Kate Zambreno entregó en 2017, Book of mutter ⇗ , un libro que giraba en torno a su madre, fallecida en 2004. Debido a la intensa relación mantenida entre madre e hija, fluctuando entre el amor y el odio, sumado a una muerte prematura por enfermedad, no pudo comenzar Kate su libro hasta transcurrir una década de su muerte, necesitando otros tres años para culminarlo. Tres años más tarde de aquel libro, se publicó Drifts (2020), siendo traducido y publicado este mismo año por La Uña Rota.
La narradora normalmente coincide con la autora, pero Kate mantiene un hábil doble juego, porque parece coexistir otro yo externo en algunos textos de este libro fragmentado.
En 2015 recibe la narradora un encargo para escribir un libro. Kate se encontraba escribiendo de pleno el libro sobre su madre. El encargo debía culminarse en 2019. Kate se enontraba embarazada en ese año y lo finalizaría en 2020.
Los editores plantean a la narradora una novela, pero ésta reconoce hallarse dispersa y sus maneras de escribir parecen coincidir con las de su apreciado Robert Walser: “con sus formas breves que son como estados de ánimo y digresiones” (de ahí lo del libro fragmentado). De esa forma, empieza a escribir una especie de diario.
Empiezo a escribir un diario del que, creo, saldrá Derivas, cuya cubierta de color amarillo canario hace juego con mi ejemplar de Los hermanos Tanner de Walser, que leo cada temporada en tandas cortas, y que no termino nunca.
El título le parece lo suficientemente sugerente y se cuestionará su significado e intenciones a lo largo de los textos.
¿Qué es una deriva? Tal vez una deriva sea una especie de forma… Escribo a Anna: Derivas es mi fantasía de escribir unas memorias sobre la nada. Deseo vaciarme de lo personal. No delatarme.
Se encuentra escribiendo sobre Rainer Maria Rilke, apoyándose en los diarios, las correspondencias y la novela Los apuntes de Malte Laurids Brigge. Ello se reflejará en el propio diario, siendo muy interesante la revelación de algunos textos, como los siguientes en los que Rilke, encontrándose en París en 1907, recibe unas ramas de brezo enviadas por su mujer, la escultora Clara Westhoff. Sus olores le traen recuerdos de su luna de miel con Clara y sus paseos entre los brezos y cómo en esos instantes no los valoró lo suficiente: “Si vivimos así de mal es porque nos adentramos en el presente siempre desprevenidos, incompetentes y sobre todo dispersos”.
La narradora nos va explicitando los obstáculos que encuentra en el día a día para concentrarse en escribir, como los ladridos de su perro Genet y sus deseos de jugar, las consultas en internet, la bandeja de entrada del correo electrónico o el cartero.
Se impone una rutina, desconexión de internet, rituales ayurvédicos, clases de yoga y acupuntura.
Para escribir necesita su espacio de soledad y recuerda a Marguerite Duras que decía, “Únicamente dentro de casa es posible la soledad”.
Susan Sontag es otra de sus escritoras fetiche y de su libro “La estética del silencio”, extrae un pensamiento que no deja de obsesionarla: “Todo gran arte induce a la contemplación dinámica”.
Por una parte, siente la necesidad de la soledad para escribir pero por otra, expresa las dificultades anímicas en los instantes solitarios: “Cada vez me cuesta más estar sola, y eso que antes adoraba mi soledad”.
En el libro se produce una constante referencia a escritores y su relación con la escritura, como Marianne Fritz y su obsesión por escribir, con una escritura cada vez más indescifrable, dando pie a reflexiones de la narradora con la mirada puesta en Walser.
La locura de escribir frente a la locura de no escribir. Walser quiso ingresar al manicomio para estar loco, no para escribir.
La narradora mantiene una correspondencia a través de correos con escritores y escritoras, en las que recíprocamente se van sugiriendo ideas. En su sinceridad, se cuestiona en ocasiones si verdaderamente es amistad o más bien interés: “Comencé a preguntarme si de verdad Anna se sentía unida a mí o si me mantenía cerca para asegurarse de que mi trabajo no superara el suyo”.
No es un diario al uso con fechas, pero sí mantiene una progresión en el tiempo y se producirá la lenta sucesión de las estaciones. De esta manera encontrándose en verano, nos contará su preferencia por sentarse en el porche y la escasa predisposición para escribir ante el calor: “El deseo frecuente de no hacer nada”.
Esa dificultad para trabajar en verano también le sucedía a Rilke, tal como nos revela. Sigue los aconteceres entre el poeta y la pintora alemana Paula Modersohn-Becker ⇗ . Ella le hace un retrato a Rilke, inacabado al fallecer la artista de forma trágica y prematura, debido a una embolia pulmonar pocos días después de dar a luz a su hija Mathilde.
La cotidianidad se refleja en su diario, los paseos con su perro Genet y el cruce con otros dueños y sus perros, su preocupación por una anciana de noventa años que suele pasear a su perro a la que trata de comparar con su madre que no llegó a envejecer al fallecer temprano.
Puede enriquecerse con lecturas de otros ámbitos, como el mundo de la arquitectura: “En un libro de arquitectura, leo que el espacio del barrio es el de la infancia”.
En el libro hay una división en dos partes. La primera tiene que ver mucho con los animales y si los perros adquieren mucha presencia, también los gatos encuentran su lugar. Nos refiere con tristeza como un anciano del barrio daba de comer a los gatos callejeros que se acercaban a su casa hasta que murió y el hijo vendió la casa. También tiene obsesión por una gatita huérfana callejera: “Desde que vivimos aquí he estado obsesionada con una gata atigrada pequeñita, una huérfana que desaparece durante meses”.
Siguiendo el ejemplo del anciano, deja comida en su porche y acuden gatos, pero sobre todo le emociona esa gatita. Relacionado con ello, en un curso de escritura creativa había planteado el ejercicio de escritura de una novela donde la narradora con enfermedad mental sufría por la desaparición de su gato. Refleja en el diario una reflexión ante los alumnos, no exenta de cierta ironía: “Tal vez en esto consista la auténtica soledad. Preocuparse por un gato perdido que ni siquiera sabes si existe. Todos lo anotaron como si hubiera dicho algo profundo”.
En el libro, deja también constancia del poder de atracción y los riesgos presentes de las redes sociales, riesgos en los que ella misma reconoce incurrir en ocasiones: “Cuánto daño nos infligimos con las redes sociales: ambas lo sabemos y con todo nos vemos abocadas a esas fotos e historias de éxito y felicidad, por más que sean ficticias”.
En el reflejo de la cotidianidad no oculta los episodios de alteraciones corporales, sangrado abundante, quiste en el útero, posible entrada de la fase no fértil con 37 años, que hace cuestionarse la maternidad con la oposición de la pareja que aduce una serie de obstáculos, el ritmo de vida de ambos, el arte, los viajes, y tampoco excluye sus propias dudas, “Miro a bebes y sé que debería desear uno”.
Esa cotidianidad se refleja también en las discusiones de pareja por buscar otro lugar más amplio para vivir, ella añorando el campo y él, otro lugar en la ciudad, pero ambos con la necesidad de un cambio: “Estamos buscando espacios nuevos, pero en realidad lo que buscamos es un retiro, claridad, escapar de nuestro caos interno”.
Es interesante como refleja sus vistas de la calle, gatitos callejeros, acumulaciones de basura o la caída de un bebé petirrojo al jardín y su ayuda para subirlo a una rama, episodio que le recuerda a Wittgenstein y cómo daba de comer a las aves marinas en su ventana, con la contrapartida de que al irse, los gatos se los comieron porque se habían domesticado. Y recordando a Wittgesnstein, reflexiona sobre la función del lenguaje en el escritor.
Como Wittgenstein intentando superar la filosofía. Soy escéptica con el escritor que piensa en el lenguaje como algo sagrado.
Y en esas vistas a la calle, la tristeza se apodera de ella, volviendo al tabaco tras una década sin él, tras presenciar el atropello de un gatito: “Volví a fumar después de haber visto cómo uno de los coches que pasan a toda velocidad atropellaba a un gatito callejero en la esquina. Empecé a gritar y no podía dejar de temblar”.
Hay una crítica de esos autores que cobran sumas importantes por sus libros de autoficción en períodos más bien cortos: “cuando nosotros tardamos años en sólo pensar y tomar notas”. Ella no escribe libros como si fueran churros y en el libro que está escribiendo el tiempo presenta el problema de cómo reflejarlo: “El presente era un problema para mí… El problema con lo diario: cómo escribir el día cuando se nos escapa. Ese era el problema central en el trabajo que intentaba escribir”.
Otro tema es el enfrentarse a la hoja en blanco y los caminos indefinidos a los que puede llevar una narración. En este sentido se identifica con Sebald: “Pienso en Sebald, que dijo en una entrevista que, cuando se sentaba a escribir, no sabía hacia donde se dirigía, seguía sus pensamientos y sus conexiones como un perro en el campo”.
En ocasiones Kate nos muestra detalles sobre su padre, no exentos de sentimiento de culpa por no visitarle más a menudo ante su decaimiento físico. Los intereses de ambos se encuentran alejados salvo en el gusto por las películas antiguas.
A principios de octubre viene mi padre de visita. Lo único que tenemos en común son las películas antiguas. Juntos podemos ponernos a hablar de los entresijos de la primera etapa de Hollywood… No veo bien a mi padre. Está delicado, ha echado mucha barriga.
El hermano gemelo de su padre murió de cáncer hepático y al ver el decaimiento de su padre, siente angustia: “Me aflige el hecho de que mi padre esté solo”. Viendo la película de Yasujiro Ozu, Cuentos de Tokyo, se sume en la aflicción pensando en su padre: “Viendo la película llegó un punto en que me eché a llorar y no pude parar. Aún sigo conmovida tras la experiencia. Pienso en mi padre viudo que pasa la noche en vela, doblando la colada, viendo películas. Me cuenta que le cuesta leer su libro sobre la historia de la puntuación”.
Se muestra interesada en Joseph Cornell, pintor, escultor, y cineasta vanguardista estadounidense. Trata de encontrar libros sobre él en la biblioteca. Se siente fascinada por las cajas que realizaba, conteniendo objetos y dibujos.
Nos habla la autora sobre diferentes cineastas y películas. La visión de la espléndida Vértigo, de Hitchcock, del documental vanguardista Sans Soleil, de Chris Marker. Habla sobre la reciente muerte de Chantal Ackerman (1950-2015), a la que admiraba: “Lo brillante que era su obra registrando el tiempo muerto y el espacio en blanco”.
Lleva un cuaderno de notas por la calle y en el metro y manifiesta la obsesión general de la gente por mirar constantemente el móvil: “Es aburrido mirar a la gente en este vagón, todo el mundo está con el móvil… Las estaciones de tren me parecen reconfortantes, pero me distrae que todo el mundo esté con el móvil”. Hace fotografías, deambula, “Doy vueltas, siento que toda la multitud me aplasta”. Visita librerías donde hojea las fotografías de Nan Goldin, Mapplethorpe, fotos de cuadros de Basquiat, libros de Cioran, Jean Rhys…, “A veces me cuestiono la identificación que siento con escritores y artistas que desaparecieron”.
Son los días de Halloween, con gente con máscaras por las calles. Le traen recuerdos de su hermano llorando por un disfraz de una tienda porque su madre les hacía los disfraces. Tristemente en esa época recibió la noticia de la próxima muerte de su madre.
Siempre suele ser por Halloween cuando más me persigue el recuerdo de mi madre, cuando vuelvo de manera visceral al momento en que me enteré de que iba a morir.
Regresa al pasado visitando la residencia femenina donde se alojó durante las prácticas en una revista cuando iba a la universidad.
El anhelo intenso de dejar mi otra vida, de volver a mi pasado. Pero quizá de la misma manera que Jimmy Stewart en Vértigo deja de ser detective y a la vez no. Como Wittgesnstein con la filosofía. O Walser con la escritura.
Otro artista que recorre las páginas del libro es Durero, principalmente le conmueve su obra Melancolía I: “Que Durero haya plasmado el silencio de la habitación y el acto desordenado de pensar, de intentar representar una experiencia interior”.
Relaciona la autora el grabado de Durero con Wittgenstein, que necesitaba una habitación monacal para pensar.
Pienso en cómo Wittgenstein deseaba silencio en su vida, y como a menudo se retiraba a algún sitio, a una habitación escasamente amueblada, para poder pensar. A veces lo único que necesitaba era una silla en una habitación.
Le interesa la fotografía y en su amateurismo trata de captar imágenes de los árboles en diferentes etapas, y principalmente siente atracción por los huecos en sus troncos.
Al repasar las fotografías, me sigue conmoviendo la solemnidad del crecimiento y las texturas de los árboles, lo fascinante de sus cavidades, como pinturas abstractas. Tener miedo a los agujeros o, en realidad, no tener fobia, sino sentirme intensamente atraída por ellos.
En la dura etapa invernal nos da cuenta la narradora de su preocupación por la supervivencia de los gatos callejeros.
Un episodio traumático es un robo en su casa por la noche al olvidar dejar el cerrojo. Los ladridos de Genet los alertaron. El ladrón se llevó su portátil, una cámara, el móvil, varios objetos y su cuaderno de notas para el libro. Lo más importante es que había transcrito la mayor parte. La policía pudo recuperarle la mayor parte de objetos, salvo el cuaderno. Deja constancia de su desasosiego por las noches, durante una temporada.
En la segunda parte, denominada Vértigo, el tema principal es su embarazo y posterior maternidad. El título, además de aludir a la película de Hitchcock que tanto adora, hace referencia al estado en que se encuentra al saber la noticia del embarazo. Da cuenta de su paranoia buscando en internet las tasas de aborto y de las dudas de si abortar o no. Siente a su vez el vértigo del cambio radical de sus ideas preestablecidas. Refleja a su vez la extrañeza al escribir el libro estando embarazada.
Quería una vida dedicada a la lectura, al pensamiento y a la escritura -algo parecido a una especie de existencia monástica-, y ahora es lo contrario.
Escritoras amigas le informan de que en dos años no podrá escribir e incluso los cuatro primeros años, existiendo la alternativa de ahorrar e invertir en una niñera. Relaciona el embarazo con La metamorfosis de Kafka: “¿Podría leerse La metamorfosis de Kafka como una alegoría del embarazo: un cuerpo que de repente se vuelve extraño, las náuseas, la pequeña tripa dura, sólo poder dormir bocarriba?”.
Por otra parte, siente entusiasmo cada vez que le dan buenas noticias del embarazo. Se confirma una niña. Trata de agilizar su escritura y terminación del libro en agosto, antes del nacimiento de la niña. Nos va informando de sus cambios corporales y su fijación en mujeres embarazadas y con bebés. Ola de calor, embarazo avanzado, agobio.
Ayer di vueltas por el piso con mi vestido de cambray sin mangas como el fantasma de mi abuela, en su cocina calurosa, con mi barriga descomunal. Me siento como si me hubieran pillado dentro de un Vermeer.
Escape del verano en la ciudad a una cabaña lejana en el campo. Refleja en ese ambiente la alegría de Genet: “Por la ventana vemos correr libre al perro. Qué criatura tan noble, comenta John”, y su estado de relajación necesario: “Vamos al muelle y nos sentamos con los pies colgando sobre el agua. Apoyo la cabeza en la espalda de John. La lentitud de aquí. La necesitaba espiritualmente”.
Indirectamente o quizás no tanto, su perro Genet y su gatita se vuelven parte importante del libro. Nos cuenta con verdadera emoción su regreso tras no dar señales de vida en el verano: “Ha vuelto la gata. Casi lloré al verla… ¡Qué contenta estoy de verte, exclamé!”.
Es relevante entre las críticas, la denuncia de los escasos derechos de los profesores adjuntos. A pesar de un embarazo avanzado con molestias frecuentes, no pude solicitar la baja maternal anticipada, por tal estatus.
Nos descubre Kate la experiencia de visita de algunas exposiciones y destaco Pixel Forest, creación de la videoartista suiza Elisabeth Charlotte Rist, más conocida como Pippilotti Rist.
Vamos a la exposición de Pippilotti Rist. Qué felicidad pura estar allí. Caminar por su Pixel Forest, la belleza y el éxtasis de los colores saturados de su instalación de luces colgantes.
En el último tramo del libro la autora da cuenta del nacimiento del bebé a finales de noviembre, lo cual conlleva la imposibilidad de entregar Derivas en el año, siendo aplazado a febrero. Habla de su experiencia sobre la maternidad y su especial sensibilidad, quizás por ese estado del posparto, con llantos frecuentes.
Si bien Book of mutter era un libro más visceral, donde emocionalmente Kate se implicaba hasta el desgarro en su relato en torno a la relación con su madre, sobre la cual se vertebraba el texto; Derivas responde a una continuidad lógica, es decir, no se aleja tanto de sus postulados. En aquel, el artista marginal Henry Darger y la escultora Louise Bourgeois, ocupaban buena parte de la narración, algo que en el reciente libro sucede con el escritor Rainer Maria Rilke y con el artista Joseph Cornell. Como aquel, Derivas, igualmente se enriquece con una serie de referencias culturales de todo tipo, principalmente literarias, donde la autora nos habla del propio Rilke, pero también de Susan Sontag, Ingeborg Bachmann, Elizabeth Hardwick, Roland Barthes, Kafka, Sebald o Robert Walser, entre otros; cinematográficas, con varios textos sobre la película Vértigo de Hitchcock y Sans soleil de Chris Marker o el cine de Chantal Ackerman y Yasujiro Ozu; artísticas, donde se dan cita una serie de artistas, pintores o fotógrafos como Joseph Cornell, Pippilotti Rist, Durero, Paula Modersohn-Becker, Nan Goldin, Mapplethorpe…, o también filosóficas, con Cioran y Wittgenstein. En este libro, los textos se encuentran más centrados en si misma, y en ellos nos revela la cotidianidad, sus anhelos, dificultades y momentos de felicidad, haciéndose eco de las afinidades y discrepancias en la vida de pareja, la preocupación por los animales domésticos propios o ajenos, la búsqueda del lugar idóneo para vivir, la dificultad de plasmar el tiempo, la memoria, las incertidumbres en la escritura, los contratiempos por la adicción a los móviles, internet o las redes sociales, la precariedad laboral, las relaciones de amistad y familiares, o la maternidad. Y todo ello contado de manera desenfadada, o en determinados momentos, no dudando en desnudarse íntimamente, ofreciéndonos su faceta más humana y vulnerable.
Imagen de Kate Zambreno: By Wiki-rachelbbb – I took the photo. Previously published: http://therumpus.net/2012/11/the-sunday-rumpus-interview-kate-zambreno/, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=22867035
“Drifts” © Kate Zambreno 2020
Colección Libros del Apuntador
“Derivas” © Ediciones La Uña Rota, 2023 ⇗
Traducción de © Montse Meneses Vilar
320 Páginas