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Jean Grenier “Sobre la muerte de un perro” Periférica

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El escritor y filósofo, Jean Grenier, vierte en el libro la especial relación mantenida con su perro, Taïaut. Escrito en 1957, lo recupera Periférica en español este mismo año.

Jean Grenier, entre 1930 y 1933, ejercerá de profesor de filosofía en Argel, teniendo como alumno al escritor existencialista, Albert Camus. Entre ambos se produciría una fructífera amistad. Camus elogió Les Îles, libro de Grenier publicado en 1933 —precisamente dedicado a su gato—. Por su parte Albert, dedicó L’Homme révolté (1951), a Grenier. También son destacables, además de sus libros, su cátedra en La Sorbona, las colaboraciones que tuvo con diferentes revistas literarias o artísticas y las columnas de opinión y crítica, en periódicos.

Volviendo al libro, Grenier desgrana pequeñas reflexiones a lo largo de la obra. Comienza relatando el período final de Taïaut y su impotencia con respecto a la enfermedad que padecía:

“No podía hacer nada por él. Pero él no lo sabía y me torturaba la idea de que tal vez creyera que yo tenía un poder soberano sobre él, poder cuya fuerza había experimentado en tantas otras circunstancias”.

Jean Grenier “Sobre la muerte de un perro” Ed. Periférica 2022 —Las sucesivas citas tienen como referencia al mismo autor y libro—.

Muestra Grenier el fuerte vínculo existente entre los dos, donde incluso en los momentos en que ambos estaban alejados, se dejaba notar su ausencia:

“Iba a echarlo de menos, en efecto. ¿Sabría él hasta qué punto lo necesitaba? No sólo su presencia continua, su compañía en mis paseos y nuestras comidas, sino también (lo cual es más singular, ¿verdad?) los momentos en que nos hallábamos lejos el uno del otro”.

El pensador considera que los padecimientos entre el hombre y el perro son similares, inclusive en el plano moral:

“Taïaut sufría como yo cuando estoy enfermo. Incluso creo que durante su última enfermedad sufría también moralmente (es una tontería separar ambos sufrimientos, por lo demás). Si explicamos y justificamos el sufrimiento humano, ¿por qué no hacemos lo mismo con el de los animales?”.

Los cuidados de una persona o animal vulnerable, a nuestro cargo, establece Grenier que se vuelven un compromiso sagrado:

“Le cogemos cariño a alguien tanto por las preocupaciones que nos ocasiona como por las alegrías que nos da. Si su cuidado depende por completo de nosotros, esa responsabilidad se nos vuelve sagrada, como sagrado es un lugar cuya vigilancia recae enteramente en nosotros, porque su ocupante está a merced de todos, y también a la nuestra”.

El veterinario suministra una inyección para ayudarlo a morir, pero Grenier se interroga si no se hace también por evitar el padecimiento propio:

“Cuando procuramos una muerte brusca a quien amamos, ¿lo hacemos para abreviar su sufrimiento o para aliviar el nuestro? El espectáculo de una agonía es insoportable. Pero también podemos actuar por amor”.

El perro ejercía de puente tranquilizador entre él y su temor sobre la naturaleza:

“Era mi vínculo de unión con la Naturaleza en mayúsculas, cuyo carácter salvaje e inmensidad me asustaban; gracias a él, sólo conocía su carácter lenitivo, el silencio, el reposo, las satisfacciones sin preocupación ni remordimiento, los mantos de sol siempre desplegados ante los ojos, las fuentes que descubría mientras caminaba”.

Nos cuenta Jean cómo se sentía un poco criado del perro, al tener que sacarlo a pasear obligatoriamente. Pero reconoce que al hacerlo, su mente se liberaba, no teniendo que sumergirse en otras preocupaciones.

Las obligaciones hacia el perro, hacían pensar al autor en una posible ausencia y sus consecuencias, tanto en el plano positivo, como negativo:

“Estamos impacientes por ser libres y no sabemos qué hacer con nuestra libertad. A menudo decía: «¡Qué cómoda sería la vida si ya no tuviera perro!». Y, mientras lo decía, preveía la pena que me daría no tenerlo”.

El espacio donde falleció, según nos indica el autor, fue una casa a la que solían acudir en verano. Tras varios días de viaje, el perro se sintió aliviado al llegar a un lugar que ya conocía:

“Escribo en la habitación donde Taïaut sobrellevó su agonía. Él la conocía bien: la habíamos ocupado varios veranos. A veces, pasaba la noche en una alfombra. Le dio alegría volver a ver un lugar conocido. Cuando llegamos, tras un viaje extenuante de tres días, se sintió tan feliz que, a pesar de haber estado tendido y postrado hasta ese momento, se puso en pie, caminó, fue a comer hierbas al rincón adonde solía ir. Había llegado el final de su viaje. Y fue también el término de su vida”.

Tras la muerte de Taïaut, los sentimientos de culpa, están presentes en diversas reflexiones:

“Tras la desaparición de un ser vivo tendemos a atribuirle toda suerte de méritos. Así aliviamos nuestra mala conciencia sin tener que esforzarnos sobremanera. Esta hipocresía me solivianta el corazón, y sin embargo soy tan culpable de ella como los demás”.

Se inculpa por haber tomado ciertas decisiones que pudieron haber empeorado el estado de salud de Taïaut:

«¿Habríamos podido salvarlo si el diagnóstico se hubiera hecho a tiempo? Si le hubiéramos ahorrado el viaje de tres días de París a Aix, ¿habría podido vivir más? Si, durante el viaje, hubiéramos ido más rápido para llegar a nuestro destino, ¿no habríamos atenuado su sufrimiento? ¿Por qué en Saint-Martin-de-Castillon lo dejamos dos largas horas en el coche a merced de las moscas, que se veía obligado a ahuyentar poniéndose de pie, cuando habríamos podido prescindir de aquella parada?».

El pensador reflexiona sobre las costumbres de ciertas culturas, donde una vez fallece un familiar, la estancia se deja tal cual estaba en ese momento. Lo piensa en relación con la estancia donde falleció Taïaut.

Medita el autor en torno a la muerte y “su” posible causante final:

“Nada más sobrevenir la muerte, uno se pregunta: ¿Cómo ha podido ocurrir tal cosa? ¿No podría haberse evitado?

El asesino es la Naturaleza. Es ella quien, junto con nuestro primer día, nos regaló el último”.

Grenier establece diferentes costumbres ante la presencia de los animales. Suiza los permite, pero manteniendo una pulcra higiene del animal. Le gustan los animales en contraste con Italia, que son peor vistos. Añade la dificultad de viajar con perros por las prohibiciones que existen hacia ellos.

Emociona el rescate —por parte de Jean y su mujer— de Taïaut, de las calles:

“Si habíamos adoptado a ese perro era porque nos seguía por las calles de la pequeña ciudad de Sisteron, como otros perros callejeros; porque su mirada era parecida a la de las estatuas y los hombres, y porque una cicatriz entre los ojos indicaba la herida que unos niños le habían infligido al lanzarle una piedra. Tras adoptarlo, podríamos haberlo abandonado, pero las dificultades que nos creaba su presencia sólo podían constituir una razón más para encariñarnos con él

Jean Grenier junto a Taïaut © Ed. Periférica

Taïaut era un perro adulto con instinto de caza. Subraya el autor, que el encariñamiento con el dueño, sucede en la etapa de cachorro, siendo más complicado en la etapa posterior. Aun así, el perro, lo era:

“Al parecer, quien quiera ser amo de un perro de caza debe criarlo desde cachorro, pues una vez cumplido el año ya no se encariña con su dueño. Éste era el caso de nuestro perro. Y, sin embargo, a su manera, era leal y cariñoso”.

Nos cuenta Grenier, anécdotas simpáticas de Taïaut, como sus escapadas amorosas:

“Cuando nos marchamos de Fontenay para ir a Bourg-la-Reine, se escapaba continuamente para ir a ver a Frieda”.

Las escapadas de Taïaut para ver a Frieda, concluye el autor que no eran desleales hacia ellos:

“Se escapaba únicamente para ir a Fontenay, luego no se trataba de huir de nosotros propiamente hablando, sino de ver a alguien: en segundo lugar, que cuando iba a buscarlo no oponía resistencia: se limitaba a agachar la cabeza como bajo el peso de una fatalidad”.

En esas anécdotas de Taïaut, nos revela unos celos similares al ser humano. Cuando tenían en casa alguna visita, Taïaut se acercaba a Grenier y su esposa, para que le dieran cariño. También, cuando lo reñían, el enfado le duraba y ellos tenían que dar el primer paso de reconciliación.

Señala Grenier, algunas virtudes de los animales, entre ellas, la paciencia:

“Admiro la paciencia de los animales. En cuanto comprenden que no tienen alternativa, se pliegan a la ley de los elementos o del hombre, que para ellos es la misma. Aguardan. Pero ese tiempo de espera no es tiempo perdido, como en nuestro caso, que agotamos nuestras fuerzas conjeturando un porvenir que se nos escapa”.

En cierto modo, se recrimina el autor el alejamiento del entorno y la privación de libertad de Taïaut:

“No cabe duda de que, al arrancar al perro de su entorno, que era el de los perros callejeros, lo habíamos hecho tan desgraciado como feliz. Era feliz hasta cierto punto, pues comía hasta saciarse y no le faltaba de nada, salvo libertad”.

Vuelve a incidir en los reproches hacia sí mismo por no haber concedido más libertad al perro:

“Me reprocho haber reprimido sus instintos, que eran el vagabundeo y la caza. Con nosotros, estaba como en el paro. La inacción le pesaba. No había nacido para el trabajo -y en esto se parecía a la mayor parte de los seres humanos-, sino para la acción. En esto también se les asemejaba”.

Insiste el pensador sobre el tema de la libertad de los animales, pero hace una precisión entre ciertos perros y los gatos:

“Vuelvo a los animales. ¡Qué libres son! Hacen sólo lo que quieren; no tienen oficio.

Me corrijo: son libres en la medida en que no contraen compromisos. ¿Se puede decir que los perros que quieren a sus dueños y su hogar son libres? Los gatos, sí. Su libertad es la recompensa de su deslealtad.

¡Pobres perros, animales situados entre esas dos formas de existencia, que corren el riesgo de perder el paraíso en la tierra al tiempo que tienen la certeza de no poder alcanzar el otro!”.

Le cuesta escribir sobre el perro, sobre su muerte, pero sabe que escribiendo le brinda una segunda existencia:

“Si mi perro viviera, no hablaría de él. Me sentiría feliz (o infeliz) de vivir con él, me bastaría con eso. Ha desaparecido y no puedo contenerme: me asalta el deseo de hacer una recapitulación. Quizá sea también para procurarle una segunda vida”.

En el momento que escribe sobre Taïaut, imagina cuánto le gustaría que estuviera vivo e irrumpiera en el estudio:

“Aun ahora desearía que me molestara en la habitación donde escribo y que me invitara a dar un paseo del modo imperioso en que lo hacen los animales. También es verdad que no tendría que escribir esto, ya que escribir es lo contrario de vivir, y no me molestaría, pues no tendría delante una página por rellenar”.

Nueva edición de Gallimard © Ed. Gallimard

Denuncia el pensador la hipocresía de la sociedad ante los animales, cómo se les quiere a la vez que se les explota.

A primera hora de la mañana, cuenta Jean, como los animales —en este caso Taïaut—, demuestran el afecto al protector:

“Por la mañana los animales vienen a buscarte; te manifiestan su afecto. Su día comienza con un acto de amor y de confianza. Al menos ése es su impulso”.

Hay diversas reflexiones en torno a la religión, en este caso reprocha la carencia de sermones de alabanza en favor de los animales

“En la iglesia siempre oigo sermones a favor de Dios y muchas veces a favor de los hombres, pero nunca a favor de los animales”.

En esta pequeña reflexión, manifiesta su creencia en Dios, pero hasta cierto punto:

“Creo en Dios. Pero no llego al extremo de pensar que, en este mundo fangoso en el que nos debatimos, la presencia de Dios pueda explicar, aclarar y justificar todo”.

Ahonda el pensador, en la pugna entre la naturaleza y el ser humano en el plano divino del cristianismo, que es la que sucede entre el Padre y el Hijo:

“Y yo pienso: el conflicto entre la Naturaleza y el ser humano, en el que este último poco puede hacer, volvemos a encontrarlo a escala divina en el cristianismo, entre el Padre y el Hijo. Éste no puede hacer mucho más aparte de rogar e implorar a su Padre: y es esta rebelión estéril, seguida de la resignación al cáliz, la que nos estremece en la Pasión. Es nuestra pasión”.

Expresa sus dudas sobre un ser superior, únicamente magnánimo y bondadoso:

““¿No deberíamos dar las gracias por las alegrías que se nos han dado?”, me dirás. Pero ¿y si es la misma mano la que las da y la que las quita?”.

Incluso, yendo un paso más allá, tiene cierto descreimiento en las religiones y las filosofías para ciertos hechos relacionados con la decrepitud y la muerte:

“Al final, las filosofías y las religiones sólo me han propuesto un remedio ante la enfermedad, ante la vejez, ante la muerte: haga usted como si fuera viejo o como si estuviera enfermo o muerto…”.

Jean ama la vida, respetando la muerte:

“¡Cómo me gusta la vida! Por eso pienso todo el rato en la muerte. Siento un enorme apetito de felicidad, pero no tengo fuerzas para imponerla”.

Otro pensamiento acertado del autor, no exento de cierta amargura:

“Creemos vivir cuando en realidad lo único que hacemos es sobrevivir. Sobrevivimos a las flores, a los animales domésticos, a nuestros padres. Nos sobrevivimos a nosotros mismos, pues algunas partes de nuestro cuerpo y, andando el tiempo, de nuestros proyectos y recuerdos nos van abandonando a lo largo del camino. Aun así, a eso lo llamamos vivir“.

Una de las últimas reflexiones tiene que ver con una entrega a las personas y animales, incondicional:

“No nos andemos por las ramas: amemos a quienes nos aman o están dispuestos a hacerlo. No malgastemos nuestras pocas fuerzas en convencer. No creamos en nuestros méritos. Aceptemos con diligencia el insólito favor que se nos concede”.

El humanista Jean Grenier demuestra en esta bella elegía a su perro recién fallecido, Taïaut, el compromiso no solo con el género humano, sino también con el animal. El pensador francés desgrana una serie de reflexiones en las que demuestra el enriquecimiento mutuo del animal y el hombre. La ausencia del perro es tan dolorosa en el autor, que cuando está escribiendo sobre él, desearía no tener que hacerlo y poder seguir disfrutando de su presencia. Gran parte de sus escritos tienen conexión con su acercamiento al taoísmo y al cristianismo afín al quietismo, pero siempre con un espíritu crítico, como buen filósofo que fue. En el libro, bajo la influencia del sentido duelo por Taïaut, Jean Grenier nos desvela gran parte de su pensamiento general, surtido de una serie de consideraciones universales: sobre la naturaleza, el amor incondicional, la lealtad, la culpa, el sufrimiento, el paso del tiempo, la vejez o la muerte. El libro es un pequeño tesoro para tener en la mesilla de noche este verano.

Imagen de portada de Jean Grenier: Grenier en 1964, By Spacerockunit – Own work, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=6600363

Me gustaría incluir la preciosa canción de Alain Bashung, publicada póstumamente en 2018, Seul le chien. De paso, podéis escuchar el disco, En Amont:

Seul le chien se souvient
Seul le chien vous attend
Dommage qu’il vive si peu de temps
La paume est de cette enclume
Où tout est dessiné
Et l’étoile et la lune
Et le cœur des marais
Toutes les lignes tracées
Roulent pour la solitude
Ce ventre constellé
De manquer d’habitudes
Seul le chien se souvient
Seul le chien nous attend
Dommage qu’il vive si peu de temps
Type tordu
Corps fiévreux
Aux mains en plot romance
Promise aux contredanses
Aux créneaux hasardeux
Il nargue des sirènes
Leur chantent des adieux
Du feutre sur les yeux
Plus tard quand ils reviennent
Seul le chien se souvient
Seul le chien les attend
Dommage qu’il vive si peu de temps
C’est la dernière étoile
Que je vois s’allumer
C’est le dernier soupir
Que je m’entends pousser
Qu’on me porte, qu’on m’installe
Qu’on me donne à chauffer
Une dernière salle
Que je vois défiler
Un à un ces visages
Pour qui j’aurais compté
Mais l’heure a beau tourner
Au milieu de la salle
Seul un chien me regarde
Seul le chien se souvient
Seul le chien nous attend
Dommage qu’il vive si peu de temps.

Sólo el perro recuerda
Solo el perro te espera
Lástima que viva tan poco tiempo
La palma es de este yunque
Donde todo está dibujado
Y la estrella y la luna
Y el corazón de los pantanos
Todas las líneas trazadas
Ruedan por la soledad
Ese vientre constelado
De no tener hábitos
Sólo el perro recuerda
Sólo nos espera el perro
Lástima que viva tan poco tiempo
Tipo torcido
Cuerpo febril
A las manos en trama de romance
Prometida a los contrabandistas
A los nichos azarosos
Se burla de las sirenas
Les cantan una canción de despedida
El fieltro en los ojos
Más tarde, cuando vuelvan
Sólo el perro recuerda
Sólo el perro los espera
Lástima que viva tan poco tiempo
Esta es la última estrella
Que veo que se enciende
Es el último suspiro
Que me oigo empujar
Que me lleven, que me instalen
Que me den para calentar
Una última sala
Que veo desfilar
Uno a uno estas caras
Para quien yo hubiera contado
Pero la hora no se detiene
En medio de la sala
Sólo me mira un perro
Sólo el perro recuerda
Sólo nos espera el perro
Lástima que viva tan poco tiempo.

Alain Bashung, interior “En Amont” © Barclay

Alain Bashung 🔗 “En Amont” © Barclay, 2018 🔗

(“Sur la mort d’un chien” Jean Grenier © Éditions Gallimard, París, 1957 🔗)

“Sobre la muerte de un perro” Jean Grenier 🔗

Editorial Periférica, 2022 🔗

Traducido por Laura Salas Rodríguez

120 páginas

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