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Alejandro Zambra “Poeta Chileno” Ed. Anagrama 2020

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Gonzalo, aspirante a poeta, mantiene una serie de encuentros y desencuentros afectivos con Carla, con cuyo hijo establecerá una singular conexión.

Como bien indica el título, Zambra parte de la imagen que se tiene de Chile, como país de poetas por excelencia. Con dos premios Nobel, Pablo Neruda y Gabriela Mistral, los poetas en Chile tuvieron tiempos de gloria gran parte del siglo XX. Pero también hace referencia a las dificultades que se tienen hoy en día para vivir de la poesía, como irónicamente queda reflejado en el siguiente fragmento:

«Al final igual elige tres libros muy baratos de poetas que tienen quince o veinte años más que él, y que si fueran futbolistas en lugar de poetas serían considerados futbolistas acabados, ya al borde del retiro, pero como son poetas todo el mundo los sigue llamando poetas jóvenes, porque el ejercicio de la poesía no da dinero pero prolonga notablemente la juventud».

En la obra destaca su afecto por la poesía ocupando el tema central, pero a su vez no descuidando el mundo cotidiano de las relaciones interpersonales. La narración generalmente está tamizada con humor, sin olvidar los sinsabores que la propia vida conlleva. Tomemos como ejemplo el intento de seducción de Gonzalo a Carla, sirviéndose de la creación poética, dando origen a unos fragmentos narrativos deliciosos:

«A Gonzalo no le quedó más remedio que apostarlo todo a la poesía: se encerró en su pieza y en tan solo cinco días se despachó cuarenta y dos sonetos, movido por la nerudiana esperanza de llegar a escribir algo tan extraordinariamente persuasivo que Carla ya no pudiera seguir rechazándolo. Por momentos olvidaba la tristeza; al menos por unos minutos primaba el ejercicio intelectual de arreglar un verso cojo o de atinarle a una rima. Pero a la alegría de una imagen a su juicio lograda le sucedía de inmediato la amargura del presente».

Zambra inició su andadura de escritor con la poesía. Posteriormente seguiría otros caminos, pero sin olvidar esta faceta en ningún momento. En varios libros, de artículos y ensayos, como «No Leer» o «Tema Libre», del que hablé aquí, hace alusión a su faceta de escritor y lector de poesías, homenajeando a poetas de su predilección.

Y de estos poetas leídos por Zambra se da cumplida cuenta en el libro. El autor proyecta sus gustos en sus personajes ficcionales, de este modo Gonzalo expresa su entusiasmo por el poeta Gonzalo Millán, entre otros, apropiándose de sus poesías para deslumbrar a Carla, sabedor de que su propia creación poética adolece de la calidad necesaria, transposición de lo que el propio Zambra como autorreflexión puede pensar de su faceta poética. Nos deja de paso como regalo algunos de sus poemas preferidos de estos autores:

«Fingió que leía «Kamasutra», que era su poema favorito de Millán:

Persistirá la cicatriz de la vacuna
y el lunar del cuello y de la axila.
Persistirán las marcas de tirantes
tras los pechos y en la piel
de la cintura, bajo el ombligo.
Mas no la medialuna,
el bocado del jabalí, la nube rota,
la garra del tigre, el coral y la joya.
Las amorosas huellas debidas
al arte de mis dientes y mis uñas.»

Vicente es hijo de Carla y de su ex, León y por tanto hijastro de Gonzalo. El parentesco con Vicente, crea un estado de confusión en Gonzalo, sabedor de que hay unos fuertes vínculos, pero realmente no es su hijo natural:

«Pensaba que debería haberle dicho a la cajera que era el papá o el tío del niño o simplemente que no se metiera en asuntos ajenos. Pero hay que usar las palabras, matizó enseguida, buscando una nota ligera, o al menos liberadora. La palabra padrastro, la palabra hijastro son tan feas en español, pero hay que usarlas. Hay que usarlas o quizás inventar otras».

En otros momentos estos parentescos dan lugar ahilarantes juegos de palabras:

«—¿Por qué me dices así? —preguntó Mirta, contrariada.
—Porque eres la mamá de mi padrastro, o sea que eres mi abuelastra —respondió el niño.
El padre de Gonzalo también salió a despedirlos.
—Chao, abuelastro —dijo Vicente.
—Chao, nietastro —respondió jovialmente el aludido.
—¡Chao, familiastra! —gritó Vicente desde la ventana del auto, a manera de despedida».

El alejamiento de Gonzalo crea un resentimiento en el chico, pero la literatura, en concreto la poesía va a establecer una conexión entre ambos, donde el autor parece querer transmitirnos la capacidad que tiene la literatura para crear una complicidad entre sus practicantes, lectores y creadores.

Como apunté con antelación, el mundo de los libros está muy presente en la obra. Las bibliotecas personales, las mudanzas y consiguientes reubicaciones de los libros o la iniciación a la lectura, se leen con particular interés. Cómo se inicia Vicente en la lectura de manera casual es algo que nos ha podido ocurrir a cualquiera de nosotros. En su traslado, Gonzalo se ha llevado sus libros, pero dos han quedado en un cuarto de trastos. Vicente descubre ambos libros de Emily Dickinson y Gonzalo Millán:

«Vicente hojeó primero el de Emily Dickinson pero no entendió mucho, y luego leyó algunos poemas del otro libro, el de Gonzalo Millán, que igualmente lo desconcertaron, aunque le dio risa que uno se llamara «Blaaammm!» (le dio risa el título, no el poema)».

Ese primer contacto configurará su interés futuro por la poesía.

Comenzará a acopiarse de libros de sus abuelos, de León y algunos sueltos en casa, comenzando a crear una biblioteca muy «sui generis» en la mezcla, desembocando en un fragmento narrativo pleno de ironía no exento de realidad, pues dichas singulares bibliotecas pueden observarse en un amplio espectro de hogares:

«Aunque todas las bibliotecas personales, como todas las personas, miradas de cerca resultan muy extrañas, esa primera versión de la biblioteca de Vicente era especialmente desconcertante, porque junto a Millán y Dickinson comparecían novelas de fantasía como Luces del norte o El catalejo lacado o Un mago de Terramar, ejemplares de Selecciones del Reader’s Digest, Estadio, Rocktop, APSI, TV Grama, Fibra, Vanidades, La Bicicleta, Condorito, Barrabases y National Geographic, novelas de Hernán Rivera Letelier, Salman Rushdie, Agatha Christie y Lawrence Durrell, sesudos y aburridos manuales de Derecho, ensayos de Paul Johnson y Francis Fukuyama, y unos cuantos volúmenes de autoayuda, en una gama que iba desde bestsellers como Todo está en ti y Creer en lo imposible antes del desayuno hasta Shakespeare para managers y Me toco y me voy. Era difícil imaginarse los intereses del dueño de esa biblioteca, que parecía más bien una de esas eclécticas colecciones que surgen como por generación espontánea en las casas de playa o en los hoteles o en los basurales».

La amistad con una compañera de clase, lectora, hará que Vicente aprecie más la poesía:

«Cuando Virginia se encontró con el libro de Emily Dickinson, al prestigio de la poesía se sumó el recuerdo del personaje Emily the Strange, que cuando chica le encantaba, y se echó en la cama a leer en silencio, y luego también leyó en voz alta este poema:

El amor puede hacer todo salvo despertar a los muertos
pero dudo hasta de eso
de semejante gigante que se vislumbraría
si la carne equivaliera


pero el amor cansado quiere dormir,

y hambriento pastar
y así favorecer el brillante vuelo
hasta que se pierde de vista.

—No entiendo nada pero me encanta —dijo Vicente, con sincero entusiasmo.
—Se nota que Emily estaba más triste que la chucha —dijo Virginia—. ¿En serio no la habías leído?
—Leí un par de poemas nomás, que no me gustaron, tal vez era todavía muy chico. Ya te dije que no he leído casi ninguno de estos libros, solamente los de fantasía y algunas historietas».

Vicente al igual que nos ha ido ocurriendo a nosotros en nuestra trayectoria lectora, comienza a seleccionar los escritores y las lecturas, de ahí que se vuelvan a incluir en la obra, un buen numero de autores. Surge también en él, la llama de la creación:

«Vicente ni siquiera había pensado en escribir poemas, pero una noche, en ese mismo cuartito, lo intentó. Ahora leía a Alejandra Pizarnik, a Blanca Varela (Carla había cumplido su promesa), a Enrique Lihn, a Carlos Cociña, a Fernando Pessoa y sobre todo a Rodrigo Lira, pero en el primer poema que escribió imitó más bien a Gonzalo Millán, que finalmente era su poeta más querido».

Zambra en un guiño de complicidad a Roberto Bolaño, plantea una parte del libro como un homenaje a «Los Detectives Salvajes», a través de una reportera americana

«Vamos a descubrir a un montón de detectives salvajes —dice Gregg, previsualizando el artículo impreso en la revista, mucho más entusiasmado que Pru».

Pru, la reportera, en un principio escéptica en torno al reportaje, modificará su actitud a medida que se va introduciendo en el ambiente bohemio, gracias a Vicente y su amigo Pato. Cual Ulises Lima y Arturo Belano, emulando la obra capital de Bolaño, grabadora en mano se lanzará a entrevistar a una variopinta galería de personajes; teniendo lugar escenas que harán las delicias de los condicionales del insustituible escritor homenajeado:

«Por la tarde entrevista a Carmen Frías, una mujer de sesenta años que se describe a sí misma como poeta-sanadora. La conversación tiene lugar en un pequeño taller en Bellavista que ella llama mi consulta, donde no hay sofás ni nada parecido, sino numerosos cojines bordados con palabras sanadoras. Pru se sienta en la palabra «pespunte» y como está un poco incómoda agrega un cojín con la palabra «heredad»».

Con un estilo clarosin descuidar las formas y aplicando la jerga coloquial y modismos de la lengua chilena, Zambra ha confeccionado un libro en el que podemos distinguir los pasos de su querido Vila-Matas; al desarrollar una miscelánea de géneros. Partiendo de la novela ficcional, introduce el ensayo y la crónica, dejando traslucir su propio«mal de Montano»es decir, su «enfermedad por la literatura»donde no duda en mostrarnos sus preferencias a través de sus personajes.Nos habla de las dificultades en las relaciones, de los cambios en las diferentes etapas de la vidade los fracasos;del paso del tiempoPero también nos habla de la difícil subsistencia actual dentro del mundo de la creación literaria, con especial incidencia en la poesía.

La banda sonora del libro está bañada de un buen número de ejemplos, tanto de la música chilena, como foráneos.
De entre los intérpretes que figuran en el libro, he seleccionado algunos ejemplos en función de mis gustos.

Se hace referencia a posters del cantautor chileno Víctor Jara:

«Inspecciona entonces con avidez las imágenes emblemáticas que decoran las paredes: hay pósters de Violeta Parra, de Víctor Jara, de Salvador Allende, de Joe Vasconcellos, de las Torres del Paine, de Isla de Pascua, de Valdivia, de San Pedro de Atacama, además de una foto pequeña de Barack Obama, lo que parece inexplicable, seguramente se trata de un guiño hospitalario».

En el vídeo, su canción más emblemática,«Te Recuerdo Amanda»interpretada en directo en 1972:

El grupo chileno Los Bunkers, también se menciona:

«Un poeta borrachísimo se mira en un pequeño espejo de mano mientras canta con desafinada melancolía la canción de Los Bunkers «No me hables de sufrir»«.

En el vídeo, la rockera, «No me hables de sufrir»mencionada en el libro:

Vicente toca a la armónica la estupenda«Heart of Gold»

«Quizás debería haber perseverado en la armónica, piensa ahora León, porque aunque trataba de sacar unas canciones de Bob Dylan («Just Like a Woman» y «Like a Rolling Stone»), de Neil Young («Heart of Gold») y de Los Peores de Chile («Chicholina»), siempre terminaba tocando la famosa y eterna melodía de esos temerarios elefantes sobre la tela de una araña».

Neil Young interpretando la canción en directo en 1985:

Del album«Loaded»de The Velvet Underground se escucha la popera«Who loves the Sun»:

«Cuando suena «Who Loves the Sun» se pone, de hecho, a bailar. La baila cinco veces. Luego vuelve a escucharla, echada en la cama, y trata de traducir la letra al español:

Quién ama el sol
Quién le importa que hace crecer las plantas
Quién le importa qué eso hace
Porque tú rompiste mi corazón.»

Editorial: AnagramaEdición 2020
Colección: Narrativas Hispánicas

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