Filmin ha presentado recientemente la última película del director japonés Ryūsuke Hamaguchi, titulada El mal no existe (Aku Wa Sonzai Shinai, 2024).
Sorprende, y de manera positiva, que después de recibir elogios unánimes de la crítica por su anterior película, Drive My Car (Doraibu mai kâ, 2021), la cual fue galardonada en diversos festivales como Cannes, así como con el premio FIPRESCI a la mejor película de 2022, el Globo de Oro a la mejor película en lengua no inglesa y el Óscar a la mejor película internacional, Hamaguchi haya decidido embarcarse en un proyecto que se caracteriza por su sencillez y su naturaleza no comercial.
En Filmin se encuentran disponibles sus tres películas más recientes. En las dos obras anteriores, Drive my Car y La ruleta de la fortuna y la fantasía (Guzen to sozo, 2021), el diálogo desempeñaba un papel fundamental. La Ruleta de la fortuna… presentaba tres relatos centrados en mujeres, explorando temas de amor y desamor, mientras que Drive my Car se enfocaba en la temática de la ausencia, otorgando gran relevancia al teatro. Ambas se caracterizaban por su ambientación urbana. En cambio, El mal no existe se desarrolla principalmente a través de la imagen, los sonidos naturales y el silencio, situándose en un entorno rural. Este cambio de escenario es notable y marca una diferencia significativa con las obras anteriores. La narrativa visual se convierte en el eje central, alejándose del enfoque dialogado que caracterizaba a las películas previas. Se puede decir que los primeros treinta minutos pueden ser considerados casi como un documental, destacando la observación en lugar de la interacción verbal.
Partamos de la sinopsis de IMDB: “Takumi (Hitoshi Omika) y su hija Hana (Ryô Nishikawa) viven en Mizubiki, cerca de Tokio. Un día, los habitantes del pueblo se enteran de un plan para construir un glamping cerca de la casa de Takumi que ofrezca una cómoda “escapada” a la naturaleza”.
Tal como mencioné anteriormente, en los primeros treinta minutos presenciamos una película eminentemente documental. Comienza con un extenso trávelin que nos permite ver las copas de los árboles desde la perspectiva de una niña llamada Hana, quien es la hija de Takumi. El trávelin se muestra acompañado de la sensible música extradiegética compuesta por Eiko Ishibashi, quien suele ser la compositora de las películas del director.
En este momento, es pertinente abordar el origen de la película. Eiko Ishibashi había solicitado a Ryūsuke, que grabara imágenes para sus conciertos. Ryūsuke visitó el lugar donde suele componer Ishibashi y localizó el lugar ideal muy cerca de allí, concretamente en la reserva natural de Nagano. Al no sentirse seguro sin un guion, el director decidió redactar uno. Propuso a la compositora la creación de una película, sugiriendo que se desarrollaran imágenes para dos proyectos distintos. Uno de ellos, titulado Gift, incluiría material para los conciertos, mientras que el otro sería la película guionizada que se está discutiendo.
Tras el inciso, siguiendo con la película, después de las primeras imágenes en las que Hana transita por el bosque, Ryūsuke nos presenta a su padre, quien se encuentra cerca de la niña. Lo observamos realizando una actividad habitual, cortando troncos para la leña de su hogar, en una escena que el director presenta en tiempo real. Al finalizar su labor, Takumi fuma un cigarro y se dirige en su vehículo hacia un arroyo, donde acostumbra a ayudar a una pareja amiga que posee un restaurante, a recoger agua.
Ryūsuke parece querer mostrarnos la vida cotidiana de Takumi. Después de asistir a sus amigos, se dirige a la escuela para recoger a su hija, aunque a menudo se distrae, lo que le hace llegar tarde. En esta ocasión, recibe la noticia de que Hana ha optado por regresar a casa caminando a través del bosque. Al alcanzarla, el director nos hace partícipes de una escena muy bella en la que Hana va nombrando las diferentes especies de árboles a su padre. Un aspecto fundamental en la obra cinematográfica de Ryūsuke es su meticulosa atención a los detalles. Este enfoque se manifiesta en la representación cuidadosa de las actividades diarias de Takumi o en el seguimiento de cerca de la niña, así como en los pequeños detalles que contribuyen a crear un entorno vívido y auténtico.
En casa de Takumi, en la cena, reunidos un grupo de amigos, se produce otro momento mágico donde todo fluye. Takumi y Hana entregan al señor Suruga, una pluma de faisán que su hijo suele emplear para vibrar las cuerdas del clavecín. Después de la cena, Takumi, en su soledad, observa con tristeza un retrato en el que aparece su esposa, que ha fallecido recientemente, junto a su hija y a él mismo.
La intervención de los representantes de una empresa en una charla, interrumpe el ritmo tranquilo que se había establecido. Es notable que, tras la exposición de un proyecto destinado a la construcción de un glamping, que se define como un camping de lujo, los habitantes del lugar comiencen a expresar sus preocupaciones sobre la realización de las obras. Los aldeanos señalan varios inconvenientes que podrían surgir, tales como la alteración de la armonía natural del entorno. Además, manifiestan su inquietud respecto a la posible afectación de la calidad del agua del arroyo, un recurso vital para la comunidad. También se menciona la necesidad de construir una valla para separar a los ciervos, lo que añade otra capa de complejidad al proyecto. Este diálogo entre los representantes de la empresa y los aldeanos pone de relieve las tensiones que pueden surgir entre el desarrollo económico y la preservación del medio ambiente. La situación invita a reflexionar sobre la importancia de considerar las opiniones de la comunidad local en la planificación de proyectos que impactan su entorno.
Los representantes de la compañía trasladan las inquietudes de la comunidad local al propietario, quien decide avanzar con el proyecto sin prestar atención a las objeciones. Sugiere la idea de ofrecer a Takumi el cargo de supervisor con el fin de obtener la confianza de los residentes. Ryūsuke evidencia la falta de ética de la empresa, una situación que lamentablemente se repite con frecuencia cuando se involucran intereses económicos. Sin embargo, Takumi declina la oferta, argumentando que su pequeña granja y algunos trabajos menores son suficientes para su sustento. La decisión de Takumi de rechazar el puesto resalta su compromiso con su estilo de vida y su conexión con la tierra. En este contexto, el representante llamado Takahashi (Ryuji Kosaka) se acerca a Takumi con la solicitud de que le enseñe las labores diarias, ya que tiene la intención de establecerse en la zona y asumir el rol de supervisor.
Es importante destacar una escena muy hermosa en la que la niña Hana contempla un ciervo durante un tiempo prolongado, mientras que el ciervo, de manera estática, sostiene su mirada sin mostrar signos de temor. La escena evoca una sensación de paz y armonía, donde el tiempo parece detenerse, permitiendo que tanto Hana como el ciervo se sumerjan en la contemplación del otro. Es un instante que refleja la magia de la vida silvestre. La relevancia de esta escena se acentúa al considerar que, en la parte final de la obra, Hana y el ciervo volverán a cruzarse.
En el cuarto de hora final, Ryūsuke nos sorprenderá. No desvelaré, por supuesto, dicho tramo. Cada espectador extraerá su propia reflexión. El título de la película mantiene un estrecho vínculo con este segmento final. Únicamente, sí me gustaría manifestar que es fundamental considerar que la naturaleza constituye un entorno vital para la subsistencia de las especies que allí cohabitan. Takumi y Hana, de alguna manera, también se integran en dicho entorno. En el ámbito natural, el concepto de mal no tiene cabida, efectivamente. Considero relevante mencionar las declaraciones de Ryūsuke publicadas en The Guardian, donde discute el título de la película y su enfoque narrativo: “Su título apareció naturalmente en mi cabeza cuando estaba observando la naturaleza”, dice. Entonces se le ocurrió que si bien “hay violencia en la naturaleza“ -como los desastres naturales- “esa violencia no necesariamente nos hace pensar: ‘Oh, eso es el mal'”. Aunque “cuando se trata de la sociedad humana, se puede decir que el mal tal vez exista”. Entonces comenzó a escribir un guion sobre la relación entre la humanidad y el mundo natural”.
Es fundamental resaltar la calma con la que Ryūsuke aborda la filmación de la película. Las tomas estáticas y los suaves movimientos de cámara que siguen a la niña, a Takumi o a ambos, con la presencia de la naturaleza, crean una atmósfera fascinante. Las escenas familiares, en particular, evocan una sensación de intimidad y conexión que enriquece la experiencia visual. Asimismo, es importante señalar los ángulos contrapicados que capturan las copas de los árboles, rompiendo la linealidad del encuadre.
Como comenté al principio, la música extradiegética compuesta por Eiko Ishibashi se integra de manera excepcional en las escenas que muestran la naturaleza. Podríamos encuadrarla dentro del ámbito de la música clásica contemporánea. Su carácter no es intrusivo, lo que permite que se desarrolle de forma sutil en momentos específicos de la película. La composición de Ishibashi no solo complementa las imágenes, sino que también enriquece la experiencia del espectador, logrando un equilibrio perfecto entre la música y la narrativa visual.
Destacar el apartado del sonido, especialmente el originado por la propia naturaleza: el agua que fluye, el viento en los arboles, el canto de los pájaros, etc. Es esencial valorar y apreciar la diversidad de sonidos que nos ofrece la naturaleza, ya que estos no solo son agradables al oído, sino que también evocan sensaciones de paz y armonía en nuestro entorno.
En el plano actoral, el protagonismo recae principalmente en Hitoshi Omika (Takumi) y Ryô Nishikawa (Hana). Hitoshi bien podría pasar por un aldeano más. Parece que las tareas que desarrolla en el filme, las haya ejercido durante toda la vida. Por su parte, Ryô irradia vitalidad, reflejando una conexión profunda con la naturaleza a pesar de su corta edad. Ryusuke ha logrado resaltar las cualidades más destacadas de ambos personajes, lo que se traduce en una interpretación auténtica y conmovedora. Esta habilidad también se extiende al elenco que acompaña a los protagonistas, quienes aportan un valor significativo a la narrativa.
Es crucial enfatizar la importancia del trabajo fotográfico. La mayoría de las tomas se realizan en exteriores, específicamente en una reserva natural, lo que añade un valor significativo al proyecto. La labor fotográfica de Yoshio Kitagawa ha sabido aprovechar al máximo los recursos visuales que ofrece la reserva natural de Nagano. Su enfoque permite capturar la esencia del entorno, creando imágenes que no solo son visualmente atractivas, sino que también complementan la historia que se desea contar. Kitagawa había colaborado en algunos proyectos antiguos de Ryūsuke y ha resultado acertado volver a contar con su presencia.
En conclusión, Ryūsuke ha expuesto una propuesta que, a pesar de su aparente simplicidad, contiene profundas reflexiones argumentativas, acompañadas de una inigualable riqueza de imágenes. Se destaca la importancia de prestar atención y proteger los entornos naturales. Ryūsuke ha manifestado ser una persona eminentemente urbanita, pero que siente el compromiso de respetar el medio ambiente. Además, se plantea la cuestión de la especulación empresarial en relación con los entornos naturales. A menudo, estas prácticas carecen de escrúpulos, priorizando el interés comercial por encima de las necesidades de las comunidades locales y la conservación del entorno. La parte final del filme seguramente generará un debate enriquecedor sobre las acciones de aquellos que están adaptados a su entorno natural y que ven amenazado su estilo de vida. Ryūsuke Hamaguchi se está consolidando como uno de los cineastas más interesantes del actual panorama japonés.
Imágenes de carteles y fotogramas de promoción de Neopa Co y Fictive.