La impresión que me causa el observar una pintura de Hopper podría decirse que es la de extrañeza. Hay una atmósfera que incomoda pero a la vez atrae y nos hace mantener la atención de una manera hipnótica durante su visionado. Son escenas cotidianas, familiares, pero con un componente perturbador; personas solitarias imbuidas en sus propios pensamientos con un exterior, en ocasiones en contacto con una naturaleza inquietante.
Su pintura puede considerarse dentro del Realismo, aunque eso sí, con un tratamiento muy personal.
Nacido en 1882 en Nyack, un pueblo cercano a Nueva York. Hijo de una familia conservadora y acomodada que siempre incentivó sus aptitudes artísticas.
Entre 1906 y 1910 viaja por Europa y aunque son tiempos de vanguardia en la pintura, está más interesado en el impresionismo y el tratamiento que de la luz y el espacio aplican pintores como Monet y Degas.
A partir de 1910 realiza ilustraciones para revistas, aprendiendo a su vez la técnica del grabado. Establece su luminoso estudio frente al parque de Washington Square en Nueva York.
A partir de los años veinte se va orientando hacia la pintura en óleo. Sus cuadros se comienzan a caracterizar por la presencia de casas. Edward se sentía atraído por la Arquitectura. De ahí, el uso reiterado de figuras geométricas y su interés por la incidencia de la luz y la sombra en fachadas e interiores. El exterior se encuentra en contacto con el mundo natural, bien en el campo, junto al mar o las vías del tren.
Si nos fijamos bien, vemos que Hopper pinta por ejemplo los árboles de una forma genérica, en ocasiones compacta, dando la sensación de cierta amenaza. En cambio, el mar no presenta ese aspecto amenazante, en sus escenas de veleros y otras representaciones.
Significativo es su casamiento en 1924 con la también pintora, Josephine Nivison. Ambos caracteres parecían opuestos: Hopper, callado y reflexivo; Jo, habladora y extrovertida. Pero lo cierto es que ambos vivieron juntos hasta su muerte, acaecida en 1967 a Hopper y diez meses más tarde a Jo.
Jo será, a partir de su unión, su musa y modelo; apareciendo en muchos de sus cuadros, como Noctámbulos, Sol de mañana o Película en Nueva York, por poner unos ejemplos.
Comprará el matrimonio una casa de verano en Cape Cod y este lugar aparecerá en varias pinturas.
Hacia fines de los treinta se centra más en las escenas de ciudad. En los exteriores no se ve movimiento alguno ni de coches ni de gente. Las personas parecen solitarias y con la mirada al infinito, aún cuando están rodeadas de gente. Los rostros no están muy definidos, centrándose Edward en la persona genérica, como si nosotros mismos pudiéramos vernos reflejados.
Pinta con gran sensibilidad a la mujer, una mujer que aparece pensativa y con una sensación de vacío. Los espacios aún cuando pueden sernos familiares nos resultan extraños. En no pocas ocasiones, la mujer aparece leyendo ofreciendo la escena un aspecto que particularmente, a mí me fascina. Sigue jugando con la geometría de interiores. Los ventanales son amplios no solo para la entrada de la luz y los efectos de sombra sino como ofreciéndonos un escaparate donde poder observar sin impedimentos la escena representada.
Hopper refleja como nadie el mundo cada vez más deshumanizado a partir del siglo XX.
Hacer notar también la gran influencia de su pintura en el cine en directores como Antonioni, Wim Wenders, Coppola, Bodganovich o Todd Haynes.
En el interesantísimo vídeo que adjunto se muestran ejemplos de escenas de cine imbuidas en el arte de Hopper.
Vídeo: Edward Hopper, El Pintor del Silencio. (Carlos Rodríguez, 2005):
Fuente de Imagen de Portada: Edward Hopper en Nueva York, 1937, Dominio público:
Harris & Ewing, photographer – Library of Congress Catalog: https://lccn.loc.gov/2016871478 Image download: https://cdn.loc.gov/service/pnp/hec/22500/22501v.jpg Original url: https://www.loc.gov/pictures/item/2016871478/