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Juan Rulfo, Fotógrafo y escritor

La realidad no me dice nada literariamente, aunque pueda decírmelo fotográficamente.

Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, más conocido como Juan Rulfo nació en Apulco, un pueblo pequeñísimo que no aparece en los mapas, “una barranca con calles torcidas y empinadas”, perteneciente a San Gabriel, distrito de Sayula (Estado de Jalisco), el 16 de mayo de 1917, en el seno de una familia acomodada que lo perdió todo en la Guerra Cristera.

Me llamo Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno. Me apilaron todos los nombres de mis antepasados paternos y maternos, como si fuera el vástago de un racimo de plátanos, y aunque sienta preferencia por el verbo arracimar, me hubiera gustado un nombre más sencillo. En la familia Pérez Rulfo, nunca hubo mucha paz, todos morían temprano a la edad de 33 años y todos eran asesinados por la espalda. Mi padre se llamó Juan Nepomuceno, mi abuelo paterno era Carlos Vizcaíno, lo de Rulfo lo tengo por Juan del Rulfo, un aventurero que llegó a México a fines del siglo 18.

Rulfo vivió en la población de San Gabriel hasta la muerte temprana de su padre – asesinado en 1923, de un balazo en la nuca – y la muerte repentina de su madre, en 1927.

De pequeño fue testigo de las atrocidades de la Revolución Mexicana (1910-1920) y de la guerra civil, conocida como Cristiada (1926-1929), que marcó drásticamente su infancia. La muerte violenta de su padre, abuelo y dos tíos, lo convirtió en un niño taciturno y solitario.

Tras la muerte de su abuelo, fue internado en el orfanatorio Luis Silva de Guadalajara. Antes había estudiado con las monjas Josefinas de San Gabriel.

Era el único orfanato que existía. Y a los ricos de Guadalajara los internaban ahí, como en una cárcel correccional. Nosotros que veníamos de los pueblos, lo tomábamos todo como cosa natural. Pero para muchas personas, sobre todo hijos pudientes de Guadalajara, la forma de castigar a sus hijos era metiéndolos en este orfanatorio. Era terrible la disciplina, el sistema era carcelario. Lo único que aprendí ahí fue a deprimirme, fue una de las épocas en las que me encontré yo más solo y donde conseguí un estado depresivo que todavía no se me puede curar, lo confesó a Joaquín Soler Serrano en el programa A fondo de TVE, transmitido a finales de los setenta.

Pasó cuatro años en ese orfanato, de los diez a los catorce. Seguramente esos cuatro años que pasó en Guadalajara dejaron para siempre el sello de la soledad marcado en su alma.

El sacerdote del pueblo con el deseo de conservar la biblioteca parroquial la confió a la abuela del niño. Rulfo tuvo así a su alcance, cuando apenas había cumplido los ochos años, todos aquellos libros que no tardaron a llenar sus horas de ocio.

Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta, dirá uno de los personajes de ¡Diles que no me maten!

Sus biógrafos suelen destacar su orfandad como determinante al arranque de su vocación artística y literaria. El propio Rulfo declaró que entre los cinco y los 13 años de edad sólo conoció la muerte.

Al madurar, Rulfo vertió todo el dolor acumulado en una de las obras más importantes de la literatura contemporánea en lengua castellana: Pedro Páramo. (Fernando Díaz)

Yo tuve una infancia muy dura, muy difícil. Una familia que se desintegró de manera fácil en un lugar que fue totalmente destruído. Desde mi padre y mi madre, inclusive todos los hermanos de mi padre fueron asesinados. Entonces viví en una zona de devastación. No sólo de devastación humana, sino de devastación geográfica. Nunca encontré […] la lógica de todo eso. No se puede atribuir a la revolución. Fue más bien una cosa atávica, una cosa de destino, una cosa ilógica. Hasta hoy no he encontrado el punto de apoyo que me demuestre por qué en esta familia mía sucedieron en esta forma, y tan sistemáticamente, esa serie de asesinatos y crueldades. Juan Rulfo

Debido a la violencia revolucionaria, la familia de Juan Rulfo se vio en la necesidad de cambiar de residencia constantemente. Errancia que marcaría su vida para siempre. En efecto, Rulfo desempeño oficios diversos, e incontables cambios de domicilio. Empleos más bien raros, como agente de inmigración, recaudador de rentas. Trabajó en publicidad, y en el departamento de ventas de una firma de neumáticos, Goodrich-Euzkadi, como agente vendedor de llantas, recorriendo todo el país.

La itinerancia de sus actividades favoreció mucho su labor fotográfica.

Su hijo Juan Carlos se acuerda: Le costó trabajo sobrevivir, a veces no había nada de comer en la casa. Vendía llantas en momentos difíciles por los pueblos. Y en ese viaje, le ofrecieron hacer las guías de viaje. Para eso tomó fotos.

Hay una profunda conexión entre la infancia desdichada, traumática de Rulfo (su personalidad atormentada y errática) y la atmósfera angustiosa de su obra.

“No sé si vivo o si me acuerdo”, escribió Albert Camus en Entre sí y no. Esta frase podría ser el leitmotiv de toda la obra rulfiana.


Vuelvo hacia todos
lados y miro el llano. Tanta y tamaña tierra para
nada. Se le resbalan a uno los ojos al no encontrar
cosa que los detenga.

Rulfo puntualizó en una entrevista que “la verdadera historia de la revolución mexicana está en la literatura. Los historiadores son muy parciales”, expresando un escepticismo profundo ante la posibilidad de encontrar una verdad histórica objetiva.

La literatura es una mentira para decir la verdad. Juan Rulfo

Pedro Páramo es una obra de rememoración y de reconstrucción de hechos que se imbrican en la memoria colectiva e individual. Las lagunas de su memoria las llenó Rulfo con la imaginación. La ficción está ahí para reparar, colmar, ausencias y silencios.

Le bastaron menos de trescientas páginas repartidas en dos libros para convertirse en una figura clásica, imperecedera de la literatura latinoamericana y universal.

(Elvio Gandolfo)

La narración fragmentada de Pedro Páramo, hecha de bruscos cambios y saltos temporales (elipsis, analepsis, prolepsis) coincide con el funcionamiento de la memoria post traumática. La experiencia traumática de la pérdida sucesiva de sus familiares próximos -padre, madre, abuelo, tíos- tuvo un tremendo impacto emocional sobre el escritor.

Dijo en un reportaje: “considero que es una novela [Pedro Páramo] difícil, muy difícil, pero fue hecha con esa intención. Se necesitan tres veces leerla para entenderla, mi generación no la entendió ni la consideró interesante. Ha sido difícil por la estructura misma de la obra. Es difícil volver a escribir una novela así porque está estructurada en tal forma que llega aparentemente a no tener estructura cuando es lo que sostiene a la novela, la estructura ¿no?”

Rulfo vivió en un contexto de guerra y violencia a una edad muy temprana, tenía solo 6 años. Fue testigo de hechos muy duros. Para un niño pequeño, es muy difícil asimilar y superar experiencias traumáticas. La elección (inconsciente) de la estructura narrativa, fragmentaria y discontinua, de su novela, no es casual:  coincide con la estructura de la memoria traumática, que está hecha de bloqueos emocionales, fallos y lagunas. La memoria traumática funciona de otro modo.

Una situación excesivamente violenta e intensa no se integra a la memoria consciente del sujeto y no es procesada como recuerdo, se aloja en las oscuras mazmorras del olvido y de la memoria selectiva. Esto no permite que el evento sea expresado verbalmente y dejado atrás, sino que queda como un trauma que resurge en forma de flash back suscitado por un olor, un sonido o un detalle, y sumerge a la persona en una casi alucinación de la cual no recuerda el contexto exacto, sino un detalle y un flujo de emociones intensas en una casi alucinación de la cual no recuerda el contexto exacto, sino un detalle y un flujo de emociones intensas. La memoria del trauma es fragmentaria, selectiva y por lo tanto incompleta, y como cuando sucedió el drama el sujeto se fijó sólo en un detalle que lo marcó para siempre, se la llama hipermnesia, pues olvidó el contexto general. (cf. Andrea Bizberg, La memoria del trauma)

Pedro Páramo es un impresionante monumento de condensación narrativa, un libro construido de silencios, de hilos colgantes y de escenas cortadas.

(Javier Cercas)

Como señaló el escritor Rodríguez Monegal, desde el primer párrafo de Pedro Páramo nos encontramos con unhombre que “busca su identidad en la búsqueda de su padre muerto, para de inmediato descubrir que los referentes de su identidad están en todo el pueblo de Comala y en cada uno de sus fantasmales habitantes.

No había escrito una sola página, pero me estabadando vueltas a la cabeza. Y hubo una cosa que me dio la clave para sacarlo, es decir, para desenhebrar ese hilo aún enlanado. Fue cuando regresé al pueblo donde vivía, 30 años después, y lo encontré deshabitado. Es un pueblo que he conocido yo, de unos siete mil, ocho mil habitantes. Tenía150 habitantes cuando llegué. La gente se había ido, así. Pero a alguien se le ocurrió sembrar de casuarinas las calles del pueblo. Y a mí m tocó estar allí una noche, y es un pueblo donde sopla mucho el viento, está al pie de la Sierra Madre. Y en las noches las casuarinas mugen, aúllan. Y el viento. Entonces comprendí yo esa soledad de Comala, del lugar ese. (cf.R. Roffé, Juan Rulfo. Autobiografía armada, Buenos Aires, ed.Corregidor, 1973).

Durante 23 años, Juan Rulfo trabajó en la Dirección de Publicaciones del Instituto, como editor de una colección de antropología contemporánea y redactor, periodo en el que se publicaron más de 235 libros de antropología social sobre 56 comunidades indígenas de México.

En opinión de Diego Prieto, Juan Rulfo “es el más grande antropólogo de los escritores mexicanos”, en términos de alguien que da cuenta del fenómeno humano y es capaz de traducir un universo cultural a otros.” En Pedro Páramo y El llano en llamas, pero también en su fotografía e incluso en los títulos que editó para el entonces Instituto Nacional Indigenista, se encuentran claves para releer su relación con la antropología:

Los sueños son en el pensamiento de muchos pueblos indígenas y campesinos de México, un elemento fundamental para aproximarse a la realidad, hablar con los ancestros y curar las enfermedades. Si en Pedro Páramo los muertos están presentes, es porque así lo cree la gente. En Rulfo vamos a encontrar la recuperación del tiempo circular de los antiguos pueblos de México, un tiempo que, al día de hoy, refrendan indígenas y no indígenas. (cf. Diego Prieto, Juan Rulfo. Miradas cruzadas entre literatura y antropología).

En 1947 se casó con Clara Angelina Aparicio Reyes, con quien tuvo cuatro hijos. Sus Cartas a Clara, escritas entre los años 1944 y 1950, fueron publicadas en 2012.

Teníamos un campo, con una huerta, íbamos a cortar peras y manzanas, aguacates, a estar con los perros. El olor a pasto quemado me recuerda mucho a sus días. Quitábamos hierba, hacíamos fogata”, rememora su hijo Juan Carlos. Las conversaciones giraban en torno a la música, la fotografía, las cámaras. No tanto de literatura. No le gustaba. Era una grosería hablar de literatura en casa. Una conversación sabrosa era hablar de aguacates o porqué poner un árbol en tal lugar. En la huerta, al pie del volcán Popocatépetl, hablar con el señor que nos ayudaba era una delicia. Ahí estaba el sabor, en platicar con la gente.

En 1978, García Márquez, que sabía de memoria párrafos enteros de Pedro Páramo, escribió :

“A Juan Rulfo, por otra parte, se le reprocha mucho que sólo haya escrito Pedro Páramo. Se le molesta siempre preguntándole cuándo tendrá otro libro. Es un error. En primer término, para mí los cuentos de Rulfo son tan importantes como su novela Pedro Páramo, que, lo repito, es para mí, si no la mejor, si no la más larga, si no la más importante, sí la más bella de las novelas que se han escrito jamás en lengua castellana. Yo nunca le pregunto a un escritor por qué no escribe más. Pero en el caso de Rulfo soy mucho más cuidadoso. Si yo hubiera escrito Pedro Páramo no me preocuparía ni volvería a escribir nunca en mi vida.”

García Márquez compartió con Rulfo el tema de la soledad, que al fin y al cabo es la soledad de América Latina.

A partir de mediados de los años 50, Rulfo trabajó como guionista cinematográfico, y en la producción de algunas cintas; pero también como fotógrafo, asesor de verosimilitud histórica (La Escondida) y actor- como en la película En este pueblo no hay ladrones. Escribió también los textos de películas como Paloma herida (1963) o El gallo de oro (1967), coescrito con Carlos Fuentes, Roberto Gavaldón y Gabriel García Márquez y Danzas Mixes, documental que hizo con Walter Reuter. Con Roberto Gavaldón colaboró también en un otro documental sobre la terminal del Valle de México, y trabajó con Antonio Reynoso y Rafael  Corkidi en El despojo, donde  también hizo  fotografías.

A finales de 1955 se rodaba la primera película basada en un cuento suyo, Talpa. Rulfo estuvo presente durante todo el rodaje y fotografió los actores mientras descansaban.

Juan Rulfo fue un artista completo, escritor, guionista y fotógrafo de talento, legó alrededor de 6 mil negativos a la Fundación Juan Rulfo que conserva su obra, de modo que no puede considerarse a la fotografía como un mero pasatiempo del autor.  

Empezó a hacer fotografías alrededor de 1930, actividad que compaginaba con sus trabajos, en sus viajes como vendedor de neumáticos, y su afición por el montañismo; tanto caminaba que su tía Lola le apodó de Juan pata de perro.

Rulfo salió a recorrer el país, cámara en mano —fue su compañera de vida— de finales de los años 30, hasta el 62, algunas firmadas en el reverso. Usaba cámaras Rolleiflex (seis por seis). Por esos años entró al INI (Instituto Nacional Indigenista) y tener un horario rígido no le permitía sentarse a escribir y a hacer foto.

Sus fotografías revelan su interés por la arquitectura (edificios y templos precolombinos, iglesias barrocas, palacios hispánicos y haciendas abandonadas, ruinas), el indigenismo (Oaxaca), retratos (de escritores, amigos y familiares) y autorretratos, pero también paisajes (cielos, llanos, páramos, montañas y volcanes, árboles, peñascos, playas y plantas), cine, danza moderna en el aire libre, ferrocariles- su pasión (rieles, locomotoras, vagones de cargas)-y hasta fotos aéreas.

Sus fotos aparecieron por primera vez en la revista América, con el título 11 Fotografías de Juan Rulfo y en las revistas y publicaciones: Mapa, Acción Indigenista, Sucesos para todos y la Guía de Caminos de la Goodrich-Euzcadi.

Las letras son un pasatiempo que comparto con mi otra gran afición: la fotografía. A veces siento ganas de salir al campo con mi cámara; otras, de quedarme en casa, leyendo; algunas, muy pocas, me encierro a escribir, de noche y a mano, comentó en una entrevista que concedió al también escritor y poeta, José Emilio Pacheco.

Cuando yo tomaba fotografías no pensaba en la literatura, son dos géneros muy diferentes.
Juan Rulfo

La literatura, la fotografía y la antropología las estudió de forma autodidacta.

Antes de darse a conocer como escritor practicó este oficio: a los 17 años publicó su primera foto en la revista América. “Lo que quisimos mostrar en la exposición es que Rulfo no fue el fotógrafo aficionado que toma aquello que ve sorpresivamente en la calle sino que sus fotografias son proyectos estructurados, era un fotógrafo profesional”, declaró el arquitecto Víctor Jiménez, director de la Fundación Juan Rulfo.

En 1980 se celebró una gran exposición de su fotografía (100 fotos) en el Palacio Nacional de Bellas Artes, en el marco de un Homenaje nacional (título del catálogo de la exposición) .

Un tema de grande importancia para Juan Rulfo fue el de la arquitectura de México que tomó aproximadamente la mitad de sus fotografías. En 2002 apareció el libro Juan Rulfo, Letras e imágenes, de Editorial RM, con 116 fotografías y 16 textos suyos dedicados a distintos edificios y sitios de interés patrimonial y arquitectónico en México.

En 1982 se exhibieron en Berlín 60 fotos de Juan Rulfo, dentro del Festival Horizonte-82.

Juan Rulfo es el mejor fotógrafo que he conocido en Latinoamérica, escribió Susan Sontag en su libro On Photography.

Amplias panorámicas que transmiten una serenidad documental que insinúa una ausencia total de intervención, como si se tratara de un fotógrafo que ni añade ni quita elementos a lo que “está ahí”, o mejor, a lo que “siempre ha estado ahí.  (cf.Modernidad y ferrocarriles:  trayectorias urbanas de Juan Rulfo, Francisco Carrillo).

Las fotos revelan calles fantasmales, llenas de murmullos. No siempre la alegría,como dijo Carlos Fuentes, pero sí la dignidad.Muestran personajes intemporales, andariegos, hijos del desconsuelo. Rostros mexicanos, anónimos, suspendidos en un tiempo inmóvil. Campesinos laborando tierras áridas, abrasadas por el sol, invisibilizados por la pobreza.

Y en este comal acalorado quieren que sembremos semillas de algo, para ver si algo retoña y se levanta. Pero nada se levantará de aquí. Ni zopilotes. “Nos han dado la tierra”

Los campesinos se sienten desamparados porque el Gobierno les ha abandonado, porque los caciques imponen su voluntad o porque el proceso revolucionario no ha significado nada para ellos: sólo violencia. Rulfo nos ha dejado una imagen del hombre acosado por antiguos atavismos, abandonado a su soledad en medio de un mundo hostil. Es la radiografía de unas tierras, las de Jalisco, en las que apenas se vislumbra la esperanza. Es, en definitiva, una proyección de lo difícil que resulta la existencia humana. Víctimas y verdugos coincidirán en un punto: todos ellos han sido condenados a una soledad que traspasa la frontera de la muerte. (cf, José Carlos González Boixo, “Juan Rulfo: Nostalgia del Paraiso“, in Cuadernos de Literatura)

En octubre de 2010 se ha lanzado un libro de gran formato, simultáneamente en tres idiomas: español, inglés y portugués de Brasil, sobre el trabajo fotográfico de Juan Rulfo, 100 fotografías de Juan Rulfo(Editorial RM). Libro de extraordinaria calidad realizado por Daniele De Luigi – autor del ensayo, Más allá del silencio. Rulfo fotógrafo: problemas e interpretaciones)- y Andrew Dempsey, quien dedicó una década al estudio del acervo fotográfico del autor mexicano. Fue impreso en Hong Kong por la japonesa Toppan Printing Company e incluye 2 textos de Rulfo dedicados a la fotografía: uno sobre Henri Cartier-Bresson y sus fotografías mexicanas, y otro, sobre la obra del fotógrafo mexicano Nacho López, con quien mantuvo una amistad.

En 2017, con ocasión del centenario del escritor, se publicó el libro El fotógrafo Juan Rulfo, recopilación de su obra fotográfica.

Admiro mucho a quienes pueden escribir acerca de lo que oyen y ven inmediatamente. Yo no puedo penetrar la realidad: es misteriosa. Juan Rulfo

Espacios añorados de montañas y volcanes, llanos infinitos, cielos tormentosos, ruinas de edificios, fragmentos de muros, resonancias de una memoria colectiva hecha de violencia y abusos. Paisajes del alma rulfiana, donde imperan remordimeintos, olvido y soledad. Universo de misantropía e incomunicación.

Hay intimidad y fluidez entre la obra literaria y fotográfica, brotan de un mismo impulso poético, lacónico y evocador, que recuerda mucho el universo pictórico y metafísico de Giorgio de Chirico. La mirada fotografica de Rulfo es compasiva y animista. Naturalista también porque muestra una naturaleza dotada de misterio y de una singular fuerza telúrica. Temáticas rurales y urbanas que entremezclan tradición y modernidad. Estética poética de un mundo inquietante, humilde y decadente.

Imágenes que nos interpelan e invitan a reflexionar una y otra vez …

Fui andando por la calle real en esa hora. Miré las casas vacías; las puertas desportilladas, invadidas de hierba.
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