelo al acercarnos al pensamiento del escritor. Las referencias de los textos, principalmente están referidas a su oficio de escritor, pero también al gran lector que fue antes y durante el desarrollo de su escritura. En muchos textos, —al igual que en sus libros— plasma su amor a la naturaleza, subrayando el temor a la degradación por la mano del hombre, unido al pavor por la sobrepoblación a la que nos venimos encaminando desde tiempo atrás. Algunos textos nos ofrecen al Julien más mundano, otros al más profundo. Sabemos también de su recelo al paso del tiempo, al advenimiento de la vejez.

Hay un texto de Julien Gracq muy atinado sobre la música o la arquitectura, donde el autor revela que reflejan mejor lo local, lo autóctono, que la literatura, que suele tender a lo universal:

“No hay duda de que la música, incluso la arquitectura, están más cerca del sedimento de la cultura de lo que la literatura podrá estar jamás. Toda literatura tiende a la integración en una cultura universal, pero un baile campesino, el canto de un pastor, no se integran a nada más que no sea su paisaje natural natal”.

Nos puede ilustrar musicalmente los paisajes de los que habla Julien Gracq, la destacada grabación del año pasado, “La clarinette parisienne” del clarinetista inglés, Michael Collins, la pianista japonesa, Noriko Ogawa y como segundo clarinetista en alguna intervención, el portugués, Sérgio Pires. Un recorrido por lo más granado de los compositores franceses: Debussy, Widor, Saint-Saëns, Messager, Rabaud y Poulenc:

Michael Collins & Noriko Ogawa “La clarinette parisienne” © Bis Records 2021 🔗

(“Nœuds de vie” © Julien Gracq, Éditions Corti 2021 🔗)

“Nudos de vida” Julien Gracq

Ediciones del Subsuelo 2022 🔗

Traducción de Lluís Maria Todó 🔗

Prólogo de Bernhild Boie

140 Páginas

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