Vivir con nuestros muertos

Delphine Horvilleur “Vivir con nuestros muertos” Del Asteroide 2022

Delphine Horvilleur comenzó medicina sin llegar a terminarla, sustituyéndola por el estudio de hebreo y árabe en la Universidad de Jerusalén y Periodismo en París. También estudió el Talmud en Nueva York. En 2008 fue ordenada rabina, siendo la tercera mujer en Francia en conseguirlo. Y es su faceta de rabina la que ha plasmado en el libro.

A modo de introducción, en Azrael, habla de la consideración que la muerte tiene en nuestra sociedad. Considerada tabú, se la suele tener lo más apartada posible, sobre todo de la casa, en hospitales o residencias. Incluso ella, al salir del cementerio, en vez de volver inmediatamente a casa, suele ir a un café o a una tienda, hasta que pasa un tiempo. Tal como alude el título, en las leyendas judías, el ángel de la muerteAzrael— deambula por las ciudades y visita las casas para castigar. En muchas familias judías incluso se cambia el nombre del enfermo, para despistar a esta criatura.

La muerte, llegó de manera masiva con la reciente pandemia. Una dura prueba, al estar delimitados los acompañantes, incluso Delphine, nos indica que tuvo que amparar a familiares sin poder estar cerca, por teléfono.

Nos ilustra un poco sobre el trabajo que realiza como rabina:

“¿Qué es ser rabina? Naturalmente es oficiar, acompañar y enseñar. Es traducir textos para darlos a leer, y transmitir a cada generación las voces de una tradición que aguarda que nuevos lectores la transmitan a su vez. Sin embargo, conforme van pasando los años me parece que el oficio que más se acerca al mío tiene un nombre: narradora”.

Delphine Horvilleux “Vivir con nuestros muertos” Libros del Asteroide 2022 —Las citas sucesivas tienen como referencia a la misma autora y libro—.

Nos aclara que las historias con las que acompaña los oficios, no son exclusivamente judías, pero las manifiesta con el lenguaje de su tradición.

Seguidamente a las primeras aclaraciones, ilustra el libro con algunos oficios en los que ha ejercido como rabina.

La primera historia versa sobre la psicoanalista Elsa Cayat, víctima de los atentados a la revista “Charlie Hebdo”.

Riss, sobreviviente en los atentados dedicaba un homenaje a Elsa 🔗. También hablé del libro de otro superviviente en el atentado, Philippe Lançon 🔗

Nos descubre Delphine, peculiaridades de la lengua hebrea, al referirse al cementerio como “beit hajaim”, es decir, la «casa de la vida» o la «casa de los vivientes». Es como un mensaje a la muerte, no para negarla, sino para decirle que ahí no tendrá la última palabra. La hermana de Elsa presentó a Delphine a su familia y al equipo de Charlie Hebdo, como “rabina laica”, dada la laicidad de su hermana Elsa. Esa presentación agradó a la autora, por el espíritu abierto que debería tener el judaísmo:

“Para mí, ser «rabina laica» significa eso mismo: recibir como una bendición el hecho de que mis creencias jamás podrán ser hegemónicas, ni en el seno de la nación francesa ni en el de la tradición judía. Y alegrarse de que bajo el sol haya suficiente espacio libre para que cada cual recobre el aliento.

Mediante la fuerza de dos palabras, la hermana de Elsa expresó mejor de lo que podría haberlo hecho yo lo que me permitía estar junto a ellos, rezar con los supervivientes de una redacción «antirreligiosa» y asegurar que juntos podríamos escoger aún la vida. Y por ello le estaré eternamente agradecida”.

Tiene también unas palabras para los asesinos, cuya acción no tiene amparo en ninguna religión:

“¿Detectaron los asesinos la obscena paradoja de su gesto homicida? Su creencia en un Dios que reclama venganza y se enfurece de que lo desprecien constituye una blasfemia gigantesca. ¿Qué Dios «grande» se torna tan miserablemente «menor» como para necesitar que unos hombres salvaguarden su honor? Pensar que Dios se ofende porque se burlen de Él ¿no es acaso la mayor profanación que puede haber? Grande es el Dios del humor. Diminuto el que carece de él”.

En Marc, fallecido con 59 años con unos padres todavía vivos, una compañera y un hijo; nos ilustra Delphine, del momento sagrado que supone la preparación de las honras fúnebres:

“El término «sagrado», kadosh, significa literalmente «aparte», y la desaparición de un ser querido sume a quienes lo sobreviven en un tiempo aparte que interrumpe su carácter lineal.

La tradición judía manda que entre el fallecimiento y el momento de la inhumación se ponga junto al cuerpo del difunto una vela como símbolo de la presencia de su alma, que sigue viva”.

Remarca la autora, la importancia del acercamiento con los allegados antes de la ceremonia.

En la ceremonia de Elsa Cayat, Delphine había dicho a su hija que ya no volvería, pero que estaría presente en su memoria.

Las conexiones se producen de manera azarosa. Se da la casualidad que Marc, el fallecido, había mantenido durante meses una correspondencia a través de emails con Elsa:

“Yo estaba convencida de que Elsa no volvería. Me equivoqué. Aquella noche regresó a su manera, llamó a mi puerta o al monitor de mi ordenador para rondarme y ayudarme a escribir. Abrí el archivo adjunto.

Era muy tarde y me eché a temblar solo de pensar en lo que me disponía a leer. Me pregunté si tenía derecho a hacer tal cosa. Efectivamente, Marc y Elsa habían intercambiado muchos correos a lo largo del año 2014, el último de la vida de Elsa”.

En Sarah y Sarah, nos descubre Delphine que la requieren en muchas ocasiones, familiares que no se consideran religiosos. El hijo de la fallecida se lo expresa, “No somos religiosos, pero ella hubiera querido un kadish”. Ante ello, como ya expresó en el “laicismo”, se reafirma en la apertura de miras del judaísmo:

“El judaísmo no exige exámenes de paso a quienes ya viven en su seno. No entiende de cuadros de honor, no distribuye puntos positivos por buena conducta, y cada judío sabe que para otro judío su cocina nunca será lo bastante kosher ni su práctica lo bastante estricta. Que así sea”.

Sarah, era una superviviente de Auschwitz, donde para mayor sufrimiento, se vio separada de su hija y su tía, que perecieron en la cámara de gas. Logró sobrevivir. Se casó con otro sobreviviente, Misha, teniendo el hijo que se considera “mal judío”. Sus padres se separan y Sarah tiene que sobrevivir a base de duro trabajo:

“«Mi madre era una mujer muy dura», me dice, como si se pudiera ser de otra manera para sobrevivir a una existencia como la suya. En la mayoría de las familias de descendientes de la Shoá se reconoce esa dureza característica: ¿sobrevivieron porque lo eran o se volvieron así para sobrevivir? Nadie es capaz de dar una respuesta”.

Delphine sabe que en la ceremonia está ante uno de los últimos testigos directos del holocausto judío:

“Para hablar de Sarah hay que relatar la Historia, y no solo su historia; hay que recordar a través de esta mujer lo que el Hombre le hizo al Hombre, para que todas las generaciones lo recuerden”.

Continúa la siguiente historia, Marceline y Simone, afectando a personas sobrevivientes de los campos de concentración alemanes.

Simone Veil, persona ampliamente conocida en Francia —defensora a ultranza de los derechos de la mujer y haber participado en política, siendo ministra en varias ocasiones y Presidenta del Parlamento Europeosobrevivió a los campos de concentración de Auschwitz y Bergen-Belsen.

Ofició la ceremonia Delphine, junto a otro rabino, el 30 de junio de 2017. Rememora una leyenda yidish, referida a una mujer llamada Skotzel. Por su elocuencia y erudición fue elegida por las mujeres de su generación, cansadas de la discriminación hacia ellas, para defender su causa ante el mismísimo Eterno. Hicieron una torre humana con Skotzel en la cúspide. La torre se derrumbó pero Skotzel desapareció:

 “La leyenda asegura que, desde aquel incidente, la abogada de las mujeres sigue en pleno alegato frente a Dios, pero que algún día volverá y entonces todo será diferente. Su regreso anunciará tiempos nuevos, una igualdad por fin conquistada. Así, cada vez que una mujer entra inesperadamente en una habitación, se la recibe con estas palabras: Skotzel kumt!, «¡ha llegado Skotzel!». Quién sabe, ¡quizá por fin haya vuelto y traiga buenas noticias!”.

Esa leyenda contó Delphine a Marceline Loridan-Ivens —amiga de Simone Veil al coincidir en Auschwitz y Bergen-Belsen—, anunciando que su SkotzelSimone— “se había marchado para representarlas ante el tribunal celeste”.

Junto a familiares y el rabino principal, Delphine recitó el kadish —revelándonos a su vez, su significado—:

“Al pie de la tumba, sus hijos recitaron entonces el kadish, rodeados, tal y como habían deseado, de dos rabinos, un varón y una mujer, que enunciaron con ellos las palabras de esa oración ancestral.

«Itgadal veitkadash shemé rabá…»

El kadish no es la oración de los muertos, al contrario de lo que muchos creen. Es una liturgia que no habla ni de desaparición ni de duelo, sino que alaba a Dios, lo encomia y enumera en forma de larga letanía todos los aspectos de Su grandeza.

«Veitadar veitalé veitalal…»; «Bendecido, alabado, glorificado y exaltado…»

Al oído suena como un mantra de sonoridades muy repetitivas, de palabras murmuradas en una lengua que no es hebreo, sino arameo”.

En la mayoría de las religiones, siempre hay un componente discriminatorio hacia la mujer. Un portal judío ortodoxo no vio con buenos ojos que Delphine recitara el kadish y trató de desacreditarla. Para ella era un síntoma de que las reivindicaciones de Simone Veil debían de continuarse:

“La anécdota me habría robado una sonrisa si no se hubiera producido el día del entierro de una mujer famosa por su lucha. Eclipsar la voz femenina junto a la sepultura de Simone Veil brindaba la demostración magistral de la actualidad de sus luchas.

Si desde la tumba hubiera querido enviarnos ese mensaje, ¿habría actuado de otra manera? Simone Veil sabía que la lucha por los derechos de las mujeres es infinita y que nada puede darse nunca por sentado. En no pocas ocasiones demostró que, para llevarla a cabo, había que saber derramar «jarras de agua fría» sobre las cabezas de sus detractores, para que no la tomaran por idiota”.

Poco más de un año después del fallecimiento de Simone, llegaría el de su amiga Marceline. Cuenta Horvilleur que en una entrevista reciente, Marceline reflejaba la solidaridad que había en el campo de concentración, cómo ella un día que tenía fiebres altas, para evitar ser vista por los guardias en su estado, fue escondida por las compañeras en una zanja bajo unas tablas:

“Siguió viva gracias a las mujeres que la salvaron. Y ella a su vez salvó a otras. A cada una de ellas les pidió que vivieran y amaran.

Fuimos todas conscientes de ello aquel 21 de septiembre de 2018, en el cementerio de Montparnasse, cuando la enterramos para que pudiera descansar para siempre”.

Hay otra historia muy emotiva sobre la muerte del niño pequeño Isaac, y cómo su hermano mayor, de tan sólo ocho años hacía preguntas a sus padres sobre la muerte de su hermano.

Nos explica la rabina, que en la mayoría de las lenguas no hay termino alguno para expresar la pérdida de un hijo. En cambio en hebreo sí, el término shakul. Su significado es muy conmovedor:

“Un padre que pierde a un hijo se llama shakul, palabra casi imposible de traducir. Está tomada del registro vegetal y designa la rama de la vid cuyo fruto ya se ha vendimiado. Un padre doliente se expresa en hebreo mediante una imagen, la de una rama amputada de su fruto, o la de un racimo al que le han arrancado las uvas. La savia circula por él pero ya no tiene adónde ir, y el brote se seca porque un pedazo de su vida lo ha abandonado”.

El hermano de Isaac sin obtener respuestas de sus padres, requiere a Delphine sobre el destino de su hermano. Reflexiona la autora sobre la vacuidad de las palabras ante la muerte:

“Nadie sabe hablar de la muerte, y puede que esta sea la definición más precisa que se pueda dar de ella. Escapa a las palabras porque rubrica precisamente el fin de la palabra.

Se dice entonces «se ha ido», «está en el cielo» o «nos ha dejado»… y el niño, o el lingüista, o el poeta, o sea, cualquiera que atribuya a las palabras el poder que poseen pero que tan a menudo les negamos, capta mentiras en estas fórmulas”.

Ella misma en su oficio ha experimentado dificultad en expresarse de la manera más convincente posible, sintiendo de algún modo cierta envidia de la seguridad de algunos colegas:

“En mi oficio de rabina he sido consciente muchas veces de la impotencia del lenguaje, y he de hacer una confidencia: a veces he sentido celos de algunos colegas, sobre todo de los que en su teología disponen de un lenguaje sólido e inequívoco sobre la muerte”.

El judaísmo no proporciona respuestas firmes sobre el destino después de la muerte, explica nuestra rabina:

“¿Adónde van los muertos? El único sitio al que la Torá hace referencia de forma explícita es un lugar llamado seol al que presuntamente descienden los desaparecidos. ¿Se trata de un territorio, o de un mundo subterráneo? El texto no especifica nada. Sin embargo, la etimología del término es de lo más elocuente. Seol procede de una raíz que literalmente significa «la pregunta». Podríamos, pues, enunciarlo así: después de la muerte, cada uno de nosotros cae en la pregunta, y deja a los demás sin respuesta. Ahí te las apañes”.

Es sincera la autora al expresar su impotencia para consolar al pequeño hermano de Isaac:

“Era mi deber decirle que los rabinos no tenemos más respuestas que el resto. A veces incluso tenemos unas cuantas preguntas más.

Ignoro dónde se encuentra exactamente Isaac. Pero sé que su familia, con un amor eterno, seguirá buscándolo, y hablará todas las lenguas de una tradición que mantiene viva la pregunta que su muerte plantea.

Al día siguiente, en el cementerio, cavamos una sepultura para que un niño muerto se reuniera con sus antepasados y otro muy vivo no olvidase nunca que es y seguirá siendo el hermano mayor”.

En el libro hay más capítulos que ilustran sobre la labor de la autora. Historias necesarias para familiarizarnos con lo que la muerte conlleva, palabra difícil de explicar, pues como ella nos indica, la muerte supone el fin de la palabra. Pero a través de la rabina nos imaginamos la creación de una atmósfera lo más propicia posible en el trance último, tanto para la familia y allegados, como para el propio fallecido. Con Horvilleur aprendemos también una serie de ritos y leyendas tanto del judaísmo como fuera de él. Asistimos por otra parte, a la reivindicación e integración de la mujer en el papel de las religiones.

“Vivre avec nos morts” Delphine Horvilleur © Éditions Grasset & Fasquelle, 2021

“Vivir con nuestros muertos” Delphine Horvilleur

Editorial Libros del Asteroide 2022

Traducción de Regina López Muñoz

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