Portada Ayer Juan Emar

Juan Emar “Ayer” Gatopardo, 2023

Antes de leer a Juan Emar conviene conocer un poco la vanguardia chilena, además de su propia vida y trayectoria profesional.

La vanguardia en Chile comienza a producirse a partir de la segunda década del siglo XX, teniendo su mayor auge en la década de los treinta. Cabe destacar las figuras de Vicente Huidobro, Pablo de Rokha, Pablo Neruda, Camilo Mori y por supuesto la obra artística y literaria de Juan Emar.

Estos jóvenes creadores cuestionan la realidad nacional y se apartan del conservadurismo imperante. Se unen en la creación y publicación de revistas, donde poder manifestar sus inquietudes culturales y políticas.

pilo
“Pilo Yáñez” o Juan Emar © Fundación Juan Emar

Ahora vamos con Juan Emar. Conocido por los amigos como “Pilo Yáñez”, Álvaro Yáñez Bianchi, nace el 13 de noviembre de 1893, en Santiago de Chile. Hijo de familia burguesa. Su padre, Eliodoro Yáñez, era abogado, senador, y uno de los fundadores del periódico La Nación. Pretendía que su hijo estudiara Derecho, pero “Pilo” prefirió viajar primero y después dedicarse a actividades artísticas.

En 1918 se casa con su prima “Mina” (Herminia) y viajan por Europa, instalándose en París. Comienza a aprender pintura y dibujo en la Academia de la Grande Chaumiére, en Montparnasse. Para ganarse la vida trabaja en la Embajada chilena como primer secretario. En París se empapa de las vanguardias artísticas y a su regreso a Chile crea y forma parte del Grupo Montparnasse, en 1922. Era un colectivo artístico chileno formado por pintores influenciados por la tendencia postimpresionista europea y, sobre todo, por el fauvismo.

Su seudónimo «Jean Emar», después «Juan Emar», proviene de una columna semanal en el periódico de su padre, llamada Notas de Arte, escritas entre 1923 y 1925. Allí firma bajo ese nombre y su origen lo toma de la expresión francesa «J’en ai marre» («Estoy harto»).

A finales de 1925 se traslada a París y se hace cargo de la sucursal del diario La Nación. En enero de 1926 junto a un grupo de colaboradores, crea la sección “Notas de París”, dando lugar más tarde al semanario “La Nación en París”. Duraría hasta julio de 1927 cuando el coronel Carlos Ibáñez se convierte en presidente y expropia el diario de su padre. Su padre y su familia son deportados a Europa. Derrocado Carlos Ibáñez regresan a Chile en 1931, pero su padre fallece en 1932.

En 1927 Emar se separa de su mujer y un año más tarde comienza una relación con la joven modelo de alta costura Álice de la Martinière , a la que cariñosamente llamaba “Pépéche”, debido al color de su tez. En un viaje a Chile en 1929 conoce a Gabriela Rivadeneira, joven diecisiete años menor que él. Comienzan a cartearse y se casan un año más tarde. Tendrán tres niñas, Marcela, y las mellizas Clara y Pilar. En 1946 se separan.

En 1948 fallece su amigo Vicente Huidobro, cayendo Juan en una depresión. Para salir del estado melancólico, reclama la presencia de Álice la Martiniere, quien en compañía de Jean Marc, hijo de ambos, se reencuentra en Chile con él.

De pié Pépéche y Juan Emar 1948 Fundación Juan Emar
De pie, “Pépéche” y Juan Emar, 1948 © Fundación Juan Emar

En 1953 viaja con Álice a Europa y se establecen en Cannes. La relación duraría hasta 1956. Juan regresa a Chile y se asienta en la hacienda Quintrilpe, cerca de Temuco, donde seguirá pintando y escribiendo la gigantesca Umbral, hasta su muerte.

Si la labor plástica de Emar se vio más compensada, no sucedió lo mismo con la literaria. La comienza tardíamente con 42 años, en un año productivo, 1935, donde escribe y lanza sus tres novelas: Ayer, Un Año y Miltín 1934, en la editorial Zig-Zag de Santiago. En 1937, escribe el libro de cuentos: Diez. Cuatro animales, tres mujeres, dos sitios, un vicio, en la editorial Ercilla. Por último, desde 1940 se dedicó a una obra monumental, Umbral, que quedó inconclusa cuando llevaba escritas cerca de cinco mil páginas, debido a su fallecimiento el 8 de abril de 1964.

El pasajero
El pasajero, Gouache sobre madera. Juan Emar © Fundación Juan Emar

Y vamos con el libro. En Ayer tenemos a un protagonista y narrador rememorando el día de ayer junto a su mujer Isabel. Nos contará las distintas experiencias que tuvieron en la ciudad imaginaria de San Agustín de Tango.

El suceso inicial del día fue la ejecución en la guillotina de Rudecindo Malleco. El protagonista y narrador nos pondrá al tanto de los antecedentes de su desgraciado amigo, que confluyen en su pena de muerte.

En este primer episodio podremos observar una serie de características comunes en todos los episodios narrados, como el absurdo de los acontecimientos, el sentido del humor y la ironía, el grotesco o una incursión en el erotismo, audaz para su época, como vemos en el fragmento:

Ya por sus amigos sabía que todo aquello finalizaba por un goce muy marcado, mas nunca se había imaginado que fuese a tal extremo. Lo encontró tan deleitoso que era todo un problema arrancarlo del lado de su esposa y cuando iba por las calles sonreía el muy puerco con tal lubricidad evocando a su Matilde, que muchas púdicas doncellas enrojecían de pudor.

Ese humor irreverente e irónico, también encierra en este mismo episodio, una sátira en torno a la Iglesia católica y sus personalidades eclesiásticas:

Al fin, se vieron obligados a pedir luces fuera del concilio mismo y aquí, sí, todos estuvieron contestes en ir a consultar al más santo, al más puro, al más sabio de la Iglesia entera: fray Canuto-Que-Todo-Lo-Sabe.

Basílica de San Agustín de Tango
Basílica de San Agustín de Tango, 1948, Gouache sobre madera. Juan Emar © Fundación Juan Emar

Para que la narración funcione, la mujer del protagonista tiene que ser su cómplice. De ahí que todo marche como un engranaje al producirse un consenso en la pareja, tanto en lo expuesto como en pequeños diálogos ágiles y dinámicos:

Se lo comuniqué a mi mujer. Ella posó sobre mi entrecejo una mirada interrogativa. Y con razón, con cuánta razón, pues no creo que exista el mortal que haya presenciado a un gato enloqueciéndose dentro de una bolsa gelatinosa y, de existir tal mortal, puedo asegurar que no soy yo. Y esto mi mujer lo sabía.

—Mujercita —murmuré—, estoy fatigado. Creo que ya es bastante, que basta ya de barrigones, lámparas, plazas, casullas, gentes, cosmos y vidrieras. Así es que, por piedad, ¡vamos!, ¡vamos!
—Sí —me respondió—, por piedad, ¡vamos!

Los episodios se suceden vertiginosamente con ese aspecto irreal e incluso fantástico, en instantes en los que parece producirse una escisión del tiempo, como en la visita a un zoo cuando los protagonistas cantan junto a los monos y un avestruz se come a una leona, defecándola, aspecto escatológico tan al gusto del Dadaísmo—. Episodios que dan lugar a meditaciones metafísicas, como ocurre en el urinario de la Taberna de los Descalzos con sorna el escritor refiere nombres basados en la Iglesia católica, donde el tiempo parece detenerse y la conciencia irrumpe en otra realidad.

En ese segundo triturado hasta su mínima duración, simultáneos, compenetrados, pero sin la más leve confusión, aparecieron todos los hechos del día, aislados y nítidos, y sin ninguna sucesión cronológica. Y al aparecer así —esto fue mi estupor, mi dicha, mi éxtasis, mi delirio sumo—, vi, sentí, supe, por fin, la vida, la verdad despojada de cuanto engañoso, de sensacional, digamos mejor, de cuanto la limita dentro de un suceder inexistente.

Emar no oculta tampoco su crítica a la burguesía inmovilista del Chile del momento que le toca vivir. Claramente lo observamos en la visita de la pareja al amigo pintor Rubén de Loa, donde en una escena cargada de ironía el pintor arremete contra los burgueses:

Un largo silencio. Al fin dije a media voz:
—Bueno. Vaya por los burgueses.
—Pero ¿te crees tú —prosiguió— que ha nacido el burgués que logre inquietarme? Oye bien y clávate esto en la nuca; clávatelo de tal modo que no haya en el mundo alicate que pueda arrancarlo: como aparezcan burgueses que se confundan con los rojos errantes de mis telas, como aparezcan, te repito… Pues bien, ¡mira allí!
Me volví temeroso hacia el rincón que su índice apuntaba. Mi mujer hizo otro tanto. Y ambos palidecimos.
Pendía en dicho rincón un enorme cuchillo de carnicero.

El protagonista una vez finalizado el día, trata de recordar y fijar todos los momentos pasados, pero existe una amenaza de circularidad continua al recordar cómo recuerda los instantes vividos:

El día de ayer era el círculo sin fin, mi fijación definitiva en su proceso de recordación giratoria; el año de 1920 era la superficie plana y vasta por donde poder siempre correr, siempre escabullirse de cualquier pensamiento demasiado obstinado, de cualquier cadena de ellos demasiado insistente.

El personaje ante la amenaza de disolución necesita delimitarse para poder ser, existir. Es una referencia también al proceso creativo, que necesita plasmarse en un papel o concretarse en una obra de arte:

Es verdad. Ahora mi cuerpo, dibujado allí, está comprimido de todos lados; ahora ha vuelto a ser.

No es de extrañar que la novela cayera en saco roto en una época que chocaba con lo expuesto por Juan Emar. Se apartaba del conservadurismo imperante, del criollismo e indigenismo común a los libros de aquel tiempo. Su narrativa era predominantemente urbana, a pesar de cierta ambigüedad en algunos aspectos rurales. Y su propuesta era radical, esa inmersión en el surrealismo, en el absurdo, indagando en el fondo del subconsciente y con reflexiones metafísicas y escriturales, subvirtiendo todos los cánones. Era por otra parte, una novela experimental muy conectada con su obra pictórica, donde no dejaba de innovar. Juan Emar “está harto” de la realidad que le toca vivir y crea otra realidad paralela en una ciudad también inventada, donde sus personajes, el narrador y él mismo se encuentran más acordes con su manera de pensar, sentir y vivir el arte, la literatura, la vida misma.

“Ayer” Juan Emar

Prólogo de Alejandro Zambra

Gatopardo Ediciones, 2023

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