La historia argumental del libro apenas tiene historia.
Un grupo de personas con vínculos familiares
se reunirá el día de fin de año. La fiesta que ocupará todo ese día, por la noche culminará con un asado de cordero acompañado de vino. En la reunión
acudirá el principal personaje,
Wenceslao.
Su mujer, en cambio, eludirá el compromiso debido al
luto que mantiene por la muerte del hijo, a pesar de haber transcurrido seis años.Es un
argumento circunstancial, como ocurre en otras obras del autor, que supone el
pretexto para desplegar la estructura formal que dominará la
minuciosa y
reiterada narración.Un
narrador omnisciente seguirá de cerca a
Wenceslao. Tiene conocimiento del presente y pasado del personaje, anticipando dentro de ambos tiempos episodios posteriores. Es en una
analepsis donde se nos da cuenta del
fatídico accidente del joven que condiciona por completo el texto:
«Justo tenía que venir a cumplir veinte años y tenía que venir a tocarle la conscripción y enviciarse con esa ciudad de porquería y quedarse en ella cuando terminó la conscripción. Y tenía que pasarle justo a él encontrar ese trabajo en la obra de construcción, y que hubiese puesto en el andamio ese balde de mezcla con el que tenía que tropezar y venirse abajo.»Saer continúa experimentando en la narración.
Se acerca al objetivismo de
Robbe-Grillet. Existe un empleo del
flujo de conciencia, influencia de
Virginia Woolf y
Joyce, teniendo puntos en común con su obra,
Ulises. Ambas obras
transcurren en una jornada completa y albergan
referencias simbólicas y míticas notables. Si en la obra de
Joyce la
Odisea Homérica envuelve la narración, en el
«Limonero Real» las
trazas edípicas con inversión de elementos, están presentes.
Wenceslao se hace llamar
Layo. En la mitología
Layo fue muerto por su hijo, Edipo. En la composición de
Saer, la pesadumbre de
Layo o
Wenceslao por la muerte de su hijo
lo hace parecer culpable y en cierto modo,
su mujer hace que se sienta así. Por otra parte, la principal comida de ese día será el
asado del cordero. El
sacrificio simbólico cristiano de Jesús. Es intensa la escena de la muerte del animal a manos de
Wenceslao:
«El animal comienza a sacudirse con violencia, y entonces Wenceslao tira con más violencia todavía, medio inclinado en la dirección que da a su movimiento, el mango del cuchillo, degollando. La sangre brota en un chorro grande y dos o tres más pequeños, a los que Wenceslao, rápidamente, dejando el cuchillo sobre el animal mismo que da sacudidas cada vez más débiles y ronca, despacio, acerca la palangana. La sangre empieza a acumularse en el recipiente y hasta que el animal no queda inmóvil y su sangre no deja de manar, Wenceslao no afloja la mano de su cabeza.»
La
repetición de fragmentos y las
minuciosas descripciones serán la característica definitoria de la obra, comenzando con
uno de los inicios más hipnóticos que he leído:
«Amanece y ya está con los ojos abiertos», en referencia a
Wenceslao, recurrente en prácticamente el inicio de todos los capítulos y cierre en algunos de ellos y finalizando el libro. Será la tónica que acompañará al texto. A través de la desazón de
Wenceslao, con los ojos abiertos, por medio de un narrador se configurará la historia.
Narrador que
alternará a la primera persona en el propio
Wenceslao, en un momento dado, regresando en el siguiente capítulo al narrador omnisciente.Pero
la reiteración de frases va transformando de forma progresiva lo contado, volviendo de nuevo para atrás y adelante, recapitulando prácticamente al final del libro los aconteceres que han tenido lugar en el transcurrir de la jornada.
En Wenceslao coexiste una tensión producida por el
duelo perseverante de su mujer,
Ella, sin nombre definido en la narración. Constantemente hilvana franjas de luto para las camisas de
Wenceslao:
«—Ya te he dicho que ha pasado el tiempo del luto. Ha pasado el tiempo del luto. Ya te he dicho que ha pasado —dice.
Ella sigue hilvanando la cinta negra en el borde superior del bolsillo de la camisa.»
La mujer parece
anclada en costumbres atávicas, manteniendo un luto constante a pesar de los años transcurridos.
Wenceslao sí
acude ese día
al encuentro familiar, pero sabe que
cuando finalice la jornada tendrá que
regresar a la casa del luto. Esa estancia con la familia
supone cierto respiro para él, engañosamente, pues en algunos momentos su mente estará
evocando pesarosos recuerdos de su hijo, zambulléndose amenazadoramente en el río o rememorando su muerte.
Su mujer ocupa parte de sus pensamientos, por otra parte; imaginándola
afligida en soledad.El
simbolismo en la narración está presente
en el árbol que tienen junto a la casa,
el limonero. Es una
imagen de la permanencia, existe con anterioridad a la estancia de ellos y subsistirá cuando ellos no estén. Como lo es
el fuego,
que todo arrasa:
«Me quedé mirando la fogata, con los ojos clavados en las llamas. A mí me da como miedo vea el ruido del fuego y en cuantito veo una fogata me pongo a pensar en las grandes quemazones para el tiempo de la seca. Siempre algún fuego queda encendido; cuando usté apaga una fogata, cuántas más no siguen ardiendo en toda la costa. Por más agua que usté eche encima de un fuego, siempre hay otro fuego despierto que acaba de nacer en algún rancho de la costa o en el medio de una isla.»
El Agua, otro elemento simbólico, apaga el fuego. Amenazadora en algunos sueños de
Wenceslao,
ejerce de purificadora: en algunas evocaciones ve emerger del agua al hijo o a sí mismo como savia nueva.El
ritual de la comida cobra importancia en la novela y en otras obras de
Saer. Supone un
tiempo distendido de encuentro de amigos o familiares donde poder
charlar, comer y beber. El transcurso de esos momentos parecen detener el paso del tiempo.
Saer pormenoriza hasta el límite
todos los detalles del momento de la cena del asado.
Memoria de recuerdos que albergam dolor. Novela de
indagación en el tiempo, detenido y expandido, en una
composición circular. Obra de
soledad y muerte. Una narración compuesta de
largos fraseos, por momentos;
poéticos.
Recomposición constante del lenguaje para plasmar con la mayor veracidad posible la realidad que se pretende contar. Si
«Cicatrices» ya suponía un avance cualitativo respecto a sus primerizas obras,
«El Limonero Real» consolida la experimentación y renovación constante que dominará toda la obra del autor. Baste decir que
empleó nueve años en perfilar el libro y está considerada como
una de las obras clave de la literatura Hispanoamericana.El legendario cantautor y folclorista argentino,
José Larralde, nos ilustra con sus
poemas y milongas la singular novela de
Saer:
RCA Victor 1969Editorial:
Rayo Verde,
Edición 2018
Colección:
Rayos Globulares
Fuente de Imagen de Juan José Saer: Propiedad de
Ulf Andersen