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Philippe Lançon “El Colgajo” Anagrama 2019

Philippe Lançon fue uno de los pocos periodistas supervivientes en el atentado a la revista Charlie Hebdo, el 7 de enero de 2015.

Nos encontramos con el testimonio del autor tanto de los momentos acaecidos antes, como durante y después del terrible atentado.

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Lo que pudiera ser una crónica básicamente periodística dado su oficio, se torna en un libro totalmente distinto, pues no sólo el autor se ocupará de contarnos lo sucedido, sino que imprimirá sensaciones difíciles de describir, donde nosotros como lectores nos implicaremos accediendo a su doloroso padecimiento; tanto físico como espiritual.

Philippe colabora con el periódico Libération, además de Charlie. Había publicado una crónica de “Sumisión” de Michel Houellebecq, una semana antes del atentado, donde paradójicamente, uno de los temas de la novela es la llegada de un político islamista a la presidencia de Francia y la consiguiente repercusión en la sociedad francesa:

“El fin de semana anterior había publicado una crítica del libro de Houellebecq en Libération, y el periódico había organizado para la ocasión un especial que, como suele decirse, «abría en portada». Volveré sobre ello, lector, y mucho me temo que detenidamente, porque la figura de Houellebecq se mezcla en adelante con el recuerdo del atentado: para los otros es un cúmulo de circunstancias, gracioso o trágico; para los que sobrevivieron a los asesinos, es una experiencia íntima. Sumisión salía de hecho el 7 de enero».

Philippe Lançon “El Colgajo” Ed. Anagrama 2019 (Las sucesivas citas remiten al mismo autor y libro)

Los momentos mismos del atentado, producen escalofríos los pensamientos que pasan por la mente de Philippe, con la inminencia de la muerte adueñándose de la sala donde están los periodistas reunidos:

“Cuando no se la espera, ¿cuánto tiempo hace falta para sentir que la muerte llega? No es solo la imaginación que se ve superada por el acontecimiento; son las sensaciones mismas… Seguramente me había sumido ya, como los demás, en un universo en el que todo sucede de una forma tan violenta que está como atenuado, al ralentí, pues a la conciencia no le queda ya otro modo de percibir el instante que la destruye…Esperaba al mismo tiempo la invisibilidad y el golpe de gracia, dos formas de la desaparición. Aún me creía a salvo de cualquier rasguño. Sin embargo, estaba herido, lo suficientemente inmóvil y con la cabeza bañada probablemente en suficiente sangre como para que el asesino, al acercarse, no juzgara necesario rematarme. De repente sentí su presencia casi encima de mí y cerré los ojos, volví a abrirlos enseguida, como si, para verle algunas partes del cuerpo y asistir a la continuación de la historia, estuviera dispuesto a correr el riesgo de experimentar el fin de la misma: no pude evitarlo».

Haber experimentado la violencia extrema en el lugar de los hechos, supera su capacidad de raciocinio, siendo admirable su mesura:

“No siento rabia por los hermanos K, sé que son producto de este mundo, pero me resulta simple y llanamente imposible encontrar una explicación. Todo hombre que mata se define por su acto y por los muertos que se quedan tendidos a mi alrededor. En este punto, mi experiencia supera mi capacidad de pensar».

La mayor parte de la narración transcurrirá en su convalecencia en el hospital Pitié-Salpêtrière y posteriormente en el Hospital de Los Inválidos. Asistimos al sufrimiento físico debido al destrozo de la mitad inferior de la cara de Lançon. La mella física es brutal, pero la psíquica es peor aún. Un suceso así supone un cambio radical en la vida. Su inminente trabajo en Estados Unidos junto a su compañera establecida allí, queda anulado. Sus relaciones desestructuradas. El futuro únicamente consiste en la lenta recuperación día a día.

Philippe sabe que va a pasar una larga estancia en los Hospitales. Se desconecta de todo, no quiere televisión ni móvil ni radio. En cambio si encontrará refugio en las lecturas:

“El 8 de enero, al entrar en la habitación 106, pensé entre los tubos en una frase de Pascal. Sonaba a tópico, pero había leído mucho a Pascal en mi adolescencia, a esa edad en la que uno no olvida casi nada y se cree casi todo lo que, bueno o malo, le cae en las manos. Uno se lo repite como un mantra y cuando, treinta y cinco años más tarde, se encuentra en el hospital después de un atentado, es lo que le viene a la cabeza: «Todas las desgracias de los hombres vienen de no saber quedarse tranquilos en una habitación.» Debo por tanto empezar admitiendo que, pese a los dolores, las angustias, las pesadillas, las esperas, las decepciones, las visiones de mis heridas, la sucesión de quirófanos y la sensación de no tener ya ningún futuro fuera de la habitación, sentí cierta felicidad por residir allí sin teléfono, sin televisión, casi sin radio, bajo vigilancia policial permanente y con visitas filtradas sistemáticamente. El sentido de la batalla se había simplificado».

Baudelaire, Proust, Thomas Mann y sobre todo, Kafka; serán su amparo y resguardo en todo momento:

“A veces llegaba con un libro escondido debajo de la sábana: las Cartas a Milena de Kafka. Lo había abierto al amanecer, justo antes de la tercera operación, y fue mientras esperaba entrar en el quirófano tumbado en mi camilla, pegado a la pared, cuando, en ausencia de Annie, saqué el libro de debajo de la sábana y leí algunos pasajes, entre ellos este: «Así es, estás mal, tan mal como nunca desde que te conozco. Y esa distancia insuperable, junto con tu sufrimiento, actúa como si yo estuviera en tu cuarto y tú no pudieras apenas reconocerme y yo me moviera entre la cama y la ventana, de un lado a otro, sin recurso alguno, y no tuviera confianza en nadie, en ningún médico, en ningún tratamiento médico y no supiera absolutamente nada y contemplara ese cielo plomizo, que, después de todas las bromas de años anteriores, se me muestra en su verdadero desconsuelo…».

Al igual que en la literatura, encontrará sosiego en la música, en un pequeño reproductor escuchará principalmente a Bach:

“La música de Bach, como la morfina, me aliviaba. De hecho, hacía más que aliviarme: eliminaba toda tentación de lamento, todo sentimiento de injusticia, toda extrañez del cuerpo. Bach descendía a la habitación y a la cama y a mi vida, a las enfermeras y al carrito. Nos envolvía a todos. A la luz de sus sonidos, todos los gestos se despegaron y la paz, una paz determinada, se instauró».

Las relaciones que establece con las personas que velan por él, familiares, policías, sanitarios, pacientes; es la parte más positiva dentro de su angustiosa situación, destacando la labor de su cirujana Chloe, su “hada”:

“Chloé era próxima y distante, justa e injusta, benévola y severa, omnipotente y omnidistante. Terminaba las frases que yo empezaba. Era el hada imperfecta que, asomada a mi cuna, me había dado una segunda vida. Esta segunda vida me obligaba».

El libro de Lançon se propone como un doloroso ejercicio de memoria donde tiene cabida el diario o la crónica pero también el ensayo. El suceso tan traumático vivido, provoca en Lançon una escisión en dos vidas, dos personas diferentes; por un lado, con un pasado difuso, roto, despedida del hombre que fue, de su vida anterior; por otro, una persona que tiene que renacer con una perspectiva totalmente nueva, diferente; otra vez niño, sus padres al cuidado. Tiene que aprender a vivir de nuevo. Vierte Philippe reflexiones profundas, sobre la deriva de la sociedad actual, la sinrazón; sobre sí mismo, sus dudas, sus miedos. Emociona su íntimo lirismo desde la serenidad. Desprende tristeza y amargura pero se revela a la vez consolador, purificador. La literatura, la música, el cine y el arte como refugio anímico.

Bach va a proporcionar a Philippe la serenidad necesaria en los difíciles momentos de su lenta recuperación. “El Arte de la Fuga”, será una de las obras más reproducidas:

“Hossein puso el CD en un lector. Mientras me desinfectaban y anestesiaban el muslo derecho, las primeras notas, tan lentas, del primer contrapunto se deslizaron por entre los gorros de las enfermeras para ir entrando una a una, como las gotas de un principio de lluvia, en la oreja. Re, la, fa, re, do sostenido, re, mi, fa, fa, sol, fa, mi, re. Era una música invernal, estábamos en invierno, mi vida hibernaba. El sonido de la vieja grabación iba adueñándose de la sala de operaciones y de mi cuerpo. Noté los pinchazos y me concentré en la música de aquel hombre, Bach, del que a cada día que pasaba tenía más la impresión de que me había salvado la vida».

En la grabación escuchamos la obra interpretada por la pianista germano-japonesa, Kimiko Ishizaka:

J.S. Bach: The Art of the Fugue (Kunst der Fuge), BWV 1080 by Kimiko Ishizaka

Kimiko Ishizaka, OGV, 2017

“El Colgajo” Philippe Lançon

Editorial: Anagrama, Edición 2019 🔗

Colección: Panorama de Narrativas

Traducción de Juan de Sola

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