Cuando pasas cada valla, cada puerta / te veo pasar, / y el viento en el callejón / y el perro que tú escuchas… / yo los escucho. / Comes y tocas, / y yo me alimento satisfecho. / Juntos, pues, / somos libres de decidir solos: / o comportarnos de nuevo / como dos desconocidos.
Eddie Balchowsky a la pintora Mary Berger
Un resumen de lo que representa Balchowsky para Toni Orensanz, lo tenemos en estas certeras palabras:
Fue un superviviente que se aferró a la vida. Una lección ambulante de resistencia y de superación sonriente. Un perdedor entre perdedores al que nada terminó de salir bien, pero del que todos se encariñaban. Un idealista a quien la vida maltrató con saña, obligado a descubrir demasiado pronto que la vida iba en serio y que, pese a ello, se obstinó en vivirla hasta no poder más. Sin resentimiento. Mentor espiritual y gurú salvador para muchos, aunque él no supiera redimirse, como los buenos mesías. Un hombre esencialmente libre y de una cierta candidez. Un buen tipo. Un amor. Un idealista iluso. Un maestro of the streets. El pianista de un solo brazo. Aquel pecador tan agradable. El rey de los callejones.
En el Prefacio del libro, el autor nos explica el origen de su interés por el brigadista Eddie Balchowsky. Por lo visto, surge de unas conversaciones con el doctor Carles Hervás, —médico e historiador—, a propósito de un documental que le habían encargado sobre la atención sanitaria en la batalla del Ebro. El doctor Hervás se ha especializado en la atención sanitaria durante la Guerra Civil. En el transcurso de la conversación surgió el caso de un brigadista pianista que perdió un brazo, cuyo apellido dudaba. Toni Orensanz —escritor, dramaturgo y periodista—, a raíz de esta especial circunstancia comenzó a investigar sobre el caso de este voluntario estadounidense:
No tenía ni la más remota idea de quién era el tal Balchowsky, ni de dónde había salido, pero hay historias que no piden permiso alguno para meterse en tu cabeza, sin que alcances a saber muy bien el porqué.
La labor de investigación, nos aclara el autor que fue laboriosa, contando con diversas ayudas, entre otras, la de su mujer, bibliotecaria. Viajes, visitas a archivos de medio mundo y entrevistas con personas que lo conocieron y descendientes.
Fue un superviviente que se aferró a la vida. Una lección ambulante de resistencia y de superación sonriente. Un perdedor entre perdedores al que nada terminó de salir bien, pero del que todos se encariñaban. Un idealista a quien la vida maltrató con saña, obligado a descubrir demasiado pronto que la vida iba en serio y que, pese a ello, se obstinó en vivirla hasta no poder. Sin resentimiento. Mentor espiritual y gurú. salvador para muchos, aunque él no supiera redimirse, como los buenos mesías. Un hombre esencialmente libre y de una cierta candidez. Un buen tipo. Un amor. Un idealista iluso. Un maestro of the streets. El pianista de un solo brazo. Aquel pecador tan agradable. El rey de los callejones.
The Quiet Knight fue un club de Chicago de actuaciones en directo, referente de la música rock, folk y jazz. Su fundador en 1969, Robert Harding, ofreció trabajo a Eddie, que junto a su perro Duke, fueron un distintivo del club, hasta que cerró, en 1979.
El cantautor Utah Phillips actuó allí y quedó sorprendido al ver a Eddie tocar el piano con un solo brazo y cantar con voz aguardentosa, entre otras, canciones de la Guerra Civil española. Dedicó a Eddie una canción que cantaría después a menudo en conciertos. La anécdota del origen de la canción es bien pintoresca. Por lo visto, Utah, a mediados de los setenta, recibe una llamada en la que le anuncian el fallecimiento de Eddie. Por su amistad y cariño hacia él, compone “Eddie’s song” . Una semana más tarde, el cantante recibe la llamada del propio Balchowsky:
—Pero ¿no te habías muerto?
—¿Quién, yo? Diría que no.
—Bueno, qué más da… ¡Estés en el infierno, muerto o en Chicago, me da lo mismo, colega! Me alegro tanto de oír tu voz…
Al cabo de una semana, los dos se citaron en The Quiet Knight, donde charlaron, bebieron y cantaron, sin que faltara en el repertorio la canción fúnebre dedicada a Balchowsky, a quien lo de estar vivo y tener ya escrita una canción maravillosa sobre su muerte le pareció el regalo más macabro y divertido que podía hacerle la vida. No todo el mundo puede decir lo mismo.
Balchowsky se sentía cómodo en el papel de Lázaro porque, de hecho, la experiencia de España ya había sido para él una especie de milagro de resurrección.
Podéis ir escuchando las canciones que menciono en el artículo:
Eddie's song Standing in your shadow, afraid to go outside I could listen to your music all night long But the world keeps on changing; there's still no place to hide I know that we can't change it with a song One hand on the keyboard and moonlight fills the room One hand on the Ebro, no regrets One hand on tomorrow reaching for the sun One hand on the sun that never sets The white cliffs of Gandesa lie sleeping in the rain I guess some places always have their kings And now I hear you singing the forgotten songs of Spain I wish we could remember all those things One hand on the keyboard and moonlight fills the room One hand on the Ebro, no regrets One hand on tomorrow reaching for the sun One hand on the sun that never sets I thought that I had trouble when I was on the loose That must have been our carnival instead And now I hear our children, they're singing "What's the use?" They drop a little something for their head One hand on the keyboard and moonlight fills the room One hand on the Ebro, no regrets One hand on tomorrow reaching for the sun One hand on the sun that never sets.
La canción de Eddie De pie a tu sombra, temeroso de salir, podría escuchar tu música toda la noche Pero el mundo sigue cambiando; Todavía no hay lugar para esconderse Sé que no podemos cambiarlo con una canción Una mano en el teclado y la luz de la luna llena la habitación Una mano en el Ebro, sin arrepentimientos Una mano en el mañana alcanzando el sol Una mano en el sol que nunca se pone Los acantilados blancos de Gandesa yacen durmiendo bajo la lluvia Supongo que algunos lugares siempre tienen sus reyes Y ahora te oigo cantar las olvidadas canciones de España Ojalá pudiéramos recordar todas esas cosas Una mano en el teclado y la luz de la luna llena la habitación Una mano en el Ebro, sin arrepentimientos Una mano en el mañana alcanzando el sol Una mano en el sol que nunca se pone Pensé que tenía problemas cuando estaba suelto Ese debe haber sido nuestro carnaval en su lugar Y ahora escucho a nuestros hijos, están cantando "¿De qué sirve?" Se les cae algo por la cabeza Una mano en el teclado y la luz de la luna llena la habitación Una mano en el Ebro, sin arrepentimientos Una mano en el mañana alcanzando el sol Una mano en el sol que nunca se pone.
El cantante de folk, Jimmy Buffett, también actuó allí y se quedó sorprendido con Eddie: Nos informa Orensanz que reflejaría después en un periódico:
«Eddie tocaba el piano sobre todo cuando el local cerraba y se apagaban todas las luces. Los músicos, por lo general, todavía estaban allí, medio borrachos y cansados. Y lo escuchaban en silencio tocar con un solo brazo. Nadie decía una sola palabra por temor a que se detuviera. Las canciones llenaban el aire de una triste y a la vez alegre melancolía».
Jimmy igualmente dedicaría otra emblemática canción de su repertorio a Eddie, “He Went to Paris”. Nos cuenta Toni que la letra es una ficción inspirada en él:
He went to Paris He went to Paris Looking for answers To questions that bothered him so He was impressive, Young and aggressive, Saving the world on his own Warm summer breezes And french wines and cheeses Put his ambitions at bay Summers and winters Scattered like splinters And four or five years slipped away He went to England Played the piano And married an actress named Kim They had a fine life She was a good wife And bore him a young son named Jim And all of the answers To all of the questions Locked in his attic one day He liked the quiet Clean country living And twenty more years slipped away Well, the war took his baby Bombs killed his lady And left him with only one eye His body was battered His whole world was shattered And all he could do was just cry While the tears were a' fallin' He was recallin' The answers he never found So he hopped on a freighter Skidded the ocean And left England without a sound Now he lives in the islands Fishes the pylons And drinks his green label each day He's writing his memoirs And losing his hearing But he don't care what most people say "Through eighty six years Of perpetual motion, " If he likes you, he'll smile and he'll say, "Some of it's magic, And some of it's tragic, But I had a good life all the way" He went to Paris Looking for answers To questions that bothered him so.
Fue a París Fue a París Buscando respuestas a preguntas que le molestaban tanto Era impresionante, joven y agresivo, salvando el mundo por su cuenta Brisas cálidas de verano Y vinos y quesos franceses Poner sus ambiciones a raya Veranos e inviernos Dispersos como astillas Y cuatro o cinco años se escaparon Fue a Inglaterra Tocó el piano Y se casó con una actriz llamada Kim Tuvieron una buena vida Ella era una buena esposa Y le dio un hijo pequeño llamado Jim Y todas las respuestas A todas las preguntas Encerrado en su ático un día Le gustaba la vida tranquila en el campo limpio Y veinte años más se le escaparon Bueno, la guerra se llevó a su bebé Las bombas mataron a su dama Y lo dejaron con un solo ojo Su cuerpo fue maltratado Todo su mundo estaba destrozado Y todo lo que podía hacer era llorar Mientras las lágrimas caían'Él estaba recordando'Las respuestas que nunca encontró Así que se subió a un carguero Derrapó el océano Y dejó Inglaterra sin un sonido Ahora vive en las islas Pesca los pilones Y bebe su etiqueta verde todos los días Está escribiendo sus memorias Y perdiendo la audición Pero no le importa lo que diga la mayoría de la gente "A través de ochenta y seis años de movimiento perpetuo, "Si le gustas, sonreirá y dirá: "Parte de eso es magia, y algo de eso es trágico, pero tuve una buena vida todo el camino" Fue a París Buscando respuestas a preguntas que le molestaban tanto.
El periodista Roger Ebert era asiduo del club y entrevistó a Eddie en 1973. Ahí Balchowsky desvela su itinerario. Revela sus motivos de alistamiento en las Brigadas Internacionales para acudir a España:
A medida que pasan los años se me hace más y más difícil decir por qué fui a España. Yo no era muy activo políticamente, la verdad. En aquella época, solo me dije que había que ir a España a matar fascistas. Yo soy judío, Hitler no me gustaba especialmente y estaba al tanto de que España iba a ser el inicio de la expansión de Hitler en Europa. Así que hacia allí me fui.
Parece que las claves de su partida a nuestro país, según nos desvela Orensanz, se encuentran en el aislamiento de Eddie en la niñez, al ser la única familia judía en Frankfort, pequeña ciudad de Illinois:
Descendientes de emigrantes lituanos llegados a los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo xix —aunque en los papeles del desembarco americano constara un supuesto origen polaco—, la suya era una familia judía, y él creció siendo el único niño judío de aquella pequeña comunidad.
Tirando del hilo, Orensanz encuentra declaraciones donde Eddie admite sus dificultades en la infancia:
Balchowsky no guardaba un buen recuerdo de su infancia. Muchos años más tarde recordaba con dolor los malos tratos vividos como único niño judío de la localidad. Duda si ha de hablar de la pequeña ciudad de Illinois en la que creció. «Yo era el sucio judío. Tuve que pelear todos los días al ir y volver del colegio», le confesó a un periodista del Chicago Tribune.
Esa opresión que vivió en su infancia, lo determinó a alistarse. Así lo admite en el documental, “The good fight” (1984), en el que se relata la participación de voluntarios norteamericanos en la Guerra Civil española.
La querencia por la música le viene por su madre, siempre animándolo a aprender música y tocar el piano que tenían en casa. Consiguientemente, Eddie realizaría estudios de canto y música clásica en la Universidad de Illinois.
Eddie se ganaba la vida como pianista en una escuela de ballet y como cantante camarero.
Nos sigue contando Toni, que además de la traumática infancia, el auge de los totalitarismos en Europa y el antifascismo internacional, llevaron a Eddie a alistarse como voluntario junto a cerca de dos mil seiscientos norteamericanos, en la Brigada Abraham Lincoln.
En el autobús de alistamiento conoció a otro voluntario, Syd Harris, el cual pasaría a ser uno de los grandes amigos de Eddie. Saldrían rumbo a España el 6 de noviembre de 1937.
Curiosamente, Eddie se cambiaría en España a las brigadas británicas. El cambio se debió a su organizada actividad cultural. Junto a ellos, Eddie se integró en el acto, componiendo, cantando, manteniendo y tocando el piano de la iglesia.
Paul Robeson, conocido actor y cantante estadounidense, activo en la lucha por los derechos humanos, vino a España para apoyar al bando republicano. Actuó en Tarazona de la Mancha, coincidiendo con Eddie. A Paul le informaron de un cantante y pianista estadounidense. Actuando ante los soldados brindó a Eddie, —ante su sorpresa—, la oportunidad de tocar junto a él:
«Así que me acerqué al piano y te juro que me temblaban las rodillas. Pero toqué. Toqué “Volga Boatmen” con él», en palabras de Balchowsky. Y lo hizo ovacionado, entre un estallido de aplausos.
Y llega para Eddie, el momento más dramático en la guerra. En la batalla del Ebro y de nuevo junto a la Brigada Abraham Lincoln, Eddie es alcanzado en el antebrazo derecho:
«No sientes dolor. Simplemente percibes una especie de vibración, un zumbido metálico, como si fueras una lámina de acero y te hubiese golpeado una barra de hierro», dijo en la entrevista a Roger Ebert.
Dos camilleros recogen a Balchowsky, pero en el trayecto muere en el acto uno de ellos —Eddie lamentaría su muerte al recordarlo—, y ambos tienen que correr como pueden hasta llegar a la ambulancia, con la suerte de ocupar la última plaza:
«Yo fui el último en llegar a la ambulancia. Estaba abarrotada, y todo el mundo estaba muy nervioso. Al entrar yo, ya no había sitio para nadie más. Tuve mucha suerte», reconoció Balchowsky.
Mientras, la cuarta compañía seguía bajo fuego enemigo. «Solo unos pocos hombres consiguieron salir vivos de aquella colina. No sé exactamente cuántos, pero solo una pequeña parte.»
En la ficha que se conserva en el archivo histórico del Musseu de la Medicina de Catalunya, figuran unas pocas líneas: que cayó herido a las diez de la mañana el día 7 de septiembre de 1938 en el sector del Ebro y presentaba herida de bala en el antebrazo derecho con gangrena gaseosa.
Eddie fue trasladado urgentemente a las vías de un túnel en l’Argentera, donde había camuflado un tren hospital.
Gracias al cirujano Luis Quemada que pudo salvar los 651 historiales clínicos ante la llegada de las tropas franquistas, se sabe el destino posterior de Balchowsky y el resto de pacientes.
Con la colaboración de un hijo se pudieron esconder en una finca cerca de Valladolid. Estos historiales se encuentran hoy en el Archivo Militar de Avila y en la ficha de Eddie, además de otros detalles técnicos se puede leer su destino posterior:
Tres días más tarde —tras ser tratado en el tren hospital número 20—, ocupaba la cama número 33 del piso segundo del Hospital Militar de Vallcarca.
Pero de la fecha y detalles de la amputación Toni no ha podido encontrar nada. Solo hay un documento en el Archivo de la Guerra Civil, en Salamanca:
Así que, para saber a ciencia cierta qué fue de Balchowsky a partir del 10 de septiembre, solo tenemos un documento, depositado en el Archivo de la Guerra Civil, en Salamanca. Se trata de una «relación de los camaradas internacionales hospitalizados en la clínica militar de Vich», con fecha de 19 de octubre, donde figura, en el primer folio del listado, el «americano» Edward Balchowski.
Se pregunta Toni qué pensaría Eddie al no tener un brazo, siendo pianista; en el documental ya citado se le pregunta al respecto y encontramos a un Eddie siempre positivo:
—¿Sentiste pánico? —le preguntaron durante el rodaje de The Good Fight.
—No. No. No. No… En realidad, no, y no sé decirte por qué… Me imagino, sencillamente, que no es mi forma de ser. Cuando las cosas se ponen muy difíciles, no siento pánico.
—Pero el brazo era fundamental para ti como pianista…
—Sí, el brazo era muy importante para mí como pianista, pero te diré la verdad —sentenció él, con una aparente seguridad, cultivada durante años, supongo—. Cuando supe que no iba a tocar el piano nunca más, ya sé que es difícil de creer, pero creedme, mi reacción sencillamente fue: «Bueno, y ahora… ¿qué vas a hacer?». Eso es todo. Supongo que es fácil de decir, pero así fue, es del todo cierto.
Nos cuenta el autor, que Balchowsky, por medio del dibujo y de otra anécdota que solía contar sobrevivió en la convalecencia. Por lo visto, tenía fiebres muy altas y debilidad y contaba que por las noches se deslizaba al sótano, donde estaban las despensas del convento que suministraba alimentos al hospital, para beber leche de cabra.
Seguir su rastro en Chicago, de vuelta de España, resulta más fácil —indica el autor—, por la cantidad de simpatizantes de Eddie que dejó, además de familiares directos.
La acogida a los combatientes en Norteamérica fue fría. Se une el trauma que habían vivido y la pérdida de compañeros, además de las propias heridas, como la ausencia de parte del brazo, en Eddie. Sufría fuertes dolores y un médico le inyectó una excesiva cantidad de morfina. Parece ser que le produjo adicción. Recaba Toni varias informaciones, como la de un periodista:
Años más tarde, otro periodista volvería a hacerse eco de la misma tesis de un modo casi idéntico: «Hay quien atribuye su muerte a sus años de drogadicción, provocada por un médico inconsciente que le administró una elevada dosis de morfina para contrarrestar el dolor de la herida de guerra».
No obstante, puestos a ser un poco serios, la verdad es que resulta imposible establecer cuál fue la influencia del tratamiento con morfina en 1938 en su posterior adicción a las drogas.
El hecho es que durante los cuarenta y cincuenta, Eddie se ve inmerso en la adicción al alcohol y la heroína que alguien le indujo a probar. Él mismo, reconocía más tarde esos malos momentos:
«Estaba muy enganchado a la heroína. Prefiero pasar de largo por ese periodo. No es inteligente sacar a la luz a personas, lugares e incidentes. He pasado página».
Pero refleja Toni que a pesar de ello, pintaba, escribía poesía y aprendió a tocar el piano con una mano en sus momentos lúcidos.
Se casó cuatro veces:
La primera se llamaba Betty, y estuvieron casados muy poco tiempo, en los primeros años cuarenta, al poco de regresar de la guerra; la segunda esposa fue Norma, la del sótano, la madre de Raena; la siguiente fue Pat, con quien tuvo su segundo hijo, un niño llamado Kenny; y finalmente, a finales de los sesenta, se casó con Judith, también pianista, mucho más joven que él, con quien concibió otra niña, su última hija, Elizabeth.
Judith consiguió que siguiera un programa de desintoxicación.
Una de las mayores sorpresas para Eddie, fue encontrarse por casualidad a su compañero brigadista, Syd Harris, al que daba por muerto. Syd le confesó que había estado en una cárcel franquista. Juntos rememorarían a menudo sus peripecias pasadas. Mimi Harris, veterana activista y mujer del ya fallecido Syd, le confiesa al autor la importancia que tuvo la participación de su marido, de Eddie y de tantos otros voluntarios, en la Guerra Civil española:
—¿Sabes qué pienso? —se pregunta Mimi Harris—. Que ninguno de ellos lo superó. Que ninguno de los norteamericanos que fueron a España lo superó nunca. Mi marido tuvo una vida intensa, se labró una buena carrera profesional como fotógrafo, se implicó en muchas causas, tuvo éxitos, pero luchar en España fue lo más importante de su vida. Eran personas muy románticas e idealistas… ¡Claro que los había que se limitaron a seguir las directrices del Partido Comunista! Pero la mayoría de los que yo he conocido eran tipos extremadamente románticos, y España fue el punto álgido de su vida. Nunca superaron aquel viaje. Nunca lo dejaron atrás. Nada significaba más para ellos. Así fue para mi marido, y creo que también para Eddie.
The Siegel-Schwall Band fue una de las asiduas bandas que actuaba en The Quiet Knight. Eddie les dibujó la portada de su disco 953 West —en realidad la dirección del Club—. Corky Siegel rememora a Eddie junto a Orensanz:
—Durante muchos años, traté a Eddie semana tras semana porque tocábamos y ensayábamos allí, y hablábamos siempre, y Eddie te daba consejos y te enseñaba los trabajos que estuviera haciendo en aquel momento —cuenta Corky Siegel (el Siegel de la banda), una leyenda viva del blues, un músico de armónica prodigiosa, cuyo nombre figura desde el año 2013 en el Chicago Blues Hall of Fame.
Podemos escuchar el disco 953 West, cuya portada dibujó Eddie reflejando los callejones que tanto le gustaban. En el disco comprobamos la habilidad a la armónica de Corky Siegel:
Entre las personas que profesaban especial cariño a Eddie, se encontraba Jack Micheline, poeta y amigo de Jack Kerouac. Le cuenta al autor, el también poeta, Gerald Nicosia —quien también fue amigo de ellos—, la amistad existente entre los dos:
«Vivían juntos en un pequeño apartamento con otros hombres y mujeres, y lo sé porque tanto Micheline como Balchowsky fueron amigos míos años después».
El mismo Micheline reflejaría su amistad con Balchowsky:
«Era un buen amigo. Un camarada cercano. Un verdadero artista. Un gran pianista. Su corazón era tan grande como el río Volga. Ayudó a mucha gente a su manera. Un ser extraordinario. Una inspiración para mí», escribió de su puño y letra.
Sobre Eddie y sobre el pintor expresionista Franz Kline, escribió un poema:
O city white and gleaming White towers to the sky These two men Were firebirds Two saints of love A wanderer A rebel son A guy named Ed Balchowsky And a guy named Franz Kline.
Oh, ciudad blanca y resplandeciente de torres blancas hacia el cielo, estos dos hombres eran pájaros de fuego dos santos del amor un vagabundo un hijo rebelde un tío llamado Ed Balchowsky y otro llamado Franz Kline.
Orensanz expresa la importancia que Eddie confirió a las filosofías y disciplinas orientales, como el Zen, el taoísmo, el budismo y el I Ching:
Otro poeta, Carl Macki, no duda de la importancia que el I Ching (que tiene una parte adivinatoria mediante el lanzamiento de monedas y la consulta de complejos hexagramas) tuvo para él: «Eddie solía lanzar las monedas y leer los hexagramas. Diría que era algo más que una obsesión, era una forma de vida. Lo compararía con un cristiano que nunca decide nada importante sin consultar primero con Jesús o el Espíritu Santo»
Los ochenta supusieron unos años de reconocimiento a su actividad pro derechos y ayuda de personas necesitadas.
Entre las anécdotas por esas fechas, figura una que contaba la cantante Rosalie Sorrels como preámbulo a Eddie’s song, en su recopilatorio, Strangers in Another Country de 2008. Era 1986 y la Universidad Estatal de Boise, en Idaho, estaba preparando un homenaje a Ernest Hemingway, con motivo de su vigésimo quinto aniversario de su muerte. Rosalie llamó a Eddie para solicitar su intervención en los actos, pero quedó sorprendida por la reacción del brigadista:
—Como ya sabes, Hemingway pasó muchas temporadas de su vida en Idaho.
—Sí, lo sé —asintió Balchowsky con cierta desgana, como si le interesara más bien poco lo que Sorrels le estaba contando.
—Voy al grano, Eddie. Te llamo porque en el programa han incluido la proyección de algunas películas sobre la guerra civil española y quieren invitarte a participar en el homenaje a Hemingway.
—¿En Boise? —preguntó Balchowsky sin ningún entusiasmo.
—Sí, en Boise.
Y un silencio notorio se apoderó del otro lado del auricular.
—Hey, Eddie. ¿Me oyes?
—Sí, te oigo perfectamente. —Volvió a reinar el silencio, hasta que al cabo de unos segundos Balchowsky añadió—: ¿Sabes qué pasa, Rosalie? Que esto del homenaje tendré que hablarlo con Milton.
—¿Qué Milton?
—Con Milton Wolff.
—No sé si te entiendo, Eddie. ¿Tienes que pedir permiso al comandante de los Lincoln para venir a Boise?
—Tenemos que hablarlo, Rosalie. Hemingway nunca nos cayó demasiado bien. Era un narcisista arrogante y un hijo de puta que solo estaba interesado en él mismo. Aunque hay que reconocer que escribía bien.
Sorrels se echó a reír y pensó que, ciertamente, con Balchowsky nunca se sabía por qué tangente podía escaparse. Aunque, finalmente, al cabo de dos días, le devolvió la llamada para confirmarle su asistencia al homenaje.
Sorrels, interpreta una extraordinaria y sentida versión de la composición de Utah Phillips, “Eddie’s song” :
También se produjo su regreso a España en 1986, por un homenaje del gobierno español en reconocimiento a las Brigadas Internacionales. Viajar a España era costoso y los amigos, familiares y allegados organizaron una colecta, con subasta de dibujos suyos, además de actuaciones musicales, como la de su amigo Corky Siegel. Pudieron viajar a España cerca de cuatrocientas personas, entre brigadistas y familiares, entre ellos, además de Eddie, su camarada Syd Harris. El homenaje fue todo un éxito y Balchowsky volvió a cantar y tocar al piano las viejas canciones de la Guerra Civil española, incluso con guiños a los brigadistas alemanes al grito de Freiheit («Libertad»).
Sus últimos tres años de vida, entre 1986 y 1989, supusieron un reencuentro con su hija pequeña Liz. La niña vivía con su madre, Judith, pero a los trece años tuvo que pedir ayuda a la Iglesia y los Servicios Sociales, debido a la inestabilidad mental de su madre. Vivió en dos casas de acogida, hasta que Eddie se enteró y comenzó a visitarla, consiguiendo su acogida, finalmente. El autor interroga a Liz sobre el recuerdo de su padre:
—¿Qué recuerdas de él?
—Su cariño… Y sigue impresionándome el amor que sembraba por donde pasaba, su humanidad, su ética, su actitud vital colorida, salvaje y juguetona, y el recuerdo de su lucha en España como algo completamente natural… Viajar a España fue lo más importante que hizo en su vida.
El fallecimiento de Syd Harris en julio de 1989, fue un duro golpe para Eddie. Unos meses después, concretamente el 27 de noviembre de 1989, se cree que se arroja a las vías del tren —no se tiene total certeza de que fuera un suicidio, incluso hay quienes piensan que fue un desgraciado accidente—. Aunque Liz confiesa al autor del ensayo, que Eddie había dejado la droga, sí admite que solía beber de manera intermitente, además de tener una tendencia a la depresión:
—Tú tienes que saberlo, Liz. ¿Tu padre consiguió dejar la heroína? ¿No se chutaba?
—Cuando yo vivía con él no tomaba heroína. Eso es seguro. Bebía vino, pero se esforzaba en tener los pies en la tierra y estar limpio. Creo que nunca se conformó con depender de una sustancia. Eso iba en contra de su manera de ver el mundo, y además le sentaba mal. Siempre estaba dispuesto a progresar y a ser mejor persona.
De vez en cuando, eso sí, Balchowsky sufría depresiones. Pasaba temporadas en California, y Liz, que ya era mayor de edad, se instalaba entonces en casa de algún amigo (suyo o paterno). Nadie sospechaba todavía que la muerte ya estaba esperándole en la puerta del metro de la esquina.
No hay lápida, en determinado pequeño cuadrante debajo de la hierba yacen sus cenizas, por deseo expreso de Eddie en vida, fiel a su sentido espiritual, sus hijas respetaron su última voluntad. Su primo, Jeff Balch, los amigos y combatientes de la Brigada A. Lincoln, recolectaron dinero para colocar un cenotafio cerca de su tumba. Toni Orensanz junto a Jeff, nos describe el acercamiento a la placa en memoria de Eddie:
Plantados frente al cenotafio, situado a unos doscientos metros de la tumba, Jeff se muestra orgulloso de su obra, y la verdad es que tiene motivos para ello: el monumento funerario está muy bien situado, junto al camino y cerca del epicentro de la «zona radical», y es fácil de encontrar. Consiste en un bello y solemne mármol de pórfido rojo (o eso creo), y el texto inscrito me parece acertado, ni demasiado notarial ni azucarado en exceso.
En él puede leerse lo siguiente: «A la memoria de Edward Ross Balchowsky (1916-1989). Artista, poeta, narrador, pianista de un solo brazo, veterano de la guerra civil española como voluntario en la Brigada Abraham Lincoln. Sus amigos, familia y compañeros. Los antifascistas prematuros te saludan».
Es muy interesante la labor de rescate de Toni Orensanz sobre la trayectoria vital de Edward Balchowsky. Eterno desarraigado y soñador, con sus luces y sus sombras —más estas hacia sí mismo—, pero con unos códigos éticos y morales que no admiten discusión alguna. Orensanz no se ha limitado a testificar sus vivencias en España, sino que nos ha revelado, a partir de sus orígenes, el camino seguido por este antihéroe romántico. Un texto servido con detalle, con apoyo documental exhaustivo y entrevistas de primera mano que se tornan indispensables, además de ser un apasionante relato sobre una persona, que como tantas otras, de manera desinteresada, defendió la paz ante la sinrazón y la injusticia.
Para cerrar, esta canción interpretada por The Weavers, que seguro que más de una vez cantó Eddie Balchowsky, “Si me quieres escribir”:
También es muy interesante este pequeño documental, “Peat Bog Soldier” , de Diane Weyermann; un testimonio del propio Eddie Balchowsky:
¿Cómo perdiste el brazo, Balchowsky? 🔗
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