La primera novela de Luis Mateo Díez (Villablino, León 1942) se desarrolla en el marco de los años cincuenta, en una ciudad de provincias no nombrada, si bien todo hace referencia a la ciudad de León, por nombres de calles y establecimientos que se citan. Puede extrapolarse a cualquier pequeña provincia española en aquel tiempo, en plena etapa franquista.
Un incendio tachado como fortuito, según la versión oficial, ocurrido en un viejo caserón donde una docena de burros y un mendigo aparecen calcinados; da pie a la trama y consiguiente investigación periodística del narrador y protagonista Marcos Parra.
El título de la obra puede hacer referencia a la sección que escribe Marcos en el periódico católico El Vespertino. También a la sucesión de estaciones del tiempo, comenzando la narración en verano, pasando por el otoño y terminando en invierno. A los itinerarios de rondas de tapeo y chateo en los bares. Por último, a la estación de ferrocarril, medio principal de transporte en aquellos años, donde se acrecienta la sensación de soledad del periodista.
Mateo Díez, en tono realista, realiza un ejercicio de memoria al que vincula sus propios recuerdos de adolescencia, con una memoria histórica, ficcional, creativa, literaria.
Conocemos el ambiente del periódico, los compañeros de Marcos: Benito Calamidades (apodado así por su infortunio), Afrodísio, el director en funciones; D. Baudilio, Rovira, Chumilla, Alipio el botones.
La profesión del periodismo la utiliza Luis Mateo para descubrirnos por medio del antihéroe Marcos, la diversidad de ambientes del ámbito urbano por multitud de calles, plazas, bares, tabernas, fondas y por el extrarradio marginal.
La libertad en el ejercicio periodístico del protagonista se ve coartada constantemente. Las mismas directrices que impone el mismo periódico, de ámbito católico. Censura eclesiástica, por tanto; también las injerencias por parte de cargos políticos y policiales donde se revela todo tipo de corrupción.
Parra afirma: “en el periódico decimos casi todos los días lo mismo”.
Atmósferas cargadas, ambiente opresivo. La comida y bebida en exceso supone una vía de escape de la realidad. El humor, en ocasiones disparatado; suaviza las situaciones.
La cantidad de bares y cafés visitados es abrumadora: Isma, Victoria, Miche, Aparición, Astorgano, Nacional, Palomo, Gitana, Aperitivo, Bambú, Capitol, Dos de Mayo, Besugo, Benito, Minero… Asociado a ellos, las sensaciones olfativas de las frituras y de los churros.
El autor trata de adecuarse al léxico y costumbres de la época: usan “la Guzzi”, como medio de transporte, fuman caldo y Peninsulares, lían cigarrillos; beben anís Las Cadenas y El Mono; emplean localismos como mancar o perigüela. En La Casa de Asturias, términos del bable como puertu, quiá, ye.
Hay empleo de refranes: “A la burra que pica el celo sólo el burro le quita el velo”; juegos de palabras: “Don Higinio Peralta o el nepotismo iletrado”; expresiones latinas jocosas: “Arpegui cum aqua bendita et vinum per la propia espita”.
Predomina el lenguaje coloquial y los vulgarismos: “El año pasao cuando estuve en Roma,…” , “La mi Lola se fue ya va para seis años”. Es una obra donde abundan los diálogos.
Hay un buen número de personajes con defectos físicos, muchos a raíz de la guerra. Estos viven totalmente adaptados al medio, contrastando con la inadaptación del protagonista principal.
Destacan algunas situaciones esperpénticas, que remiten a Valle Inclán. En una cena que ofrece D. Paciano, los asistentes acaban por el suelo animalizados, persiguiendo cada uno al cochinillo que van a comer. Terminan todos bebiendo champán de un barreño.
El pintoresquismo está presente en muchos personajes, el mendigo Cribas recordado por andar siempre con la lata de vino y los mendrugos de la mano. D. Baudilio en el periódico siempre se sienta haciendo una reverencia y de frente al retrato del fundador. Venceslao el cerillas, suele poner zancadillas a los parroquianos del bar. Pistolo, el vendedor de periódicos con su enorme chaqueta de pana y los desproporcionados pantalones. Pipe Bolas al que le gusta inventar historias y mentir más que habla.
En el ámbito amoroso, los momentos de placidez de Parra son fugaces e incluso truncados por el exceso de moralidad existentes. Apenas tiene consuelo y las personas a las que quiere terminan yéndose.
A pesar del hastío de Marcos, llegando a afirmar:
“Uno va cruzando la ciudad de norte a sur, de este a oeste y las huellas recientes cubren las anteriores porque, como las bandadas de grajos, es siempre el mismo vuelo repetido por los mismos lugares”
mantiene una relación de amor-odio con la ciudad de la que no puede escapar o prescindir:
“Vas viendo que, como ella, te quedas más solo que la una, en la intemperie de lo que son sus rincones, a los que amas tanto como aborreces, porque es dura y cruel y hermosa la condenada. Todo en la medida en que tú quieras comprenderla o rehusarla. Ese horadado navío de piedra vieja, tallada al pairo de los siglos como por un cincel de glorias y de miserias. Cascajal de recintos que hieden y perfuman, tan entrañables y tan siniestros.”
Se escuchan pasodobles en las salas de fiestas y teatrillos. En el vídeo el pasodoble “En Er Mundo”, obra de Juan Quintero Muñoz y Jesús Fernández Lorenzo. Dirección a cargo de Enrique García Asensio. Solistas: Saxo Alto: José Peñalver Martínez , Trompeta: Antonio Cambres Rodríguez
“Del teatrillo llegaba la música de la orquestina amagada por el ruido exterior, una erupción melódica con filigranas de pasodoble en la que la trompeta remataba un solo de esencias taurinas, y el saxofón parecía derretirse acompañando el sentimiento de la tonadillera Manolita de Palma.”
Sello Editorial: Alfaguara, Edición 2006.