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Gonzalo Hidalgo Bayal “La Escapada” Tusquets 2019

El narrador comienza su relato a raíz de un reencuentro casual en el Madrid actual con un antiguo compañero de Universidad, apodado Foneto.Por las pistas que Bayal proporciona sobre su narrador, salvando la parte de ficción que haya introducido, podemos establecer ciertos paralelismos con el autor: los estudios de Filología Románica en Madrid, su etapa de profesor de Instituto o su oficio de escritor.

El antiguo compañero, Foneto, sirve al autor como un ejercicio de memoria de los tiempos universitarios, de añoranza de un tiempo pasado.

Recuerda el narrador las lecturas voraces de antaño y las visitas en busca de libros por San Ginés. Ese entorno tan querido, en tiempo presente facilita el encuentro con su compañero, donde Faulkner, en otro guiño a un autor querido por Bayal, da pie a recuerdos de aquellos días:

“Foneto no conocía el libro, ni lo había leído ni sabía de su existencia, solo había leído, dijo, un libro de Faulkner, hacía muchos años, en nuestros tiempos universitarios. Mientras agonizo, dijo, y por recomendación mía, por el énfasis de mi antiguo entusiasmo. Y, uniendo a su única lectura faulkneriana mi predilección, hablamos largamente de Faulkner y de Mientras agonizo mientras tomábamos el café y aún mucho rato después de acabado el café”.

Además de la cita de autores y lecturas literarias, introduce Bayal, referencias lingüísticas:

“No puedo dejar de evocar en este punto la primera secuencia de una estampa antigua que por puro azar asocio con la palabra aerumna. Aerumna es una palabra latina que significa miseria, tribulación, pena, tristeza, molestia. Hay otra palabra para miseria, desgracia, adversidad, desventura, inquietud, ansiedad, pena y dificultad: es, sencillamente, miseria”.

El narrador evoca la soledad que acompañaba a Foneto en los inicios en la Universidad:

“Foneto no quedaba incluido en ninguno de aquellos incipientes grupúsculos: llegaba siempre solo, se sentaba aislado, se iba igualmente solo y no hablaba con nadie. Concordaban a la perfección su imagen, su conducta e incluso su indumentaria (sobria, oscura) con la de los personajes a los que le asoció primero mi imaginación y más tarde mi memoria, el Ordet de Dreyer y el Cristo de Pasolini (películas, además, como se sabe, en blanco y negro)”.

Sorprende al narrador el rumbo que tomó Foneto, perfeccionista en los estudios, después de la Universidad; regentando un quiosco:

“… pensaba que habría seguido un camino paralelo al de la mayoría de quienes coincidimos en aquellos cursos de románicas: los ingratos caminos de la enseñanza media y la melancolía de las aulas, institutos de bachillerato o de formación profesional en ciudades de provincia y, como tales, pues sus privilegios suelen proceder de sus insuficiencias, muy a menudo provincianas. Pero no habían seguido ese rumbo los pasos de Foneto. Tenía un quiosco, dijo. Debí de poner cara de asombro, como si resultara de todo punto incomprensible e inverosímil, el desenlace caprichoso y gratuito de una trama surrealista”.

Entre caminatas por los mismos itinerarios del pasado, comidas, cafés y orujos; Foneto se irá sincerando y el narrador, autor y nosotros mismos, comprendiendo su proceder, su libre elección de una vida rutinaria como una opción muy respetable:

“En el plano de la realidad, sobre Foneto no había caído ninguna maldición: sencillamente había encontrado sosiego y acomodo en una retirada estratégica, en un apartarse del barullo, el desorden y la confusión, una versión moderna de la vida retirada, de la amable mesa de paz bien abastada, la paz, en definitiva, del quiosco de marfil y baquelita”.

No faltan las notas de humor e ironía que inteligentemente aplica el autor en no pocas ocasiones, casi siempre en alusión a Foneto:

“… solo recuerdo que, cuando lo veíamos venir de lejos en aquellas tardes de mayo o junio, vísperas de exámenes y de primavera en rampa, emitíamos una contraseña juglaresca: «Helo, helo por do viene el infante motilón» (motilón por la faz benedictina), o cantábamos con sorna: «Ya viene el negro zumbón bailando alegre el bayón», añadiendo variantes jocosas según la inspiración del momento, «repicando la zambomba y replicando a don Ramón», lo que no deja de ser una paradoja porque no creo que nadie consiguiera imaginar nunca a Foneto ni alegre ni bailando, menos aún el bayón, que, con repique o no de zambomba, tampoco sabríamos identificar”.

En un sutil juego metaliterario, Bayal se desdobla en autor y narrador, en una combinación de realidad y ficción. La literatura y la lengua podrían verse como otro personaje que actúa como nexo de unión entre el narrador y el compañero, Foneto; personaje que alberga la soledad que habita en los protagonistas de sus obras. Con un lenguaje preciso, en el conjunto se transmite un ejercicio nostálgico del pasado; evocando a Proust: una “búsqueda del tiempo perdido”.

Para ilustrar la narración unas cantigas de Alfonso X el Sabio, adaptadas por Eduardo Paniagua:

César Carazo, canto y viola
Luis Antonio Muñoz, canto
Álvaro Arturo, cítara
Eduardo Paniagua, salterio y coros
Antonio Olías, flauta de caña (shakuhachi) y canto difónico
Alfonso Tomás, flauta de madera y campanillas
Alejandro León, pandero, gong, tar y palmas
David Mayoral, darbuga y pandereta. Pneuma Records 2011.

Editorial: Tusquets, Edición 2019
Colección: Andanzas

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