“El título de Las Horas Completas hace referencia el oficio divino, ese ritmo del rezo diario de los clérigos que se acomoda al discurrir del tiempo: maitines, laudes, vísperas, completas. El decurso de la jornada en ese otro viaje de la mañana a la noche, de la claridad a lo oscuro, del principio al acabamiento, señalado en lo que son las transiciones rituales de la oración. Mis canónigos viajan de las «vísperas» a las «completas» abocados al abismo del oscurecer y de la noche, comprometidos en una historia que se les ha ido complicando más de lo que quisieran.”
Sigue siendo una novela circular como las dos anteriores. Los protagonistas regresan al punto de partida al anochecer. Pero el transcurrir de la jornada, dejará una profunda huella en ellos.
El recorrido, marcadamente metafórico, es un descenso a las obsesiones donde cada personaje se abstrae en su soledad, sin compartir sus recuerdos y pensamientos con el resto; un ejercicio de memoria donde reviven episodios de alguna manera dolorosos del pasado o de un tiempo reciente que los dejan marcados, apelando a su conciencia:
Don Fidel, el abad; recuerda ciertos episodios dolorosos de sus padres. Don Benito se ensueña con sus tiempos de cura joven en una mísera parroquia y el presente amenazador del marido de su sobrina. Don Ignacio, evoca sus composiciones musicales de coro y recuerdos de estigmas en las manos y su cita con un curandero. Contrastan los tres canónigos veteranos que han vivido un pasado de pobreza como curas rurales, con los dos sacerdotes jóvenes, por un lado, Manolo quien conduce el auto y recuerda momentos actuales de una feligresa enamorada de él; por otro, Ángel, el personaje más influenciable, además vive marcado por una madre beata que comulga hasta siete veces al día.
El autor nos orienta sobre la personalidad de los canónigos en el libro anteriormente citado:
“Mis canónigos son como unos apacibles dinosaurios que han salido de la guarida a dar un paseo, que tienen la conciencia del tiempo a que pertenecen, en un mundo que acaso ya no sienten suyo, pero donde viven amparados por lo que son. Sus creencias, su experiencia, avalan la seguridad de lo que representan: una concepción cerrada de la existencia humana y de su destino transcendente, más allá de las particulares e íntimas desazones que, como cualquiera, sobrellevan.”
Personaje fundamental será un peregrino que se encuentran por el camino los sacerdotes, dicho encuentro cambiará el curso del apacible viaje, sumiendo a los religiosos en un estado de confusión. Mateo Díez nos habla del imprevisto encuentro del peregrino, como tema metafísico, universal:
“lo frágil que es la realidad, el delgado límite que separa lo trivial y lo extraordinario, lo indefensos que andamos por los páramos de esta vida donde cualquier encuentro casual, cualquier inquietud, cualquier sueño mal digerido o el rastro de un obsesivo recuerdo, pueden alterar o transgredir nuestra existencia”.
A diferencia de sus dos obras anteriores, donde había una alusión directa a la situación política y social de la década de los cincuenta en España, el tema ha cambiado, es más universal, alude a la angustia existencial del hombre, con clara referencia a Sartre.
El peregrino, una especie de pícaro, es un personaje contradictorio, lleno de dudas existenciales que pondrá a prueba el nivel de tolerancia de los protagonistas. Se vivirán a partir de su incursión en escena una serie de situaciones entre esperpénticas y surrealistas.
Sobre el peregrino nos comenta el autor:
“Resume a todas esas gentes capacitadas para invadir la vida de los otros hasta el mayor límite de abuso e inconsecuencia. Pertinaces manipuladores de lo ajeno que necesitan sustentar sus debilidades, sus dudas, sus desgracias, más allá de sus fronteras, como si todos les debiésemos la comprensión que ellos mismos no se conceden, como si precisaran de nuestro oprobio para suavizar el suyo”.
El peregrino dejará al descubierto sus debilidades y las de los canónigos; personajes anclados en el pasado, ajenos a la realidad, incapaces de reconducir la situación, naúfragos de sí mismos.
Los mismos curas jóvenes ven a sus tres compañeros como personas anacrónicas. En cambio, entre ambos si compartirán intimidades y preocupaciones, sabrán adaptarse mejor a las circunstancias, a pesar de que el cura joven Ángel, es amonestado por el peregrino por cometer una acción reprobable.
La figura del intruso capacita al autor para incorporar otros relatos al relato principal. Si antes de su aparición las conversaciones de los clérigos eran triviales, a partir de ese momento los diálogos se sucederán continuamente. El peregrino contará parte de su vida y otros pensamientos. A su vez, obligará al resto a contar vivencias de confesiones con feligreses.
La merienda con la madre de su amigo, doña Olina, da pie a la anciana para contar relatos de cuentos, fábulas y leyendas —otra vez historias dentro de la historia principal—, en clara alusión a la situación que han vivido los sacerdotes en su encuentro con el desconocido. Luis Mateo, vuelve a otorgar importancia en la sabiduría popular, en la oralidad.
Los relatos de doña Olina ofrecen consejos basados en la realidad, en el saber popular, que los canónigos no sabrán interpretar. Una vez saciado el apetito y degustado las bebidas, hacen caso omiso de las recomendaciones de la buena señora; abocándolos a la incertidumbre y fracaso con posterioridad.
En la merienda, algunos visitantes se sumarán a la tertulia, como el sacristán Dalmacio contando alguna historia que tiene que ver con un sueño prohibido recurrente.
El lenguaje empleado en la novela, se ha despojado en parte del barroquismo empleado en La Fuente de la Edad, sin perder la calidad que en todo texto imprime Luis. Los términos latinos provienen de los religiosos, en puntuales ocasiones y aludiendo a oraciones:
“-Requiem aeterna dona eis Domine -musitó don Ignacio, santiguándose de nuevo.
-Et lux perpetua luceat eis -le contestaron, imitándole, y luego todos se recogieron en un largo y devoto silencio.”
Dominan en mayor medida las expresiones vulgares y registros coloquiales, preferentemente en la persona del peregrino. En un momento dado, ante los sacerdotes exclama:
“-Me cago en mí mismo, me cago en mi puta estrella.”
La Novela quedó algo oscurecida por el reconocimiento obtenido por su obra anterior, La Fuente de la Edad; de manera injusta. Si bien hay que reconocer la maestría incontestable de la obra citada, con esta, Luis Mateo continúa con su singular exploración narrativa; dotando de solidez a un libro que en otras manos hubiera fracasado.
Si tenéis dificultad en encontrar la edición de Alfaguara, Debolsillo ha lanzado en 2017 conjuntamente Las Estaciones Provinciales y Las Horas Completas, bajo el encabezado de La Provincia Imaginaria.
En la merienda, doña Olina alude a don Ignacio como maestro del coro y compositor de motetes:
“-Y miren a don Ignacio, que siempre fue un jilguerín bien compuesto. No sé lo que daría yo por oírle unos motetes, de aquellos tan guapos que usted mismo compone y canta.”
En el vídeo, J. S. Bach Motet BWV 227 ‘Jesu, meine Freude’ por Vocalconsort Berlin, con dirección a cargo de Daniel Reuss:
Editorial: Alfaguara, edición 1992