“Siempre admiré en ella su determinación, ese saber lo que quería, su manera de afrontar las cosas, aunque a veces, como en este caso, le desagradasen el papeleo y los oficialismos”.
Que Delibes siguiera en el camino de la escritura se lo debía en gran parte a ella, que adoraba la lectura:
“Ella entendía que el vicio o la virtud de leer dependían del primer libro. Aquel que llegaba a interesarse por un libro se convertía inevitablemente en esclavo de la lectura. Un libro te remitía a otro libro, un autor a otro autor, porque, en contra de lo que solía decirse, los libros nunca te resolvían problemas sino que te los creaban, de modo que la curiosidad del lector siempre quedaba insatisfecha”.
Le recomendaba lecturas de todo tipo, aparentemente en las antípodas unas de otras, pero con el nexo común de calidad literaria:
“Tu madre me llevó a Proust, a Musil, pero también a Robbe Grillet.”
Ana (Ángeles), será para Delibes un respaldo total. Ejercerá de consejera, secretaria y relaciones públicas, además de madre en siete ocasiones:
“Conocía mis compromisos, mis deseos y caprichos; seguía mi vida tan puntualmente que rara vez me consultaba antes de responder a una carta.
Procuraba desbrozarme el camino para que yo trabajase despreocupado: Lo tuyo es pintar, solía decirme. Por encima de premios y honores, del juicio de los críticos, era su fe lo que me animaba”.
El libro se torna doloroso en todo el proceso de la enfermedad y el triste final. Es emotivo como Delibes muestra detalles admirativos en el funeral:
“Su atractivo era tan irresistible que, en el funeral, la gente lloraba. La iglesia estaba atestada, en silencio, un silencio que únicamente rompían los sollozos. Yo recuerdo aquel día como vivido dentro de otra piel, desdoblado”.
Nos cuenta como se refugiaba en el alcohol para mitigar su desconsuelo:
“Algunas mañanas no la veo, únicamente la oigo, la siento acercarse por detrás, haciendo crujir las tablas de roble como sólo su peso podría hacerlas crujir. Entonces intuyo que me acompaña aunque no la vea. Es claro que son visiones producidas por el alcohol, pero me valen: ya no puedo vivir sin esas visiones”.
El libro de Delibes es un libro duro, se lee con un nudo en la garganta en no pocas ocasiones. Nos cuenta vividos momentos junto a su mujer y, puntualmente su sensación de perdida y refugio en la bebida.
Que tras diecisiete años transcurridos desde la pérdida de Ángeles se decidiera a exorcizar sus demonios, demuestra hasta que punto fue amarga su propia subsistencia sin su ser más querido. Seguramente un infierno.
En consonancia con el libro, el Requiem K.626 de Mozart:
Sir Colin Rex Davis (conductor)
Alastair Miles (bass)
Steve Davislim (tenor)
Bernarda Fink (alto)
Ute Selbig (soprano)
Sächsische Staatsoper Dresden Semperoper 2004
Editorial: Austral, Edición 2010
Fuente de Imagen de Miguel Delibes y Ángeles de Castro, en Washington 1964: Propiedad de la Fundación Miguel Delibes.