En Burdeos, 1972; nos habla de sus sentimientos en torno a los valses de acordeón franceses en contraste con el tango de su admirado Julio De Caro:
“Esos valsecitos franceses tocados en acordeón, con profusión de notas a toda velocidad, sencillos pero muy adornados, siempre me habían producido una clase especial de nostalgia; una nostalgia que no refiere a ningún pasado personal, que no refiere a nada vivido ni conocido. Exactamente igual que los tangos que escuchaba a mis quince años en discos del sexteto de Julio De Caro, grabados quince o dieciséis años antes de que yo naciera. Igual, en cuanto a la nostalgia sin referencias personales; pero cada uno, el valsecito y el tango, tiene una clase distinta de nostalgia. La nostalgia del valsecito francés viene mezclada con un cierto fracaso, un fracaso por así decirlo placentero; fracasa en la alegría que pretende; es una alegría falsa, y que sabe que es falsa. El tango me trae la nostalgia por algo que no viví pero que fue; el valsecito me quiere mostrar algo presente que no es, algo que debería alegrarme pero con un tipo de alegría que no existe, o que no conozco. Lo que podría ser, pero no es, ni será. Es muy fácil echarse a llorar con esos tangos o con esos valsecitos. Y es un llanto necesario, que hace bien.”
“«Il n’y a pas d’amour hereux»; no hay amor feliz. Éste es el título de un poema de Louis Aragon, al que mi amigo Georges le puso música. Georges Brassens fue mi amigo desde mucho antes de que yo conociera a Antoinette; cuando tenía mi negocio, una vez había comprado un lote de discos, y entre ellos había uno de Brassens. Jamás lo había oído nombrar. Escuché el disco y de inmediato me sedujo la calidez de su voz y el ritmo de sus canciones. Cantaba acompañándose de su guitarra y de un contrabajo. No entendía una palabra de lo que decía, pero escuché el disco hasta saberlo de memoria, y lo mismo algunos amigos; una vez, en un viaje en auto hacia un balneario, cantamos a grito pelado Elisa, Jorge y yo «Au bois de mon coeur». Algo entendíamos, pero no mucho. Después conseguí un libro de la colección «Poètes d’aujourd’hui» en el que estaban casi todas las canciones de ese disco, y unas cuantas más. Con un pequeño diccionario francés-español logré desentrañar algunas cosas, pero no era fácil. Brassens usaba mucho argot, muchos modismos, y además a menudo cortaba las palabras por la mitad y pasaba la otra mitad al verso siguiente.”