Willy Ronis, con veintidós años tuvo que cambiar el violín por la cámara fotográfica. Nacido en 1910 en París, era hijo de padres refugiados. El padre, judío de Odesa y la madre, lituana. Encaminó tempranamente sus inclinaciones hacia la música, siguiendo los dictados de su madre, que impartía clases de piano. Su padre, por su parte, regentaba un estudio fotográfico en Montmartre.
A la vuelta del servicio militar en 1932, Willy, por enfermedad de su padre, tuvo que ayudar en el negocio. Fue éste un período de total aprendizaje, recibiendo provechosamente las enseñanzas de su padre.
A la muerte de su padre, en 1935, cerró el estudio y comenzó a trabajar independientemente, haciendo encargos. En 1946 se unió a Robert Doisneau, Brassaï y Ergy Landau, entre otros, en la Agencia Rapho. Comenzó a enseñar fotografía en 1957.
Ha tenido innumerables premios y reconocimientos por su trabajo. Falleció con casi cien años en septiembre de 2009.
En el libro, Willy Ronis, selecciona cincuenta y dos fotografías, explicando una por una, como surgió aquel día, el instante plasmado.
Pero el libro es mucho más que unas simples notas a pie de foto. Refleja todo un mundo de sensaciones alrededor de ellas. El origen de cada una, las impresiones del autor en el momento de realizarlas, las conexiones y fundamentalmente, el mundo interior de Willy Ronis. También es de apreciar una prosa literaria que emociona por momentos. Un tesoro de colección sin duda, aunando esfuerzos, el editado conjuntamente por editorial Periférica y Errata Naturae.
“Aquel día me puse de pie encima de una silla. Había ido a Joinville para hacer un reportaje sobre los merenderos para Le Figaro, que por aquel entonces editaba trimestralmente un bonito álbum en papel cuché con textos de artistas, escritores y poetas”.
Willy Ronis “Aquel día” Periférica & Errata Naturae, 2021 —Las sucesivas citas tienen como referencia, al mismo autor y libro—.
Explica Willy cómo para captar el conjunto del baile, tuvo la idea de encaramarse a una silla. Le interesaba un chico que bailaba “como un dios”, según sus palabras. Le pidió, por señas, que se acercara mientras bailaba y él hizo caso al instante. Al acabar el baile se percató de que el chico tenía un pie un poco torcido, pero al bailar no se notaba nada. La chica de la derecha le envió una carta hace tres años —se supone que en 2003—, diciéndole como le conmovía ver la foto aparecer de vez en cuando en los periódicos. La otra chica era amiga suya de la infancia, en cambio al chico no lo volvieron a ver.
“Algo en ella me remitió de inmediato a Grecia, una especie de fatum allí presente, invisible, a su alrededor, que ella aceptaba, intercambiando con aquella presencia unas palabras silenciosas. Me conmovió mucho.”
Duda Willy de si esa magia que percibió en el instante de apretar el disparador, siga perviviendo al imprimir la foto:
“Cuando la imagen se imprima en el papel, ¿seguirá viva, palpable, esa magia que percibí?”.
A veces le ha ocurrido lo contrario y se ha guardado las fotos para él, pero en esta ocasión acertó.
Relata Ronis, como la Compañía Nacional de Ferrocarriles le había encargado un reportaje. Caminando por la abarrotada estación, le llamó poderosamente la atención una enfermera que debía de despedirse del prisionero al que había tratado en el convoy:
“Me dije que el prisionero llegaba a París y que lo más probable era que alguien lo esperara, alguien que llevaba mucho tiempo esperándolo. Pero eso no lo sé en realidad, lo imagino, invento, ato cabos, me dejo llevar por mis ensoñaciones; sólo en el momento preciso en que revelé e imprimí esta foto me dejó conmocionado la mujer, porque su rostro presentaba una expresión tremendamente emotiva, cómplice y púdica a la vez”.
Nuestro fotógrafo, vuelve a tejer otra historia en torno a ella, a ellos. Al final no entregó la foto a la Compañía por si alguien pudiera reconocerlos y el estado de entrega en el que se encontraban. Ha esperado treinta años para presentarla, cuando ya, como dice él, “el delito ha prescrito”. Reflexiona a su vez, sobre esos breves momentos en los que ha tenido una intuición, en ocasiones, turbadora:
“Me gusta atrapar esos breves instantes de azar, donde tengo la sensación de que algo sucede, sin saber muy bien qué, y ese algo me perturba una barbaridad —todavía hoy se me hace un nudo en la garganta cuando me acuerdo—, pero no quisiera que esta emoción diera lugar a malentendidos”.
Nos explica Ronis, como paseando por el boulevard Haussmann, se encontró un puesto de bicicletas y le conmovió la pequeña escena que tenía ante sí:
“En apariencia era un instante anodino, muy sencillo: un padre con su hija delante de las bicis. Ahora bien, si nos fijamos, vemos que el papá va vestido de modo muy humilde, debía de haber llevado a su hija para comprarle un regalo, pero salta a la vista que le costará encontrar algo realmente bonito, parece que la niña, con esa expresión y la forma en que la mira, desea la bici con todas sus fuerzas y al mismo tiempo renuncia a ella, pues sabe que nunca podrá poseerla”.
Le emociona la escena, que dice que rompía con la tónica de fotografías alegres que venía realizando por aquella época. Me recuerda mucho esta foto de Willy Ronis a la icónica película neorrealista de Vittorio de Sica, “Ladrón de bicicletas”, pero en este caso, al padre le roban la bicicleta, sustento principal de su trabajo.
Una semana después volvió a fotografiar a un hombre solo en medio de una multitud alegre, salvo él, que parecía apesadumbrado. Duró unos instantes, mientras lo fotografiaba. Al volver a mirar, había desaparecido. Corresponde la foto, a la imagen superior.
“Aquel día, entre la comunidad gitana que se había establecido en Montreuil y que vivía allí de forma permanente, si no me equivoco, a las afueras de la ciudad me tope con este grupo de chicas que se estaba acicalando. Sus gestos, la manera en que una se arreglaba el pelo o se lo recogía mientras su amiga le sostenía el espejo, me sedujeron de inmediato”.
Ronis realizó un largo reportaje sobre los bohemios de Montreuil. Menciona que se solían ganar la vida como hojalateros. Destaco la siguiente reflexión sobre la valoración de instantes no preparados en sus fotografías:
“A lo largo de toda mi trayectoria como fotógrafo, son los momentos totalmente aleatorios los que más me han gustado plasmar. Comunican mi visión de las cosas mucho mejor de lo que lo haría yo mismo”.
A través de la cámara comunica su visión de las cosas mejor que si lo expresara con palabras, según él, porque las descripciones de las fotos en sus textos, son excepcionales. En su mundo, en sus fotografías ha tenido decepciones, pero también alegrías, principalmente cuando el azar interviene de forma favorable:
“Cuando la vida te manda una señal subrepticia de reconocimiento, cuando te da las gracias. Se produce entonces una gran complicidad con el azar, que uno siente muy hondo. Y le da las gracias también. Es lo que yo llamo la alegría de lo imprevisto. Situaciones ínfimas, como puntas de alfiler. Justo antes no había nada, y justo después ya no hay nada. Por eso es necesario estar siempre preparado”.
Era el segundo verano, señala el fotógrafo, que pasaba en Gordes con Marie-Anne, en una ruina que compraron en 1947:
“Recuerdo que, aquí, me disponía a bajar de la habitación donde precisamente había hecho aquella foto —Desnudo provenzal—, y de pronto me invadió el sosiego del instante, enmarcado en la tarde. Su belleza, casi majestuosa. Nos habíamos traído de París a nuestra gata, que dormía en el regazo de Marie-Anne. Yo estaba en lo alto de la escalera. Se aprecia aún el estado de deterioro del suelo”.
La fotografía que cita, tomada en la habitación superior, días antes a su mujer Marie-Anne, Desnudo Provenzal, es la “pictórica” imagen siguiente:
Concluye el autor, en torno a la casa de vacaciones de Gordes y la foto de la siesta, con cierta nostalgia del pasado, de aquel tiempo:
“Pasamos todas las vacaciones en esta casa, pero me desprendí de ella cuando perdí a Marie. Me gusta muchísimo este momento estival. Y ahí, al pie de la escalera, estaba esa tinaja en la que guardábamos cualquier cosa, sobre todo prendas de lana, bufandas, guantes, para que estuvieran protegidas de las polillas y usarlas cuando acudíamos en invierno. Y también allí al fondo, se ve la cesta de la gata”.
La foto y lo que cuenta el autor, sobrecoge. Le habían encargado un reportaje sobre minería. Le instaron a visitar a un minero silicoso que vivía en Lens, al que quedaba poco tiempo de vida:
“El hombre estaba apostado junto a la ventana, en la planta baja. Miraba hacia la calle. Ya casi no comía. Pero fumaba, fumaba mucho. Fumaba a todas horas. Sólo tenía cuarenta y siete años. Al cabo de pocos meses, murió”.
Cuenta que hizo otra foto del minero fuera de la casa y emplearon dicha foto, sin su permiso, en una campaña. El resultado fue que dejó la agencia y comenzó a trabajar por su cuenta, para tener el control de sus fotos. Que no se tratara su trabajo como mercancía al capricho de personas sin escrúpulos:
”Una foto no es un bloque de hormigón con el que construir lo que a uno le venga en gana. Me siento completamente responsable del uso que se les da a mis imágenes”.
“Aquel día, paseando por la campiña alsaciana, vi a esta niña toda tímida acurrucada contra la rueda del carro de sus padres, campesinos. Me encantó aquel acto reflejo de pudor; de timidez”.
Treinta años después vio una escena con otra niña que le recordó a esta pequeña escudándose en el carro. A raíz de ello, reflexiona en torno a las relaciones existentes entre unas y otras fotos, con el azar interviniendo, nuevamente:
“Conservo recuerdos de todas mis fotos, todas ellas conforman la urdimbre de mi vida y a veces, por supuesto, se hacen señas unas a otras a lo largo de los años. Se responden, dialogan, tejen secretos. Ahora bien yo soy uno de esos fotógrafos que trabajan mucho a partir del azar, de la casualidad, como tantos otros”.
La foto a la que se refería Ronis, en relación a la anterior de la niña del carro, fue la tomada a la niña Dafne (foto superior). La realizó estando cerca de Atenas en casa de un amigo griego fotógrafo. Tenía dos hijos, ellos se encontraban conversando plácidamente, pero vio a la niña junto al coche de su padre y cogió la cámara instintivamente, acordándose de aquella tomada treinta años antes:
“En cuanto la vi, experimenté una extraña confusión y agarré la cámara. Una fuerza interior me dictaba que captara aquel momento. Me levanté, fui hacia la niña y, de pronto, al pulsar el disparador, recordé otro instante, en 1954, muy lejos de allí, en Alsacia”.
La foto la tomó desde su casa, desde la planta baja, en un pasaje tranquilo donde la gente se paraba a charlar. En ella, Ronis capta este episodio íntimo, como colándose por los intersticios:
“Me puse a observarlos; no podían verme porque mi casa estaba a oscuras. Ellos, en cambio, quedaban muy bien iluminados por las farolas del pasaje… Pensé que sería el final de un permiso, que el chico se despedía de su novia, que estaban un poco tristes pero al mismo tiempo sabían que se querían, se lo demostraban con pudor, mirándose a los ojos. El encuentro queda muy discreto gracias a los pliegues de mis visillos, que apenas los ocultan. Pero, en fin, puestos a imaginar… Es siempre el mismo mecanismo: algo me impresiona y me digo que merece una fotografía. Que tal vez sea digna de la posteridad”.
La foto superior del niño corriendo con el pan bajo el brazo con entusiasmo, ha sido una de sus fotos más divulgadas. Willy reconoce que al contrario de la práctica totalidad de su obra, esta foto estaba un poco preparada. Le encargaron un reportaje, “Volver a ver París”, y pensó en el icónico pan parisino. Vio a un niño esperar a la cola de una panadería, con su abuela. Nos cuenta el autor cómo preguntó a la abuela sí podía fotografiar al niño corriendo con el pan:
“El chiquillo compró el pan y echó a correr de un modo extremadamente gracioso y animado. Lo obligué a repetir la carrera tres veces, un tramo de unos pocos metros, para obtener la mejor toma. Y resultó ser todo un éxito: con ella se han hecho pósteres, postales, y me consta que también se ha visto en el extranjero, en tabernas y panaderías de Nueva York, y en un número considerable de capitales europeas”.
La foto superior, que tiene la composición cómo si de un cuadro se tratara —no es de extrañar que el fotógrafo cite a Rembrandt —, es una escena natural tomada en un día navideño. Aclara Ronis, que vio a una madre con sus dos hijas delante de los escaparates de unos grandes almacenes y le subyugó la escena:
“Al ver estas tres caras pensé en los rostros de Rembrandt bajo ese claroscuro que los vela y los ilumina al mismo tiempo. Están aisladas de la calle. No alteré nada, todo tenía ese tono ennegrecido alrededor… He hecho muchas fotografías en los aledaños de los grandes almacenes, pero ésta es mi favorita. Me gusta esta iluminación que otorga cierta nobleza a una escena cotidiana, cierta magia.”
Nos cuenta Willy, que conocía el ambiente de Saint Germain, pero este barrio de La Huchette, no. En él, con la cámara al hombro, no se fijaban los muchachos, porque tenía 47 años. Los chavales frecuentaban Le Caveau y otros locales donde escuchaban jazz de Nueva Orleans y había actuaciones en directo, como las del reconocido músico, Maxim Saury:
“Me acuerdo de Maxim Saury, un jazzman muy apreciado. La muchachada entraba, salía, conversaba, reinaba una atmósfera muy alegre, y yo notaba que algo iba creciendo dentro de ellos, una suerte de rebelión que ya estaba ahí diez años antes de 1968… Yo tenía Notre-Dame en el encuadre, que era el emblema del barrio. Estuve con ellos alrededor de un mes, pero sabía que ningún diario me compraría las fotos, pues casi todas eran menores. Lo hice por placer, por darme ese gusto”.
Y del clarinetista y director de orquesta, Maxim Saury, estas canciones del disco: Maxim Saury: L’age d’or du jazz, ilustran la atmósfera jazzística de finales de los cincuenta, en París. En el disco se puede apreciar su jazz melódico, en combinación con otras piezas en las que se distinguen sus inclinaciones por el dixieland y el swing —más en la onda que se escuchaba en los locales de La Huchette, como describía Ronis—, siguiendo las influencias del maestro, Sidney Bechet; no es de extrañar que se incluyan en el disco, buena parte de composiciones suyas.
“Ce jour-là” Willy Ronis, Mercure de France, 2006 ⬈
“Aquel día” Willy Ronis ⬈
Editoriales Periférica y Errata Naturae ⬈
Traducción de Regina López Muñoz
152 Páginas
©️ Fotografías del artículo, herederos de Willy Ronis, Mercure de France, Periférica y Errata Naturae