No suele ser frecuente que un público mayoritario y una crítica especializada coincidan en la apreciación sobre una película, siendo aún más extraño, cuando se trata de la primera película de su autora. En Aftersun, de Charlotte Wells, se produce dicho consenso.
Antes de seguir leyendo te aconsejo que visiones primero la película. Es cierto que nos encontramos ante un filme de detalles, donde lo que importa es la manera de contarnos su directora la relación que mantienen un padre y su hija preadolescente. Pero visionar la película de forma inmaculada, nos abre a todo un mundo de sensaciones que de otro modo nos podría en parte condicionar.
El argumento es sencillo, diríamos que anecdótico, pero cuánto encierra dentro; desde el presente, Sophie acaba de cumplir 31 años y se dispone a visionar una cinta de vídeo casera para recordar los últimos días que pasó en un verano junto a su padre, quien precisamente cumpliría esos días los mismos años que ella tiene en la actualidad. Según vamos viendo, Sophie tiene pareja y es madre.
Charlotte Wells perdió a su padre con 31 años, contando ella con 11 años. Es por ello que nos preguntamos si los recuerdos y sentimientos que la autora tuvo y tiene en relación a los últimos días que disfrutó junto a su padre, son los mismos que en la película nos está plasmando. Y basándonos en sus propias reflexiones podemos afirmar que sí, aunque no necesariamente sucedieron los hechos tal y como los cuenta. Pero nos lo explica mejor Charlotte:
“Disfruté descubriendo la película como una historia y tomando decisiones que sirvieron para una película. Y disfruté averiguando quiénes eran estos personajes, que sin duda se basaban en mí y en mi padre, y nuestros rasgos de carácter eran la base de los rasgos de carácter de Calum y Sophie. Pero al mismo tiempo, me gusta hacer cine y en este guion siempre se trataba de servir a esta película. Es gracioso escuchar a la gente describirlo como mi memoria porque realmente no lo es. Los eventos que estaban en el guion que se basaron estrechamente en una conversación o una interacción, muchos de ellos no están en la película final. Creo que eso es porque estoy dispuesta a servir a la película y no a mi propio pasado y lo que sea que esté exorcizando con mi propio pasado sigue siendo el núcleo de la película. La emoción de la película y el dolor expresado es mío. Y eso es algo realmente fácil de admitir porque, como dije, esto para mí era una forma de expresión y eso es lo que finalmente estaba expresando. Pero en términos de: ¿sucedió esto, o estaba en estas vacaciones? La respuesta es no. He empezado a presionar más contra la autobiografía, cuanto más veo a la gente inclinada a establecer una relación uno a uno entre yo y la película. Es difícil. Yo también tengo ese impulso. Cuando ves algo, inmediatamente miras hacia arriba: ¿es este el creador? Pero ahora tengo una visión muy diferente de ese impulso. Se trabajó mucho en esto como película, y ese trabajo a menudo se descarta diciendo: esto es justo lo que sucedió”. (The Guardian, 23 de diciembre de 2022)
Podemos pues establecer, que estamos hablando de una ficción donde la autora basándose en una convivencia entre un padre y una hija, indaga sobre su propio pasado en relación con su padre, plasmando una serie de sentimientos que verdaderamente le pertenecen a ella, no como cineasta, sino como ser humano, aunque como cineasta se sirva del medio para tratar de expresarlo.
Abordando la película, el inicio ya sorprende con el sonido del rebobinado de una cinta de vídeo y más tarde con la imagen del reflejo superpuesto de Sophie en la pantalla manipulando la cinta. Posteriormente vemos en el monitor un rebobinado rápido del final al inicio del vídeo casero, que tanto Sophie como Calum grabaron en las vacaciones que compartieron juntos. Es muy interesante como la directora introduce poco después unos fogonazos intermitentes de Sophie alternando con su padre, ambos en el mismo espacio de baile, pero separados unos metros y con la misma edad, 31 años.
Calum está separado de la madre de su hija Sophie. Padre e hija llegan a un resort en Turquía. Ya instalados en el hotel, siendo de noche, Sophie duerme y Calum sale a fumar al balconcillo realizando unos movimientos que se supone relajantes, más tarde sabremos que practica taichí. Estos movimientos los práctica a lo largo de todo el día y cuando Sophie ve a su padre realizarlos, piensa que se comporta como un lunático. Según iremos observando, Calum mantiene un duro pulso consigo mismo y el taichí es su modo de relajación. Aunque la película se instala en la ambigüedad respecto a su vida, iremos descubriendo que está atravesando una crisis debida a una nueva separación, agravada con una situación delicada a nivel económico. Quizás también cierta insatisfacción de Calum proviene de una infancia infeliz junto a sus padres, por la manera en que a requerimiento de Sophie, revela cómo olvidaron su onceavo cumpleaños, su infelicidad junto a ellos y su prácticamente huida de la casa familiar.
Cuando aludía a la riqueza de la película, me refería a las distintas capas y temáticas que la pueblan.
Al poco de estar en el hotel, en la piscina enfrente de ellos se halla un matrimonio con dos niñas un poco más pequeñas que Sophie. Su padre le sugiere que se presente a las niñas y ella responde que son pequeñas e invierte la pregunta a su padre, sugiriendo que se presente a sus padres; él, entre sonrisas, contesta que son viejos. Pero Wells va más allá y contrapone la familia de la piscina como encarnación del orden y la estabilidad conseguida en su vida, en contraste con la familia separada y desestructurada que Sophie y Calum encarnan.
Por otra parte, se destapa otra temática y es el cambio que se está produciendo en Sophie a nivel fisiológico y psíquico, al dejar de ser niña para entrar en otra fase de inicio a la pubertad. Sophie quiere relacionarse con niños o niñas de su edad e incluso mayores. Con un niño supuestamente de su edad tendrán lugar sus primeros escarceos amorosos. Se muestra por otra parte, muy atenta a una conversación de unas jóvenes adolescentes en torno a la sexualidad. Con ese grupo de adolescentes establecerá cierto vínculo, aunque comprenderá que su mundo todavía de algún modo la excluye.
Volviendo a Calum, hemos establecido su supuesta crisis personal, que trata de paliar de algún modo con el ejercicio del taichí. Hay un plano en contrapicado que sobrecoge, en el que Callum se sube en equilibrio a la barandilla de la terraza, frente a un vacío exterior que también se encuentra instalado en su interior.
De cara a su hija, Calum trata de manifestar una aparente normalidad. Evita preocuparla y su interés estriba en que Sophie disfrute de unos agradables días junto a él. El cariñoso vínculo entre padre e hija, Charlotte nos lo muestra en sensibles planos en los que observamos a ambos con las manos entrelazadas, y a pesar de que nosotros observamos como cada uno se mantiene en su propio mundo, la armonía es palpable entre ambos.
Es muy sugerente la visita de ambos a una tienda de alfombras. El dependiente les explica que cada alfombra tiene detrás una historia. Calum se ensimisma con el contenido y los símbolos de una de ellas, comprándola posteriormente. Una vez comprada, en un bello plano picado, Charlotte nos muestra a Calum tumbándose en ella y entrando en un estado de relax. La alfombra establecerá un nexo de unión entre el pasado y el momento presente, al disponer Sophie de la alfombra de su padre al lado de su cama. Puede que también la autora lo que nos quiera transmitir es que esa alfombra contiene la historia de su padre y de Sophie (ella misma).
Otra escena muy bella y triste al mismo tiempo, tiene lugar en unos planos muy creativos en los que Sophie se encuentra tumbada al revés en la cama, describiendo su estado decaído a su padre, quien desde el baño la escucha entendiéndola perfectamente porque su estado actual es similar, pero trata de animarla para después escupir su imagen en el espejo por mostrar su falsedad, siendo éste, un plano desolador.
Existe cierta brusquedad en algunas pautas de Calum para con su hija al tratar de enseñarle defensa personal, encontrándose la niña incómoda al apretarle las muñecas o cuando en la piscina se encuentran unos jóvenes jugando a waterpolo y su padre prácticamente la obliga a jugar. Sutilmente la directora nos muestra unos planos de la alienación de Sophie.
También se producen ciertas decepciones de Sophie hacia su padre. Solían cantar los veranos juntos, Losing my religion, del grupo R.E.M.. Sophie pide a su padre que canten juntos en el karaoke, pero este se niega respondiendo que ella ya no es una niña. Sophie canta disgustada en solitario. Terminada la canción regresa con su padre, quien le sugiere unas clases de canto, molesta Sophie se lo recrimina, pero no por su falta de recursos sino por el sinsentido de ofrecérselo.
Pero si Sophie ha sufrido cierto desencanto con su padre, también valora como Calum es comprensivo con ella o le lega su conocimiento en la meditación, enseñándole ejercicios de taichí, en unos planos muy hermosos.
En la habitación del hotel de manera muy original, Charlotte ha dividido a ambos interlocutores, pero nosotros como espectadores sí podemos verlos. En la escena Sophie lee un libro y al igual que Calum enseña a Sophie taichí, también le recomienda una lectura.
Estando dormida Sophie por la noche, es muy sugerente como revisa Calum la cinta grabada en la cámara, en una especie de autoanálisis sobre su comportamiento junto a su hija.
Y en el apartado formal, qué encontramos. Una planificación muy cuidada y un montaje excepcional, destacando esas fusiones tan medidas entre los planos. El aplicar el recurso de la cinta de vídeo con grabaciones caseras cámara en mano, otorga un sentido amateur al filme que lo hace muy cercano al espectador. Dentro del filme, esas rupturas insertando la escena de baile, donde separadamente se van iluminando de forma intermitente las figuras de Sophie y su padre, aunque desasosegantes, son muy acertadas. Los silencios y fueras de campo adquieren especial relevancia en la película. Excepcionales también son esa cantidad de planos en los que Charlotte juega con los reflejos en el monitor, en las ventanas, una mesa de cristal o en los espejos. Planos nada caprichosos y siempre en función de lo que Charlotte quiere transmitir en esos instantes. En el plano inferior observamos el reflejo de Sophie y Calum en el monitor, y en el espejo a Calum, apenas entrevisto y contando a su hija su nefasta experiencia con sus padres en su onceavo cumpleaños. Como detalle, observamos libros sobre meditación de Calum al lado del monitor.
Los picados y contrapicados son muy expresivos. Indiqué anteriormente el picado de Calum tumbado en la alfombra o el contrapicado en el borde de la barandilla haciendo taichí y recuerdo ahora otro contrapicado excepcional en la escena de un anfiteatro, en la que de manera conmovedora Sophie quiere brindarle a Calum el cumpleaños que no pudo disfrutar a sus once años y pide a los visitantes que le canten el “Cumpleaños feliz”. Calum se encuentra en la parte superior y la cámara se va acercando a él para mostrar su pequeña sonrisa y poco después la mirada pensativa relevando la encrucijada interior en la que parece vivir. Se asemeja en ese instante a un personaje de una tragedia griega. Plano que nos va fundiendo con el desolador siguiente, en el que de espaldas Calum llora desconsolado y la cámara se fija seguidamente en una postal dedicada con cariño a su hija.
Además de las escenas y planos que he apuntado con anterioridad, merecen destacarse las escenas en las que Calum y Sophie se encuentran en armonía, o los planos finales, que no desvelo. Pero sí quiero destacar un plano clave en el que observamos una foto polaroid que ha sacado un fotógrafo a Sophie y Calum y todavía no está desvelada por completo, y al igual que esta historia, siempre estará incompleta. Por otra parte, dolorosamente podemos pensar que ese instante feliz de la foto no refleja el sentimiento interior de autodestrucción que anida en Calum. Normalmente en las fotos tratamos de ofrecer la mejor versión de nosotros mismos.
En cuanto a la elección de actores, Charlotte ha acertado plenamente. Paul Mescal es un joven actor irlandés de 27 años que comenzó su carrera en el teatro. Destacó después en la serie de televisión Normal People, de 2019. Para el cine es su segundo trabajo. Paul es un actor sobrio y natural al mismo tiempo, que presta la ambigüedad que necesita su personaje. Estados de ánimo que trata de disimular en compañía de su hija y estallando en soledad. Por su parte, la niña escocesa Frankie Corio, es todo un descubrimiento. Su madre envió para el casting una foto. En la selección, de 800 niñas, quedaron 16 y entre ellas, a Charlotte le sorprendió la naturalidad de Frankie y, efectivamente, en la pantalla muestra su quehacer como si verdaderamente fuera parte de su vida lo que está reflejando.
La música del filme también adquiere su importancia. El músico escocés Oliver Coates, puntualiza extraordinariamente algunas escenas en las que emplea cuerdas y sonidos de sintetizadores antiguos, creando una particular atmósfera. Por otra parte, se dejan escuchar algunas canciones de los noventa, sobresaliendo Under Pressure, canción de David Bowie con Queen, en el baile del final entre Calum y Sophie, cuya letra es muy acorde con el sentido de la película, en frases como “Presión empujando hacia abajo sobre mí”, “Es el terror de saber / De qué se trata este mundo”, “Este es nuestro último baile”. Es extraño que esta canción, según cuenta Charlotte, la escogió sin tener consciencia de la letra. Posteriormente al escucharla en la película, pensaba que su subconsciente podía haber influido en dicha elección.
En Aftersun la memoria y los recuerdos son fundamentales, pero ese viaje al pasado se torna imposible si lo que se pretende es averiguar el ¿Cómo? y ¿Por qué? del descenso final a los infiernos de Calum una vez concluidas las vacaciones. En esta estancia entre un padre y una hija tan sólo se puede consignar que el padre se encuentra relativamente bien cuando se halla cerca de su hija, bálsamo de sus fantasmas interiores. Quién sabe si compartiendo más tiempo con ella hubiera atenuado su malestar existencial. Imposible saberlo.
Sophie con sus once años no puede imaginar la crisis que está atravesando su padre. Ella al igual que él tan sólo quieren procurar que la estancia de ambos sea placentera. Es cierto que intuye levemente ciertos cambios de ánimo en algunos momentos, pero también a pesar de entristecerse, apreciará la revelación de confidencias difíciles de su vida, como la ocurrida junto a sus padres, acercándose ambos y brindándole hermosamente la hija el cumpleaños que mereció tener en su infancia. Posteriormente el baile supone un hermoso acto de aproximación entre un padre y una hija, desgarrador si pensamos que fueron prácticamente sus últimos contactos.
Sophie desde el presente, visionando la cinta y recordando pasajes de aquellos días y más sabiendo la triste deriva final, puede llegar a intuir algo más en algunos gestos o palabras de su padre y está claro que cierto sentimiento de culpa va a anidar siempre en su vida, aunque estéril si pensamos que en aquellos instantes del pasado ella no disponía de suficiente entidad como para tratar de influir en los acontecimientos futuros.
Filmar la película para Charlotte Wells, además de cierta exorcización de demonios interiores, puede haber supuesto corroborar que no es fácil encontrar las respuestas que se necesitan, debido a la complejidad intrínseca de cada vida. Hay que agradecer su valentía al abordar un episodio, que aunque en cierto modo ficcional le sirve de terapia, pero además se está basando en sentimientos propios intensos de consecuencias traumáticas, entregándolo sin ningún ápice de sensiblería lacrimógena —cuando el dolor tiene que asomar, asoma, al igual que la ternura—, sin enmascaramientos y de manera tan lúcida y personal.
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