El argumento gira en torno a un chaval y a un grupo de mercenarios al que se une. Son contratados por autoridades de Texas y de México con el fin de exterminar el mayor número posible de indios en la frontera de ambos países, debido a sus frecuentes incursiones en sus territorios. Todo ello acontece a partir de mediados del siglo XIX.Un narrador testigo, seguirá de cerca las andanzas de un muchacho. Su madre murió en el parto, no sabe su nombre porque su padre nunca lo ha nombrado. El narrador se referirá e él como «chaval».
Embed from Getty ImagesCormac al inicio del libro, en el desafortunado vía crucis del chico desde su nacimiento, prefigura el tono que va a seguir la narración, donde la oscuridad y la violencia van a tener su razón de ser:
«La madre muerta hace catorce años ha incubado en su seno la criatura que la llevará a la tumba. El padre jamás pronuncia su nombre, el niño no sabe cuál es. En alguna parte tiene una hermana a la que no volverá a ver. Pálido y sucio, observa. No sabe leer ni escribir y ya alimenta una inclinación a la violencia ciega. Toda la historia presente en ese semblante, el niño el padre del hombre».
El chaval y otros dos hombres, entre ellos Toadvine, que tendrá cierta relevancia a lo largo de la narración; se unirán a un grupo de mercenarios, que se ganan la vida cortando cabelleras indias: «Se llama Glanton, dijo Toadvine. Tiene un contrato con Trías. Les pagarán cien dólares por cada cabellera y mil por la cabeza de Gómez. Le he dicho que éramos tres».
A raíz de ese momento, el libro no dará tregua, entrando en una espiral de caos y violencia. Las imágenes de Cormac impactan. Sentirse tentado a dejar el libro en un rincón y pasarse a otra lectura más complaciente es todo uno. Pero algo nos impele a seguir leyendo. La hábil manera en que narra el autor, alternando descripciones con diálogos, la extraña atmósfera, la figura ambivalente y estremecedora del juez, repulsiva pero hipnótica a su vez; nos invitan a continuar pese a todas las reticencias.
En el siguiente párrafo, uno entre tantos, el narrador describe los actos violentos en toda su crudeza:
«En aquel primer minuto la matanza se había generalizado. Las mujeres chillaban y niños desnudos y un hombre viejo se adelantaron agitando unos pantalones blancos. Los jinetes pasaron entre ellos y los asesinaron con porras o cuchillos. Un centenar de perros aullaban atados y otros corrían como posesos entre las chozas dando dentelladas entre ellos y a los que estaban atados, y aquel pandemónium y aquel clamor no disminuyeron desde el momento en que los jinetes habían irrumpido en el poblado. Algunas chozas estaban ya en llamas y todo un desfile de refugiados había empezado a correr hacia el norte por la playa lanzando alaridos y con los jinetes entre ellos como pastores aporreando primero a los rezagados».
La violencia y el juez Holden son los factores dominantes en la narración. El personaje mediatiza gran parte del libro. Su enorme figura de más de dos metros, su cabeza calva y su tez albina, sobrecogen. En él, encontramos reminiscencias del capitán Ahab de la obra de Melville. Pero si Ahab tenía como meta principal encontrar y acabar con la gran ballena blanca, en nuestro personaje no se observan unas metas concretas salvo el anhelo de sangre y muerte. Quizás él mismo, albino como la ballena, sea «otro» Moby Dick, en sí mismo. Otro pasaje nos recuerda también a la novela de Melville: en Moby Dick hay un profeta harapiento que previene a Ismael y Queequeg para no subirse al Pequod. En nuestro libro un menonita previene al chaval y sus compañeros para no unirse al capitán Worth, preludio de la unión con las huestes nefastas de Glanton y Holden.
Lo que más sorprende del juez, es observar su manera de actuar siendo un hombre letrado. Holden despliega su singular verborrea por todo el libro. Tomemos el siguiente discurso como ejemplo:
«La ley moral es un invento del género humano para privar de sus derechos al poderoso en favor del débil. La ley de la historia la trastoca a cada paso. No hay criterio definitivo que pueda demostrar la bondad o maldad de un juicio ético. Que un hombre caiga muerto en un duelo no prueba que sus opiniones fueran erróneas. Su misma implicación en ese duelo da fe de una nueva y más amplia perspectiva».
En no pocas ocasiones dicha verborrea tiene como fin embaucar a la gente ingenua: «Los libros mienten, dijo. Dios no. No, dijo el juez. Dios no. Y estas son sus palabras. Les mostró un pedazo de roca. Él habla por mediación de los árboles y las piedras. Los harapientos intrusos se miraron asintiendo con la cabeza y no tardaron en darle la razón, a aquel hombre instruido, en todas sus conjeturas, cosa que el juez se ocupó de fomentar hasta que los hubo convertido en prosélitos del nuevo orden solo para después burlarse de ellos por ser tan tontos».
La figura controvertida del juez mantiene ciertas claves que apuntan al gnosticismo. Parece mas bien la encarnación del mal, un demiurgo sembrando el caos y la destrucción. Como apunta el narrador, el juez se cree inmortal: «Él no duerme nunca, dice. Dice que nunca morirá. Saluda a los violinistas y luego recula y echa atrás la cabeza y ríe desde lo hondo de su garganta y es el favorito de todos, el juez».
Por si fueran pocos los atributos reprobables del personaje del juez, hay que mencionar la alusión a su pederastia, como observamos en el siguiente fragmento: «Cuando entraron en los aposentos del juez encontraron al idiota y a una chica de unos doce años desnudos y encogidos en un rincón. Detrás de ellos estaba el juez, también desnudo.»
«Meridiano de sangre» alude a ese oeste salvaje donde apenas imperaba la ley. En algunas películas cinematográficas, caso de «Grupo Salvaje», con alta dosis de violencia también, hay una serie de personajes desesperados grupales, pero en la película de Peckinpah se mueven por un código ético y moral, incluso enfrentándose a la muerte movidos por dichos ideales. En cambio en la obra de Cormac, existe una ausencia ética y moral. Se pueden apreciar destellos en algún personaje, caso del chaval, pero éste a su vez en su infancia apenas ha tenido educación y solo ha conocido la violencia.
La obra apenas presenta un resquicio de humanidad. No empatizamos apenas con ningún personaje, si acaso en cierto modo con el chaval, que quiere apartarse de la locura de Holden. Pero arrastra el estigma de haber participado en las masacres conjuntas. En cierto momento alude a la locura del juez: «El que está loco eres tú, dijo el chaval. El juez sonrió. No, dijo. Yo nunca. Pero ¿por qué te escondes ahí en las sombras? Ven aquí y hablemos, tú y yo».
No cabe observar una visión segregacionista del hombre blanco con el indio nativo. El autor muestra la violencia tanto del indio como del blanco. Lo que sí percibimos los lectores como testigos, es esa violencia indiscriminada de las huestes de Glanton, que en ocasiones ejercerán contra mujeres, ancianos y niños, con sus contratadores o contra sí mismos. El narrador no toma partido. Expone la violencia desnuda y seguramente mantiene cierta similitud con muchos comportamientos despiadados de la realidad de entonces.
El libro se lee con cierto desasosiego por la atmósfera insana predominante, pero apreciando en todo momento el impresionante estilo y las cualidades que atesora McCarthy, emparentadas de modo muy cercano con la escritura de Faulkner. Queda en el imaginario el terrorífico Holden que, como los grandes villanos literarios y cinematográficos, nos produce profunda aversión, pero a su vez nos provoca cierta atracción por su enigmática y sugerente personalidad; fruto de la creación de un autor en «estado de gracia» en la concepción de esta impresionante obra.
Como fondo musical del libro, el magnífico disco editado este mismo año: «Take Me Back to the Range: Selections from Western Jubilee Recording Company», una recopilación de intérpretes de la «Western Music», rescatado por Smithsonian Folkways:
Smithsonian Folkways Recordings 2020 (Recopilación de intérpretes del sello Western Jubilee Recording Company).
Editorial: Random House
Traducción: Luis Murillo Fort