Austerlitz, de Sebald

W. G. Sebald “Austerlitz” (2001) Anagrama 2019

Sebald Austerlitz: arquitectura como archivo de la memoria

En Austerlitz, la arquitectura no es un simple telón de fondo, sino un dispositivo narrativo y de memoria. Estaciones, fortalezas, bibliotecas o campos de concentración aparecen como espacios sedimentados de historia, donde las huellas del pasado se inscriben en muros, pasillos y ruinas. Jacques Austerlitz recorre estos lugares como si fueran archivos materiales, intentando descifrar en ellos las claves de su identidad perdida.

El escritor convierte cada edificio en un testigo silencioso: las estaciones que anuncian tanto encuentros como destierros, las fortificaciones que se transforman en prisiones, la Biblioteca Nacional de París como símbolo de un saber monumental pero inhóspito. La mirada arquitectónica se convierte así en una forma de leer el tiempo y el trauma, de mostrar cómo el espacio conserva lo que la memoria humana tiende a borrar.

Desde esa primera clave —la arquitectura como archivo— se despliega toda la obra. Austerlitz no es solo la historia de un hombre en busca de sus orígenes, sino también un recorrido por espacios que guardan huellas invisibles: estaciones, fortalezas, bibliotecas, ruinas. Cada edificio se convierte en un testigo silencioso de la memoria europea y en un espejo de la identidad fragmentada del protagonista.

Hay que tener un poco de paciencia al principio al leer esta fundamental obra de Sebald. El protagonista principal, Jacques Austerlitz, conversará con el narrador desarrollando una serie de descripciones arquitectónicas detalladas de edificios y digresiones varias, como la vida de las polillas, sobre fotografías, pinturas o lecturas. Nosotros estaremos desubicados pensando qué tipo de libro estamos leyendo. Un poco avanzada la narración, Austerlitz, historiador de Arte, hará una serie de revelaciones donde todas las piezas irán encajando como en un puzzle.

Austerlitz, Sebald

Al escritor alemán no le gustaba que a sus trabajos narrativos se les denominara novelas, más bien él prefería definirlas como obras en prosa o “ficciones documentales”, en todo caso. Ciertamente ocurre en la obra: Austerlitz es un personaje ficcional pero toma como modelo muchas de las características del filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein (que coincidió en la escuela con el genocida Hitler, totalmente opuesto a él; por supuesto) . Ambos judíos, de pensamiento lúcido, interés por la arquitectura, la mochila al hombro y como nos relata el narrador, que todo apunta al propio autor“la expresión de espanto que los dos tenían en la cara”.

La documentación proporcionada por el autor es completamente veraz, minuciosa y detallada; incluso incluye fotografías que añaden un mayor grado de credibilidad al relato.

Cuenta el escritor en alguna entrevista que hasta que no estuvo impartiendo clases en Inglaterra no se enteró de todo el mal que había provocado el nazismo. Viviendo en Alemania apenas se mencionaba el tema y si preguntaba algo, generalmente se desviaba la conversación hacia otros derroteros.

Nos habla del desarraigo en Austerlitz, como debió de ocurrir con el destino de tantos niños trasladados a Gran Bretaña: entre 1938 y 1939 acogió aproximadamente a unos 10.000 niñosseparados de sus padres, provenientes de Alemania, Austria, Checoslovaquia y Polonia. Una gran parte quedaría huérfana durante el nazismo. La otra, fue dada en adopción (caso de Austerlitz) y el resto, en centros de acogida.

Jacques, acogido por un matrimonio anciano galés de rígidas costumbres y vida triste; el padre adoptivo había sido predicador. De trato frío con el niño. Posteriormente tuvo que vivir en un internado.

Hay una indagación de los orígenes de Austerlitz por la necesidad de saber donde nació y cuales fueron sus verdaderos padres, y sus posibles itinerarios finales. Nos habla de una necesidad de olvidar pero a su vez, de sacar a flote los recuerdos como liberación:

“No me parece, dijo Austerlitz, que comprendamos las leyes que rigen el retorno del pasado, pero cada vez me parece más como si no hubiera tiempo, sino diversos espacios, imbricados entre sí, entre los que los vivos y los muertos, según el talante en que se encuentran, van de un lado a otro, y cuanto más lo pienso tanto más me parece que nosotros, los que todavía nos encontramos con vida, a los ojos de los muertos somos irreales y sólo a veces, en determinadas condiciones de luz y requisitos atmosféricos, resultamos visibles.
Hasta donde puedo recordar, dijo Austerlitz, siempre he tenido la impresión de no tener lugar en la realidad, como si no existiera”
.

Tratar de buscar respuestas a sus orígenes, a su pasado, al destino de sus verdaderos padres, buscando cualquier clase de signo; llevan prácticamente a la locura y soledad, a Austerlitz:

“Y yo traté otra vez de explicarle y explicarme los inconcebibles sentimientos que me habían acosado en los últimos días; de decirle que, como loco, pensaba continuamente que por todas partes me rodeaban signos y secretos; que incluso me parecía como si las mudas fachadas de las casas supieran alguna cosa mala de mí, y que siempre había creído que tenía que estar solo, lo que ahora, a pesar de mi añoranza de ella, era más fuerte que nunca”.

Jacques tiene una fijación con las fortificaciones y el paradójico hecho de que fueron construidas como defensa y derivaron en cárcel y tumba para sus ocupantes, caso de las fortificaciones de Breendock y de Theresienstadt que los nazis transformaron en siniestros campos de prisioneros. También tiene escaso aprecio por las estaciones, porque si bien pueden ser causa de felicidad a la vez pueden serlo de desgracia, dado que muchos trenes llevaron prisioneros judíos a destinos crueles o a niños como él, al destierro.

Critica también la edificación de otros inmuebles, como la Biblioteca Nacional de París, un edificio que se caracteriza por su grandiosidad y frialdad, resultando poco acogedor para la lectura.

Cabe destacar la estructura narrativa temporal: coincide el protagonista inicialmente en 1967 con el narrador y luego tendrán ocasionales encuentros incluso con décadas por medio. La relación se reanuda en 1996 con sus intermitencias hasta 1997. En cambio los hechos narrados se remontan desde 1934 hasta la actualidad. Hechos pasados dentro de otro pasado más reciente y recuerdo dentro del recuerdo.

Para leer con calma, de frases largas, en un monólogo reflexivo de Jacques Austerlitz. Doloroso, melancólico, evitando caer en el sentimentalismo; ni el interlocutor ni el narrador emiten juicios de valor en una ficción con visos de sangrante realidad.

Austerlitz: la memoria como ruina habitable

Si al comienzo la arquitectura aparecía como archivo, al final se revela también como ruina habitable: un espacio donde el pasado no se conserva intacto, sino fragmentado, erosionado, pero aún capaz de hablar. En esas grietas, en esas huellas incompletas, Jacques Austerlitz encuentra tanto la imposibilidad de recomponer su historia como la necesidad de seguir buscándola.

Sebald nos recuerda que la memoria no es un edificio sólido, sino un conjunto de restos, de luces y sombras que se entrecruzan. Habitar esas ruinas, aceptar su precariedad, es la única forma de mantener vivo el vínculo con lo perdido.


Para acompañar la lectura, el sugerente álbum “État”, del compositor y pianista francés, afincado en Nueva York, Daniel Wohl:

Strings: Michi WianckoEliza BaggRob MooseNadia SirotaEric ByersAndie SpringerMariel Roberts; Percussion: Matt Evans (“Primal”); Piano: Dustin O’Halleran (“Dream Sequence”), Daniel Wohl (“Melt”, “Orbit”); Vocals: Channy Leaneagh; (“Angel”), Eliza Bagg (“Subray”); Synthesizer: Ryan Olson (“Subray”); Clarinet: Ken Thomson (“Subray”, “Angel”)
Flute: Alex Sopp (“Angel”, “Subray”).

All songs written by Daniel Wohl. New Ámsterdam Records, 2019

Editorial: Anagrama, edición 2019↗️
Colección: Compactos 50
Traducción: Miguel Sáenz

Más reseñas de W. G. Sebald

Dos obras fundamentales donde Sebald entrelaza historia, fotografía y testimonio para explorar el exilio, la identidad y la persistencia de la memoria.